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Historia del chip (037): Confidencias - Irma 010

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Estuvieron estableciendo nuevos lazos durante toda esa semana, hasta que Lena le dijo que debía ir a Paris unos días.

—¿Quieres venir conmigo? — le preguntó. —¿O acaso deseas hacer otra cosa?

Irma negó vehemente agitando los pendientes.

—No imagino otra cosa más que ir contigo... pero sólo me quedan unos días de vacaciones. Ni siquiera he terminado de pagar el crédito.

Decidió sincerarse.

—Verás... llevo unos agujeros en los lóbulos, preparados para piercing. Se cierran si no perciben aire en su interior durante un tiempo. De alguna manera me afectan a mis nervios, la nuca, la espalda, los pechos y los pezones. Faltan unas mensualidades por pagar. Y no me parece correcto no ir a trabajar por estar contigo.

Lena aparentó disgusto.

—Son gajes del oficio. Jefe y subalterna. ¿Ves alguna solución? — le preguntó.

Irma negó. Esa noche no durmió bien. Le dejó un mensaje a Miss Iron. Cuando recibió la llamada de vuelta, su corazón dio un vuelco.

—Miss Iron, gracias por llamar.

—No hay de qué Irma. ¿Va todo bien? ¿Te trata bien Lena?

—Sí, gracias a su acierto. Es la persona que necesitaba... pero creo que he metido la pata.

Le explicó sucintamente lo acaecido durante esos días. Miss Iron terminó por interrumpirla.

—Parecéis muy compenetradas. No veo el problema por ninguna parte. Por ahora, pide unos días extras de vacaciones sin paga. Es legal. Yo te presto el dinero para el pago de este mes. No es una cantidad desorbitada para mi salario. Más adelante veréis en qué situación os halláis. Pero como sumisa, me sorprende que algo así te afecte tanto.

—No es por el dinero, es por el acto. Galatea no me pagaba nada. Si permito que Lena haga eso ¿no es prostitución? — preguntó Irma.

—Claro que lo es. Las mujeres ofrecemos nuestro cuerpo a cambio de cualquier cosa. La demanda la crea la testosterona, aunque siendo Lena una mujer resulte algo rebuscado. Antes o después te vas a tener que sincerar con ella. ¿No sabe nada de tu problema… inferior?

Irma negó con la cabeza, por suerte no llevaba los pendientes puestos. El hábito se estaba arraigando.

—No quiero decirle nada de eso. Me da miedo que se vaya. Sólo he hecho unos comentarios sobre una supuesta prohibición.

—¿Estás enamorada? — preguntó Miss Iron.

Irma afirmó con la cabeza. Tardó en reaccionar.

—Sí, claro que sí.

—¿Y ella lo está?

—Sí, adora mi cuerpo. Por eso siento el temor de que voy a decepcionarla— dijo Irma con insistencia.

—Mejor descubrirlo ahora que más tarde. Ve a París. Estableced una relación franca. O deja que ella dicte sus términos. Tu eres la sumisa. Él es el hombre. Que se caliente la cabeza— sugirió entre el humor y la ironía. Irma sonrió.

—Está bien, venderé mi cuerpo. Si no fuera por mi gordura— se lamentó Irma.

—Escucha, ese es un problema diferente. Pídele a Lena que lo aborde por ti. Siempre te has visto como una mujer poco agraciada. Nunca te he querido hablar del tema porque no llegaba el momento adecuado. Siempre he estado esperando que lo sacaras. Eres extraordinariamente atractiva. Ahora que lo pienso, ¿has desobedecido a Lena? ¿no? Después de todo tenías que seguir sus órdenes hasta nuevo aviso. ¿Por eso has llamado en el fondo? No por el tema económico o el trabajo, sino porque has tratado de manipularla.

Irma afirmó al mismo tiempo que habló.

—No lo sabía de manera consciente pero no he dormido en toda la noche— le confesó.

—Ya no tiene remedio. Compénsala. Usa tu cuerpo. Ofrécelo. Es tu mejor baza. O vuelve aquí, a Sudáfrica.

