Nuevos relatos publicados: 7

Desafío de galaxias (capitulo 73)

  • 15
  • 6.198
  • 9,73 (11 Val.)
  • 0

Era de madrugada cuándo las fuerzas especiales de la Policía Federal, asaltaron una vivienda en el centro de la capital federal. En su interior, detuvieron a siete individuos, tres de ellos maradonianos, directamente relacionados con el atentado. Había pasado un mes desde el atentado y la relación del excanciller de Maradonia era evidente. Incluso recluido de por vida en una prisión de máxima seguridad, era peligroso.

El cadáver del almirante Paco Esteban, fue trasladado a Nueva España y enterrado en Almagro con los máximos honores del estado. Igualmente, el general Leinex fue trasladado a su mundo y sepultado en la cripta de honor de Ciudad Numbar. Sarita se había recuperado sorprendentemente bien. Desde el primer momento la injertaron un brazo robótico y ahora esperaba que todo cicatrizara bien para recubrirlo con piel cultivada que ya estaba siendo procesada. De vez en cuando, y junto a su marido, se pasaba por el cuartel general para echar una mano a Marión. Por el contrario, Opx, que se recuperaba bien, estaba sumido en una terrible depresión por la perdida de Leinex, su gran amigo y amante. Aun así, a diario salía de su habitación en el hospital, y se pasaba por la de Marisol para verla: se sentaba en una silla a su lado, la cogía la mano inerte y se la besaba.

Anahis no se separó de ella desde el día del atentado, incluso dormía en una cama auxiliar en la misma habitación. Se encargaba de todo: la aseaba, la cambiaba de posición para evitar la aparición de escaras y la masajeada con cremas las zonas enrojecidas. También la leía a sus autores favoritos, casi todos hispanoamericanos del siglo XX o XXI terrestre: García Márquez, Juanjo Millás, Almudena Grandes, o Juan Pérez-Camacho, entre otros. Inmersa en el coma, Marisol asistía a los esfuerzos de su amor con la consciencia ausente. La habían operado seis veces para recomponerla las fracturas y las heridas internas que sufría, aunque, para evitar sufrimiento, la mantenían constantemente sedada.

En Próxima Tambedris, Bertil barrió a la flota enemiga, que huyó a Faralia, posiblemente siguiendo ordenes del líder, abandonando a los defensores del planeta. Veinticuatro horas después, una vez asegurada la órbita, las fuerzas de desembarco atacaron varios puntos del planeta, estableciendo cabezas de playa desde donde lanzar la conquista del bastión enemigo.

Como Marisol había pronosticado en sus planes de operaciones, como siempre, enormemente detallados, los combates estaban siendo extremadamente duros. El enemigo, protegido por escudos de energía y provisto de una gran cantidad de sistemas antiaéreos, retrocedía muy lentamente a causa de la presión constante de los medios acorazados. Ahora, casi dos meses después del inicio de las operaciones, Oriyan controlaba algo más de dos tercios del planeta y la batalla final se aproximaba: los bulban habían comenzado a situar sus unidades en formación de batalla, detrás de la retaguardia de su frente principal de defensa. Oriyan, igualmente, conocedora de las intenciones del enemigo, había empezado a mover sus unidades para hacer frente a la batalla que se aproximaba inexorable.

En el resto del Sector 26, las operaciones habían finalizado, a excepción de las fuerzas del cónsul Dreiz que en ese momento se encontraban combatiendo en el último objetivo asignado en los acuerdos con Marisol. De hecho, parte de su flota, ya había regresado a Manixa y aterrizado en la superficie. En el plazo de una semana, el planeta caería y el ejército rebelde comenzaría a desmovilizarse.

Habían dejado de suministrar a Marisol los fármacos que la inducían el coma, pero esta no salía de él, y los médicos no querían forzarla. Eso requeriría suministrarla más fármacos y no estaban por la labor, preferían dejarla a su aire. A pesar de los esfuerzos de Anahis, y el personal sanitario del hospital, Marisol estaba perdiendo peso rápidamente, algo lógico, por otra parte, a causa de la hidratación intravenosa y la alimentación nasogástrica. Pero era Anahis la que despertaba mayor preocupación, a causa de la depresión que sufría y que la hacia descuidar su alimentación, tanto, que el médico del Fénix, que colaboraba con el equipo médico que llevaba el caso de Marisol, decidió informar a su padre, el canciller de Mandoria, cuándo Sarita le puso al corriente. Sus padres, se presentaron rápidamente en la capital federal, y en compañía del presidente llegaron al hospital.

