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Mi nombre es Noah, y si bien puedes leer esta historia de forma independiente, puedes leer algunos eventos previos en mi perfil.

La serie culminó con los dos amigos, conviviendo juntos otra vez en un nuevo departamento. Un sabor amargo del inconsciente ciclo en el que estamos sumergidos, cuando volvemos a repetir la misma historia indefinidamente. A mí me despertó ambivalencia, mientras que mi invitado de esa noche fue mucho más lapidario.

- Hicieron un final de mierda -sentenció.- No entendía cuál era la necesidad de matar a la madre.

- No la matan -le corregí.- Se suicida.

- Para el caso, es lo mismo -contestó Lucas.- ¿Qué es lo que intentó dar a suponer? ¿Qué una persona nunca puede salvarse?

- La serie comenzó cuando la mujer intenta suicidarse -recordé.- Sufría de depresión...

- Pero la combatía.

- La contenía -le corregí.- Y bueno, claramente, en un momento, no pudo contenerla más.

Habíamos comenzado a ver la serie hacía tres años y siempre que quedábamos en cenar, lo que sucedía una vez por mes, Lucas y yo repetíamos el ritual de mirar uno o dos capítulos mientras comíamos, en unos minutos previos al ir a tener sexo desenfrenado.

- La próxima vez que vuelva, vamos a tener que elegir otra serie -comentó, apagando la televisión y borrando Netflix de la pantalla.- Espero que tenga un final más digno.

Lucas era nadador de campeonato. Había descubierto su pasión deportiva en el instituto, aunque jamás consideró que iba a vivir de ello. Lo conocí hacía más de siete, cuando él era un joven que recién había cumplido la mayoría de edad y estaba investigando los placeres carnales del sexo con hombres. Si bien nunca oficializamos ninguna relación, fuimos amigos con beneficios durante dos años, hasta que le llegó la oportunidad de viajar por el mundo para competir. Así que además de tener sexo en cada visita mensual, también éramos muy buenos amigos y estábamos en contacto casi a diario.

- Este final fue muy digno -comenté, defendiendo la serie, aunque la batalla ya carecía de sentido.

Mientras me contaba sobre sus nuevos proyectos deportivos, yo lavaba los platos. Era nuestro ritual. Cena, serie y luego la habitación. La charla siempre iba por temas que nunca rondaban los otros hombres con los que nos veíamos. Era como si no existieran o, por lo menos, todavía no salían debajo de la alfombra. En esa parte de la velada, sólo éramos él y yo.

- Sólo digo, como persona que ha sufrido depresión en diversos momentos de su vida, quisiera tener la certeza de que en un momento no voy a sucumbir a la idea de volarme los sesos -continuó indignado.

Aquel encuentro cuya finalidad, además de pasar un buen momento, ponernos al día y disfrutar de una grata conversación, tenía como objetivo el evento sexual, podría ponerse en peligro si Lucas se dejaba sucumbir ante los estragos de su pasado. Tenía que girar el eje de la charla y tirarlo hacia una perspectiva más positiva o entraríamos en un pozo depresivo que arruinaría todo intento de la velada.

- Tranquilo, Tom -me burlé.- Hay muchas cosas que no te pasarán a ti.

Lucas me lapidó con la mirada. Odiaba las comparaciones con Tom Daley, aunque lo único que tenían en común era el deporte que practicaban y yo no estaba seguro de que fuera el mismo. No obstante, Lucas no lo quería y yo jamás intenté entender por qué.

- Eres un idiota -me dijo.

- No obstante, sigo apostando que el creador de la serie es un genio -insistí.- Primero y principal, porque es el guionista y sin ser el personaje más atractivo y siendo su personalidad verdaderamente insoportable, ha conseguido escenas sexuales con actores verdaderamente hermosos. Si yo fuera el creador de una serie similar, haría lo mismo.

- Con la diferencia de que tú eres atractivo -me indicó.

- Pero tengo una personalidad insoportable -bromeé.

- Hay cosas que no voy a discutirte -afirmó Lucas.

Tomé su chiste como algo que ya nos había hecho salir de la angustia que generó el final de la serie. Con todo limpio, decidí que era tiempo de fumar un cigarrillo en el patio. Era lo único que no quité en mi nueva faceta fitness, aunque la reduje considerablemente desde que estoy entrenando.

- ¿Viste La Liga de la Justicia? -pregunté, mientras salimos al patio interno de mi departamento.

- ¿La película real o su versión porno? -preguntó.

