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Fin de semana clandestino

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Mi nombre es Noah, y si bien puedes leer esta historia de forma independiente, puedes leer los eventos previos en mi perfil.

El claxon sonó una sola vez, pero fue suficiente para hacerme salir de la casa. Nunca iba a confesarle a Bruno que desde que me avisó que pasaba a buscarme por mi departamento, ya estaba esperando con la mochila en mano, en el sofá de mi living, sumergido en los conflictos amorosos de los personajes del libro Ana Karenina.

Guardé el enorme libro dentro de la mochila mientras cerraba la puerta con llave. Escuché cómo chocó en el interior con el desodorante y luego se amortiguó entre la otra prenda de ropa con la que pensaba cambiarme al día siguiente.

- Llevas un libro enorme - me indicó Bruno cuando me senté en el asiento de acompañante. - Eso me ofende, porque parece que tienes planeado aburrirte en tu viaje.

- Lo que menos tengo intenciones es de aburrirme - le confesé. - Pero si no leo algo antes de dormir, me cuesta conciliar el sueño. Y hace una semana que empecé con esta historia y, debido a lo larga que es, aprovecho cada momento que puedo para continuarla.

- ¿De qué va? - preguntó.

- Hasta el momento, de un grupo de personajes con tormentosas pero fácilmente explicables emociones - respondí. - Y un conflicto político que todavía no se desarrolla. De momento, no parece un libro pretencioso, aunque sí largo como la Biblia, nada más que con más sentido. Creo que la protagonista, que está casada, se enamora de otro.

Mi intención de comentar lo que había leído en la primera parte, más precisamente enfocado a las emociones que despertó Ana Karenina por el Conde Vronsky, fueron puramente intencional.

- Debe ser todo un dilema, ¿no? - pregunté, haciéndome el desinteresado. - Que una persona se encuentre casada y de repente sienta cosas por otro.

Bruno, que podía ser torpe pero no era ni un pelo de tonto, me golpeó en el brazo con una risotada y yo entendí que me la merecí. Bruno estaba casado con una mujer y recientemente descubrió los placeres del sexo carnal y pasional con una persona de su mismo sexo. En un intento por repetir la experiencia, me propuso fugarnos un fin de semana de nuestro pueblo.

- Eres malo - sentenció.

- Lo siento - respondí. - Tiendo a desdramatizar de esta manera.

- No lo estoy viviendo como algo dramático - reconoció. - Sí, es algo nuevo y sí, es algo que me entusiasma, incluso que me asusta, pero no es dramático.

Supuse que el dramatismo no encajaba dentro del movimiento casi budista que poseía Bruno. Quizá el dramático, después de todo, era yo. Acostumbrado a ser el que controla los nervios de los demás, había dado por hecho que el muchacho tenía que lidiar con un terrible conflicto interno. Probablemente era así, pero lo que era mejor, no me lo estaba contando y con eso, yo ya estaba agradecido.

- Te lo adjudiqué por costumbre - repuse. - Me alegra ver que no es así.

- ¿Acaso los gays son dramáticos? - preguntó.

- Tenemos una mala fama, patrocinada por películas que tienen alto nivel de espectadores y crítica - repuse. - Desde la insulsa Secreto en la Montaña, cuya película es sinceramente una de las sobrevaloraciones más ilógicas de nuestra era, hasta la desagradable Plegarias para Bobby. Tenemos dos puntos fuertes, en donde se condena a que el gay tiene que morir. O es por medio de los atacantes homofóbicos o es por medio del suicidio por la familia homofóbica.

- Pero la homofobia existe - replicó Bruno.

- ¿Existe? - pregunté. - La fobia es el miedo y la gente no le tiene miedo a los gays. Decir que son fóbicos y por eso reaccionan violentamente, no es más que un entramado para justificar la violencia. Al final, terminan protegiendo a los violentos con esta premisa. ¿Son así porque tienen miedo? Ya lo dijo Morgan Freeman, "usted no es fóbico, usted es un imbécil".

Se quedó en silencio sin responder y yo me pregunté si acaso había despertado alguna fibra sensible de su vida. Pero no mencionó sobre el tema y yo no continué imponiendo mi visión.

El destino que habíamos elegido era Campo Azul, un pueblo a 50 kilómetros del nuestro. Más específicamente en una cabaña a las afueras del pueblo, pero debíamos entrar en el él para buscar las llaves y, por supuesto, pagar el importe de la clandestinidad.

Bruno detuvo el coche frente a una oficina de grandes ventanales y marcos pintados de naranja.

- Bien - dijo, con algo de nervios. - Baja a buscar la llave.

- ¿Por qué yo, si está a tu nombre? - pregunté.