—Hija, los médicos están muy preocupados contigo, —dijo su madre— has perdido mucho peso.

—¡Qué exagerados! Yo siempre he pesado poco.

—¿Cuánto pesas ahora? —insistió el presidente bajando la voz. Estaban en la habitación de Marisol.

—No sé, más o menos estoy como siempre.

—¿No crees que si fuera así, no nos habrían avisado?

—Y el que lo ha hecho ha sido vuestro médico del Fénix, que te conoce perfectamente.

—Os aseguro que estoy bien, no me pasa nada.

—Solo hay que ver lo chupada que tienes la cara, —insistió su madre mientras la acariciaba la mejilla— no me digas que estás como siempre.

—¡Bueno vale! A lo mejor he perdido un par de kilos, pero estoy bien.

—Menudo gallinero, —la voz de Marisol llegó como un susurro casi imperceptible, pero suficiente como para que todos callasen y fijaran la vista en ella.

—¿Cómo te encuentras mi amor? —preguntó Anahis acercándose y cogiéndola de la mano mientras su padre pulsaba el avisador para que viniera la enfermera.

—Me duele mucho la garganta, —susurró Marisol con un gesto de dolor— ¿Cuánto pesas?

—No te preocupes por eso ahora, ya hablaremos…

—¿Qué cuanto pesas? —la interrumpió forzando la voz.

—¡Te están haciendo una pregunta Anahis! —exclamó su padrino, el presidente— ¡Contesta!

—43 kilos.

—Has perdido diez, —dijo Marisol al tiempo que entraban los médicos y enfermeras.

—¿Diez kilos? ¿has perdido diez kilos y dices que estás bien? —la reprendió su padre.

—Por favor papa, ahora no, —dijo Anahis con lágrimas en los ojos mientras seguía aferrada a la mano de Marisol.

—De acuerdo cariño, —intervino su madre mientras la secaba las lágrimas con un pañuelo.

—Y ahora que alguien me diga que cojones ha pasado, —dijo Marisol con su voz rota.

En Próxima Tambedris la batalla se libraba con una intensidad tremenda. Los bulban, desde el primer momento con una estrategia claramente defensiva, estaban agazapados bajo los escudos de energía, y retrocedían puntualmente bajo el avance de los carros de combate y la presión de la artillería autopropulsada federal. El campo de batalla había sido elegido por los bulban, y el terreno irregular que presentaba, con innumérales taludes y hondonadas, favorecía su defensa frente a los medios acorazados que en ocasiones tenian que emplear a los ingenieros para abrirse paso. La situación se había estancado en las últimas dos semanas, y el calendario comenzaba a descontar días: en algo más de un mes, llegarían las primeras lluvias y entrarían rápidamente en el periodo de nieves. Oriyan estaba preocupada, tenía claro que frente a ella había un estratega bulban que sabía muy bien lo que hacia, y por primera vez desde el comienzo de la guerra, la poderosa presencia de Marisol, no estaba para supervisar e infundir ánimos, y su ejército lo notaba. En la soledad de su dormitorio del Centro de Mando, Oriyan meditaba y se preguntaba que haría Marisol si estuviera allí.

—«Seguro que me daba un pescozón por pensar de esta manera tan negativa» —se respondía ella misma sonriendo. Entonces tomó una decisión drástica, no merecía la pena comerse el coco sobre si había sido una buena decisión aceptar la batalla que le ofrecía el pretor bulban. Se levantó del camastro y se sentó en su mesa activando el mapa holográfico y se puso a trabajar en una estrategia diferente.

Cuándo su asistente entró, se la encontró dormida apoyada sobre la mesa. Con suavidad, la rozó el hombro para despertarla.

—Mi señora, está amaneciendo, —Oriyan abrió los ojos, se incorporó despacio y estiro los brazos intentando desentumecerse—. No me diga que ha dormido aquí en lugar de la cama.

