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Un pervertido cuento de navidad (1 de 2)

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¡Zaaaas!

La cuchara de madera repiqueteó en mis nalgas y ahogué un grito de dolor.

El hombre gordo y barbudo lanzó su característica carcajada.

- ¡Jo, jo, jo! - exclamó. - No has sido un niño bueno este año.

- No, Santa - respondí, conteniendo las lágrimas.

- ¿Sabes lo que le pasa a los niños malos? - preguntó.

- No reciben regalos - contesté.

- Pero tú recibirás varios - atinó a decir. - Aunque no van a gustarte.

Y ¡zaaaas!

Otra vez la cuchara dio con todo contra mis nalgas desnudas y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Estaba con las manos atadas a mi espalda, por unas muñequeras negras que funcionaban como esposas. Las había adquirido de un Sex-Shop. Como estamos en época navideña, Dorian, mi ligue para encuentros sexuales extremos, se tomó la molestia de conseguir un traje de Santa. Cuando me habló sobre su idea, me pareció un poco dudosa.

- ¿Quién se podría excitar con Santa? - le pregunté.

- Es precisamente lo morboso del asunto - respondió. - Que no te resulte atractivo a la vista.

La expresión de mi rostro no se modificó. Continuaba pareciéndome extraño tener sexo con Santa.

- Este será un viejo bastante pervertido, te lo prometo - anunció, dirigiendo a cambiarse al baño, sin que me quedara dudas de que lo iba a hacer de todas maneras.

No opuse más resistencia. Dorian siempre es creativo a la hora de descubrir perversiones que nos enciendan a ambos. Decidí darle la oportunidad.

Cuando salió vestido de Santa, me desnudó por completo, me ató las manos y tomó la cuchara de madera. Así empezó la diversión. Contrario a lo que yo hubiera imaginado, mi miembro estaba totalmente erecto. Señal que la situación me estaba calentando en demasía.

- Déjame preguntarte algo - dijo Santa. - ¿Has tenido otros Amos aparte de mí?

- Sí - respondí.

- Bien, bien - contestó. - Vas a redimirte conmigo entonces.

- ¿Cómo?

- Quiero que me cuentes una historia de sumisión que te haya pasado en alguna Navidad - me desafió. - ¿Tienes una?

Sonreí.

Claro que tenía una muy buena.

- La tengo - respondí.

- Espero que sea buena, niño - dijo. - Porque te daré con la cuchara en las partes que me aburra.

Y por si no había quedado en claro el punto, volvió a pegarme con todas sus fuerzas. Dolió tanto que tardé unos segundos en poder recuperarme del dolor.

- ¡Jo, jo, jo! - se burló. - Esas nalgas rojas sí se pueden apreciar, ¿eh? Cuéntame, ¿hace cuánto sucedió?

- Serán unos diez años - respondí, sin recordar muy bien. - Yo creo que andaba por los 20 años.

- ¿Y quién era él?

- Se llamaba Carlos. Era un actor del teatro local al que conocí por un amigo en común, con quien por ese entonces me andaba acostando. Su amigo y yo terminamos, no de una buena manera, y cortamos nuestro vínculo un 20 de diciembre. Yo estaba triste y él consideró que era una buena oportunidad para hablarme.

- Martín es un inmaduro - me dijo, como para sacarme el tema. - Y no sabe lo que quiere.

- Que no sepa lo que quiere no lo justifica a comportarse como un idiota - le respondí.

Honestamente, no recuerdo qué había hecho. Calculo que no habrá sido nada significante como para que lo recuerde, pero tampoco tan intrascendente como para pasarlo por alto y no discutir. Era la fiesta de despedida del año del teatro local. Si bien yo no actuaba, gracias a Martín todos me conocían allí y me invitaban a participar de sus reuniones.

Fumaba un cigarrillo, apartado de la multitud, cuando se me acercó. Carlos era moreno, delgado como un alambre y tenía el rostro serio. Hablaba con una voz suave, como de los que siempre piensan qué decir antes de hablar en voz alta.

- Si quieres, puedo consolarte - me invitó.

Lo miré con suspicacia.

- ¿Qué clase de consuelo ofreces?

- Es una buena pregunta - retrucó. - Porque me gusta acostarme con chicos, pero no de la forma convencional.

- ¿Cuál es la forma no convencional con la que te gusta acostarte con chicos? - pregunté.

- Me gusta dominarlos - afirmó.

En ese entonces, jamás había experimentado el sexo extremo, ni sadomasoquista, ni los juegos de roles. Pero la idea me llamaba poderosamente la atención y la forma en que me dijo que le gustaba dominar a los hombres, despertó el deseo en mí de ser su esclavo.

- ¿Él fue tu primer Amo? - preguntó Santa.

- Sí, fue el primero - respondí.

