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Desafío de galaxias (capitulo 72)

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Como había pronosticado Marisol, en algo menos de tres semanas, todo el Sector 26, a excepción de la zona de Faralia-Próxima Tambedris, estaba en manos de las fuerzas federales. Todo esto sin contar la zona de actuación de las fuerzas bulban rebeldes que avanzaban a buen ritmo. Marisol se encontraba en la capital federal, Edyrme, porque se había convocado para esa mañana, una reunión ampliada del Estado Mayor, el grupo principal de cancilleres, el presidente y todos los ministros. Luego, por la noche, se había organizado una fiesta-cena, a los más allegados, para celebrar el setenta aniversario de su entrada en la política. Hacia setenta años que había conseguido su primer escaño en el parlamento de Ursalia.

Esa mañana, Marisol estaba muy cabreada, la habían despertado de madrugada para informarla de una noticia terrible, una noticia que la iba a obligar a tragarse un sapo muy amargo con el cónsul Dreiz.

—Saludos cónsul Dreiz, —le saludo cuándo le conectaron por video enlace.

—Buenos días mi señora. Nuestras operaciones van a buen…

—Sé perfectamente con van sus operaciones, —le interrumpió Marisol— desafortunadamente, no es por eso por lo que le llamo.

—Dígame entonces.

—Ha ocurrido algo terrible, en un pequeño sistema donde había un destacamento bulban que se había rendido. Por la noche, y cuándo ya estaban desarmados y retenidos en varios edificios, los guardias que los custodiaban, con la ayuda de otros soldados, los han quemado con ellos dentro, y al parecer a espaldas de los oficiales. Cuándo estos han reaccionado, ya no había prácticamente nada que hacer, muy pocos se han salvado.

—¿Cuántos han muerto?

—No tenemos todavía la cifra exacta, pero no menos de doce mil.

—¿Ha tomado alguna medida, mi señora? —preguntó el cónsul después de recapacitar unos segundos.

—Todos los implicados han sido detenidos, y los oficiales al mando han sido suspendido hasta que delimitemos su responsabilidad en este suceso tan repugnante. Le doy mi palabra de honor, de que todo el peso de la ley caerá sobre los responsables.

—Su palabra es suficiente para nosotros, pero estará de acuerdo conmigo de que algo así no puede volver a ocurrir. La situación es muy complicada, y si un suceso como este se repite…

—Lo entiendo perfectamente y soy consciente de ello.

—Entonces estamos de acuerdo mi señora.

—Gracias cónsul Dreiz, también he enviado a todas las comandancias, ordenes estrictas para impedir que algo así vuelva a ocurrir. Quiero que todos ustedes sepan, y usted particularmente, lo terriblemente avergonzada que me siento por este suceso tan horrible, y les pido disculpas, sinceramente.

—Mi señora, todos tenemos cosas de las que arrepentirnos, supongo que la guerra pone al descubierto lo peor que hay en nosotros.

—Estoy de acuerdo con usted, pero no estoy dispuesta a tolerar actos de este tipo: ya no. Todo ha cambiado desde que encontramos al grupo de Iris perdido en el Páramo Tenebroso. El enemigo cruel y terrible se ha convertido en alguien más cercano, más… humano, permítame utilizar esa palabra.

—No se preocupe general Martín, a nosotros nos pasa lo mismo: hemos descubierto que todo lo que nos contaban sobre ustedes, y sobre nosotros mismos, es mentira.

—Cónsul Dreiz, vamos a intentar no difundir por el momento este desafortunado incidente para no ponerle a usted en dificultades, pero tarde o temprano saldrá a la luz: si los partidarios de los pretores y del líder descubren lo que ha pasado, posiblemente se lo pensaran mucho más antes de rendirse.

—Estoy de acuerdo mi señora, ¿de cuánto tiempo disponemos?

—No mucho, de una semana, no creo que podamos ocultarlo más.

—De acuerdo, lo hablaremos con nuestro Estado Mayor y aceleraremos las operaciones en lo posible.

—Muy bien, y por favor, transmita mis más sinceras disculpas a su Estado Mayor, y a su pueblo.

Todos estaban ya esperando la llegada de Marisol, para la reunión del Estado Mayor, y estaban intranquilos: sabían que algo grave había pasado. La salida precipitada del presidente, y su regreso, un cuarto de hora después, con evidentes signos de mala hostia, así lo apuntaban. Instante antes de que llegara Marisol a la reunión, Sarita entró en la sala y hablo a los asistentes.