—No me regañes, tenía cosas que hacer. Por favor, tráeme un café bien cargado, y algo para el dolor de cabeza: tengo que terminar todo esto.

—Y algo para comer, no va a empezar el día solo con un café.

—No tengo hambre…

—Pues lo voy a traer, y si no lo quiere, lo tira.

Unos minutos después, regresó con una bandeja y se la puso sobre la mesa. Oriyan, se tomó el comprimido que le ofrecía su asistente y dio un trago de café. Después, fue picoteando mientras leía en el ordenador.

—¿Necesita algo más mi señora?

—Por favor, avisa a todos: en una hora reunión de estado mayor.

Una hora después, Oriyan entró en la tienda de campaña que albergaba el Centro de Mando Avanzado, donde la esperaban los jefes militares, ataviados con sus uniformes de campaña, eso si, unos más sucios que otros.

—Señoras, señores, no podemos seguir así: nos queda un mes, más o menos, para que esos campos polvorientos de ahí fuera se conviertan en un lodazal y nuestros medios pesados se queden atascados. No me apetece atrincherarme, pasar el invierno a la intemperie y aumentar las bajas que ya estamos sufriendo. Vamos a dar una vuelta a nuestra estrategia e intentar otra cosa radicalmente distinta y mucho más audaz, —se inclinó sobre la mesa ocupada por un gran mapa del teatro de operaciones y comenzó a escribir con un rotulador marcando flechas mientras explicaba—. Mañana, con las primeras luces de la madrugada, los cuerpos de ejércitos 16.º, 44.º y 98.º, atacaran por la derecha de nuestro frente de ataque, contaran con el apoyo de la 231.º y la 387.º brigadas de artillería de campaña. Cuatro horas después, atacaremos a lo largo de toda nuestra línea de frente con la infantería, desde el centro de nuestro ataque, hasta la zona izquierda. Contaran con el apoyo de nuestros cazabombarderos, que actuaran en vuelo rasante para eludir la defensa antiaérea enemiga. El ataque continuara durante la noche, no quiero pausas. Por otro lado, vamos a embarcar en los transportes tres divisiones acorazadas y se trasladaran a 76 kilómetros del flanco izquierdo enemigo, dando un amplio rodeo: aterrizaran, y permanecerán sin levantar sospechas hasta que yo de la orden de ataque, que se producirá, si todo van según mis previsiones, a medio día del día siguiente: despegaran nuevamente y desembarcaran los medios acorazados a seis kilómetros de la retaguardia de su flanco izquierdo e iniciaran el ataque. Creo que con todo esto el enemigo va a estar entretenido, —bromeo Oriyan para quitar tensión a su exposición, y todos rieron la gracia— pero no nos equivoquemos: va a ser duro de cojones. Llevo en el ejército desde la primera batalla de la guerra, en Karahoz, a las ordenes de mi señor Opx, y os aseguro, que con diferencia, este pretor es el mejor estratega a que me he enfrentado. Espero poder engañarle…

—¿Engañarle? —preguntó desconcertado uno de sus generales.

—Sí. Todo lo que he expuesto es una distracción: el ataque principal ira por otro lugar: vamos a embarcar al 12.º cuerpo de ejército acorazado y a la 1.ª división acorazada, y cuatro días después del inicio de nuestra ofensiva, darán un amplio rodeo por estos profundos valles… —Oriyan señalo varios puntos sobre el mapa.

—Pero esa es una vuelta de más de tres mil kilómetros.

—Lo sé, lo sé, pero no nos pueden ver llegar. Para coger estos otros valles, tienen que ir por allí. A primera hora de la mañana, la bruma matinal los inunda y ocultara el vuelo de los transportes que tendrán que navegar con los sistemas electrónicos. Cuándo lleguen a su destino, aparecerán directamente sobre su zona de intendencia, por detrás de sus unidades de retaguardia: aterrizaran, desembarcaran e iniciaran el ataque, el 12.º hacia el flanco derecho, y la 1.ª hacia el flanco izquierdo para apoyar nuestro ataque en esa zona. Cuándo los medios acorazados hayan desembarcado, los transportes se unirán al ataque. Los utilizaremos como hizo Marisol en la última batalla de Kalinao: como plataformas de bombardeo a suelo. ¿Preguntas?

