Nuevos relatos publicados: 13

Gusano 04 - El Oficio de Lamer

  • 14
  • 14.703
  • 9,33 (3 Val.)
  • 0

A pesar de que Jordan se había puesto morado de risa viéndome cómo le chupaba los pies a Philip, al parecer aquello no le había despertado el suficiente interés, así que tuve que reprimir mi deseo de lamerle sus pies, pues el chico no parecía tener la intención de usarme para tales menesteres.

Sin embargo, una tarde en que estábamos los dos solos en el refugio, casi dos semanas después de lo de Philip, Jordan parecía estar con un humor de perros.  Yo andaba muy temeroso pues presentía que él iba a desquitar su mal humor conmigo.

Ni siquiera me atreví a hacer lo que usualmente hacía, que era echarme a sus pies a lamerle sus zapatillas.  Me quedé sentado en el suelo, cerca de Jordan, observándolo de soslayo mientras él saltaba de canal en canal en la vieja tele con su expresión de querer matar al primer idiota que se le cruzara en el camino.

Así nos estuvimos por algunos pocos minutos, hasta que Jordan tronó los dedos para llamar mi atención y cuando volví el rostro, me estampó tal bofetón que me hizo saltar las lágrimas y enseguida me dijo con tono de reclamo:

—   ¿Es que no ves que traigo mis zapatillas sucias, gusano?

—   Sí Jordan…perdóname Jordan… – le respondí con un hilo de voz al tiempo que empezaba a inclinarme hacia sus pies.

Traía puestas unas zapatillas tipo botín, de cuero negro, muy usadas, de esas que traen en la parte superior una banda adhesiva para ajustar sobre el tobillo.  Pero tenía aquella banda suelta y las agujetas muy flojas, así que sus pies estarían muy holgados allí dentro.

Sabía que no debía entretenerme demasiado contemplándole sus zapatilla so pena de ganarme una buena paliza, además que ya en otras ocasiones se las había estado lamiendo y las conocía tan bien que podía recordar su sabor.

Así que acabé de inclinarme hasta quedar echado en el suelo a los pies de Jordan y me dediqué a repasar mi lengua por sus zapatillas, tratando de mostrarme lo más eficiente y sumiso posible, de tal manera de no hacerme objeto de su mal humor.

Y sería por que las traía tan holgadas que a través de sus zapatillas alcancé a percibir aquel fuerte aroma de sus pies que la noche de la acampada casi me había vuelto loco.  ¡Joder…cómo me fascinaba aquel olor!

Ello me ayudó a aplicarme con mayor devoción a lamerle las zapatillas, mientras Jordan seguía saltando de canal en canal en la tele y de vez en cuando mascullaba alguna imprecación, haciéndome notar que su mal humor no mermaba.

Al cabo de un buen rato, cuando ya sus zapatillas estaban tan limpias como si no las hubiese usado nunca, mientras yo seguía lamiéndoselas con empeño y devoción y me encontraba cada vez más excitado inspirando hondo para llenarme del aroma de sus pies, Jordan me obsequió una patada por las costillas ordenándome que me apartara y enseguida se reclinó sobre el sofá apoyando sus pies sobre el mueble.

—   ¡Sácame las zapatillas gusano! – me ordenó secamente.

El corazón me dio un vuelco.  Por fin, luego de dos semanas tenía la oportunidad de repetir al menos en parte lo de la noche de acampada.  A duras penas me di tiempo de responderle “Si Jordan…como tú digas Jordan” antes de empezar con la excitante tarea de descalzarlo, como tantas veces lo había hecho en mi imaginación durante aquellos días.

Y sin dilatar ni un segundo la ejecución de la anhelada orden que había recibido de Jordan, me dediqué a zafarle sus zapatillas con toda la delicadeza de que era capaz en esos momentos, temblando de emoción y muy agradecido de que el chico me diera aquella oportunidad que para cualquiera otro sería una humillación, pero que para mí era algo así como la posibilidad de hacer realidad mi más deseado sueño.

Le zafé sus zapatillas una a una y las fui poniendo con todo respeto en el suelo, como si se tratara de objetos sagrados.  Al terminar, me puse de rodillas tratando de que mi rostro quedara lo más cerca de sus pies y aspirando con delicia aquel mismo aroma que tanto me había fascinado y excitado la otra noche.

No me atreví a nada más que a quedarme ahí, gozando del fuerte olor de los pies de Jordan, observándoselos enfundados en sus calcetines blancos y tan cortos que solo le llegaban hasta los tobillos.  Anhelaba pegar mi rostro a sus plantas para poder empapármelo con el sudor que humedecía sus calcetines, pero era obvio que no me atrevería a hacer nada que Jordan no me ordenara.

Nunca me atrevía a hacer nada sin que él me lo mandara y menos en esa ocasión que parecía estar de tan mal humor.  Así que permanecí de rodillas a sus pies por unos instantes, absorto en lo que olía y en lo que veía, como si estuviera orando ante el más sagrado de los altares.  Hasta que el propio Jordan me indicó que aquel día podría hacer realidad mi mayor fantasía de entonces.

