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La ventana del pasado

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Desde que había visto el apartamento y posteriormente comprado, Herr Müller, ya tenía en mente cual iba a ser su sitio preferido. La ventana que daba a La Avenida de las Jacarandas, gozaba de una vista privilegiada y la claridad entraba a raudales por ella. Disfrutaba de la zona contemplando los árboles de floración azul y siempre degustando un buen libro; pues leer era uno de sus hábitos más queridos. Al mismo tiempo, le daba la posibilidad de cuando levantaba la cabeza para descansar un rato, podía observar y curiosear lo que sucedía fuera.

Por motivos personales, tuvo que salir de Alemania siendo muy joven y vivió casi toda su vida en Argentina. Años atrás, un compañero de bufete, le había comentado de un sitio ideal para vivir cuando se retirase de su vida laboral, pues su familia procedía de allí y lo conocía muy bien. Herr Müller, siempre tuvo presente la recomendación y, en cuanto pudo tener la posibilidad se fue a vivir al lugar recomendado por su compañero. Desde que llegó y lo vio, tuvo el convencimiento de que era el sitio ideal para sus últimos años de vida.

Le ocurría últimamente que entre el sopor de la comida y el calorcillo que entraba por la ventana, le producía una modorra algo majadera y se dejaba dormir. Justo en ese momento, los pensamientos de Herr Müller volvían a su juventud, a los años vividos en Alemania. Los años de los que no había hablado con nadie, de sus recuerdos y vivencias sin compartir.

Era el segundo año de universidad y escuchaba atentamente la lección magistral impartida por el profesor, que disertaba sobre el poeta de la libertad: Friedrich von Shiller. Lo hacía con vehemencia y todos lo escuchaban con verdadera admiración. Sentada junto a él, sin mover un músculo y atenta a todo lo que decía el profesor; una chica de apariencia frágil, muy delgada, morena y con grandes ojos verdes. Elsa que así se llamaba la chica, era el amor de su vida.

Cuando Elsa lo vio la primera vez matriculándose en la universidad, en su fuero interno se dijo que aquél hombre no podía ser sino para ella. Era lo que siempre había soñado y deseado, el prototipo de hombre que le gustaba por encima de todo. Se colocó detrás de él para llamar su atención y, a los cinco minutos ya tenían establecida una charla muy distendida, que se prolongó durante muchas horas. Desde el mismo momento que se habían conocido y durante los dos años siguientes no se habían separado sino lo estrictamente necesario, incluso estudiaban la misma carrera para no estar separados.

Sin duda ninguna, - la cara es el espejo del alma - , y cuando Elsa vio la cara de su amor ese día, comprendió que algo no iba bien. Alemania vivía tiempos convulsos, no serenados todavía. Su novio y su familia tenían que buscar refugio en otro lugar, hasta que amainasen los malos tiempos. Ella no podía entender que algo que ellos no habían provocado, incídiese tan nefastamente en su historia de amor. En el plano sentimental, tenía el compromiso del amor eterno y el pronto regreso para buscarla; todo avalado por una preciosa sortija con una gema del color de sus ojos que cuando ella se la puso, nunca jamás se la volvió a quitar. También para amortiguar el tiempo de ausencia, una edición antigua con tapas verdes y filigranas de oro, del poeta preferido de ambos.

Desde su lugar preferido, la ventana donde se ponía a leer, Herr Müller observaba los movimientos de la gente que veía en la calle. Su mirada se paró de golpe en una elegante mujer que paseaba y se protegía del sol con una sombrilla. Le parecía que la recordaba de algo, pero no conseguía saber de qué. Al llegar a su altura, la mujer se pasó su mano derecha por la cabeza intentando arreglar su pelo, lo que produjo un destello del anillo que llevaba puesto.De golpe parte de los recuerdos de juventud de Herr Müller, afloraron en su cabeza. No podía controlar sus emociones ni el ritmo de su corazón. Después de cincuenta años, volvía a ver a Elsa; el amor de su vida.

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