- La versión porno, por supuesto -comenté.- Creo que siguen sin interesarte las películas de superhéroes donde nadie muestra el pene.

- Totalmente -dijo Lucas, estirando sus brazos como si estuviera elongando.- Sí, la vi. MEN tiene muy buenas ideas y una gran producción a la hora de hacer sus videos, pero no se destacan por la originalidad de sus escenas.

- La ya emblemática escena de la ensalada tuvo sus puntos -recordé.- Aunque la recuerdo más por los memes que hubieron que por la escena en sí.

- MEN, tras la gran conocida escena de Jhonny Rapid en la ducha de la prisión, no volvió a destacarse -sentenció Lucas.- La propuesta de FamilyDick es mucho más interesante ahora.

- Lo vi -afirmé.- A todos nos gusta el morbo que genera el incesto. Pero si me das a elegir una empresa, yo me quedo con Hardkinks.

- Tú porque eres fiel seguidor del rollo sadomasoquista -contestó.- Hay personas que tenemos gustos más simples y menos perturbadores.

- Me imagino, porque masturbarte mientras te cuentan que un joven tiene sexo con su padre, no es nada perturbador -ironicé.

Con Lucas jamás logramos un acuerdo en la faceta sadomasoquista. Era uno de los pocos puntos en los que no coincidíamos sexualmente. Después, a lo largo de los años, habíamos hecho de todo juntos. Desde sexo en lugares públicos hasta organizamos orgías en donde éramos las estrellas centrales. Sólo en los juegos de roles de amo y esclavo es en donde nunca logramos un buen resultado. Simplemente el rollo no iba con él.

Tras terminar el cigarrillo dimos paso a lo que sabíamos que iba a suceder y que, por culpa de la visión realista de Josh Thomas, casi peligró.

Lucas se metió en el baño durante un rato mientras yo me desnudé por completo y me tiré en la cama a jugar con el celular mientras lo esperaba. Mi compañero no era fanático de las instancias previas, sino más bien que le gustaba que el sexo se concretara de una forma veloz y efectiva. Por lo general esto significaba que se tiraba en la cama, ponía un almohadón bajo su cintura, abría sus piernas y me dejaba entrar en él.

Entré al tercer intento, entre sus gemidos, su rostro de placer y mi gratificación personal al poseerlo de aquella manera. Había, en ese acto, otro proyecto escondido que sólo nos pertenecía. Y es que allí era el momento en donde Lucas se dedicaba a contarme sus últimas aventuras sexuales. Sabía que conseguía calentarme a tal punto que tenía que dejar de moverme para no acabar rápido. Disfrutaba viéndome así, que lo tratara como a una putita mientras me relataba sus últimas vivencias. Y a mí me encantaba escucharlo, imaginarme la historia que él me contaba. Todos esos hombres que habían entrado en él en mi ausencia.

- Una noche terminé de entrenar y me fui a los vestuarios -me contó a mi oreja, entre pequeños gemidos.- Cuando me puse a mear, un gordito, que se encontraba practicando, se puso a mear en el mejitorio conjunto. Le vi la pija. Era casi tan gorda como él.

Imaginarme a Lucas, tan flaco y atlético, sintiéndose atraído por un muchacho que lo triplicaba en tamaño, provocaba que me encendiera más.

- El gordito me descubrió observándole el bulto y sonrió -continuó.- Me dirigí hacia la salida y le hice una seña para que me acompañara, cosa que el chico hizo. Sabía dónde podíamos ir a tener sexo sin que nadie nos viera. Lo llevé hasta una pequeña casilla que está en el fondo del predio de natación, detrás de las piletas externas. Sabía que la casilla, tan construida y abandonada, no tenía llave y sería el último lugar en donde alguien entraría a última hora de la noche.

>>Nos metimos a las penumbras de lo que debía ser un depósito. No había luz, así que todo fue palpable a la oscuridad. Su cuerpo rollizo no terminaba nunca cuando lo acariciaba. Me besó y me atrajo para sí, poniendo sus manos entre mis nalgas y bajándome los pantalones húmedos de un sólo tirón.

Aminoré la marcha de mis movimientos. Era preciso ser cauto porque en cualquier momento iba a explotar en su interior. Y, al menos, quería dejarlo terminar su historia.

- Me arrodillé ante él y se la comencé a chupar -continuó Lucas.- Tenía un gusto medio dulce, probablemente del agua de la pileta. El gordito gemía como loco mientras disfrutaba de lo que parecía ser el momento más maravilloso de su vida. Luego, me di vuelta y apoyé mis manos sobre la puerta de madera, dejando mi cola a su merced para que me la metiera.