—Gracias, Miss Iron. Gracias por su comprensión. Me quedaré y me entregaré. Buenas noches o lo que quedan de ellas.

No dudó. Se puso los pendientes y la venda. Recorrió lentamente la distancia hasta la habitación de Lena, talones levantados y cuerpo orgullosamente erecto. Lo hizo como si un observador invisible estuviera junto a ella. No quería despertarla así que simplemente se acurrucó a su lado. No sabía que su ama había estado escuchando la conversación anterior. Se quedó dormida de inmediato.

Se despertó fresca y descansada. Abrió los ojos y recordó la venda. Escucho a Lena a lo lejos.

—Ya se nos ha despertado la princesa. Gracias por venir a dormir conmigo. Me encanta eso de despertar y tenerte desnuda en mi cama.

Irma esperó un beso No se quitó la venda, de alguna manera, sabía que era mejor llevarla puesta en la habitación de Lena.

Sintió la sangre en los lóbulos, los labios apasionados, la saliva mezclándose. Fue el beso más largo que llegaba a recordar. Al volver los pendientes a su lugar, el nuevo roce fue corto. Lena había intercambiado la secuencia. ¿Qué significaba eso?

—Vamos a la ducha. Supongo que vendrás a París— medio preguntó Lena. Irma asintió.

—Entonces me gustaría tener más tiempo para disfrutar de tu cuerpo. No tenemos un baño acondicionado en el hotel para nuestros juegos— señaló con pena. Irma asintió mandándole una sonrisa, inquieta al oír eso de ‘más tiempo’. Apenas aguantaba las sesiones de ducha, a pesar de que ya llevaban una semana practicando.

—Debería decirte algo antes. No debo mojarme entre las piernas o tener un orgasmo— confesó Irma con pesar. Con la venda puesta no podía saber la primera reacción de su ama.

—¿Pero te importa si yo estoy húmeda o si tengo un orgasmo? — preguntó Lena acariciando ambos lados del cuello de Irma.

—Claro que no. Todos los que quieras, si puedes. Con el chip...— matizó Irma, insegura de adónde iba la conversación.

—Ahora que tenemos un momento sincero, seamos prácticas. Ya me contarás lo de tu voto de castidad o tu problema, pero quiero decirte que entre las mayores fantasías que tengo es que mi amante se excite junto a mí, pero no entre las piernas. Es muy egoísta por mi parte, pero si vas a cumplir mis fantasías ¿no podemos explorar tus límites juntas? Podrías juntas las rodillas si no puedes aguantar más, o mejor sólo los muslos.

—Me parece bien, con una condición. Las dos nos diremos todo. En ese plano, no quiero ser una sumisa. Ya he tenido una relación así. Si me abandonas, quiero saberlo con tiempo— exigió.

—Estoy de acuerdo que es muy duro para una sumisa ser rechazada de ese modo. Y te has portado admirablemente. Creo que Miss Iron estará muy orgullosa de ti. Me ha enviado un mensaje esta mañana. Irma está inquieta. No creo que fuera necesario. ¿No hubiera sido mejor despertarme a mí? — preguntó Lena en tono seco. Irma comprendió que le estaba ordenando acudir primero a ella y no a Miss Iron.

—Lo haré a partir de ahora, pero te advierto que puedo ser como un bebé con gastritis— le dijo sonriendo. Lena soltó una carcajada.

—Pues toca bañar al bebé. Tendré mis compensaciones. Ve al baño, ponte los tacones y espérame en la bañera mirando hacia la puerta— ordenó.

Irma tuvo que esperar bastante rato con las manos en la barra y excitada a que su ama llegase. Apreció el agua deslizándose por la piel. Cuando Lena le retiró los pendientes y se los puso en sus propios lóbulos, Irma exhaló de expectación. La esponja fue de un lóbulo al otro y recorrió el cuello, la nuca hasta, por momentos, la cara de Irma, que se sintió en la gloria. Lena no cejó, no dejó de excitarla. Incluyó los brazos en el recorrido.

Irma quería que sus pechos estuviesen incluidos, ya llevaba demasiado tiempo sin ser estimulada en el lugar más importante, allá dónde se sentía mujer. Lena parecía esperar al momento oportuno... para ella.

