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Lencería provocativa

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Por alguna razón, ella acostumbraba a vestir ropa muy ajustada, escotes o inclusive batas de seda demasiado sexys. Su lencería muchas veces quedaba expuesta, pero ella no hacía el esfuerzo por cubrirse de mí.

Todos los jueves se metía al baño, como a las 11 de la noche.

El baño quedaba junto a mi cuarto, así que inevitablemente alcanzaba a escuchar unos ruidos.

Al acercarme a la puerta del baño, que por cierto, estaba entreabierta, me di cuenta de que esos ruidos eran realmente gemidos... si, gemidos reales... gemidos de mujer.

Ella yacía recostada sobre un tapete mientras yo la observaba acariciándose.

Verla completamente desnuda fue muy excitante para mí. Con una mano deslizaba sus dedos por sus pezones, mientras con la otra se acariciaba constantemente en medio de las piernas.

Desde la perspectiva que yo tenía, no alcanzaba a ver nada de eso, solo alcanzaba a ver sus pezones al aire acompañados de sus gemidos.

Cuando sus propios dedos y caricias la llevaban al orgasmo, me iba a mi cuarto sigilosamente para que no se diera cuenta de que la estaba observando, aunque algo en mi interior me decía que ella estaba al tanto de eso.

Al regresar a mi cuarto lo único que quería era masturbarme pensando en lo que había visto, y sólo deseaba que llegara el siguiente jueves para volver a verla y escucharla.

Se volvió como un ritual entre nosotros dos, cada semana nos reuníamos de esa forma, aunque ella nunca volteaba hacia la puerta para no descubrirme.

Llegó un jueves, y antes de las once me metí en la regadera desnudo para poder ver mejor lo que hacía. Se quitó la bata y comenzó a acariciarse. Al parecer no se había dado cuenta de que yo estaba ahí dentro con ella. En esta ocasión si pude ver como se tocaba con sus dedos y no solo eso, sino también con un objeto de plástico similar a un pene.

Sus gemidos se escuchaban más fuertes debido al azulejo del baño. Mientras ella se acariciaba yo también lo hacía con mi mano de arriba a abajo.

Ella terminó con unos gemidos intensos mientras se estremecía. Al sacar el falo de plástico pude ver cómo un poco de líquido semitransparente salía de ella y escurría por uno de sus muslos.

Posteriormente salió y se fue a su cuarto mientras yo me masturbaba pensando en lo que había visto.

No podía creer lo que hacían las mujeres estando a solas.

Con el tiempo comencé a desearla con más fuerza, pero no me atrevía a decírselo, a pesar de que nos llevábamos bien.

Pero un día desperté y para mi sorpresa ella estaba acostada junto a mí. Su bata de seda se deslizaba delicadamente hacia abajo, dejándome ver su fina lencería color blanco y sus nalgas blancas.

No entendía por qué estaba ella en mi cama, pero no pensé mucho en eso. Lo único que hice fue quitarme la trusa y acercarme a ella teniendo cuidado de no despertarla.

Mi pene rozó sus nalgas y tuve una sensación placentera. Me puse saliva y comencé a frotar mi pene en medio de su culo.

Ella movió la cabeza ligeramente, sabía que había despertado y temía que se volteara enfadada, pero no me dijo nada, así que yo seguí frotando aún más. Tomé confianza y coloque mi mano sobre su nalga izquierda. Finalmente, empecé a eyacular mucho, mientras ella disimulaba que dormía. Rápidamente cogí un trozo de papel para limpiarle el semen.

Durante el desayuno no tocamos el tema, parecía que habíamos encontrado una forma de hablar de ese tema incomodo: el silencio. No había necesidad de palabras.

A la mañana siguiente me desnude para bañarme. Ella entró y sin decir palabra alguna se hincó. Tomó mi pene con su mano y empezó a acariciarlo al tiempo que besaba mis testículos. Comencé a gemir mientras le acariciaba su cabello largo.

Poco después se llevó mi miembro a su boca. Empecé a gemir con más fuerza hasta que me vine es sus labios. Al terminar salió del baño. No sabía que estaba pasando. Solo sabía que me gustaba mucho.

Las frotaciones en la cama se repitieron nuevamente, pero un día, para mi sorpresa, no traía puesta lencería.

Trate de frotar mi pene erecto en medio de sus nalgas como otras veces lo había hecho, pero al estar desnuda, mi pene tendía a meterse en su dulce intimidad. Yo sólo me deje llevar por mi instinto temiendo que esta vez sí se enfadara.

La cabeza de mi pene comenzó a entrar lentamente, mientras ella yacía inmóvil.

Presione un poco más fuerte, mi miembro erecto entró aún más y sentí como un gran placer recorría todo mi ser. Comencé a moverme suavemente para no "despertarla" pero seguramente ella ya estaba despierta.

Finalmente lo inevitable sucedió, comencé a entrar y a salir de su ser. Empezó a gemir ante mis embates detrás de ella.

Mi mano yacía sobre su nalga izquierda, así que ella la tomó al tiempo que gemía. Eso me dijo muchas cosas: que yo le gustaba físicamente y que fascinaba la hiciera mía.

Todos esos coqueteos y situaciones habían servido de preámbulo para esto.

Sentí que pronto empezaría a eyacular así que me salí de ella. Al hacerlo, mi pene empezó a escupir aquel líquido espeso y amarillento.

Ella volteó visiblemente agitada, sonrojada, me miró a los ojos y sonrió levemente. Poco después salió de mi alcoba.

Después de aquel día, comenzamos a tener sexo cada noche.

Ella solía meterse en mi cama con lencería, me quitaba la trusa para acariciarme y poco después se subía en mí hasta que mi pene entraba en su conejito húmedo.

Con movimientos de arriba a abajo le gustaba disfrutar de miembro al ritmo que gemía.

Mientras lo hacíamos comenzó a besarme en la boca con una gran pasión.

Al terminar nos quedamos dormidos.

Como era costumbre, a la mañana siguiente, no tocamos el tema... no había necesidad de palabras.

Sabíamos lo que sucedería en la noche.

FIN

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