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Fin de semana clandestino (2)

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Mi nombre es Noah, y puedes acceder a la primera parte de esta historia, haciendo clic aquí.

Bruno mordió mi nalga con más fuerza de la que, presumo, hubiera querido. Me provocó un pequeño dolor, pero continué indiferente, concentrado en mi lectura. Como si supiera que aquello no era suficiente como para llamar mi atención, metió un dedo húmedo de saliva por mi ano. Era imposible continuar fingiendo interés por las desventuras de Kitty y su reciente enfermedad, probablemente a base del rechazo que sufrió en el baile.

Cerré el libro sin utilizar el marcador y me tiré completamente en la cama para dejarme hacer. Bruno lanzó una carcajada triunfal.

- Te desconcentré - comentó.

- Me gusta lo que haces - admití con un suspiro.

Continuó entrando y saliendo de mi interior con su dedo. En poco tiempo, había aprendido a hacerlo bien, con sutileza y lentitud. Tras el almuerzo, nos volvimos a acostar y, si bien no tuvimos sexo, nos quedamos libres de ropas, disponibles para cuando uno de los dos quisiera atacar. Bruno atacó primero. De repente, el dedo dejó de cumplir su trabajo y Bruno se movió sobre mí, al punto de sentir todo su abdomen en mi espalda y su miembro queriendo entrar en mi cola.

- No puedo creer que me gustes tanto - susurró.

Me encendió escucharlo. Me abrí de piernas y lo dejé entrar, en un ritmo pausado, sin la bestialidad de los primeros encuentros pero con la misma pasión. Su respiración en mi oreja me elevaba. Pero no acabó. Tras unos minutos, salió de mi interior y se acostó a mi lado, con su cuerpo hacia arriba pero mirándome a mí.

- ¿Tú eres de los que lo hacen? - preguntó.

Descifrar lo que quería decir Bruno, que desconocía en lo absoluto la jerga sexual, era de uno de los proyectos más interesantes de nuestra fuga del fin de semana.

- No te entiendo - admití.

- Es que si eres de los que hacen de hombres - explicó, lo que volvió a hacerlo aún más confuso. - Si tú penetras también.

- Ah, ya - dije, pero en ningún momento le aclaré el término. - Sí, soy lo que vulgarmente se conoce como versátil. Doy con el mismo placer con el que recibo. Me gusta adaptarme.

Bruno asintió y luego miró al techo.

- ¿Por qué lo preguntas? - insistí.

- Es que de repente me dio ganas de probar - admitió.

Una parte de mi interior empezó a dar pequeños saltos de alegría. Penetrar a Bruno no sólo despertaba mis más morbosas fantasías, sino que sería como una especie de meta cumplida. Amaba las películas porno en donde el pasivo resultaba ser el hombre más rudo y musculoso, mientras que el activo tenía unos aires más femeninos. No es que ese fuera mi caso generalmente, pero en contraste con Bruno, cualquier ser humano del planeta pasaba a convertirse en algo más femenino que él.

- Depende de ti - dije finalmente. - Si quieres, lo hacemos.

Me miró con la duda implantada en su cerebro y yo me moví de mi posición, porque la erección me iba a explotar en la cama.

- La idea te entusiasma - dijo, al ver mi miembro erecto.

- Claro que la idea me entusiasma - admití.

- ¿Eres bueno haciéndolo? - preguntó.

- ¿Tienes con quién compararme? - retruqué.

- No, a decir verdad, no - dijo, con una mueca en el rostro.

Me incorporé y me quedé de rodillas en la cama. Lo tomé del brazo izquierdo y lo giré, sin que él pusiera resistencia. Sus nalgas un poco lampiñas me saludaron. Las tenía firmes y hacía presión para que se encuentren cerradas, pero era un espectáculo tan mágico que no podía evitar sentir el deseo de poseerlo.

- Oye...

- Relájate - le dije. - Si quieres que me detenga en algún momento, lo haré, pero sino, sólo relájate y disfruta. La sensación va a gustarte.

- Espero.

- Yo también.

Se rió. Eso ayudó a que se relajara.

Metí mi cara entre sus nalgas y me abrí paso con mi lengua. Su ano se encontraba húmedo también pero no tenía ningún sabor desagradable. Bruno gimió al sentir mi lengua allí y se estremeció como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Amaba causarle esas sensaciones.

- Aaahhhh - gimió. - Nunca pensé que...

No pudo terminar la frase que volvió a gemir y revolcarse del placer. Yo comencé a penetrarlo suavemente con la punta de mi lengua, lo que lo enloqueció aún más. Jamás hubiera apostado que terminaría penetrando a Bruno en aquel fin de semana. Quizá esa fue su intención desde un primer momento y recién ahora pudo decírmela. Como supe explicar, todo lo que rodeaba a Bruno era un misterio.