—Por hoy ya está bien, bella dama— dijo Lena. El agua volvió a caer. Luego le limpió los pies también con lentitud. Lena la dejó en el lugar adecuado de la bañera a un paso del borde y le preguntó:

—¿Puedes salir sola y de pie?

Irma asintió y comenzó a subir la pierna izquierda. Era todo tan erótico. Por momentos quería que le acariciasen los pechos, las nalgas, los muslos, los pies. Era un cuerpo abierto, disponible, preparado para hacer el amor.

Trató de hacerlo con mayor quietud, pero si no balanceaba correctamente el cuerpo y las caderas al unísono de los brazos, sí que existía peligro de caer. Lena esperaba con la toalla en las manos y ojo avizor. Cuando acabó de secar a Irma, guardó los tacones en el armario. Irma salió vendada, talones en alto y pendientes por bandera. Volvió hasta su habitación, se quitó la venda, se limpió los dedos de los pies y se calzó con su calzado de siempre que ya no le parecía alto.

Esperó de pie a que Lena le trajese algo para ponerse, que resultó ser un tanga negro y medio trasparente que no ocultaba nada que no fuera el pubis. Más un pañuelo exiguo que cubría la mitad de las nalgas y cuyo efecto al andar era llevar la vista al culo exhibido y desnudo. Se levantaba al menor movimiento de ligero que era y al ser casi trasparente podía considerarse más un adorno.

Irma casi se escandalizó por salir así. Era mucho peor que ir desnuda. Lena puso un dedo en sus labios intuyendo que iba a decir algo.

—Aquí, en Córcega nadie se va a extrañar. En el aeropuerto compraremos un conjunto más apropiado para París. Y zapatos que hagan juego.

Cogieron un taxi, lo que para Irma significaba que tardarían en volver a la isla. Ir con las tetas al aire en el vehículo le produjo cierto desasosiego. Antes de ir al aeropuerto, pararon en el paseo marítimo y comieron en primera línea de playa. El conjunto de Irma ya no desentonaba en medio de las inagotables bellezas presentes.

No es que Lena se calentara mucho la cabeza en el aeropuerto. Le compró una minifalda roja. Era tan ajustada que le obligaba a bajársela cada pocos pasos, y un top azul que descubría toda la parte superior incluyendo los senos casi hasta los pezones. A juego iba un pañuelo largo para tapar el cuello y que bajaba por la espalda. Unos tacones rojos, abiertos y de la misma altura que los que poseía. Lo que llevaba puesto pasó a una bolsa que terminó en la maleta de Lena, la única que facturaron pues, -sorprendentemente para Irma-, se trasladaban en vuelo comercial.

Al entrar en el avión comprendió la elección de Lena. Al sentarse tuvo que tirar de la tela de la falda al máximo para estirarla los pocos centímetros que marcaban el límite de la decencia. Los muslos desnudos y ofrecidos a su amante servirían de distracción. El ojo se dirigiría a los muslos exhibidos impúdicamente. Tendría que acostumbrarse. Su cuerpo iba a ser el protagonista absoluto en la relación entre ambas.

Era un trayecto corto hasta Paris y Lena, de todas maneras, pretendía aprovecharlo. Los asientos de ejecutivos eran anchos y abatibles. Sólo había un par de hombres maduros dos filas por delante, que no dejaron de apreciar las piernas descubiertas de ambas mujeres, pero ninguna de las dos se llamó a engaño. Eran las de Irma las que destacaban.

—Voy a aprovechar para trabajar el rato que tenemos hasta Paris. Busca sábanas por ahí y te recuestas junto a mí. Quítate la ropa y los tacones. Si quieres ver lo que hago, no me importa y si quieres dormir ponte el protector en los ojos— ordenó Lena, pero el tono no era seco o cortante e Irma sabía que era sólo un deseo de su ama, no algo de obligado cumplimiento. Era tranquilizador saber cuándo debía obedecer o cuando podía escoger.