Estiró uno de sus pies hasta plantármelo en pleno rostro, humedeciéndome la cara con su sudor y con total aspereza y altivez me ordenó:

—   ¡Sácame las calcetas gusano!

—   Sí Jordan…como tú ordenes… – me atreví a responderle con total servilismo.

De inmediato llevé mis manos a sus pies y con la misma delicadeza que había usado para zafarle sus zapatillas, fui retirando sus blancos, húmedos y olorosos calcetines.  ¡Por Dios…los pies de Jordan eran perfectos!  Blancos, algo alargados, con un arco profundo, de dedos parejos y de piel muy suave, casi tan suave como la de los pies de Philip.  En ese instante anhelé como nada poder besarle sus plantas, pero no me atrevería.

Me incliné un poco para poner sus calcetines sobre sus zapatillas e intencionalmente acerqué mi rostro a sus pies para tocarlos en sus talones con mi frente.  Jordan se incomodó por ello y me asentó una patada en la cabeza que por poco me hace ir de culo en el suelo.

De todas formas le agradecí interiormente ese contacto de sus pies descalzos y acabando de inclinarme me llevé sus calcetines a la nariz y aspiré con fuerza, al tiempo que me los restregaba un poco por el rostro.  Pero tratando de evitar que Jordan notara lo que estaba haciendo y también para seguir contemplando sus hermosos pies, volví a ponerme de rodillas de inmediato.

Me quedé en ello por algunos instantes, sin atreverme a nada, hasta que tomando valor de donde no tenía y tragando saliva por el miedo a la reacción del chico, me atreví a ofrecerle con el tono más servil de que era capaz:

—   ¿Te puedo hacer masaje en tus pies Jordan…? – le pregunté con un hilo de voz – Así te relajas un poco…

Entonces fue cuando sucedió.  Jordan estiró uno de sus pies a penas lo suficiente como para plantármelo en el rostro y con total autoritarismo me ordenó:

—   ¡Hazlo con tu lengua, gusano!

Casi me desmayo de la emoción.  Pero antes de empezar con semejante tarea tan excitante para mí, quise demostrarle a Jordan mi obediencia y mi agradecimiento y me atreví a susurrarle:

—   Si Jordan…como tú ordenes Jordan…gracias Jordan…

—   ¡Hazlo ya, gusano estúpido! – me ordenó entonces, al tiempo que me pateaba la cara con la planta de su pie derecho.

Hubiera querido tener el valor de volver a agradecerle mientras acercaba mi rostro hacia sus pies, ya con mi lengua dispuesta para empezar a darle aquel masaje que tanto deseaba hacerle.  Pero me estuve en perfecto silencio mientras iniciaba a lamer suavemente sus olorosas plantas.

El corazón se me quería salir del pecho mientras acariciaba con mi lengua aquellos pies perfectos de Jordan, saboreando el gusto un tanto ácido y salado de su sudor y acabando de marearme con el fuerte olor que se me metía por la nariz sin necesidad de que tuviera que esforzarme inspirando.

Empecé a lamerle sus plantas con suavidad, recorriendo con mi lengua desde sus talones hasta la juntura de sus dedos.  Aquello era para mí como una droga que me volvía loco.  Estaba en el cielo pero aun así tenía buen cuidado de no ir a incomodar a Jordan, por lo cual mi lengua apenas rozaba su tersa y rosada piel.

—   ¡Joder! – dijo Jordan – ¡Qué bien se siente!  ¡Hazlo más fuerte gusano! – me ordenó dándome una patada en la cara.

Por poco y me echo a llorar de felicidad.  Replegué mi lengua contra sus plantas y me dediqué a lamérselas con toda decisión.  Y al tiempo que le lamía con devota dedicación, también iba besándole los pies como si se los chupara.

Me tardé un poco trabajándole las plantas con mi lengua y mis labios, antes de pasar a lamerle entre los dedos en donde el gusto algo ácido y salobre de su sudor era un tanto más intenso, provocándome una intensa calentura que no obstante disimulaba muy bien ante el temor de que Jordan notara mi estado y no solo me impidiera seguir lamiéndole sus pies, sino que además me apaleara cruelmente.

Con mi lengua bien metida masajeándole entre las junturas de sus dedos, no tardé en sentir que Jordan los movía con insistencia, lo cual entendí como que me estaba ordenando chupárselos.  Y obedecí sin perder tiempo.

Aquello fue el colmo de la calentura para mí.  Empecé a chuparle sus dedos uno a uno, empezando con el meñique de su pie izquierdo hasta cuando llegué al dedo mayor.  En ese instante sentí cómo aquel dedo gordo se replegaba contra mi paladar con firmeza y me rascaba el paladar con su uña.

Sin poder evitarlo me estremecí, solté un gemido y sentí que mi vientre se contraía con un espasmo incontrolable y me corrí entre mis calzoncillos, sin siquiera tocarme la polla y al tiempo que chupaba aquel dedo del pie izquierdo de Jordan como si en ello me fuera mi vida.