Me calcé un preservativo (el cuarto que íbamos usando en el fin de semana) y me incliné despacio sobre él.

Costó un poco el trabajo de entrada, más un par de consejos más para que se relajara y se dejara hacer. Estas cosas siempre me las tomo con cautela, ya que en el primer mal movimiento puede conseguir que todo se derrumbe. En especial si la otra persona no tiene por deporte el dejarse penetrar. Y la realidad es que yo quería penetrarlo más que nada, así que hice el uso de mi TOC y me di a la tarea de entrenarlo para que pudiéramos gozar.

- Estoy dentro - le dije, en un determinado momento, como si él no se hubiera dado cuenta. - Ahora comenzaré a hacer un pequeño movimiento hacia afuera. Tú sigue relajado y disfruta.

Me obedeció y eso colaboró mucho con la causa. Mi miembro sentía cómo de repente comenzaba a aflojarse las paredes anales que impedían la buena circulación.

- Aaaahhhh - gimió.

Bruno, lejos de gemir como un actor porno en su situación, lo hacía con los cantos de alguien que está levantando 100 kilos en la barra. Cada movimiento mío venía acompañado de una exclamación de gimnasio, lo cual lejos de parecerme raro, me despertaba más lívido.

- ¿Te gusta? - le pregunté.

No respondió, así que deduje que no podíamos hacer ningún juego verbal más. Tenía que simplemente dedicarme a lo mío, ya que la concentración de Bruno estaba en otro lado.

- Me gusta - dijo, luego de un rato. - No pensé que me gustaría, pero me gusta.

- Si quieres que pare...

- No, sigue - respondió. - Pero...

- Pero, ¿qué?

- No, no, sigue - decidió. - Olvídalo.

- Dímelo, Bruno - lo animé, mientras continuaba con mi movimiento.

- Quiero que me acabes en la cara - dijo, finalmente.

Aquello me volvió más loco de lo que ya creía que podía estar en la situación. Esa sola petición me enloqueció tanto que creía que iba a acabar ahí mismo, dentro de él. Pero tenía que quitarme el gusto, así que me llamé al orden. Salí de su interior, me quité el preservativo tirándolo en el piso y le indiqué que se diera vuelta.

Obedeció. Su rostro se mostraba entre ansioso y asustado, pero me senté en su pecho y comencé a masturbarme con furia.

- Te va a convenir cerrar los ojos - le indiqué.

También me obedeció en ello. Los cerraba con fuerza, como si tuviera miedo de que algo le pasara. Pero no me concentré en eso o no iba a acabar nunca y mi placer radicaba en ver su cara adusta llena de mi leche.

De repente, el volcán de lava blanca estalló y lo dirigí hacia la cara de Bruno. Las grandes gotas de un par de sesiones de sexo donde no acabé, estallaron en el rostro de mi amigo.

Suspiré como si se me hubiera ido la vida, o como si yo también hubiera levantado 100 kg en barra y, cuando dejé de jadear, miré a Bruno. Su cara llena de gotas blancas era una imagen tan hermosa que tuve el impulso de sacarle una fotografía. Por supuesto que iba a negarse, así que no lo propuse.

- Te ves hermoso - le dije.

- ¿Te gusto así? - preguntó.

- Claro que sí - admití.

Me aparté de su pecho cuando noté que se estaba masturbando. El chico, poseído por mí en todas las maneras que probablemente ninguno imaginó que pasaría, quería culminar aquel encuentro y me pareció justo.

Me acosté a su lado y decidí probar algo que podía salir muy bien cómo podía salir terriblemente mal. Lamí de su cara unas gotas de mi propio semen y luego me dirigí a su boca para darle un beso. Por fortuna, Bruno aceptó la perversión y antes de que pudiera darme cuenta, tragó mi leche mientras su ritmo de masturbación aumentaba frenéticamente. Volví a lamer otro rostro de su cara y volví a repetir el ritual. Escuchar el sonido de Bruno la tragar me enloquecía y estaba a punto de erectarme nuevamente.

Pero Bruno acabó sobre su abdomen y allí se fue toda su furia.

- Me voy a dar una ducha - me anunció, tras una pausa.

Cubierto de su semen y el mío, se dirigió hacia el baño y cerró la puerta. En algún momento, sin darme cuenta, me quedé dormido.

Cuando desperté, Bruno dormía a mi lado. A diferencia mía, él se había puesto su ropa interior y una remera sin mangas. El pudor había retornado. O al menos así lo creí, hasta que el domingo decidimos utilizar la piscina que había en el patio trasero de la cabaña y nos sumergimos en el agua sin ninguna clase de ropa.