En un minuto ya estaba desnuda, salvo los espectaculares pendientes de sus orejas. La sábana también cubría a Lena. Irma llevó las piernas desnudas hacia su ama doblándolas hacia delante y acurrucándose junto a ella. Lena acarició los muslos.

—Son muy suaves— exclamó. Llevaba tantos años esperando este momento que se quedó sin respiración.

—Eres idiota. Has podido hacerlo todos estos días. Y esperas a estar en una butaca de avión— protestó Irma, riéndose por dentro.

—Ten cuidado, princesa. Si subo la mano un poco, tendrás problema— amenazó Lena en tono molesto que no conseguía disimular su contento.

—Así que piensas como un hombre, actúas como un hombre, te gustan las mujeres. ¿Cómo sé que no tienes un falo enorme? — preguntó Irma, siguiéndole el juego.

—Lo tengo en el cerebro. No me vas a dejar trabajar, ¿verdad? — reclamó una vez más Lena, escaneando las piernas de su esclava con las manos hacia arriba y hacia abajo. Irma negó.

—Quiero que disfrutes un poco. Y si no me obligaras a desnudarme en público— recalcó en tono sumiso y… falso.

—Pero es que así va a ser siempre. Pensé que tenías sueño y me gusta que duermas sin nada— dijo Lena sin disimulos.

Irma hizo ver que se enfadaba y se puso la máscara en los ojos. Decidió descansar de verdad. Le resultaba todo tan intenso. Estaba demasiado excitada. Se quitó los pendientes, esperó un par de minutos y volvió a colocarlos. Se durmió en cuanto el dolor se apaciguó. No se enteró ni del aterrizaje y eso que el vuelo duró más de lo previsto porque terminaron en Le Bourget en vez de en Orly.

Lena le despertó con un beso. Irma buscó a tientas su minifalda y su top, pero fue Lena la que se las dio.

—Quítate la máscara, tonta.

Irma lo hizo y vio que ya había gente de atrás tratando de salir cuanto antes por la pasarela. Nadie hacía caso de los avisos de esperar a la apertura de puertas.

Colocarse la ropa debajo por debajo de la sábana mientras había gente a tu lado sin nada que hacer salvo mirarte resultaba turbador, pero la alternativa era seguir desnuda. Lena aprovechó para escribir en su tableta, ajena a la incomodidad de su pupila.

Hacía algo de frío en Paris. Lena se detuvo en una tienda de la planta superior en llegadas antes de ir a la sala de recogidas de equipaje. En menos de un minuto escogió una chaqueta a juego con la falda. Irma agradeció el detalle. Se la puso por encima de los hombros y esperó a que Lena terminase de pagar. La chaqueta era corta así que las piernas no iban a recibir un trato especial pero no le importó. Comprendía el efecto que tenían en su hombre y decidió que pasaría frío en esa zona. No quería que su ama dudase de su implicación. En cierta forma, quería dar a entender que podía escoger. Una palabra bastaría para que le comprase un pantalón, estaba segura.

El espectáculo que dio al sentarse en el taxi era digno de ser grabado, pero trató por todos los medios de aparentar normalidad. Era prácticamente imposible evitar que la falda se subiese hasta las caderas, lo mejor era levantar las nalgas ligeramente y arrastrar con fuerza la parte posterior para luego tratar de llevar la parte anterior lo más hacia delante posible. No podía negar una cosa, si fuera hombre, querría que su hembra llevase una prenda similar siempre que fuera posible.

Y, aunque no se lo había dicho a nadie, era una de sus fantasías de quinceañera. Llegó a escribir en un foro un par de cuentos contando escenas parecidas con faldas increíblemente cortas, situaciones exóticas y miradas masculinas. Ni siquiera Miss Iron había recibido confidencias sobre ello. Lo que Irma no se imaginaba es que Lena conocía perfectamente esos escritos.

Tuvieron que cruzar Paris debido al cambio de aeropuerto de llegada, pero esto les dio tiempo a charlar en el coche. Lena ya no estaba de humor para seguir trabajando. Parecía algo distante. Irma se preguntaba si tenía derecho a iniciar una conversación o flirtear. Llevaban demasiado poco tiempo juntas para poder saberlo. Inició un casto beso y Lena reaccionó.

