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La pertenencia (17): El juego

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En nuestro almuerzo de despedida alinee su futuro.

"Felipe te va a llamar. Varias veces."

"Ya me ha llamado. Recién, en el trabajo."

"¿Cómo fue?"

"Me dijo que tenía que verme. Le dije que no fregara, que estaba en el trabajo. Todos me oyeron."

"Muy bien. Te va seguir llamando, fuera del horario de trabajo. No le hables de mí. Sigue seca, cortante. Insúltalo sólo de manera indirecta. Déjale que te siga llamando, pero con displicencia. Pon en duda que él amerite tu tiempo, pero concédeselo con el desprecio de quien le tira un hueso a un perro."

No me miraba seria como en otras ocasiones. Irradiaba un entusiasmo alegre, pero al mismo tiempo satisfecha, satisfecha de si misma y de su nueva posición. Una vez más, no era ni tan nueva, era como que la hubiese tenido desde siempre.

En Santiago nuestra siguiente sesión de terapia de pareja me tenía una sorpresa.

"¿Hace cuánto tiempo que no incorporan algo nuevo, entretenido, a su vida sexual?"

"Mucho. ¿Nuevo como qué doctora?" Ya me había rendido en la batalla por convencerla de que los psicólogos no son médicos, ni siquiera tenía un doctorado, no por desmerecerla, era muy buena. Sentía que su mirada me atravesaba igual que la de Ana. ¿O era sólo mi paranoia culposa?

"Como ir a un sex-shop y ver si se les viene alguna idea interesante. Pueden ser tantas cosas distintas. No hace falta que les guíe en eso, sólo tienen que darle permiso a su imaginación para que vuele y tener suficiente confianza como para buscar juntos."

¿Cachetearla y tratarla de perra cochina? Lo dudo.

Fuimos. No dejó de ser interesante. Tenía que llevar a Andrea a una de estas en La Paz. Le dimos atención a una buena variedad de vibradores, consoladores y herramientas suaves de estimulación anal. Habíamos experimentado con el sexo anal cuando Felipe aprendió a dormir. Nunca le convenció. Le puso su mejor esfuerzo, pero no había caso, no era lo suyo. No fue que yo la convencí de hacerlo, ella quería revitalizar nuestra vida sexual. Pero sin que lo disfrutara, para mí tampoco tenía gran atractivo.

"¿Y esos disfraces? El de colegiala me gusta. Hacerlo con un profesor es una fantasía mía de cuando lola. Nunca te lo había contado."

Se conservaba extraordinariamente bien, pero me pareció que igual se iba a ver rara en ese uniforme.

"¿Y esa mini con ese peto?" Le mostré cuando se empezó a formar una idea en mi imaginación.

"El juego de roles puede ser el juguete más excitante para algunas parejas." Era una gringa avezada en el tema. Veníamos recomendados a su tienda.

"Eso es como lo que llevaría puesto una prostituta para trabajar en la calle." Dudó.

"Eso es justamente lo que es. Para jugar a la prostituta y el cliente."

"¿Te gusta Matías?"

"Más que gustarme, me inspira para un juego interesante."

La tipa se fue a atender a otro cliente.

"Llevémoslo entonces." Estaba medio convencida, más que nada curiosa de conocer mi idea.

"Cuéntame, cuál es tu idea." Habíamos salido en su auto.

"Quiero que seas una prostituta, pero nueva. Una mujer como tú que se ve forzada a hacerlo por la necesidad. Te arrepientes, pero la plata te obliga a quedarte."

"¿Te gusta eso?"

"¿Y la confianza para buscar juntos?"

"Es que me pongo en el lugar de la mujer y me da pena."

"¿Y si mientras se somete a su penosa suerte, empieza a sentir que su cliente le está causando algún efecto?"

"¿Será posible eso?"

"Eso no es lo principal. Lo que representa son fantasías, no realidades. Pero a esta pobre señora el marido ya no le hace ni cosquillas. Su marido necesita que le ponga su cuerpo a su disposición una vez al mes," Viernes y sábados, sin falta. "y sólo para una eyaculación precoz. Ya casi no se acuerda como era ese placer. Siente que tiene que ayudar a su marido que está pasándolo tan mal por estar cesante tanto tiempo, y eso incluye quedarse callada durante el acto."

Me miró sorprendida pero convencida.

"Eres bueno. ¿No has pensado en escribir literatura erótica? Las 50 sombras de Vial."

Nos reímos.

Quería que hiciéramos algo que de verdad me pudiera entusiasmar. Una farsa recíproca nos iba a hacer mucho daño.

Ella ya sabía que en un matrimonio el mejor sexo es programado. Salimos en nuestros autos al centro. Ella entró a estacionar en un edificio de estacionamientos en Lira. Por ahí había un motel que visitamos un par de veces cuando estábamos pololeando. Con gran coraje se paró en una esquina para que la pasará a recoger. Cuando estaba dando vuelta la esquina para llegar a la suya, se me cruzó un auto, un Jaguar XE rojo. Le paró. Ella se acercó a la ventanilla y se hablaron, sólo un par de frases. Me miró. ¿Duda, preocupación, miedo? No era un gesto conocido. Se había asomado a un mundo extraño y había quedado encandilada por las luces altas de un Jaguar. Finalmente el tipo se fue. Me concentré en mi rol.

