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Un buen vecino

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Trabajo por la tarde, y por la mañana me dedico a poner al día otras tareas, por lo que raramente salgo de mi casa.

Como vivo solo, no tengo problemas de horarios ni compromisos. De vez en cuando organizo alguna salida con mis amigos, pero como la mayoría están casados, resulta complicado organizar reuniones con mujeres y ligar con alguna de ellas.

Hace un tiempo, un compañero de trabajo, sorpresivamente terminó alquilando un departamento en mi edificio, para ser exactos en el quinto piso. Y allí se trasladó con su esposa, a la cual yo no conocía.

Cuando lo encontré casualmente en el ascensor me sorprendí. Luego de saludarme y de reírnos de la casualidad que hacía que viviéramos en el mismo edificio, se corrió y me presentó a su esposa que estaba detrás de el en el elevador.

—Fernán, te presento a Felicia —dijo pasando su brazo por encima del hombro de su mujer.

—Mucho gusto —dije manteniéndome imperturbable, con mucho esfuerzo.

No podía creer el bombón que tenía delante mío, 1,65 mts., cabello largo castaño, ojos verdes, con anteojos de esos de moda, sin embargo tenían algo de aumento, una espalda recta y amplia, dos pechos medianos pero notoriamente firmes, una cintura estrecha, y unas caderas redondas, estéticamente perfecta.

No quise seguir mirando para que no se notaran mis pensamientos.

—Ya que somos vecinos cuenta conmigo para lo que necesites, vivo en el tercer piso —dije dándole la mano.

—Me alegro de conocer a los compañeros de mi marido —dijo tomando mi mano y acercándome su mejilla para que la besara— y no va a faltar oportunidad de pedir tu ayuda para conocer el vecindario —dijo sonriente.

En ese momento el ascensor llegó a mi piso y bajé, quedando en encontrarnos en otro momento.

Intenté ponerme a trabajar, pero no pude. La mujer que acababa de ver me dejó impactado. ¿Por qué siempre las mujeres más lindas la tenían los conocidos? Con toda la desilusión comencé despacio a retornar a la rutina. Pero esa noche soñé con ella y acabé sin siquiera tocármela, tal era el morbo que me producía.

Ricardo, trabajaba por la mañana en otro lugar, saliendo bien temprano y Felicia por su parte, se iba a trabajar a media mañana, volviendo a media tarde. Una mañana volvimos a coincidir en el ascensor, cuando Ricardo se iba a trabajar, yo iba al banco, y Felicia de compras.

Tenía un pantalón leggin ajustado y una blusa violeta algo escotada y al llegar a planta baja, dejé que salieran primeros, y caminé detrás de ellos viendo su hermoso culo como se bamboleaba sugestivamente. Sentí que ese cuerpo era para mí inalcanzable.

Una mañana, temprano tocaron el timbre de mi departamento. Yo estaba en mi compu trabajando, con una bata puesta y sin nada debajo.

Al mirar por la mirilla la veo a Felicia. Inconscientemente, mi sexo pegó un salto. Abrí la puerta.

—Hola Felicia, que sorpresa. ¿Qué te trae por aquí? —Estaba con su leggin y su blusa violeta.

—Disculpa que te moleste, pero acompañé a Ricardo hasta abajo y ahora cuando quiero entrar a mi departamento, se trabó la llave y no puedo hacerlo.

—Bueno, ponte cómoda, y deja que vaya a ver qué pasó —le dije acompañándola hasta el sillón del living.

—Gracias, realmente no sabía que hacer.

Salí del departamento y fui hasta el quinto piso. Allí en la puerta estaba la llave que sin querer habían colocado al revés y se había trabado. Luego de unos minutos de forcejeo pude sacarla, y la probé abriendo y cerrando la puerta varias veces. Funcionaba perfectamente.

Cuando bajaba por el ascensor, un plan miserable se formó en mi mente, y era tal la desesperación de gozar de Felicia que lo puse en práctica sin meditarlo demasiado.

Entre a mi departamento y cerré la puerta. A continuación fui hasta el sillón me senté y le devolví su llave. Al hacerlo mi bata se abrió un poco, dejando ver mis piernas y hasta bien arriba y tapando apenas mis huevos y mi verga.

Observé como ella miraba de reojo y se ruborizaba.

—¿Quieres tomar un café? —le dije inocentemente.

—No quiero molestarte —dijo con vos afectada por los nervios, mientras su mirada pasaba de mi rostro hacia mi entrepierna

—No es ninguna molestia —dije levantándome, de tal manera que por un segundo dejé a la vista mi verga, bastante excitada, y asegurándome que ella la notara. Y fui hasta la cocina.