- Tengo un poco de miedo de que alguien nos vea - me avisó.

- Nosotros veremos a alguien primero si se acerca - dije.

- Pero, ¿qué pasa si hay cámaras de seguridad? - preguntó. - El chico al que le gustaste, podría estar viéndonos.

- Entonces vamos a darle un espectáculo - afirmé, acercándome para darle un beso.

Bruno se volvió a reír y me tiró unas gotas de agua con su mano. Me acerqué hasta él, rodeó mis brazos en su cintura y volví a besarlo.

- ¿Te molesta la idea? - le pregunté.

- ¿Cuál?

- Excitar a otro hombre.

- Te excito a ti.

- A otro aparte de mí, Bruno - respondí. - Es decir, no sé cuáles son los planes con respecto a tu vida sexual a partir de ahora, pero puedes estar con el chico que quieras.

- Quiero estar contigo - se encogió en hombros.

Me mordí el labio. Tal como lo había sospechado, había llegado el momento de tener esa clase de conversación.

- Tú sabes que no seré esa clase de chico, ¿no? - pregunté.

- ¿A qué te refieres?

- A que no seré exclusivo de ti - afirmé. - Que no me quedaré esperando que suene mi celular, para que me anuncies que puedes escapar de tu esposa y venir a verme a escondidas.

La realidad le cayó encima como un balde de agua helada. Bruno pareció confuso.

- Pero pensé que yo te gustaba.

- Claro que me gustas - afirmé. - Seguiremos siendo amigos y podemos estar juntos de vez en cuando, pero toda la novela que quieras crearte en base a esto, no pasará.

- Pero...

- Bruno - interrumpí. - Sin peros. No piensas dejar a tu familia por esta nueva vida, ¿no?

- Nunca se me ocurriría.

- Y me parece bien, es tu tema - afirmé. - Pero no estás en posición de exigir nada más. Esta cuestión de la sexualidad es nueva para ti y voy a ayudarte en todo lo que pueda, te lo prometo. Pero no será de la forma que estás creyendo.

Pareció conforme con la promesa de que no lo abandonaría y se relajó.

- ¿Tú tienes a alguien? - me preguntó.

- ¿A qué te refieres?

- Alguien oficial.

- Tengo un amigo con beneficios con quien estaría de novio si no fuera porque vive en otra ciudad - le comenté. - Viene una vez por mes al pueblo y estamos juntos. Nos conocemos de toda la vida. Y si algún día se da la casualidad de que estemos juntos en el mismo lugar, probablemente comencemos algo.

- ¿Qué hace él?

- Es nadador profesional.

Bruno se rio.

- Te gustan deportistas - apuntó.

- No, me gusta el deporte - le corregí. - Da la casualidad de que los deportistas tienen cuerpos atléticos y todo es un espiral de lujuria.

- ¿Acaso no estarías con un chico que no tenga un físico escultural? - preguntó.

- Claro que lo haría - respondió. - No importa el físico, sino lo que sepan hacer con él. Por ejemplo, tengo otro ligue que es bien gordo, pero es un Máster.

Me miró sin comprender lo que significaba. Era como hablar con una persona que estaba aprendiendo el idioma.

- No te entiendo - dijo, finalmente.

- Un Máster - respondí. - Que le gusta dominar. Que es bueno en el sadomasoquismo.

- No sé qué son todos esos términos - admitió.

- Bruno, una cosa es ser religioso y otra es ser un Amish - le corregí. - Sólo te pido un poco de cultura general.

- Tengo cultura general, lo que no tengo es cultura sexual - se defendió.

Una vez, fuimos con unos amigos a ver un grupo de coristas que brindaban un espectáculo similar a los que hacían Glee. Como mis amigos nunca vieron Glee, era complicado explicarles de qué se trataba el show. Hay ciertas cosas que requieren de un conocimiento previo para poder comprenderlas o la explicación termina siendo sumamente absurda.

- Bueno, el Máster es alguien encargado de dominar al otro - comenté, intentando resumirlo como me salía. - Uno asume un rol de esclavo y el otro asumo el rol de Amo. Entonces haces todo lo que te pide.

- Cosas sexuales - añadió.

- Sería lo ideal que fueran cosas sexuales - admití. - De lo contrario estaríamos ante un psicópata.

- Hay cosas que en realidad no puedo imaginármelas - admitió finalmente.

- Te pasaré un par de videos luego - le respondí. - Bueno, tenemos dos opciones. O vamos a hacer el amor en el cuarto, o me la montas aquí mismo a riesgo de que el chico que nos dio las llaves nos vea y se toque mirándonos.