"¿Cuánto?"

"$50.000."

"Tschhhh."

"Si quiere no más."

"No, no, quédate, entra al auto. ¿Y eso es todo incluido?"

Lo pensó. Lo estaba haciendo muy bien.

"No"."

"¿Que incluye entonces?"

Se confundían su nerviosismo real con el del rol.

"No sé. Sexo. Normal."

"¿Es tu primera vez?"

"Sí."

"Mira, vamos a hacer lo siguiente." Me saco la billetera. "Toma. 50 lucas. Ahora vamos al motel. Cuando me pasé de lo que es sexo normal para ti, yo paró ahí y nos quedamos en lo normal. ¿Te parece?"

"Ya."

Se lo estaba tomando muy en serio. Temía que en cualquier momento lo cortara. Más que terriblemente excitante en lo sexual, era sumamente interesante como experiencia, y más encima estábamos haciendo la tarea.

Estuvo callada durante todo el procedimiento preliminar. La habitación era mucho menos glamorosa que antes. No estoy seguro que era lo que había cambiado, si el lugar, mi ojo, o ambos.

Apague la luz. Ni idea de prender la tele. De vez en cuando veíamos porno juntos, me gustaba mucho como la excitaba.

"Métete a la cama sólo con la ropa interior."

En la oscuridad pude ver lo bien que había preparado su personaje. La ropa interior no era ni cotidiana ni fina. Tenía la intención de ser excitante, pero pobre de recursos como para lograrlo. Tenía ropa mucho mejor.

Me metí a la cama por su mismo lado. Me hizo espacio. Ni muy cerca que me hubiese estado recibiendo de verdad, ni muy lejos como para no cumplir con el contrato.

Le tomé una mano con las dos mías. Luego me la lleve a los labios con una mientras con la otra le acaricié el antebrazo.

"Sin besos."

"¿Ni siquiera en la mano? Eso no es normal."

La fui besando menos y acariciando más en el antebrazo. Estaba tan metida en su papel que hasta tenía la piel fría, y se le estaba entibiando.

De ahí me fui a su pecho. No directo a los senos, por supuesto que no. Primero por los tirantes del sostén, con el dorso de los dedos, bajando y subiendo, apenas rozando su piel. Suelto el tirante y me voy voy trasladando en movimientos erráticos hacía el centro del pecho y a subir la otra curva, subir, volver, de una a otra, sólo la piel descubierta del sostén. Al medio. Con un escalofrío y una casi imperceptible exclamación junto los brazos para sentir el contacto de mi dedo entremedio. Para arriba y para abajo. Ya se estaba entregando. ¿Estaba abandonando el personaje o la señora inexperta estaba dejándose llevar?

Llegué al borde del sostén, recorriendo todo el contorno, de lado a lado, levantándolo sólo un poco, asomando sólo la punta del dedo por debajo del borde. Di el salto a las cercanías del pezón, pero por afuera, tocando a través del material. Lo fui rodeando, una espiral ascendente. Lo sentí, duro bajo el sostén. La exclamación que soltó ahí ya fue claramente audible. Ana sabía aparentar, lo había hecho más de una vez, pero esta señora nunca había tenido la necesidad ni la motivación para hacerlo con su marido.

Llegó el turno de mis labios. Sólo los labios, siguiendo un camino parecido al de los dedos, pero con un efecto distinto. Ahora el pezón lo tomé delicadamente. Cuando pasé mi lengua, tomé su mano y la subí a su sostén. Tiró el sostén para abajo, no bruscamente, sólo lo suficiente para descubrir más de su seno, la aureola, para mi lengua. No le iba a ir bien en esta línea de trabajo, le hacía falta la guía de una colega con experiencia para no involucrarse.

De ahí las cosas se dieron con soltura creciente. Terminó por bajarse el sostén y luego desabrochárselo para disfrutar de manera más cómoda mis atenciones. El buen rato que estuve en eso la dejó libre de su inhibición inicial. Mi descenso a sus muslos fue bien recibido desde un principio. Su respuesta fue más parecida a la de nuestro pololeo, escondidos, apurados, explorando, creciendo juntos. Pero seguía siendo la respuesta de una mujer madura, no sé si la señora o mi señora, pero sí, bastante como la de una mujer forzada a la abstinencia del placer por mucho tiempo, y ese no era el caso fuera de su papel.

Se sacó el calzón con total convicción, ansiosa de recibir lo que le había anticipado en sus muslos con mi boca. El sexo oral tampoco era gran novedad, solo había bajado en frecuencia, pero no estaba recibiendo una práctica lejana en el tiempo.

Subí por su lado, dejando su mano cerca de lo que se le venía ahora. Al tomarlo reaccionó de manera parecida a algún salto con mi estimulación, como que esa parte de mi cuerpo se hubiese vuelto una zona erógena de ella.

"¿Esto es normal?"

No me contestó. Se abalanzó de cabeza sobre él, sedienta. Nuevamente, me trató como no lo había hecho hace muchos años. Y yo no fui brusco, fui tierno, cariñoso. Sexo normal.

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