Desde allí seguimos conversando de su nueva casa, su trabajo, el de su marido, y del poco tiempo que tenían para verse, ya que él debía viajar permanentemente, saliendo a la mañana temprano y volviendo a la noche.

—Debe ser duro estar siempre sola —dije

—Sí, me cuesta acostumbrarme.

Volví al living con la bandeja, y la dejé en la mesa. Debajo de mi bata mi verga empalmada era notoria, y ella se mordía los labios y no sabía dónde mirar.

Me senté a su lado, y le serví su café, apoyando mi verga en su pierna, la que sentí como se tensó cuando mi aparato la apoyó.

Yo estaba prácticamente encima de su cuerpo. Noté su respiración agitada.

—Disculpame un momento —dije, tomando suavemente sus anteojos.

—¿Qué haces? —dijo tratando de resistirse

—Quiero ver como luces sin anteojos —dije con cara de inocencia.

Retiró sus manos y me dejó hacer.

Saqué sus anteojos, y los dejé sobre la mesa. La tomé de los hombros y la giré hacia mí.

—Eres realmente preciosa —dije, y sin más me apoderé de su boca.

Mi acto la sorprendió. Al principio quedó helada, pero enseguida comenzó a rechazarme con sus manos. La tomé de ellas y las puse a su espalda mientras seguía besándola, mientras con mi peso la obligaba a acostarse en el sillón y yo encima de ella. Cuando sentí que se tranquilizó me separé unos centímetros.

—¿Que estás haciendo? —dijo mirándome con furia

—Que voy a hacer debiste preguntar —y volví a besarla, metiendo mi lengua en su boca

Así aplastada en el sillón, con sus brazos detrás de su espalda y su boca tapada, la tenía a mi disposición.

—Nena, no puedo seguir viviendo si no eres mía.

—¿Estás loco? Te voy a denunciar.

—A ver, ¿Cómo vas a explicar que hacías en mi departamento? ¿Tu marido creerá que yo te traje por la fuerza?

—Vine porque mi puerta se trabó —dijo asustada

—Tu puerta funciona perfectamente, como lo demostrará cualquier cerrajero. Yo voy a decir que viniste a provocarme y después quisiste frenarte.

En ese momento sus ojos se llenaron de lágrimas y se quedó quieta como muerta, comenzando a llorar con los ojos cerrados. Me levanté, dejé caer mi bata, quedando desnudo y con mi verga dura como un poste. Le saqué sus zapatillas. Tomé la cintura elastizada de su pantalón y rápidamente se los saqué junto con su cachetero.

Abrí sus piernas y comencé a lamer su vagina, introduciendo mi lengua dentro de ella.

Ella seguía llorando, pero en unos minutos sus manos salieron de detrás de su espalda, y comenzaron a acariciar mis cabellos. Sus piernas se flexionaron y se apoyaron sobre mi espalda. La situación debe haberla motivado mucho. Evidentemente, que la forzaran la excitaba, y sentí como se entregaba totalmente a lo que sentía. En ese momento, me levante, tomé sus piernas y las coloqué sobre mis hombros y me acerqué a ella colocando mi vara en la puerta de su vagina.

Dejó que acomodara sus piernas y que me acercara, mientras seguía con los ojos cerrados y llorando. Esta situación me excitaba aún más. Mientras la miraba, introduje la cabeza de mi miembro entre los labios de su vagina. Hice una pausa. Subí su blusa y dejé a la vista sus hermosos pechos dentro de un blanco brasier.

—Ahora —dije casi susurrando, y me hundí hasta el fondo.

Ella abrió su boca como para gemir, pero no emitió ningún sonido. Retrocedí hasta salir completamente. Froté mi verga en su concha y en su culo, la volví a dirigir a su entrada y la penetré una vez más profundamente. Esta vez ella me esperaba, y se limitó a recibirme sin hacer ningún gesto.

Despacio comencé a ir y venir dentro de ella, sabiendo que no podía durar mucho, dado el grado de excitación acumulado.

—Preciosa, la próxima vez será más placentero, pero hoy no puedo soportar más, y entrando hasta el fondo comencé a vaciar mis huevos dentro de su cuerpo.

Mientras sollozaba su cuerpo se estremeció y tembló, alcanzando un violento orgasmo, sin dejar de llorar y sin abrir sus ojos.

—Ahh, que hermoso polvo —dije en un suspiro mientras seguía dentro suyo recuperando mis fuerzas y dejando que mi verga se tranquilizara.

Cuando me calmé, salí de su cuerpo, y me senté en el sillón. La tome por las caderas y la subí en mí, y volviendo a tomar sus manos la hice cabalgarme, sus gemidos se confundían con su llanto y viceversa, esta vez dure más, pero con tal hembra, la volví a rellenar cual pavo en navidad. Una vez acabe la senté en mi sillón y me hice a un lado.