- Porque pueden verte en el interior del auto y deducir que voy a pasar el fin de semana con un chico - respondió.

- ¿Y acaso cuando yo vaya a pedir la llave tú te vas a esconder en el baúl? - pregunté, asombrado por lo inverosímil de su lógica. - ¿Y podré decir que mi adorable esposa con mis seis hermosos hijos van a venir más tarde en una carreta?

- No, pero tú puedes tolerar la mirada del otro con más facilidad que yo.

- Es sumamente absurdo que tengas miedo de esto.

- ¿Escuchaste el dicho 'quien duerme con niños amanece mojado'? - me preguntó. - Bien, 'quien se acuesta con heteros, pide la llave de la cabaña'.

Lo lapidé con la mirada.

- No voy a seguir discutiendo contigo, porque aprecio el ingenio de retorcer una frase para tu beneficio - respondí.

Descendí e ingresé al local. Detrás del mostrador, un muchacho de rulos y muy atractivo me atendió. No sabía si Bruno se sentía cohibido ante otro chico lindo, pero en mi caso, funcionó.

- Buenos días - saludó con una sonrisa perfecta.

- Buenos días - dije. - Vengo a retirar la llave de una cabaña a nombre de Bruno Espíndola.

- Claro... - respondió, viendo entre unas anotaciones manuscritas. - ¿Tienes tu documento?

Esto se iba a poner interesante.

- Sí - dije y, sonriendo por mi cinismo, se lo extendí.

- Tú no te llamas Bruno - contestó.

- Oh, no, Bruno está en el auto, asustado porque puedan juzgarlo por pasar el fin de semana con otro hombre - contesté, sin dejar de sonreír. - ¿Necesitas el documento de él?

El chico me miró perplejo, intentando construir la historia con toda la información que le tiré.

- Con el tuyo bastará - dijo, anotando mis datos. - ¿Es tu pareja?

La pregunta fue como al azar, sin atreverse a mirarme a los ojos.

- Es el chico con el que voy a pasar el fin de semana - contesté.

- Vaya - dijo, sonriendo pero sin levantar la vista. - Así que un fin de semana de placer en nuestras cabañas.

- Dudo mucho que las personas reserven este lugar para otra cosa.

- Algunos disfrutan de la naturaleza.

- Lo que pienso que haremos será muy natural - contribuí.

- Por supuesto - esta vez levantó la mirada y me entregó el documento. - Oye... ¿Él es tan atractivo como tú?

- Esa pregunta es un poco superficial, ¿no crees? - retruqué. - ¿O acaso nos estás evaluando para proponer algo?

- Salgo a las 22 del trabajo.

¿Cómo podía rechazar una oferta así? Si estuviera con Lucas, un amigo con derechos con quien solemos enfiestarnos con cuanto hombre se nos cruce, no dudaríamos ni un segundo. Pero Bruno no era Lucas.

- Sí que ofrecen un servicio intenso - contesté. - Aun así, dudo que mi acompañante sea de los que deseen divertirse con otro más.

- Puedes preguntárselo.

- Oh, créeme que lo haré - afirmé.

- ¿Te busco en Facebook con este nombre?

- Estás bien entrenado para la cacería, ¿eh?

- En Campo Azul no hay mucho para hacer - admitió. - Uno tiene que perfeccionar las pocas técnicas que puede implementar.

- Bien... - dijo, dándome cuenta que Bruno estaba esperándome en el rayo del sol. - Esto no es para nada incómodo. Me voy a ir a la cabaña...

- Y ante cualquier novedad, no dudes en avisarme.

- Bien... - afirmé. - De acuerdo.

Salí dedicándole una sonrisa mientras él me guiñó un ojo. ¿Por qué estas cosas pasan cuando las posibilidades son tan limitadas? Para colmo de males, no podía dejar de sonreír. Con la llave en manos, me subí nuevamente al auto mientras Bruno analizaba mi expresión como si me hubiera convertido en el Joker.

- ¿Qué sucedió? - preguntó.

- Es una suerte que no hayas ido tú.

- ¿Te ofendió? - se alteró Bruno. - ¿Acaso nos insultó? ¿Quién se cree que es?

- No, no - lo calmé. - Al contrario. Le encantamos y se propuso a hacer un trío con nosotros.

- ¿Qué es un trío?

- Oh, por Dios, ¿qué nunca ves porno? - suspiré. - Un trío es cuando tienes sexo con una persona e incluyes a otra.

- ¿¡Qué!? - exclamó alterado. - ¿Eso te dijo? ¡Qué desubicado! Iría a golpearlo ya mismo.

- ¿Nada te viene bien?

- ¿Cómo puedes estar tranquilo cuando ese depravado se nos insinuó de esa manera?

- Porque desde mi perspectiva, es un cumplido.

