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La pertenencia (26): La familia

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Cuando salimos esa mañana nos encontramos de frente con él.

"¡Andrea!"

Se quedó muda por un segundo.

"Jason, él es Matías."

"Hola Matías."

Le extendí la mano. Estábamos parados en el umbral del edificio. Me miraba y su cara, de estupor pasó a ira.

"¿Quién es usted? ¿Qué hace en el cuarto de mi hermana?" Me dejó con la mano estirada.

"Jason, soy grande, trabajo, es cosa mía quien duerme en mi cuarto."

"Y si viven juntos ¿por qué no lo has traído a la casa? ¿Ah?"

"Lo iba a llevar siempre, pero yo sabré cuando."

"¿Qué bicho te picó a ti? ¡Estás hablando conmigo, tu hermano!"

"Sí, lo sé, y tú estás hablando con tu hermana, que ya es una mujer independiente. Sí no les gusta como vivo, mala suerte."

"Voy a hablar con el papá, a ver si a él lo respetas todavía."

"Sí, hazlo, de una vez."

"Loca."

Y se fue, a paso firme, mirando para atrás para lanzarle su cara de ira asombrada. Iba a gritarle algo, pero la contuve con un toque en su hombro.

"Fuiste demasiado brusca con él. Mantente firme pero conciliadora."

Se tomó unos segundos para contener su ira. "Perdón. Será que lo puedo arreglar?"

"Claro que sí. Vamos a ir con Felipe a verlos. Yo voy a hablar con él. Tú llamarás a tu hermano, te disculparás por haberlo tratado así y concertarás una visita para mi próxima visita, el miércoles."

"Muy bien. ¿Les miento?"

"No, posponlo todo para cuando vayamos."

Íbamos caminando. Primero la pasaba a dejar a su trabajo que quedaba a un par de cuadras del banco.

"No te desquites con la gente de tu oficina. Guárdalo para Felipe. Tampoco le vas a hacer algo que lo deje con marcas delatoras, difíciles de explicar. Lo necesitamos con toda su influencia."

"Estoy haciendo que tengas que darme todas estas instrucciones. Yo tendría que darme cuenta sola. Discúlpame."

"Hasta ahora lo has hecho como una bruja y sé que vas a seguir haciéndolo. Ahora tuviste un arrebato de rabia, pero afortunadamente se puede arreglar. Es indigno andar escondiéndonos, pero tampoco vas a provocar un escándalo."

"Perdón, no volverá a ocurrir. Ahora ya se lo que voy a hacer. No se me ocurrió, perdóname, casi te causo un problema."

"Está bien, te perdono. Tu sabes que yo no te castigo, sólo me entretengo contigo."

"Sí, gracias. Me sentiría muy mal si hiciera cosas mal y tú tuvieras que castigarme. Prefiero saber solita lo que tengo que hacer."

"Y lo haces fantástico. Es una muy buena manera de ser de uso para tu dueño."

"Gracias, eres tan bueno conmigo. No lo merezco."

"No, no lo mereces, pero me gusta tener cosas buenas, útiles."

"Eso es lo que quiero ser. Algo útil para ti. Útil en lo que tú quieras."

"Sí, es un gusto tenerte para mi uso."

"Gracias."

"Es mi placer."

Nos reímos y nos despedimos con un beso.

El banco seguía siendo una institución bastante machista. Bueno, el de Chile también. Pocas mujeres en cargos de responsabilidad. En el de Bolivia las trataba a todas con consideración y respeto. Últimamente sus sonrisas habían dado paso al desprecio. No era paranoia, me habían visto despidiéndome con un beso con ella. Sabían que era casado. El que no usara anillo antes sólo había provocado risitas coquetas en algunas, ahora era un agravante. Había algunas excepciones al desprecio actual, era porque con esto me estaba demostrando accesible. Los hombres me aprobaban con una sonrisa cómplice.

"Bueno, ¿Y ese matrimonio?" Guillermo no se olvidaba ni se hacía el huevón.

"Ya viene. En dos semanas más habrá dado un paso muy importante."

"Qué carajo estás haciendo. Bueno, ya veremos, ya veremos. Sinceramente espero que el tiempo no me dé la razón."

Y volvíamos al trabajo.

"Ya me puse de buenas con él."

"¿Y?"

"Sigue enojado, pero ya se calmó. Le dije que en dos semanas más iríamos."

"Vamos bien."

Había aprendido mucho inglés por su cuenta, la puse a prueba, pero el cursito ese ya le estaba quedando chico.

Fuimos a comprarle zapatos a San Miguel.

"Elígete tres pares por ahora. El taco, sólo lo necesario para estar a la moda y verte bien, no para verte más alta. Eres atractiva con la estatura que tienes."

Me llamó mientras estaba tomándome un café y trabajando. Fui a la zapatería que me indicó.

"Listo."

Había tres cajas sobre una silla.

"Traté de convencerla que eligiera unos más altos, pero no quiso." La vendedora dijo con tono amistoso, se habían hecho amigas.