- ¿Te la metió? -susurré.

- Oh, sí, me la metió -se relamió Lucas.- Con tanta fuerza que sentí que me iba a romper en pedazos. Se movía con mucha agilidad, el gordito. Le gustaba poseerme.

- ¿Te gustó que te poseyera? -pregunté.

- Me encantó -respondió. - Me sentí una verdadera puta.

- Oh... -comencé a gemir.

- No acabes todavía -me indicó Lucas.- Tengo un par de historias más que quiero compartirte esta noche.

Mientras lo penetraba, mi abdomen frotaba contra su miembro erecto, que había quedado apretado entre los dos. Era una sensación que Lucas disfrutaba, porque cada tanto gemía de placer y se movía él para alcanzar el punto de satisfacción.

- Cuéntame -le pedí.- Aguantaré.

- Esto sucedió con un chico que conocí en Grindr -me explicó.- Me pasó a buscar en su auto y me llevó a su departamento. Allí me encontré con que no íbamos a estar solos, sino que tenía un amigo esperándonos. Ambos eran unos diez años más grande que yo y ninguno era atractivo. Eso era lo que más me calentaba de ambos. Uno de ellos me explicó que en realidad estaban buscando una puta para pasar la noche, pero no tenían dinero. Acepté estar con ellos y que hicieran conmigo lo que les plazca.

Volví a detenerme. Un solo movimiento más e iba a explotar. Y yo quería que me siguiera contando sus historias. Al menos, que culminara una más.

- Creo que eran obreros de una construcción -continuó.- Pero la casa en donde estábamos, estaba lejos de parecer construida. Me tiraron en un colchón, en el piso, y me apuntaron con sus dos vergas erectas. Se las chupé de rodillas a ambos mientras uno de ellos me insultaba y me decía que era una puta. No sabes cómo me calienta que me digan así.

- Porque lo eres -le susurré.- Eres una puta.

- Claro que lo soy -respondió.- Uno de los tipos se tiró en el colchón con la pija parada y me indicó que me sentara sobre él. Lo hice. Yo me encontraba tan caliente que entró tan rápido que me asusté, pero no sentí dolor, sino el placer de aquel hombre peludo y moreno disfrutándome. Pensé que el otro se iba a quedar de pie y me iba a dar su verga para chuparla, pero se puso detrás de mí y me empujó para que me acostara sobre el hombre que ya estaba dentro de mí. Entonces entendí qué querían hacer.

- Me vuelvo loco -le confesé.- ¿Te la pusieron entre los dos?

- Entre los dos -respondió Lucas - Yo, que siempre tuve miedo a la doble penetración, en ese entonces no tenía salida. No podía acobardarme ni negarme. Tenía miedo de la reacción de ellos si no los complacía. Así que respiré profundo, me relajé y dejé que el segundo hiciera su trabajo. Cuando menos me di cuenta, tenía dos vergas erectas penetrándome sin piedad, haciendo un sándwich de mí.

Pude imaginar la escena perfecta. La contraposición de un sujeto joven y atractivo como Lucas, con dos hombres maduros y desalineados. Eso era el verdadero erotismo que le faltaba al porno. Eso era sexo real.

- Se burlaban de mí -continuó.- Se burlaban al verme disfrutar tanto de lo que me estaban haciendo. Cada vez que gemía me preguntaban "¿te gusta, putita?" y yo respondía que sí, que me encantaba, que siguieran. Y ambos siguieron por largo rato. Yo pensé que iba a morir del placer que estaba sintiendo. Denigrado, siendo objeto de usar y tirar, sentí el mayor placer del mundo.

- ¿Te acabaron dentro? -pregunté.

- No, mejor todavía -dijo- Se pusieron de pie y me acabaron en la boca, haciendo que trague toda la leche agria y amarga que largaron para mí.

- No te gustaba que te acaben en la boca -le recordé.

- Lo sé -respondió.- Pero con ellos no pude negarme. Quería tener todo de esos dos hombres y lo obtuve.

Seguí moviéndome. Creía que iba a ser el fin de las hazañas y tenía que acabar o iba a morir dentro de él, lo cual tampoco me parecía un mal plan en ese momento.

- Una última confesión -me dijo Lucas.- Quiero que acabes con esta historia.

Me detuve nuevamente. Nos conocíamos tanto que sabía que mis movimientos eran para culminar el encuentro.

- Te escucho.