—Oh, perdóname. Me he ido a mis pensamientos. Has hecho bien— Le soltó los pendientes. Comprendió que los había llevado puesto demasiado tiempo y supo que a Irma le dolió más de lo habitual el retirarlos.

—Te compensaré— le dijo y se los puso en su propio cuerpo. Por primera vez, Irma pudo ver los pendientes en la cara de su ama. Hasta ahora, sólo los había palpado en la bañera. No es que pudiera quedarse a contemplarlos mucho rato pues Lena inició el segundo beso del ritual y empezó a acariciar con ternura las maltratadas orejas. Como si resultase imprescindible, Irma se quitó la chaqueta. Necesita un contacto más amplio y no había mejor manera de indicarlo. Lena entendió lo que quería y llevó las manos a comprobar la piel de los hombros, la tensión en el cuello y jugar con el pelo. A Irma le supo a gloria, mucho más porque Lena no volvió a colocarle los pendientes con rapidez como solía hacer.

Cuando el taxi paró, mientras Lena volvía a depositar las pinzas en los lóbulos agradecidos, Irma se colocaba la chaqueta. Cuando la taxista sacó la maleta del portaequipaje, Irma se dispuso a cogerla. Lena negó con la cabeza.

—Yo la llevaré. No tiene sentido que con tu falda y tus tacones seas tú quién cargue con ella. Para esto soy tu hombre.

Irma hizo un gesto afirmativo y doliente, sin ni siquiera importarle. El placer que había sentido compensaba de sobras la molestia. Era todo tan romántico que sentía deseos de llorar. Vivía lo que la vida le había arrebatado desde muy joven.

—Gracias, pero si la idea es que crees que por eso voy a ir por la vida con este simulacro de falda— insinuó Irma, haciéndose la dura.

—Pues por el precio que tiene, habrá que amortizarla— soltó Lena en el mismo tono. El botones del hotel llegó en ese momento. Pero fue incapaz de reaccionar. Era un jovencito que se quedó mirando a Irma o, mejor dicho, sus extremidades inferiores. Para cuando se acordó de cuáles eran sus funciones, Lena e Irma ya estaba en el mostrador.

—No tiene precio— dijo Irma. Lena hizo un gesto de extrañeza. —La falda— le indicó Irma que se giró y tuvo que bajarla una vez hecho el giro completo.

—Estoy de acuerdo— completó Lena.

El botones llegó en este instante y no supo que decir. Lena vino en su ayuda.

—No te preocupes. A mí me pasa cada día. No hay remedio o cura conocida— le dijo mirando a Irma.

Completado el registro, salieron a cenar, dejando que el botones llevara la maleta a la habitación y, con toda seguridad, molesto porque no iban con él la habitación. Lena buscó en su tableta y encontró un lugar adecuado a diez minutos andando.

Una característica fácil de apreciar cuando dos personas están caminando es si van acompasadas. Irma era más alta y con los tacones no tenía más remedio que acortar los pasos. Lena se acomodó al ritmo de su amiga. La agarró por la cintura, esbelta y seductora a más no poder. Notó la incomodidad de Irma.

—Cuéntame un poco más sobre el trasiego mental que te llevas con tu talle— ordenó Lena. Irma respondió al instante, pero cautela.

—Es que me veo gorda— confesó a su pesar.

—Ya. ¿Sabes que es una percepción falsa? — le preguntó Lena.

—Sí, pero no dejo de tenerla— reafirmó Irma sin dejar de sentir el frío en las piernas.

—Pues tienes una figura de reloj de arena, perfecta e irresistible. Si es que quieres saber mi opinión— afirmó Lena con rotundidad. Irma comenzó a besarla. Lena interrumpió el beso.

—Aquí hace frío. Confía en mí. Me gustan las mujeres bellas. Me gusta tú.

Irma afirmó con los colgantes sin dejar de caminar. Otra vez, no le importaba bajarse la falda cada tres pasos o pasar frío en las piernas. Hasta se preguntó quién disfrutaba más con ello, los hombres o las mujeres.

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