—Por favor, presten atención: por orden del general Martín, esta reunión ha sido declarada de máxima seguridad. Es mi obligación recordarles, que según la Ley de Secretos Oficiales, nada de lo que se hable en esta reunión puede ser difundido, comentado o divulgado fuera de ella, —y viendo que Marisol entraba por la puerta, seguida de Marión y Anahis, añadió—: ¡Atención!, la comandante en jefe.

Todos los asistentes se pusieron en pie, mientras Marisol, terriblemente seria, ocupaba su lugar y arrojaba sobre la mesa los expedientes y la tableta que llevaba en la mano. Sarita cerró la puerta y se sentó junto a ella para evitar que nadie entrara en la sala.

Lo primero que hizo fue informar de lo ocurrido, que causo una gran conmoción entre los asistentes. Dio ordenes estrictas para evitar que algo así volviera a ocurrir.

—Loewen no está con nosotros porque se dirige, en estos momentos, al lugar del suceso, —añadió finalmente— la acompañan un grupo de fiscales que van a dirigir las investigaciones: no va a haber medias tintas con este tema, y os aseguro, que los culpables van a tener toda la vida para arrepentirse de lo que han hecho. He pactado con el cónsul Dreiz una semana de plazo antes de difundir esta atrocidad, por eso he invocado la Ley de Secretos Oficiales.

»Bien. En estos momentos hemos recuperado el 85% del Sector 26, y cuándo el cónsul finalice sus operaciones, y ocupemos los cientos de pequeños destacamentos que quedan en esa parte del sector, pasaremos del 90%, y la zona de influencia del líder estará circunscrita al área de Faralia-Próxima Tambedris. ¡Que nadie piense que esto está hecho! Es un área que engloba a 50.000 sistemas, de los que 136 están habitados y una presencia bulban estimada de unos mil millones. No tenemos claro de cuanta infantería disponen, pero es mucha: el líder, y sus pretores, están reclutando, forzosamente, a muchos civiles, principalmente hembras y niños. Y todos, repito, todos, son susceptibles de ser reclutados. Eso significa que su infantería es muy numerosa, pero de peor calidad.

»Otra cuestión es la flota: numéricamente nos siguen superando ampliamente, pero la calidad de nuestras unidades, y la pericia de nuestros capitanes, hace que las fuerzas estén equilibradas, y me atrevería a asegurar de que se decantan a nuestro favor, eso si, solo ligeramente. Inteligencia cifra en unas cuatro mil las fragatas enemigas en el área, otra cosa son los transportes de tropas: creemos que no pasan de un centenar, —Marisol se levantó y se acercó al mapa holográfico que había a su espalda, empezando a desplegar archivos— por lo tanto, su capacidad para mover contingentes de infantería entre los sistemas de su zona de influencia es muy limitado, prácticamente inexistente. En mi opinión, esos transportes operaran en el eje principal de su dispositivo de defensa, es decir, entre Próxima Tambedris y Faralia, y abandonaran a su suerte, al resto de sistemas con presencia militar o civil.

»Creo que el líder va a intentar una salida negociada partiendo de un escenario dantesco: crear una situación donde las bajas, por nuestra parte, serán catastróficas; a él, las suyas, le dan igual. En todo caso, esa es una cuestión que deberán resolver los políticos, y no será antes de que ataquemos Próxima Tambedris. Vamos a centrarnos ahí, porque cuándo caiga, arrastrara a muchos de los sistemas próximos: Próxima Tambedris es la clave, y va a ser muy duro.

»Bien. Oriyan ya tiene preparado todo el dispositivo de ataque en Zoltan Tedra: seis millones de soldados, y Bertil está ultimando la organización de la flota: entre fragatas, corbetas y patrulleras pesadas, más de seiscientas. En una semana iniciaremos el ataque, en Próxima Tambedris se abre una ventana de cuatro meses de buen tiempo, entre el fin del periodo de lluvias y la llegada de las primeras nieves: no podemos perder tiempo, si queremos poder utilizar nuestros medios acorazados y nuestras fuerzas de apoyo aéreo. ¿Alguna pregunta?

—¿Vas a dirigir tu las operaciones?

