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Por unas copas de más de mi sobrino
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Cuando mi sobrino vino a casa para pasar las fiestas de Navidad en nuestro pueblo, no podía imaginar ni en sueños que pudiera pasar lo que ocurrió entre nosotros.

Juanito es un buen mozo de veintidós años que hizo en el verano pasado una buena pandilla de amigotes en nuestra urbanización, por eso y porque está un poco consentido al ser hijo único, mi hermana no puso reparos a la posibilidad de que pasara la Nochevieja en nuestra familia, entre montañas nevadas.

Yo por mi parte tengo 49 años, un poco fondona, felizmente casada y sin hijos ya que aunque lo intentamos en la juventud, estos no vinieron. Mi marido trabaja por las noches por lo que la historia que sucedió aquella noche pudo terminar aproximadamente de la forma que narro a continuación:

Era ya muy tarde, sobre las nueve de la noche del 28 de diciembre, cuando los amigos de mi sobrino me lo trajeron a casa con una borrachera de espanto. Lo pasaron a su habitación y lo dejaron tendido en la cama, ellos tampoco iban mal servidos de vino y licor, por ello y después de agradecerles la entrega del paquete y aconsejarles que tuvieran cuidado con el coche, les despedí diciéndoles que yo me encargaría de cuidar a mi sobrino.

Le preparé un café con leche y después de hacérselo tragar entre sus improperios, le comencé a desnudar para meterle en la cama manejándole a duras penas ya que mi sobrino es muy grandote. El muy borrachín no paraba de manosearme con los ojos turbios y medio cerrados, tocándome y diciéndome cosas algunas ininteligibles y otras del tipo: – ¡Tengo que tirarme a la María; pero ella no quiere…! ¡Encima se morrea y se da la paliza con otro…!

Cuando le quité los pantalones, él se bajó los calzoncillos y empezó a tocarse la minga diciendo: -María, mira todo lo que te voy a meter en tu chuminete. Seguro que la tengo más gorda que el gilipollas de Luis. Para entonces y con un gran corte por mi parte, él se había quitado los calzoncillos descubriendo sus vergüenzas envueltas en una negra pelambrera. El muy guarro me cogió la mano y la puso en su cosa medio flácida pero morcillona. Quise retirarla pero sus gemidos y mi corazón acelerado lo impidieron. No sé cómo empecé a meneársela mientras él con los ojos cerrados y beodo perdido me susurraba: -María, llévala suavemente de atrás hacia delante… Ya verás qué líquido sale…

Se alargó bastante la manola por los efectos del alcohol, yo no paraba de meneársela pero no se empalmaba aunque se movía lujuriosamente. Le senté en el borde de la cama, pero se cayó de espaldas empujándome con él.

Sin saber cómo llegué a tanto, me metí su morcilla en la boca. Me notaba tan mojada como en mis mejores años, dándome saltitos la cueva de follar. Seguí chupando ruidosamente, con ansia, hasta que a Juanito se le empezó a empinar sin decir nada, sólo suspiraba. Cuando estaba en su punto me la saqué de la boca y me quedé atónita. ¡Qué estaca tenía el muy ladrón!  Desde luego mucho más grande y gorda que la de mi marido. Yo me encontraba que no podía más observando su cipote y acariciándolo sus huevos con una mano para mantener la erección. El chichi me pedía guerra, deseando ser desfondado por aquel trozo de carne dura y joven

En un arrebato apagué la luz de la habitación y, montándome encima de aquel rabo poderoso y caliente como un hierro al rojo, me puse a dar saltos de perra en celo corriéndome entre ayes y suspiros de loba cachonda.

Juanito empezó a decir palabras que no entendía mientras me tocaba las tetas y todo el cuerpo. No dejaba de moverse y me estaba volviendo loca con su picha a reventar hasta la matriz, llenándome toda la cuevita del amor hasta el punto de encontrarme otra vez a punto de estallar con otro orgasmo. Deseé que su leche regara mis entrañas pero aunque se agitaba y suspiraba era incapaz de correrse, descabalgué y quise premiar a mi sobrinote con una buena corrida. Empecé chupándole las pelotas, seguí por su cimbel hasta llegar a su roja cabezota, casi amoratada.