—Hacer circular una docena de transportes por esos valles tan profundos y estrechos, a ciegas y con sistemas electrónicos, va a ser difícil de cojones. Van a tener que ir en fila y a toda pastilla.

—Podemos hacerlo: he hablado con los capitanes y me lo han asegurado. Lo que propongo es difícil y complicado, pero podemos hacerlo. Si el frente enemigo se desmorona, el pretor y lo que quede de su ejército, solo podrá refugiarse en la capital, —Oriyan hizo una pausa, apoyo las dos manos sobre la mesa y continuo—. Chicos, esta es la primera campaña que emprendemos sin Marisol, aunque los primeros planes estratégicos son suyos. Todos sabemos la importancia de Próxima Tambedris con vistas al ataque final sobre Faralia. No podemos fallar. Cuándo Marisol se recupere, y vuelva al servicio activo, quiero poder mirarla a la cara y que se sienta orgullosa de mí, y de todos vosotros.

—Lo estará mi señora, lo estará.

—Pues entonces adelante, al lío.

El Fénix se encontraba en la capital federal para trasladar a Marisol a Mandoria. Todavía no tenía el alta médica, pero hacia unos días que se levantaba y daba paseos por la habitación e incluso en un par de ocasiones se aventuró por el pasillo del hospital, siempre del brazo de Anahis y de su madre, y seguida de cerca por sus escoltas, entre los que siempre estaba el sargento. Desde que ingería alimento sólido, la condición física de Marisol había mejorado mucho y había empezado a recuperar peso al igual que Anahis, a la que vigilaba estrechamente a pesar de su convalecencia.

La llegada a Mandoria fue muy discreta, y a pesar de que era de madrugada, el canciller, varios ministros, Marión, Hirell, y Sarita y Felipe, su marido, la esperaban en el hospital cuándo llegó la lanzadera. Se empeñó en bajar de la nave a pie, y con paso vacilante y apoyada en su madre y Anahis, lo hizo. Rápidamente se fundió en abrazos con todos, en especial con Marión que derramó no pocas lágrimas.

—Tienes que ponerme al día, no me cuentan nada y solo me entero por los noticiarios, o por galaxinet.

—Estás de baja y los médicos me han dicho que mientras no puedas salir a correr por la calle, nada de trabajo.

—Entonces no te preocupes, —bromeo Marisol— mañana mismo empiezo…

—¡Qué te has creído tu eso! —intervino el jefe médico del Fénix— entérate que estás bajo mi supervisión y como dirías tú, te voy a controlar hasta cuándo vas a cagar.

—Yo no diría eso, —protesto Marisol frunciendo el ceño.

—Si lo dirías hija, —afirmó su madre— en ocasiones eres muy mal hablada.

—¡Qué exagerada! No soy mal hablada.

—Si lo eres, —respondieron al unísono Anahis y Marión mientras los demás asentían.

—¡Joder! No sé si ha sido buena idea venir a Mandoria.

—Pues mira, ahora que lo dices, —dijo Sarita, y señalándola con el dedo de su mano robótica, añadió—: te recuerdo que los médicos no querían dejarte venir.

—Pero eres muy cabezona, —afirmo Anahis.

—Y muy pesada.

—Me están dando ganas de regresar.

—¡No digas gilipolleces, ¿dónde vas a estar mejor que aquí? —dijo Marión riendo.

—En su casa de España, por supuesto, —afirmó su madre decidida.

—¡Peligro! Apareció el clan de los españoles.

La ofensiva ideada por Oriyan había sido un éxito absoluto, pero lejos de provocar el caos entre las filas enemigas, el pretor supo maniobrar y salvar parte de sus fuerzas, replegándose hacia la capital. Aun así, hacia varios días que las tropas federales combatían en las estrechas calles de la ciudad, donde los carros de combates no eran eficaces. Oriyan, acompañada por Bertil, y ataviada con el equipo de combate y su espada a la espalda, recorría las primeras líneas.

—Mi señora, una comunicación urgente desde el sector 3, —dijo el operador de comunicaciones ofreciéndola un radioteléfono.

—¿Qué ocurre? —contestó Oriyan.

—Mi señora, tengo una bandera blanca frente a mí.