—Negativo, las operaciones terrestres son de Oriyan, y el despliegue naval de Bertil. Si no hay más preguntas, cedo la palabra a los jefes de la operación.

Primero Oriyan, y luego Bertil, tomaron la palabra y expusieron los detalles de la operación que iban a dirigir. Después, se sucedieron las preguntas y las aclaraciones, hasta que finalmente se dio por finalizada la reunión.

Ya era de noche, y Anahis, Marión e Hirell, se encontraban en el restaurante para la cena de aniversario de los setenta años que hacia que el presidente Fiakro, había conseguido su primera acta de diputado en el parlamento de Ursalia. Marisol había tenido un imprevisto de última hora, y en compañía de Sarita había asistido a una reunión en el Parlamento Federal.

—Y no se te ocurra presentarte sin vestirte, —la advirtió Anahis muy seriamente.

—¡Joder nena! Que no voy a ir desnuda, —bromeó Marisol.

—No te hagas la graciosa que sabes muy bien a que me refiero; te he dejado el vestido preparado encima de la cama.

—Que si pesada.

—De todas maneras he hablado con Sarita para que te vigile, que de ti no me fío. ¡Y no vayas a llegar muy tarde!

—Que no, que no llegaré tarde, —contestó Marisol con paciencia— además, Opx, Paquito y Leinex, van a pasar a recogernos con mi lanzadera. Llegaremos todos juntos.

—Y con el vestido puesto.

—Que sí.

—Y quítate la coleta… y péinate.

—¡Joder!

Hacia un par de minutos que Anahis había hablado con ellas y sabía que ya habían salido del hotel y estaban de camino. No iban a llegar muy tarde. Mientras charlaba con el presidente y con sus padres, Anahis vio llegar al sargento, impresionante en su uniforme de gala de suboficial. Le hizo una señal con el dedo y rápidamente se acercó al grupo.

—Señor presidente, señor canciller, señoras, —saludo cuándo llegó.

—Cuándo Marisol te vea no te va a reconocer, —dijo Anahis antes de darle dos besos—. Padrino, no nos habías dicho que le habías invitado.

—Como no le iba a invitar, si le asalto la petaca cada vez que nos encontramos.

—Sabe usted que mi petaca es suya, señor presidente.

—Y yo creo sargento, que no debería abusar de la petaca, —le regaño la madre de Anahis.

—Mi señora, desgraciadamente mi petaca esta fiscalizada por mi niña Marisol.

—Sí, sí, mama, Marisol te tiene atado muy corto, —añadió Anahis riendo y dándole otros dos besos.

—Sin necesidad, por supuesto.

—Bueno padrino, respira que te va a dar algo, —dijo con humor Anahis metiéndose ahora con el presidente—. Ya era hora que te gastaras el dinero, que vas a ser el más rico del cementerio.

—Cuándo me dijo que veníamos aquí, casi me da algo, —continuo con la broma su padre, el canciller de Mandoria—. Yo pensaba que nos iba a invitar a un burger.

—No le tientes que todavía lo anula.

—A ver si llega ya Marisol y dejáis de meteros conmigo, aunque la culpa es mía por traeros a un sitio así.

—Pues a Marisol le habrías dado una alegría, y… —un tremendo estampido la interrumpió, al tiempo de los cristales de los amplios ventanales retumbaban, incluso rompiéndose un par de ellos— ¿Qué ha sido eso?

—Parece una explosión, —afirmó Hirell sacando su comunicador y haciendo una llamada. Mientras, todos se había acercado a los ventanales, desde donde se veía, a un par de kilómetros, un enorme resplandor—. No hay comunicaciones.

—¡No, no, no, por favor no! —exclamó Anahis con cara de terror y dándose la vuelta para salir corriendo — ¡Tengo que ir allí!

—¡Vamos en una lanzadera! —dijo Marión cogiéndola del brazo—. Y tranquilízate.

Todos se dirigieron al exterior con los comunicadores de la mano y subieron a la lanzadera presidencial.

—No puedo comunicar con los escoltas de Marisol, —dijo el sargento.

—Las comunicaciones de emergencia tampoco funcionan, —añadió el presidente entrando en la cabina de mando. La lanzadera despegó y a un par de metros del suelo se dirigió a la zona de la explosión que se adivinaba por el gran resplandor que iluminaba esa zona de la ciudad y las enormes columnas de humo que se elevaban al cielo—. La nave tampoco puede comunicar.