En aquellos momentos me susurraba que se iba a correr, que quería metérmela en el conejo. Le monté lo más rápido que pude y follándole con todas mis fuerzas llegué de nuevo al orgasmo mientras Juanito se corría llenándome el chocho con su caliente lefa. Fue maravilloso e incomparable, yo habría seguido hasta la agonía pero su picha se aflojó a toda velocidad quedándose dormido entre ronquidos bajo mi cuerpo hambriento.

Me hallé de pie totalmente desnuda y con la leche aún caliente de mi sobrino resbalando por mis muslos. Le tapé con una manta después de ponerle los calzoncillos, me puse una bata y me tomé un café con leche, al volver a su dormitorio todavía se me pasó por la cabeza el meterme en la cama con él, pero no me atreví y allí le dejé dormido profundamente. Me acosté todavía excitada pero con las dos corridas que había sentido no tardé en caer dormida sin sentir ni siquiera la llegada de mi marido.

Al día siguiente y aunque muy bien descansada, los remordimientos me atormentaron sobre todo hasta que mi marido se levantó a eso de las 12 de la mañana. Le expliqué lo de Juanito y él se mostró comprensivo, era una gran persona y eso me hizo sentirme aún peor. Cuando estábamos comiendo apareció Juanito con muy mala cara y por supuesto con una resaca de campeonato, se excusó como pudo y juró y perjuró que no volvería a beber tanto, que por favor no se lo dijéramos a sus padres, etc…

Realmente si en su casa estaba consentido, en la nuestra era el príncipe de Gales. Para nosotros era como nuestro hijo, así que mi marido le hizo vestirse y asearse y le sacó a dar un paseo para hablar entre hombres y ayudarle a pasar su resaca seguramente bebiéndose alguna cerveza con sus amigotes del pueblo. Pasé un mal rato pensando si Juanito podría recordar lo sucedido la noche anterior, como no quería sentirme tan culpable pensé que todo volvería a su cauce y que para mis años me había dado un festín inolvidable abusando de la picha gorda y dura de mi sobrinito, que narices me lo merecía…

Mi marido y Juanito llegaron con el tiempo justo de cenar. Mi Pepe se vistió deprisa y con un beso nos despidió a ambos ordenando cariñosamente a Juanito que se durmiera pronto para poder gozar de las fiestas que se aproximaban y estar en forma para María; esto último lo dijo con un guiño de ojo. Me sentí feliz con mi Pepe, era todo un padrazo o aún mejor, un amigo de mi sobrino.

Quedamos solos tomando un poleo. Juanito me pidió perdón por las molestias que le había ocasionado la noche anterior, entre risas mutuas le conté su actuación a excepción de lo de la cama. Le pregunté por María y se puso colorado pero poco a poco fue confesándome lo que yo ya sabía. Necesitaba mi consejo y como yo le escuchaba tan bien me soltó:

– Me vas a perdonar y por favor no se lo digas a mi tío, pero anoche con la borrachera tuve un sueño muy extraño. Soñé que me acostaba con María y la dejaba embarazada, mientras hacíamos el amor su cuerpo ya estaba de siete meses y sus pechos y su tripa eran enormes.- Se quedó en silencio y entrecortadamente siguió: -Pero la cara era tuya, ¡Tía perdóname!

Se agarró a mi cuello gimoteando que aquello le pasaba por beber tanto y porque me quería mucho. Me besó en la cara, el cuello y en el escote de la bata. Yo le apreté contra mis senos mientras le decía que no se preocupara, que eso le pasaba por que cariño y que yo le quería como a un hijo. Mi escote se abrió aún más entre suspiros. El seguía besándome el canal de las tetas calentándome de forma explosiva, me agité sin remedio lo que hizo que la bata se abriera totalmente poniendo al descubierto mis grandes melones embutidos en un ligero camisón transparente. Juanito siguió besándome los pechos entre te quieros mutuos. No pude más y apreté su cabeza contra mis pezones endurecidos a través de la fina tela. Juanillo se aplicó a chupar alternativamente mis gordas tetas mientras con su mano me agarraba de un carrillo del culo apretándome contra el paquete de sus vaqueros.