Aquel orgasmo me dejó confuso y algo agotado, por lo que tardé algunos instantes en reaccionar, mermando el ímpetu con que le había estado chupando los pies a Jordan.  Él lo notó de inmediato, pero sin saber lo que me había ocurrido, me asentó una patada en el rostro y me gritó:

—   ¡¿Qué putas te pasa, gusano hijoputa?!  ¡Sigue chupando, gusano estúpido, o vas a ver si no te muelo a patadas!

Esta vez ya no fue la calentura sino el miedo el que me impulsó a esforzarme en mi tarea.  Seguí chupándole los dedos con decisión por un buen rato, hasta que Jordan me sacudió una patada en la cabeza y me ordenó que le lamiera por los tobillos, en donde descubrí cómo una tenue nubecilla de vellos rubios empezaba a cubrir sus piernas.

Lamí muy bien sus tobillos y de allí deslicé mi lengua hacia su empeine en el que también empezaba a insinuarse un vello rubio y suave en el que me encontré con que el sabor de los pies de Jordan se hacía un poco más intenso.  No puedo negar que aquello volvió a calentarme un poco, aunque sin la intensidad del principio.

En ello estaba, llevando ya más de una hora de lamerle los pies a Jordan cuando él decidió dar por concluido el masaje.  Me apartó la cara empujándomela con sus plantas, se levantó sentándose sobre el sofá y me ordenó que me tendiera en el suelo.

Le obedecí de inmediato, poniéndome de bruces junto al sofá y sentí que Jordan afianzaba sus pies sobre mi cabeza y sobre mi espalda, refregándomelos con fuerza como para limpiarse mi propia saliva sobre mis pelos y sobre mi camisa.

—   ¡Ahora vuelve a calzarme, gusano! – me ordenó.

—   Si Jordan…como tú ordenes… – me atreví a responderle.

Me arrastré hasta que pude alcanzar sus zapatillas y sus calcetines y me dispuse a calzarlo.  Pero la visión de sus hermosos pies y todo lo que en verdad había disfrutado lamiéndoselos, me impulsaron a besárselos temerariamente, aún a riesgo de ganarme una golpiza por hacer algo que él no me había ordenado.

Pero en cambio de enfurecerse por mi gesto tan servil, Jordan soltó la carcajada al tiempo que empezaba a burlarse de mí con insultos y lindezas que hicieron que me avergonzara y me humillara como pocas veces.  Y estábamos en esas cuando apareció Andy en el refugio y no se le ocurrió más que preguntar entre risas qué era lo que hacíamos.

—   Pues que he tenido al gusano chupándome mis pies por más de una hora… – le respondió Jordan entre carcajadas –…y al parecer le ha gustado tanto chupármelos, que ahora me los besa dándome las gracias…

—   Pues venga gusano… – dijo Andy –…que seguro que también te gustará chuparme mis pies.

El corazón volvió a darme un vuelco.  Pero esta vez no era de emoción ni de excitación, sino por el asco que me provocaba la sola idea de lamerle los pies a Andy, que de usual los traía tan sucios y tan descuidados.

Desde el suelo como estaba, postrado a los pies de Jordan, levanté el rostro para empezar a suplicarle que no me obligara a tal humillación.  Pero él, en vez de defenderme como casi nunca ocurría, torciéndose de risa me apuró para que acabara de calzarlo y luego me endilgó un buen par de patadas para que fuera a satisfacer el capricho de Andy.

No tuve más remedio que arrastrarme sobre el suelo, gimoteando y temblando de asco, hasta que estuve a los pies del chico.  Debí descalzarle sus chanclas y sin poder evitarlo tuve que pegar mi lengua a sus terrosos y ásperos pies, para empezar a lamérselos sin ningún entusiasmo, pero tratando de ser lo más eficiente posible, pues en ello no sólo me iba el evitarme la paliza que me obsequiaría Jordan sino le obedecía, sino además el concluir lo antes posible mi humillante y asquerosa labor.

No me fue nada fácil lamerle los pies a Andy.  Su olor y su sabor eran muy diferentes a los de los pies de Jordan y además estaba el hecho de toda la repulsión que me causaba sentir en mi lengua aquellas asperezas y el tener que tragarme la tierra adherida a sus plantas.

Evité todo lo que pude chuparle los dedos y meterle mi lengua entre sus junturas.  Para ello me valió que Andy no se preocupara más que de burlarse de mí y humillarme, obligándome eso sí a lamerle con decisión, notando entusiasmado cómo sus pies iban cambiando de color con el trabajo de mi asqueada y ya algo lastimada lengua.

Aquel fue un ejercicio agridulce de mi oficio de lamer, pues tuve que pasar de la excitante emoción de ver cumplida mi fantasía de lamerle los hermosos pies a Jordan, para concluir con la asquerosa y humillante tarea de tener que lamerle los sucios y descuidados pies a Andy.

Aunque de todas formas, si hacía balance, había salido ganando, pues a Jordan parecía haberle agradado el trabajo de mi lengua sobre sus pies, por lo cual podía suponer que no sería esa la última vez que me diera la oportunidad de lamérselos, de adorárselos y de volverme loco de excitación con aquel peculiar y fuerte aroma al que tantas pajas le había dedicado ya.

(9,33)