Un par de minutos después llegaron, y el espectáculo era dantesco: un gran tramo de la calle se había convertido en un amasijo de hierros, escombros, vehículos destrozados y cuerpos inertes o suplicantes de ayuda. Un edificio había caído parcialmente y los demás presentaban gravísimos daños.

—Tenemos comunicaciones señor presidente, —informó el copiloto mientras la nave sobrevolaba la zona.

—Comunique con emergencias e informe, —ordenó el presidente mientras todos marcaban números con sus comunicadores sin obtener respuesta al tiempo que miraban por las ventanas de la nave. Los primeros equipos de emergencias empezaban a llegar.

—¡Allí, allí! —exclamó uno de los escoltas señalando con la mano. Todo miraron y vieron una lanzadera del Fénix, con los emblemas de Marisol en los costados, humeante y empotrada contra la parte baja de uno de los edificios. La lanzadera presidencial aterrizó a una decena de metros y todos salieron corriendo en dirección al punto de impacto. Cuándo llegaron, y mientras los escoltas, el sargento e Hirell intentaban abrir el portón lateral, Marión abrazó a Anahis impidiéndola acercarse.

—Quédate aquí conmigo, lo único que vas a hacer es estorbar o hacerte daño, —la dijo mientras veía como lograban levantar el portón y entraban en el interior. El presidente, con el comunicador en el oído, hacia señales a una nave de asistencia que aterrizaba junto a ellos. Los sanitarios, rápidamente, entraron en la lanzadera de la que, unos segundos después, salio Hirell con la cara desencajada y la chaqueta manchada de sangre.

—Marisol y Opx están muy mal, pero por el momento vivos…

—¿Y los demás?

—Paco Esteban y Leinex, están muertos, —y sin poder reprimir las lágrimas, añadió—: y Sarita, no sé, la están intentando recuperar y Felipe, su marido esta inconsciente. Dos de los escoltas también están muertos, junto con los pilotos.

—¡Deja trabajar a los sanitarios! —dijo Marión a Anahis mientras seguía sujetándola. Esta, desconsolada, lloraba sin parar.

—Señor presidente, —dijo Hirell reponiéndose— el Fénix tiene un grupo de artificieros, les voy a decir que vengan para que inspecciones la zona: esto tiene todos los indicios de haber sido una bomba.

—Yo también sospecho algo parecido, —afirmo el padre de Anahis.

—Si, si, yo también. De acuerdo, llámales y que vengan rápido. Yo voy a hablar con la policía federal.

—Voy a decir a uno de los médicos que de un tranquilizante a mi hija, —dijo el canciller— creo que tiene una crisis nerviosa.

—Si, es lo mejor.

La noche había sido muy larga, y poco a poco, el presidente se fue dando cuenta de la dimensión del atentado: había sido una masacre. La galaxia estaba horrorizada recibiendo noticias a través de los canales federales, que habían interrumpido sus programaciones habituales para informar del suceso en directo.

Paco Esteban y Leinex, la pareja de Opx, habían muerto, junto a los pilotos y finalmente tres escoltas: solo uno había sobrevivido. A Sarita la habían podido reanimar, pero estaba muy grave, y lo peor: había perdido un brazo y un riñón. Opx estaba grave, pero su vida no corría peligro, no así Marisol, que estaba en estado critico a causa de los múltiples daños externos e internos que sufría, junto con varias fracturas. Los médicos la tenían en un coma inducido para evitarla sufrimientos inútiles y porque la tenían intubada. El que mejor estaba era Felipe Pardo, aunque también estaba grave. En total se habían contabilizado 189 muertos y 2.838 heridos, de los que más de quinientos estaban en estado critico. En cuanto a los daños materiales, eran enormes.

El presidente, parte de sus ministros y el grupo de cancilleres, se encontraban reunidos con Marión e Hirell para discutir sobre la situación causada por el atentado. Anahis, que sufría un ataque de ansiedad, estaba con tranquilizantes, ingresada en el mismo hospital, junto a Marisol.

—No hay duda, ha sido un atentado contra Marisol, —afirmó Hirell que estaba exponiendo el resultado de la investigación de los artificieros— un vehículo bomba accionado manualmente…

—¿Manualmente, un suicida? —preguntó uno de los cancilleres.