Me hice la estrecha y separándome de él me le quedé mirando. El bajó la cabeza hasta mis melones mojados a través del camisón, al momento volvió a hundir su cabeza entre mis pechos mientras me pedía perdón por su comportamiento. Yo le soltaba un rollo sobre las chicas mientras él me embelesaba con su timidez pidiéndome que le enseñara a hacer el amor. Decía que no podía contenerse y que le ayudara. Me lo decía con lágrimas en los ojos mientras me contaba cómo se excitaba sin poderse controlar con mi presencia. Me hice la dura pero por dentro estaba temblando de emoción, deseando decirle lo que había sucedido la noche anterior. No pude continuar con el engaño, así que haciéndole prometer que nada de lo pasara se lo contaría jamás a nadie, me comprometí a enseñarle a follar y a calmar su excitación.

Le levanté del sofá y me lo llevé a su habitación como a un corderillo. Me quité la bata y le bajé los pantalones. Su polla se levantó erguida como un resorte, el seguía con la cabeza de baja, los dos de pie pero el muy pillo me descubrió una teta lanzándose a chuparla como un hambriento. Le retiré la boca de mis pezones diciéndole que me besara. El me obedeció pero agarrándose la picha con una mano me restregaba el capullo por la entrada de mi almeja.

Todo era muy diferente a la noche anterior, me asusté con la posibilidad de que se corriera al momento pues le notaba a tope, me separé de él y volviéndole a hacer prometer el secreto de lo que estaba sucediendo, le dije que le iba a dar mucho gustito:

– Te voy a hacer una cosita que te va a encantar, pero no te corras. Pórtate como un hombre y aguanta hasta que yo te lo diga.

Separada de Juanito un poco me extasié de nuevo con la visión de su polla toda tiesa. Me arrodillé en el suelo y cogiéndola con las dos manos, acerqué mis labios a su capullo. Le di unos golpecitos con la punta de la lengua en toda la corona; después la conduje para que entrara en mi boca. Mientras tanto le masajeaba los cojones renegridos. Entreabrí los labios y los saqué hacia fuera, como cuando las mujeres nos pintamos. Los aproximé al glande: y éste fue pasando al interior poco a poco y muy suavemente. En el momento que tenía su roja cabezota dentro de mis labios, le giré el tallo y con la lengua di una vuelta en sentido contrario. Realicé un movimiento de derecha para el tallo y de izquierda para el capullo. Me sentía como comiéndome una piruleta mientras Juanito se retorcía de placer, tuve que parar varias veces pues sabía que una chupada más era para él correrse. Después de una pausa más larga me la introduje entera en la boca hasta tocar con mis labios los pelos de sus vergüenzas. Succioné provocando el vacío, sacándola muy despacio. Sus antes diminutas y fina venillas aumentaron al máximo su grosor. ¡Qué empalme más gigantesco y que placer sentirle a tope de vigor y juventud esclavizado por mi boca.

De pronto, con un tirón brusco, mi Juanillo sacó su cipote de mi boca ya que estaba a punto de correrse.

– Tía por favor, déjame correrme en tu vagina, por favor que no aguanto más, déjame hacerte el amor que te quiero mucho.

Se estaba portando como un hombre y yo como un putón verbenero. Le cogí de la minga a reventar y le conduje a la cama, las palabras sobraban y para entonces mi coño era una presa a punto de estallar de caldos chochiles, le tiré de espaldas y subiéndome el camisón me empalé en su verga follando a toda marcha.

La corrida mutua fue casi instantánea, con la polla de Juanito hasta los ovarios me incliné para llegar con mis labios a los suyos para unir nuestras lenguas en desenfrenada orgía. Su picha seguía tiesa mientras me agradecía lo que había hecho por él y me juraba amor eterno. Podría haber estado empalada en su picha hasta la muerte pero como una sombra en la noche me llegaron los remordimientos y un espíritu mojigato se apoderó de mí.

Nos vestimos y entre miedos comunes pasamos un rato hablando recatadamente hasta que nos fuimos cada uno a sus aposentos.

Las fiestas pasaron y ahora espero la llegada del verano siguiente. Cuantas pajas me hago pensando en mi aventura y en su próxima llegada.

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