—Eso es la primera vez que ocurre, si no recuerdo mal. De acuerdo, paralice las operaciones en esa zona y muestre bandera blanca. No entable ninguna negociación hasta que yo llegue.

—A la orden mi señora.

Media hora después. Oriyan y Bertil llegaban junto a la bandera blanca.

—Mi señora, el enemigo ha enviado a un emisario: el pretor quiere hablar con usted, en persona.

—De acuerdo, pues vamos, —dijo Oriyan saliendo de detrás del parapeto. Rápidamente, Bertil se puso por delante protegiéndola con su escudo de energía mística. Unos segundos después, el pretor bulban, ataviado con su coraza de refuerzos dorados, salía también del parapeto, acompañado por otro pretor. Andando con lentitud, las dos parejas se aproximaron mientras los soldados de ambas partes se iban poniendo a descubierto para ver mejor lo que ocurría.

—Es un honor saludarla general Oriyan. Soy el pretor Trens, me acompaña mi lugarteniente el pretor Hoz.

—Igualmente pretor Trens. Pretor Hoz, les presento…

—Le conozco, usted es Bertil, un kedar y un guerrero místico, y supongo que la espada que empuña es Eskaldár, la legendaria espada de Matilda.

—Así es Trens, —respondió con sequedad: con el único bulban que había tratado era Iris.

—Me ha sorprendido pretor, no esperaba tener frente a mí, a un estratega tan completo y eficiente como usted.

—No me ha servido de mucho general, al final estamos donde estamos.

—Ha sabido usted conservar buena parte de sus tropas y nos sacrificarlas, como han estado haciendo sus compañeros durante toda la guerra.

—Lo sé, desgraciadamente mis criterios no eran tomados en consideración.

—¿De qué quiere hablar conmigo pretor Trens?

—Me preguntaba en que condiciones podríamos decretar un cese de hostilidades, —respondió Trens calculador.

—No me interesa un cese de hostilidades, pero podríamos hablar de rendición, de la suya por supuesto.

—¿En qué se basa usted para pensar que tal vez quiera rendirme? He perdido parte de mis fuerzas, pero todavía, mi ejército, es temible y está mejor situado.

—Así es pretor, así es, pero ha perdido usted la mayor parte de su intendencia, y aislado aquí, no puede recibir suministros, y no parece que el líder este por la labor de echarle una mano…

—De hecho, saco la flota de la órbita y la llevo a Faralia. Les ha abandonado, y eso no es estrategia: es cobardía.

—Posiblemente tenga razón Bertil, posiblemente.

—Además, efectivamente, tiene un ejército temible, pero amontonado y hacinado en esta ciudad. ¿Cuánto podrán aguantar? Ponga fin a una matanza innecesaria, por ambas partes.

—¿Me garantiza la integridad física de mis fuerzas?

—Se lo garantizo: le doy mi palabra de honor.

—¿Y como lo haríamos? —preguntó el pretor Hoz.

—Sus fuerzas entregaran las armas, y una vez desarmados, serán trasladados a Manixa, donde la gente del cónsul Dreiz se hará cargo de ellos.

—¿Y los pretores?

—Por el momento permanecerán aquí hasta que mis superiores decidan qué hacer con ustedes. En todo caso, su integridad esta garantizada.

—¿Por qué no podemos ir a Manixa? —insistió el pretor Hoz.

—Porque allí no hay pretores, —respondió Bertil—al mando hay un triunvirato que representa a partes iguales a los cónsules, los soldados y capitanes.

—Y habrá que valorar el impacto de su presencia en la nueva sociedad bulban. Además, le aseguro que ustedes no son muy populares entre los suyos. Por ahora estarán mejor apartados de ellos.

—Entiendo. Posiblemente tenga razón, —dijo Trens apesadumbrado. Miró a Hoz con el que intercambio unas palabras en bulbanes, y luego añadió—: de acuerdo, en esas condiciones, le ofrezco mi rendición y la de las fuerzas bajo mi mando.

—Y yo lo acepto Trens, y le doy las gracias, hace lo correcto, —dijo Oriyan tendiéndole la mano.

—Creo que si, —respondió Trens estrechándosela. Después, soltó la lanza extensible que llevaba en el cinto y se la entregó en señal de rendición.

(9,73)