—Así es señor canciller, la lanzadera de Marisol, al igual que la del presidente, disponen de inhibidores de frecuencia para impedir precisamente que se pueda accionar a distancia un explosivo. Una nave, con una carga explosiva no inferior a mil kilos, se colocó al costado de la lanzadera y estalló. Los escudos habían sido desactivados porque la nave ya había entrado en el pasillo de circulación de la calle para aproximarse al restaurante. El blindaje de la nave no fue suficiente para parar una explosión de esa magnitud. No querían fallar, con la mitad de la carga hubiera sido suficiente. Sabían perfectamente donde atacar porque tenían un conocimiento exacto del programa de actividades de Marisol y sobre todo, del plan de vuelo de la lanzadera. Una operación así no se prepara en un momento, necesita, como mínimo, tres o cuatro días.

—Gracias general, —dijo el presidente— todo lo que ha expuesto el general Hirell ya esta en manos de la Policía Federal. Hay que tomar decisiones importantes: hemos perdido a más de la mitad de los jefes operativos del Estado Mayor, porque los que no han muerto, están muy graves y tardaran en recuperarse, si lo consiguen. Por fortuna, ni Marión ni Hirell iban en esa lanzadera. Hemos perdido momentáneamente a un líder insustituible, pero es necesario hacerlo, y en mi opinión, la general Marión, que es la segunda al mando, y persona de la total confianza de Marisol y mía, debe sustituirla.

—Con el debido respeto, señor presidente…

—Mira Marión, —la interrumpió el canciller de Numbar— tú eres, junto con Marisol, la persona que mejor conoce al ejército.

—Pero yo no soy como Marisol.

—Nadie es como Marisol.

—Recuerda lo que en una ocasión te respondió Marisol cuándo dijiste lo mismo que acabas de decir, —intervino Hirell—: «no tienes que ser como yo, tienes que ser como tú eres».

—Está decidido: hasta nueva orden y con carácter interino, general Marión, eres el comandante en jefe de las fuerzas armadas.

—Estamos todos de acuerdo.

—Y ahora, ¿Qué hacemos? —preguntó el canciller de Mandoria.

—Como ya saben, los planes de ataque contra Próxima Tambedris están ultimados y solo falta dar la orden de ataque, —informó Marión—. Era intención de Marisol, dar esa orden mañana.

—¿Podemos esperar?

—Negativo, en el planeta hay una ventana de cuatro meses de buen tiempo, —afirmó el general Cimuxtel, canciller de Maradonia—. No podemos esperar.

—Así es señor presidente, —corroboró Marión.

—Entonces procede como consideres, ahora tú estás al mando.

—¿Y como queda entonces la jerarquía de mando? —preguntó el canciller de Nueva España.

—En la zona oriental del sector, con la muerte de Paco Esteban y Leinex, y Opx herido en el hospital, nuestras fuerzas armadas han quedado descabezadas. He ordenado al general Torres y a Pulqueria, que regresen a la zona y asuman el mando de las operaciones del ejército y la flota respectivamente. También he hablado con el cónsul Dreiz: me he reafirmado en todo lo que tenía pactado Marisol con él, y le he tranquilizado. Que duda cabe de que las noticias le han puesto nervioso.

—¿Esos cambios afectaran a las operaciones en Próxima Tambedris?

—Si, pero ya está solucionado. Pulqueria y Torres se habían trasladado para apoyar a Oriyan en Proxima. Ya lo he hablado con ella, y no habrá problemas, aunque esta muy afectada. A pesar de los encontronazos que tenía con Marisol, lo cierto es que siente devoción por ella, igual que por Opx. Estuvo a sus ordenes en la primera batalla de la guerra: en Karahoz.

—Ella es fuerte y una luchadora incansable, —afirmó el presidente— lo superara.

—Lo sé, señor presidente.

—Volviendo al atentado, —dijo Cimuxtel— no podemos descartar que elementos afines al anterior canciller estén detrás de este atentado.

—O agentes enviados por el líder bulban.

—O los dos a la vez. Ya lo he pensado, y la policía está investigando ese punto, pero no voy a criminalizar a Maradonia porque un grupo de traidores iluminados crean que la ley no va con ellos, —afirmó el presidente—. Dejemos a la policía trabajar. El suicida no ha podido actuar solo, y desde el mismo momento del atentado, todas las entradas y salidas del planeta están bloqueadas: tarde o temprano caerán, y entonces veremos que pasa.

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