Bruno se rio.

- Me suena raro - admitió. - Que un hombre se toque por mí.

- Yo me he tocado por ti varias veces antes de estar juntos - le reconocí.

- ¿Ah, sí? - se rio. - ¿Por qué nunca me lo dijiste?

- Porque no es algo que uno vaya contándole a las personas que conoce - respondí. - El punto es que a ti no te moleste que se toquen por ti.

- Creo que no me molesta.

- Entonces demos un buen espectáculo - le sugerí.

Terminó penetrándome al costado de la piscina y en breve nos olvidamos de la posibilidad de que hubiera cámaras de seguridad y otros ojos observándonos. La vida no nos da muchas opciones de libertad, por eso hay que saber disfrutar de esos pequeños momentos.

Tras darnos una ducha, emprendimos el camino de regreso cuando el sol del atardecer nos anunciaba el final del fin de semana clandestino. Hay varias cosas para remarcar que me gustaron de esta experiencia: primero, escapar de la ciudad para viajar a otro lado siempre hace bien al alma; segundo, la primera teoría se refuerza si es que te dedicas a tener sexo sin parar; y tercero, vivir la experiencia con un amigo y evitar todo el drama hace que tenga un plus.

Cuando Bruno detuvo el coche para devolver las llaves, las tomé aceptando el papel de ser que fuera quien dé la cara. Pero sorpresivamente, Bruno quería descender conmigo.

- ¿Y esto? - pregunté.

- Quiero verlo también - admitió, en relación al encargado que me había propuesto un trío sexual.

Sonreí y me dejé llevar, interesado en saber cómo terminaría aquello. Pero cuando entramos a la oficina de grandes ventanas de marco naranja, nos desilusionamos al ver que había una chica del otro lado del mostrador.

- Oh - dijo Bruno.

Y entonces se giró y me dejó solo.

Volvimos a Bahía Ausente, nuestro pueblo, con las responsabilidades que aquello implicaba. Ya no había lugar para lo clandestino allí. No había sitio para la libertad.

- Me siento raro al volver - admitió.

- También yo - dije. - Quería que durara un poco más.

- Tal vez la próxima vez... - quiso decir. - Bueno, si es que quieres volver a estar conmigo, claro. Te entenderé si no quieres. Realmente no me gustaría que pienses que esperaba que tú te convirtieras en mi amante o algo así.

- Es bueno saberlo - le dije. - Porque no me convertiré en eso.

- Pero podrías - se burló.

No me reí.

- Voy a estar con otros chicos, Bruno - le recordé. - Me vas a ver con otros chicos. Si vamos a seguir siendo amigos, o vamos a continuar con el vínculo entrenador/alumno, vas a tener que ir asumiéndolo.

- Lo sé - respondió. - De verdad, en un momento creí que podía hacerlo distinto, pero tienes razón. No estoy en posición de pedirte nada.

Detuvo el auto frente a mi casa y dimos por concluido el fin de semana maravilloso. Tenía una increíble necesidad de darme un baño, leer Ana Karenina y dormirme con Family Guy de fondo.

- Oye - dijo, cuando estaba por abrir el picaporte. - Si las cosas fueran distintas... Es decir, si yo hubiera sido gay y tú y yo nos conocíamos, ¿crees que hubiéramos?

- ¿Eh?

- Es decir, ¿crees que hubiéramos podido ser... Novios? - preguntó.

- Totalmente - afirmé, golpeando su hombro. - Aunque tal vez allí descubrías que te gustaban las mujeres y la historia volvía a empezar.

Se volvió a reír y volví a recibir uno de sus golpes en el hombro. Iba a costarme menos que se vuelva adicto a las jaulas de penes que el que se le quite esa maldita costumbre de golpear cuando se reía.

- Oye, si quieres que nos volvamos a ver...

- Bruno, te veré mañana - le recordé. - Mañana tenemos que entrenar.

- Claro, pero me refiero...

- Sé a lo que te refieres - interrumpí. - Estás queriendo sostener en el tiempo un momento de placer. Te aviso que estás destinado al fracaso. Lo que sucedió fue hermoso y podremos revivirlo. Pero la vida no es todo placer y cada uno tiene sus responsabilidades. Tenemos que volver a nuestras rutinas y eso implica, tú con tu familia y yo con mi libro.

- Si quieres, podemos darnos un último encuentro - me sugirió.

Sonreí y bajé del auto.

- Nos vemos mañana, Bruno.

Escuché que su auto se marchaba mientras yo metía la llave para entrar en mi casa.

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