- ¿Cómo puede ser un cumplido? - respondió, furioso. - ¿Acaso tú hiciste eso alguna vez?

- Oh, por Dios - suspiré. - ¿Por qué mejor no arrancas el auto que hace calor y estamos bajo el rayo del sol?

Arrancó el auto pero nos quedamos en el más absoluto silencio, como si ninguno de los dos supiera cómo interrumpir la tensión absurda que se formó.

- Lo hiciste, ¿no?

- Lo hice.

- Una vez.

- Muchas.

- ¿Con dos más?

- Con muchos.

- Vaya - admitió, ya más sorprendido que indignado. - Nunca pensé que eso se hiciera.

- La iglesia te ha impedido disfrutar de grandes placeres de la vida.

Sin embargo, la cabaña resultó ser un lujo. Accedíamos a ella por medio de un camino de tierra y se imponía entre medio de la oleada selvática. Tenía un pequeño jardín con una piscina enorme, cocina, living, comedor y dos habitaciones. En una de ellas, había una cama matrimonial y en otra, dos camas pequeñas. Las paredes eran blancas y tenía pequeños cuadros de pinturas oníricas colgados en el comedor, como para darle una especie de estilo que no entendí.

- Vamos a tener que ir por comida al pueblo - comenté.

- Encargaremos algo - respondió.

- No creo que el delivery llegue hasta aquí - analicé. - Tendremos que ir.

- Iré yo - afirmó.

Entendí que sus nervios radicaban en que no lo vieran al lado de otro hombre. Acepté esa premisa. De todas maneras, no me molestaba en lo más mínimo quedarme en aquel lugar y ser agasajado.

Tiramos las dos mochilas en el suelo y nos dimos el tan ansiado beso, con tanta intensidad y ganas que vinimos reprimiendo todo el camino. Poco a poco comenzamos a excitarnos, inaugurando en menos de un minuto, nuestro fin de semana de lujuria.

Entramos en el cuarto, prendí el aire acondicionado y me tiré en la cama. Luego me senté sobre mis antebrazos para apreciar a Bruno.

- Quiero ver cómo te desvistes - le dije.

Bruno se sonrojó. No había tenido pudor alguno en aparecer delante de mí sin ninguna pizca de ropa, en un lugar tan público como el vestuario de nuestro gimnasio, pero ahora pedirle que se desvistiera lo inhibía.

- Me da pena - reconoció.

- Ya te vi desnudo - le recordé.

- Pero me da pena que me mires - admitió.

- ¿Por qué?

- No lo sé - afirmó.

Sonreí. No íbamos a ir a ningún puerto si insistía en algo que él no podía hacer en ese momento.

- No importa - afirmé. - Ven conmigo.

Se tiró poco a poco sobre mí y nos fundimos en otro de nuestros amplios besos, tirando poco a poco de su ropa para ir quitándosela. Era un hombre hermoso, con el cuerpo bien tonificado y endurecido, ya que además de CrossFit, hacía máquinas en los gimnasios. Era lo extraño de Bruno, que parecía vivir para gustar pero de todos modos no se animaba a sacar aquello que podría encantar a todo el mundo. Tan atractivo y tan reprimido.

Le quité la remera y acaricié su abdomen, mientras lo escuchaba suspirar de fascinación con el roce de mi tacto. Mordí sus tetillas con dulzura, provocándole un pequeño pero soportable dolor que lo estremeció. Eso me dio la pauta de que abría las puertas a que juegue con él. Quería guiarlo por otros mundos que para él eran sorpresivamente nuevos. Cada cosa naturalizada en mí, representaba una incógnita para Bruno.

Dirigí mi lengua hacia su axila derecha y provoqué se estremeciera. Tenía el sabor a desodorante y poco vello en su cuerpo.

- Nunca me hicieron esto - admitió.

- Hay muchas cosas que te voy a hacer que nunca te las hicieron antes - le recordé.

- Házmelas - me permitió. - Te dejo hacerme todo lo que quieras.

La puerta estaba abierta finalmente para que yo pudiera disfrutar de él.

- No te quedes tirado como muerto, esperando que yo haga todo el trabajo - le recomendé. - Desmotiva y no es divertido.

- Pero no sé bien qué hacer - admitió, como si hubiera adivinado su estrategia.

- Haz lo que te nazca hacer - respondió. - En esta habitación, eres totalmente libre.

Fue como poner una moneda a una estatua viviente del parque. De repente, me tomó con todas sus fuerzas y en segundos hizo volar mi ropa por toda la habitación. Se había despertado y yo, con él, experimentaba la sensación de un adolescente incauto.

