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¿Qué le pasa a mi ordenador?

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Dejé para el final de la mudanza el ordenador. Cuando todos los muebles estaban colocados y mi nuevo piso estaba listo para ser habitado me dispuse a instalar mi ordenador. No tardé mucho en conectar todos los cables pero al encenderlo no pasó nada. Pero nada de nada; ni se encendía, ni hacía ningún tipo de ruido ni nada por el estilo. Nada.

Mierda!!. Y ahora qué hago?. Debería haber dicho que acababa de instalarme en la ciudad (de ahí la mudanza) y no conocía a nadie, mucho menos a una persona que pudiera solventar mi ignorancia informática. Vaya faena. Y yo tan contento con el cable del edificio que me permitiría conectarme por fin a una velocidad digna y poder bajarme todos los videos que necesitaba para ocupar mis noches solitarias en mi nuevo hogar.

Después de revisar la instalación y lamentarme durante un buen rato por no encontrar el posible fallo, decidí buscar una tienda de ordenadores donde me pudieran asesorar. Bajé a la calle y no tuve que caminar mucho; enseguida encontré una tienda. Entré, conté mi problema al chico que me atendió y pregunté qué podríamos hacer. Me indicó que este tipo de cosas solía hacerlas una vez cerrada la tienda, a las 8 de la tarde, en el propio domicilio del cliente. Me pareció buena idea, le di mi dirección y me encaminé de nuevo a casa, aprovechando el viaje para comprar unas cosillas en el super.

Hasta que me senté en mi nuevo sofá no me di cuenta de algo: aquel tío estaba muy bueno, no?. Con el problemilla no me había parado a ver al fulanito en cuestión, cosa rara en mi, por cierto... Pues sí, estaba bueno. Era un tío como de 40 años, alto, fuerte, muy viril. El recuerdo repentino de aquellas manos enormes, aquellos pelos de los brazos, aquella voz, empezaron a hacer mella en mi entrepierna. Decidí que sería mejor pensar en otra cosa y aproveché para darme una ducha mientras no venía el técnico.

A eso de las 20.15 sonó el timbre del telefonillo y era Miguel (así me había dicho que se llamaba). Le hice pasar al saloncito y le enseñé el ordenador. Miró todos los cables uno por uno para comprobar que cada uno estaba en su sitio. Probó a encender y nada. Yo, mientras, me deleitaba, esta vez con más detenimiento, en su ancha espalda, su hermoso culo, apretado en el pantalón vaquero y sus brazos fuertes y velludos. Más de una vez, al volverse para comentarme algún particular, me pilló mirándole con total descaro, pero no pareció mosquearse, puesto que me sonreía de una forma que en aquel instante no supe interpretar. Cuando creyó que había encontrado el problema, después de abrir la caja, me dijo: "Aquí está; tienes este cable que sale de la placa suelto, debió ser con el movimiento". Al acercarme por detrás de él mi ya morcillona poya chocó contra su culo. Al principio me retiré un poco, pero después decidí probar y me pegué de nuevo a él, inevitable, en principio, al tener que asomarme al interior de la CPU para que me señalara el cable en cuestión. Pude oler entonces su cara y fresca colonia.

- Hueles bien, le dije. Ya me dirás cual es esa colonia.

- Pues no sé ni como se llama, me la compra mi novia -respondió-. Entonces me separé de golpe, porque ahí creí perdida mi oportunidad.

- Aunque tenga novia, puedes seguir con lo que hacías. -Esto lo decía mientras se incorporaba y se daba la vuelta, para situarse cara a cara conmigo-. Noté como me mirabas, y yo no pierdo nunca la oportunidad de probar un machito como tú.

Entonces se fue acercando más y dejó caer sus labios sobre los míos. Fue un besito sutil que pronto se transformó en una lucha por entrar con su lengua en mi boca, que ya estaba dispuesta a recibir todo lo que él quisiera. Nos abrazamos, de manera que sus manos fueron recorriendo mi espalda hasta llegar a mi trasero. Con sus manos en mis nalgas, me atrajo más hacía él y pude sentir como su polla, que ya se sentía algo dura, se juntaba con la mía sobre la ropa. Yo también acaricié su cabeza, su cuello, y me despegué por un momento de su boca para besarle el cuello, lamerle las orejas y volver de nuevo a su boca.

Despacio nos fuimos sacando la ropa que llevábamos. No fue difícil porque al ser verano ambos íbamos con una camiseta y un vaquero. Al sacarle la suya vi por fin un enorme pecho lleno de pelo negro y grueso. No pude resistirme y bajé hasta aquella selva para lamer, chupar y morder sus pezones y recorrer con la lengua su torso y abdomen.

Ya que estaba cerca, y depués de sacarme también mi camiseta, acerqué las manos a su cinturón y lo desabroché para poder bajarle el pantalón y boxer, para descubrir ante mí un enorme falo circuncidado que apuntaba al cielo. Le cogí de la mano y le acerqué a mí para poder sentarme en el sofá y tener aquella maravilla a la altura de mi boca. Primero besé suavemente su apetecible glande y luego me lo metí en la boca directamente. Mi primera succión provocó en Miguel un quejido de placer, con lo cual decidí concederle más instantes como aquel y seguí con mi tarea de lamer y chupar su polla. Estuve así un buen rato hasta que me pidió que parase. "Yo también quiero hacer algo por tí", dijo. Entonces se arrodilló y con mi ayuda me sacó el pantalón que todavía tenía puesto. Pudo descubrir mi poya, más pequeña que la suya y sin circuncidar. Jugó un rato con mi prepucio, subiendo y bajando, hasta que mi glande rosadito y húmedo le resultó lo suficientemente apetecible como para metérselo en la boca y tocar su campanilla. Me hizo una mamada monumental. Pero no le dejé seguir mucho rato porque no quería correrme tan pronto. Así que después de besarnos una vez más, después de acariciar nuestros respectivos pechos (el suyo un placer de pelos, el mío bastante más lampiño), me levantó las piernas sobre sus hombros y acercó su polla a mi culo. Se puso el condón que sacó del bolsillo de su pantalón tirado en el suelo y presionó ligeramente.

Yo ya estaba bastante dilatado (no era mi primera vez) pero aún así colocó un poco de saliva en su mano y polla para hacer que ésta se deslizara dentro de mí y me provocase un placentero alarido. Ya completamente abierto para él, comenzó una serie de embestidas que hacían que sus huevos chocasen contra mi culo, generando cierto cosquilleo de sus pelos en mis nalgas. Yo podía contemplarle entero ante mí, y aproveché para acariciar nuevamente aquel cuerpo majestuoso. Al poco rato agarró mi polla y comenzó a masturbarme, primero lentamente, luego con más furia, para conseguir que me corriera abundantemente sobre mi pecho y abdomen. Entonces aceleró mucho sus jadeos para, casi de repente, detener sus movimientos, señal de que también había llegado a la maravillosa explosión de placer que le provocó aquel orgasmo. Sudoroso y cansado, dejó caer su cuerpo sobre el mío y me besó nuevamente. Más relajados ambos, le invité a tomarse una ducha para que se marchase a visitar a su novia aseadito.

Mi primer día en aquella ciudad fue muy placentero, pero no pasó mucho tiempo antes de que mi ordenador se estropease de nuevo y tuviese que recurrir otra vez a los servicios de Miguel.

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