Me di cuenta que a Dorian le estaba gustando mi relato, porque se masajeaba sutilmente su miembro erecto, por encima de la horrible tela roja que representa el disfraz de Santa. Me desató las manos y se sentó en el sillón. Luego sacó su miembro regordete y me indicó que lo tomara.

- Sigue - insistió Santa. - Cuéntame todo mientras me la masajeas.

La tomé con mis manos y comencé un ritmo lento y sutil de su verga, mientras me propuse continuar.

- Carlos no me apresuró a que tomara una decisión - continué. - Me tomé un tiempo para recuperarme de la ruptura con Martín y días después, volvimos a escribirnos. Era una época en donde todavía nos comunicábamos por Messeguer. Por entonces, todavía vivía con mis padres, así que le hablé una noche en que tenía la casa para mí solo.

Carlos no dio vueltas. Aceptó al instante. No mencionamos el tema de la dominación pero creo que ambos dimos por sentado que eso es lo que iba a suceder.

Cuando llegó a casa, no saludó. Mostraba un semblante tan serio que parecía venir de un funeral. Fue hacia un sofá marrón del living de mis padres y se sentó. Yo me quedé de pie, mirándolo con confusión.

- ¿Estamos solos? - preguntó.

- Sí - respondí.

- ¿Cuánto tiempo?

- Toda la noche.

- Será suficiente - afirmó. - Ponle llave a la puerta, de todos modos. Y déjala puesta.

Obedecí. Me parecía un buen plan de seguridad.

Carlos, con los codos apoyados en los brazos del sillón, formaba un triángulo sobre su rostro. Eso le daba un aire misterioso. O hasta de poder. Parecía analizar la situación y lo que debía hacer a continuación.

No había ninguna luz encendida en el living, por lo que la única iluminación con la que contábamos eran las múltiples luces navideñas repartidas por toda la habitación, decoración a cargo de mamá que se volvía loca por esas fechas.

- ¿Tienes algún límite? - preguntó.

- Ninguno - respondí.

- ¿Seguro?

- Completamente.

- Bien - dijo, sin mostrar ninguna emoción. - Desnúdate.

Obedecí. Era tal el poder que le había entregado, que ni siquiera me molestó que no estemos en mi habitación. Me saqué la ropa y la tiré en el piso.

- Gira - me ordenó.

Me di la vuelta, sintiéndome como una especie de ganado al que están evaluando cuánto vale en una carnicería. Pero mi nivel de ansiedad comenzaba a aumentar y mi nivel de excitación también.

- Mis pies están cansados - indicó. - Me gustaría estirarlos.

Lo miré sin comprender lo que me estaba pidiendo. Lanzó un suspiro de fastidio, como si yo fuera un tonto que no comprendía sus indicaciones.

- Quiero que hagas de mesa, estúpido - indicó. - ¿Eres retrasado o qué?

Corrí hacia sus pies y me tiré en el piso apoyado por mis rodillas y mis manos. El que me haya insultado, me encendió de una forma que nunca imaginé. Carlos apoyó sus piernas huesudas sobre mi espalda, como si yo fuera concretamente una mesa.

- Arquea la espalda - me ordenó, con fastidio. - ¿Así te cogía mi amigo? Entiendo por qué te dejó.

Fue una herida en mi ego. Pese a que ya había superado a Martín, me dolió esa burla. Pero al mismo tiempo, me volvió a encender que me humillara de aquella manera.

- Nunca se quejó de cómo lo hacíamos - atiné a defenderme.

- Contigo no se quejaba - se jactó. - A lo mejor después de que yo te entrene, puedes volver con él y hacerlo disfrutar del sexo. Tal vez así no te deje.

Me quedé callado. Carlos entendió que me había fastidiado y lanzó una carcajada. Aquello no sólo era un juego físico, sino también mental. Quería humillarme de todas las formas posibles y yo estaba predispuesto a que lo hiciera.

- No te enojes, no te enojes - me dijo. - Mira, ven aquí.

Sacó sus piernas de mi espalda y vi que me hacía señas para que me aproxime hacia el sillón. Me incorporé pero quedé de rodillas. Cuando me acerqué hacia él, aproximó su rostro y entonces me escupió.

Me quedé sorprendido pero más excitado que nunca. La saliva de Carlos estaba en mi ojo derecho y descendía hacia la mitad de mi cara, al borde de entrar en mi boca.

- Escúchame bien - me dijo. - Quiero que quede algo en claro. Tú eres mi mascota, ¿lo entiendes? Mi juguete personal y tu única misión en tu vida va a ser complacerme, ¿está claro?

- Sí, está claro - le dije.

Me abofeteó.

Lancé un pequeño alarido del dolor.

- Amo - indicó, inmune a mi queja. - De ahora en más me vas a decir Amo. O Amo Carlos, que me gusta más. ¿Está claro?