Cuando me vio desnudo, con mi miembro erecto completamente, mantuvo una expresión confusa y dubitativa. Tenía mi verga al milímetro de su cara, pero no se animaba a dar el gran paso.

- Hazlo si quieres - le recomendé. - Tienes que decidir.

- Lo sé - admitió. - Y sí, quiero hacerlo.

- Con suavidad - aconsejé.

Rodeó mi verga con su mano y la sacudió con lentitud pero con firmeza. Luego, abrió la boca, sacó la lengua y la lamió como si fuera un helado. Desde abajo hasta la punta. Sentí la electricidad de aquel contacto y de esa lengua técnicamente virgen.

Suspiré con placer, invitándolo a seguir. Lo hizo mejor de lo que podía imaginar de un inexperto. La metió en la boca y me la succionaba casi sin rasparme. Lo miraba porque era una imagen bella, la del hombre musculoso que se estereotipaba como un Macho Americano, teniendo mi verga en su boca y dándome una buena mamada.

Tras unos minutos, me miró y lanzó una sonrisa que devolví. Se tiró sobre mí y nos volvimos a besar, mientras mis piernas se abrían para él.

- Lo hiciste muy bien - comenté.

- Gracias - dijo, con orgullo. - Me encantó hacerlo.

- Ponte un preservativo y házmelo - le solicité.

Me obedeció. Al minuto y con su miembro protegido, se abrió paso en mi interior, mientras nuestros labios no dejaron de besarse con lujuria. Estaba tan ardiente de deseos que entró en mí en el primer intento y me volví loco de placer.

- Me encanta - me susurró. - Me encanta.

- A mí también - dije, entre pequeños gemidos. - Sigue... Sigue...

Y siguió por un rato más, en esa misma pose, cómoda para ambos. Chocaba su pelvis contra mi cola, provocando un sonido de impacto tan agradable de sentir que nos encendía aún más.

- ¿Te gusta cómo te cojo? - me preguntó.

- Me encanta como me lo haces - admití. - Sigue, Bruno, dame todo. No pares más...

Su clímax llegó sin avisar. Lo sentí al momento en que dejó el ritmo que teníamos y se estremeció. Su gesto de orgasmo era digno de hacer una escultura, mientras que mi autoestima se elevaba al haber conseguido que aquel muchacho disfrutara tanto de mi cuerpo.

Y Dios, cómo lo estaba gozando yo.

Se tumbó sobre mí como si la vida se le hubiera marchado de pronto, pero no se apresuró en quitar su miembro de mi interior. Nos quedamos así, acostados y besándonos con menos pasión pero igual sentimiento. Valió la pena el viaje, que recién acababa de comenzar.

Un rato más tarde, salió de mi interior, se tumbó hacia un lado y quedó desnudo, mirando el techo de madera de la cabaña.

- Cuando iba a la escuela, unos chicos más grandes me agarraron en el baño del instituto - me comentó, de repente, rompiendo el silencio. - Ellos me llevaron al baño y me... Bueno, me obligaron a hacer cosas. No fueron malos ni agresivos y yo hacía todo lo que ellos me indicaban, así que no me lastimaron. De hecho, la experiencia hasta me gustó, aunque yo sentía que estaba mal. Sabía que algo de eso no estuvo bien y no pude contársela a nadie.

Guardé silencio. Al ver que yo no aportaba nada, continuó.

- Nunca más se volvió a repetir, porque fue a fin del ciclo y eran del último año - afirmó. - Y yo no sabía si ellos me habían elegido a mí o si simplemente fue algo al azar. Creo que me tenían en vista. Pero a partir de ahí, dejé de hablar con la gente. No sabía cómo podía hablar si esto era lo más importante que me había pasado y yo no podía contárselo a nadie. Con el tiempo, lo fui olvidando...

- Pero seguiste sin hablar - comenté.

- Es raro, ¿no? - admitió, aunque no me parecía raro en lo absoluto. - No sé por qué, pero contigo tengo ganas de hablar. Nunca se lo he contado a nadie.

- Tu vida habrá sido bastante solitaria - dije.

- Fue buena - admitió. - Aunque ahora creo que es mejor.

Sonreímos y nos dimos un beso. No soy psicólogo ni policía ni por supuesto puedo cubrir las fallas de sus padres al no notar que su niño tuvo una transformación, pasando de ser un chico inocente y probablemente alegre, al ser un automarginado social. ¿Cómo es que no lo percibieron? ¿Ni su familia? ¿Ni la institución? ¿Nadie?

- Creo que tenemos que almorzar - dijo, entonces, incorporándose. - Me haré cargo de ello.

Hicimos una lista de compra y lo dejé ir solo a la civilización. Mientras tanto, revisando mis redes sociales, vi que tenía una solicitud de amistad en Facebook.

Continuará...

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