Ella dejó de llorar, abrió sus ojos, y lentamente se vistió sin mirarme. Una vez arreglada, tomó su llave, se dirigió a la puerta, la abrió y se fue.

Recién allí tomé conciencia de lo que había hecho. ¿Cómo reaccionaría su marido cuando se enterara, si es que ella se animaba a contarlo? ¿Cómo tomaría ella la forma en que la había obligado a tener sexo conmigo?

A la tarde me fui a trabajar, y allí me encontré con su marido que me saludó como siempre, lo que me convenció de que nada había contado de lo sucedido, lo que me tranquilizó. Y el día pasó tranquilamente. Esa noche recordé lo ocurrido, y además de la excitación que sentí, que me obligó a masturbarme, me propuse disculparme con Silvia apenas la cruzara en el edificio. Me sentía con mucha culpa por mi actitud salvaje. Me costó mucho dormirme.

Entre sueños, sentí el timbre de la puerta. Sobresaltado, me desperté y miré el reloj, 8:30 de la mañana, me había quedado dormido. Salté de la cama ante la insistencia del timbre, y a los tropezones llegué hasta la puerta.

Abrí, y allí parada frente a mí, Felicia, con una bata hasta los tobillos, me miró, y abrió su bata, y exhibió su cuerpo desnudo debajo.

—Mi llave volvió a trabarse —dijo mirándome con deseo, y sin que yo alcanzara a reaccionar entró a mi departamento.

Entré, cerré la puerta con llave y cuando volteé, la tenía encima de mí besándome y acariciándome por todo el cuerpo. Bajó con su boca por mi cuerpo, y sus manos que iban delante iban arañándome suavemente hacia abajo, marcando el camino para su lengua. Cuando llegó a mi bóxer, que era lo único que tenía puesto, lo bajó de un golpe metiendo sus dedos por los costados, y de inmediato tomó mi verga con su boca, la que no había tenido tiempo ni de endurecerse ante la sorpresa. Pero una vez en su boca, en segundos estaba dura como un hierro candente.

Allí, apoyado contra la puerta, me parecía estar soñando. La tomé de los hombros y la levanté, buscando sus labios con los míos, hice caer su bata al suelo dejándola totalmente desnuda, y salí de dentro de mi bóxer que estaba en el suelo.

Bajé mis brazos por los costados de su cuerpo, ella se colgó de mi cuello mientras seguíamos besándonos, y una vez que llegué hasta sus nalgas, la levanté, y en el aire, apunté mi verga a su concha y la penetré. Ella envolvió mi cintura con sus piernas, y comenzó a moverse para completar la penetración y empezar la cogida.

Así, unidos por nuestros sexos, la llevé hasta mi dormitorio, y allí la coloqué sobre la cama mientras seguí penetrándola. Su boca, con desesperación, besaba mis labios, mi rostro, mi cuello, mientras gemía cuando en mis movimientos llegaba hasta el fondo enterrando mi verga hasta los huevos.

—Ahora te voy a montar —le dije al oído, y sacando mi verga, la hice girar y colocarse en cuatro patas apoyada en sus manos y rodillas. Me coloqué detrás de ella y despacio la volví a penetrar hasta el fondo. La tomé de la cintura y comencé a bombearla.

Ella, cuando se sintió empalada hasta el fondo, flexionó sus brazos, apoyando su cabeza en la almohada y dejando así un ángulo de penetración que hacía que la misma fuera más ajustada y rozara más las paredes de su vagina, con lo que aumentaba su placer, como dejaban traslucir sus gemidos. En esa posición tuvo un orgasmo explosivo, se aflojó y de inmediato comenzó a pedir más.

En un rato, sentí que ya no podía soportar más, y comencé a acelerar mis movimientos para alcanzar mi propio clímax, y ella, dándose cuenta de la situación, metió una de sus manos entre sus piernas y comenzó a apretar mis huevos, lo que hizo que mi escasa resistencia se terminara y empujando hasta el fondo comencé a llenarla, con tal fuerza que caímos los dos sobre la cama por la fuerza de mis arremetidas.

Sus gemidos que se transformaban en gritos mostraban que estaba acabando nuevamente, y por últimos sus sollozos de placer hicieron que mi verga se vaciara totalmente dentro de ella. Quedamos allí, uno sobre el otro, totalmente extenuados. El deseo, lo inesperado del encuentro, y la lujuria contenida nos habían agotado.

Giré y quedé acostado a su lado y comencé a besarla en el rostro y en la boca suavemente, mientras le decía lo hermosa que era y como me había gustado poseerla. Hoy, somos buenos amigos los tres, y su marido nada sospecha de nuestra relación, porque, unas cuantas veces por semana, su llave sigue trabándose en la puerta, y ella viene a mi departamento a que le solucione los problemas.

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