- Sí, Amo Carlos - respondí.

Se rio sin sonido. Un escalofrío me recorría la espalda. Había firmado un contrato de ser sumiso de aquel hombre que, sin siquiera desnudarse todavía, me excitaba como nadie lo había hecho hasta el momento.

Se puso de pie y desabrochó la cremallera de su pantalón. Su miembro saltó directamente a mi cara. Era gordo, grande, totalmente desproporcional a su físico delgado. Abrí la boca para metérmelo cuando recibí una cachetada de improvisto.

- ¡Oye! - exclamé sin contenerme.

- Tienes que pedirme permiso, imbécil - remarcó Carlos. - No puedes tocarme a menos que yo te lo permita, ¿está claro?

Demoré unos segundos en contestar. Estaba agitado por la segunda cachetada, que me había sacado de contexto.

- Sí, Amo Carlos - dije, volviendo a mi personaje.

- Pídemelo, entonces - insistió.

- ¿Puedo chuparle la verga, Amo Carlos? - pregunté, en tono de súplica.

- ¿Deseas mi verga, niño Noah? - preguntó.

- Sí, Amo Carlos - continué. - Quiero probarla.

- No me interesa lo que tú desees, estúpido - refunfuñó. - Vas a tener que desear complacerme. Ese va a ser tu único objetivo de ahora en más. ¿Acaso eres tan idiota que no puedes entenderlo?

- Quiero complacerlo, señor - me aceleré en comentar. - Estoy a su servicio, señor, y sería un honor para mí complacerlo.

Apenas lo podía ver por la penumbra, pero creo que sonrió.

- Eso me gusta un poco más, putito - respondió. - Te voy a dar el honor de que me la chupes, si es lo que tanto quieres.

Me metí su miembro en la boca finalmente. Tenía un gusto salado, que me enloqueció, como si recientemente hubiera orinado. Era demasiado grande y yo nunca tuve una cavidad bucal de gran abertura, por lo que me encontraba limitado desde esa posición. No obstante, intenté metérmela hasta lo profundo de mi garganta.

- ¿Te gusta mi verga, Noah? - preguntó.

Me la saqué de la boca para responder.

- Sí, me gusta, Amo Carlos - respondí.

- ¿Es mejor que la de Martín, no? - dijo.

En ningún momento me puse a compararlas en mi cabeza, sólo respondí lo que ameritaba a responder en esa situación.

- Es mucho mejor, señor - afirmé.

El Amo Carlos me pasó su miembro por la cara y comenzó a golpearme con su verga. Era tan excitante ser tan humillado que estaba a punto de acabar sin siquiera tocarme. El Amo se reía mientras acercaba sus testículos a mi boca.

- ¿Puedo lamerle los huevos, Amo Carlos? - pregunté.

- ¿Te gustaría eso, niño?

- Me gustaría complacerlo así, Amo Carlos - afirmé una vez más.

- ¿Te gusta chuparle los huevos a los hombres?

- Viviría mamándole los huevos a los hombres - afirmé.

- Porque eres un putito goloso.

- Sí, señor - dije, excitadísimo. - Soy un putito glotón.

- Mámamelos - indicó.

Me metí sus huevos en la boca, mientras que el resto de su verga descansaba por encima de cara. Sus testículos estaban bien afeitados, cosa que me sorprendió. Esta vez, por más personaje en el que se encontrara, Carlos no pudo evitar suspirar de placer al sentir cómo se los estaba chupando.

- Uuuuhhhh... - gimió. - Eres bueno con los huevos, esclavito.

- ¿Le gusta, señor? - preguntó.

No respondió. Su función no era la de decirme cosas lindas. Contrario a eso, volvió a meter la punta de su verga en mi boca y la hundió con todas sus fuerzas.

Me ahogué.

Creo que tiró tan fuerte que tocó mi campanilla y eso me provocó una arcada.

Comencé a toser como un loco.

- Si vomitas, vas a comer tu propio vómito - me indicó.

Respiré y volví a tranquilizarme. El Amo Carlos no hizo el menor esfuerzo por preocuparse por mí. Aquel hombre no se responsabilizaría de lo que me sucediera. Yo era, entonces, sólo un esclavo, algo sin valor destinado a causarle placer. Lo cual, en mi primer intento, debo reconocer que me estaba saliendo bastante mal.

- Dios mío - me dijo Santa, de repente.

Lo miré sorprendido por la interrupción de mi relato. Estaba alarmado, como si hubiera aparecido el verdadero Santa a reclamar su puesto y estaba a punto de luchar a muerte contra él. Todavía tenía su miembro erecto en mis manos, pero dejé el movimiento automáticamente.

- ¿Qué pasa? - pregunté.

- Tenía que interrumpirte - me indicó. - Eso que te dijo me volvió loco y estaba por acabar.