"Así te quiero, bajita."

Para la mayor parte de su clase eso era considerado casi una parafilia.

"Vamos a ch'ayarlos."

Eso la puso feliz.

"Sólo los blancos, los otros los estrenarás por tú cuenta.

A la vuelta nos bajamos en la Arce, en el KeTal de ahí.

"Vas a entrar hablando en inglés para que te orienten sobre a qué nivel te conviene entrar." Le dije al frente del CBA.

Esperé afuera con las bolsas de los zapatos, viendo a través de los vidrios como hablaba con la secretaria. Se estaba manejando sin problemas. Aparte del acento y de algunos errores gramaticales que no impedían entenderla, se manejaba bien. Todo con un cursito en fascículos.

En la pieza se probó los zapatos en ropa interior.

"Excelente idea." Se había comprado un juego de ropa interior fino, de un color turquesa claro, seguramente no era el único. "Así me gusta que estés, bien arreglada, no sólo me das un gusto, también te das valor."

No podía apoyar las rodillas al suelo sin ensuciar los zapatos, así que se encuclilló, una linda variación de la posición. Así sintió a través de mi pantalón aquello que le gustaba tanto servir, duro, ya largo. En esa posición en particular separaba un poco las rodillas. Su largo pelo liso y negro se lucía muy bien bajando hasta sus muslos, enmarcándose en sus nuevos brocados. Mientras disfrutaba sintiendo lo buena que era su boca para mi placer, me desvestí de la cintura para arriba. Seguí con el pantalón puesto, sólo el cierre abajo y tiré mi ropa a la cama. Hábilmente mantuvo el equilibrio mientras me desvestía por abajo. Los zapatos. Para los pantalones se paró para dejarlos dobladitos. Con los calcetines y calzoncillos, servicial. Volvió a lo que estaba haciendo, sosteniéndose en mí. Tenía las manos suaves, el trabajo manual en su infancia no fue tan intenso y se había cuidado, la alimentación y sin vicios tóxicos. Manos suaves para pasarlas por mi piel, sin acaparar mi cuerpo, sólo para que sienta lo agradable de su mano moviéndose. Sus rodillas flectadas tocaban mis pantorrillas, destacando su suavidad. Esa ropa interior le quedaba muy bien, no se le escapaba la calidad, aunque seguramente había buscado el consejo una buena vendedora.

"Vamos mi mamoncita, ya me está dando frío, vamos a la cama. Ahí te voy a seguir usando, estás muy rica para usarte esta noche."

Se paró y se sacó los zapatos y la ropa interior mientras yo me acostaba para recibirla bajo las frazadas. Le daba vueltas a mi lado, una hermosa manera de sentir su piel, moviéndose a la velocidad precisa para apreciar el roce de sus pezones oscuros, las delicadas curvas de sus glúteos, toda esa piel, piel morena y suave, piel de mi pertenencia, una de sus mejores funciones, ser sentida en su piel, mi falo deslizándose alrededor de su piel, degustando lo mío.

"Está noche no eres mi puta barata. Eres una puta de buen nivel. Sabes complacer tan bien que los hombres quieren hacerte regalos caros, aspirando a comprarte para su uso exclusivo, pero tú no quieres venderte así, tú vendes tu cuerpo pero no vendes el gusto de ser deseada por varios hombres de esa manera. Una reina puta. Una puta reina."

Me gustaba más escalar su excitación con palabras que con estimulación táctil.

"Estaría orgullosa de que ganes harta plata vendiendo mi cuerpo. O vendiendo mi amor?"

"¿Tú amor está a la venta?"

"Si tú lo quieres vender, por supuesto que sí. De hecho, me estoy enamorando de Felipe?"

"Como siempre, sabes lo que quiero antes de que lo diga."

"Yo lo puedo amar apasionadamente, con un amor sincero. No entenderían, pero es verdad. Es mentira eso de que el amor no se puede controlar. ¿Cómo yo puedo? Tengo maripositas en la panza y siento que quiero estar con él. Lo único más importante que estar con él es que tú me uses." No dejaba de mantener mi erección con su hábil manipulación mientras conversábamos.

"¿Y yo? ¿No me amas a mí? ¿Puedes amar a dos personas a la vez?"

"Podría, por supuesto que sí, cualquier cosa por ti." Nos reímos un poco. Tenía que hacer algo parecido de nuevo, pero sin repetir. "Tú sabes que a ti no te amo. Todos dirían que sí, pero no. Lo que me pasa contigo es diferente. Es como una alegría profunda de ser tuya, es cumplir el sentido de mi vida. Para eso existo, para ser tuya, para que me uses."

"Eso se llama inteligencia intrapersonal. Entiendes tan bien lo que pasa dentro tuyo."

"Sí, lo supe todo desde el momento que te conocí. Fue como que prendieran la luz."

Con una sonrisa le di permiso para tomar su lechecita de la noche.

"Gracias."

Nos quedamos dormidos abrazados.

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