- ¿Recuerdas cuando apenas nos conocíamos? -preguntó.- Yo me quedaba a dormir en tu departamento y tú te ibas a trabajar por la mañana. Me quedaba solo hasta el mediodía.

- Lo recuerdo -le dije.

- Nunca te lo conté entonces, pero cuando me despertaba, solía llamar a diversos chicos para tener sexo aquí, en tu propia cama, en donde la noche anterior me habías penetrado, y me volvían a coger.

Aquello me encendió a tal punto que iba a acabar sin moverme.

- ¿Ah, sí? -le pregunté.

- Oh, sí -respondió.- Recuerdo que una vez lo hice estando tú en el departamento. Tú dormías la siesta aquí, en tu cuarto, mientras yo me fui a ver televisión al living. Entonces un muchacho me escribió y le dije que viniera. Era un joven rubio y de cuerpo musculoso, atractivo por donde lo mires. Le dije que lo íbamos a hacer en silencio.

Podría estar evocando a cualquier día de muchos otros, así que no intenté analizar cuándo pudo haber sido, sino que me dejé llevar por el relato de lo que sucedió mientras yo dormía en el cuarto contiguo.

- Le di una mamada espectacular mientras él gemía en silencio -contestó.- Me decía que lo volvía loco. Incluso me dijo que te despertáramos para que te nos unas. Pero yo no quise.

- ¿Por qué no?

- Porque me gustaba la idea de lo que hacía a escondidas de ti -afirmó Lucas.- Me gustaba jugar con la posibilidad de que te despiertes, me encuentres en cuatro con un chico musculoso rompiéndome el culo.

- Pero nunca me desperté -afirmé.

- Eso no lo hizo menos excitante -confesó.- El chico me penetró en todas las posiciones que te puedas imaginar. Pero estaba nervioso. Temía de tu reacción. Le convencí de que si tú nos descubrías, te unirías, aunque lo más probable es que te masturbaras viéndonos en lugar de participar. Sólo así logré que se calmara y continuara con su trabajo. Oh, aún lo recuerdo, todo lo que me hizo delante de ti sin que lo percibieras y me vuelve loco.

- Fuiste una puta todo este tiempo -le remarqué.

- ¿Tenías alguna duda? -preguntó, satisfecho.- Muchas veces quise que formalicemos para seguir haciéndote estas cosas y tener el doble de adrenalina. ¿Te imaginas? Si nos poníamos de novios, hacerte estas cosas hubiera sido la gloria para mí.

No aguanté más.

Acabé en su interior y me tiré sobre él, al tiempo que escuché su sonrisa satisfecha. La dulce victoria que le provocaba el saber que me había dado suficiente material para masturbaciones nocturnas.

Una vez terminado el acto, esas historias se borraban de la memoria y jamás sabía cuáles eran ciertas y cuáles las había fabricado para la ocasión, o por impulsos del momento. Era, después de todo, mejor no saber. El encanto radicaba en creer que fueron ciertas y volverme loco con ello.

- Cuando estemos en la misma ciudad, tendremos que ponernos de novios -comenté, tirándome a su lado.

- En dos años expira mi contrato actual -me respondió.- Estoy analizando la posibilidad de abrir un club de natación.

- ¿Dónde?

- Aquí -contestó.- Mi intención es volver. Aquí estás tú, mi familia y mis amigos.

- Entonces cuando vuelvas, nos ponemos de novios -respondí, dándole un beso cachondo en los labios.- Y habrá mañanas en donde te despertarás solo, porque yo estaré en el trabajo y tú podrás disfrutar de otros cuerpos.

- Es un trato -afirmó, volviéndome a besar.

Nos quedamos dormidos sin volver a vestirnos. Al día siguiente era domingo y yo no tenía que ir a trabajar, así que no tuvo oportunidades de quedarse con mi departamento a solas para dar rienda sueltas a sus instintos básicos. Una pena, porque en ese momento me di cuenta que hubiera sido fantástico volver del trabajo y encontrarlo con otro.

Pasamos el domingo juntos hasta la hora de la cena. Su vuelo salía el lunes a primera hora y quería pasar el último tiempo libre con su familia. De todos modos, las despedidas melancólicas no eran lo nuestro. No iba a pasar ni media hora que ya nos íbamos a estar escribiendo, para contarnos algo sin sentido y tener un debate existencial que poco tuviera que ver con lo que estuviéramos haciendo en ese momento.

Pero en nuestros mensajes no irían historias sexuales, ni suyas ni mías. Esas cosas sólo nos las contábamos cuando teníamos sexo.

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