- ¿Lo de que me haría comer mi propio vómito? - pregunté.

- ¿Alguna vez pasó?

- No, no pasó - respondí.

- Qué tristeza - se lamentó Santa. - De todas maneras, la dominación que tenía sobre ti, es fascinante. Era bueno en ese papel.

- Era actor - le recordé. - Podía interpretar el personaje de Christian Grey, en una época maravillosa en donde aún no existía y por ende no servía como referente de la cultura sadomasoquista.

- ¿Usó esa enorme verga en tu cola esa noche? - preguntó.

- No me penetró esa noche - respondí. - Las cosas con el Amo Carlos no pasaban tanto por el coito en sí, sino más bien que la erotización estaba en los estímulos aledaños.

- Le sigues diciendo Amo Carlos - se sorprendió Santa, más Dorian que hombre del Polo Norte. - ¿Tuvieron muchos encuentros?

- Sesiones - remarqué. - El Amo Carlos las llamaba sesiones. Esa noche me propuso algo interesante. Me dijo que si gustaba, tendríamos encuentros esporádicos a lo largo del año. Cada sesión iría aumentando la intensidad de cosas que sucederían.

- Vaya - fue lo único que dijo Santa. Parecía maravillado.

Esa primera noche fue más bien fue una especie de entrevista. No contaba como una de las sesiones. Pero no por eso fue menos excitante en su culminación, si bien rápida, aún recuerdo lo que me representó esa gran humillación. Tras haber aceptado su propuesta para los futuros encuentros, el Amo Carlos se arrodilló junto a mí. Quedamos entonces cara a cara nuevamente.

- Quiero que acabes sobre mi verga - me indicó.

- Sí, Amo Carlos - acepté. - Lo que usted desee.

No me costó demasiado acabar. Estuve a punto de explotar tantas veces sin la necesidad de tocarme, que en menos de un minuto sentí la necesidad de estallar. Apunté hacia el miembro del Amo Carlos y su verga oscura quedó empapada de mis gotas blancas.

Estaba agitado por la acción, pero el Amo Carlos continuó con su temple habitual. Se levantó y dirigió su miembro hacia mi boca.

- Quiero que lo tragues ahora - indicó.

Nunca pensé que pudiera volver a excitarme tan rápido tras haber acabado, pero la orden me volvió loco. Si bien no tuve una erección (de la cual tampoco hubiera servido de mucho), mi lívido volvía a estar en orden.

Abrí la boca y mamé su verga nuevamente, pero esta vez tragando mi propio semen. El Amo Carlos parecía complacido de verme obedecer su orden. Incluso excitado, porque al tiempo comenzó a tocarse.

- También vas a tragar lo mío - respondió.

- Sí, Amo Carlos - acepté. - Deme su leche, Amo Carlos. Quiero su semen.

Pero no apuntó a mi boca. El desgraciado directamente acabó por toda mi cara. Tuve que cerrar los ojos. Al cabo de diez segundos, tenía el rostro repleto de gotas de su leche.

- No te las limpies - me ordenó. El Amo Carlos comenzó a subirse su jean. Ni siquiera se lo había sacado, puesto que sabía que no iba a ser necesario moverse tanto esa noche. - Quédate así, incluso cuando yo me vaya, por lo menos por diez minutos más.

- Sí, Amo Carlos - afirmé.

Cuando nos acercamos a la puerta para despedirnos, encendió la luz y me dedicó una mirada a mi rostro lleno de sus fluidos. Sonrió sin decir nada. Luego abrió la puerta y se marchó.

Yo no sé por qué, pero obedecí. No corrí a limpiarme, pese a que sabía que él no tenía manera de controlar que lo hubiera hecho caso. Era una época sin Whatsapp como para mandar una imagen instantánea. Simplemente obedecí porque la experiencia me había encantado y quería ser su esclavo, aunque él no pudiera verme.

- Estoy encantado con tu historia - admitió Santa.

- ¿Me he ganado ya mi regalo de este año? - pregunté.

- ¡Jo, jo, jo! - dijo Santa. - Todavía no. Quiero saber algo sobre ti, Noah. Más allá de que eres un buen esclavo, ¿alguna vez cumpliste una función de Máster?

- Sí, la cumplí - afirmé.

- ¿De verdad?

- Claro - dije, intentando no sentirme ofendido por la duda. - Pero si quieres que te cuente esa historia, tendrás que esperar a que fume un cigarrillo.

Salí al patio interno de mi departamento, desnudo y con cigarrillo en mano, mientras Santa se dirigió hacia el baño. Noté que mi verga tenía un poco de líquido pre-semen, producto de recordar con tanta lujuria aquella etapa de mi vida. Lo volqué sobre un dedo y me lo llevé a la boca, como brindando en silencio, en honor al Amo Carlos.

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