Nuevos relatos publicados: 16

De cómo entregué mi virginidad anal (Parte I)

  • 6
  • 13.013
  • 8,93 (14 Val.)
  • 2

Soy un hombre ya mayor, que felizmente ha tenido una vida cargada de experiencias de todo tipo, en diferentes países y ambientes. Sexualmente, me han gustado siempre las mujeres, de hecho estoy casado por segunda vez, y he disfrutado siempre del sexo con ellas. Reconozco que el sildenafil (viagra), ayuda bastante para mantener una vida sexual muy reconfortante.

Pero mantengo en secreto, en el fondo de mi intimidad, el gusto irrenunciable por el sexo anal. Mi pene es para las mujeres, pero mi culo ha sido y espero que siga siendo, de aquellos hombres que sepan hacerme gozar como lo he hecho desde mi juventud.

Ahora, he decidido compartir algunas de mis mejores experiencias reales, empezando lógicamente por la vez en que le entregué mi virginidad al único con el que quería hacerlo en esos tiempos.

Había ingresado en la Universidad, y eso cambió notablemente toda mi vida. Era un nuevo ambiente, otras inquietudes, otras personas, otros intereses, y una nueva vida social. Había dejado de ser un adolescente de colegio, y me preparaba para ser un nuevo profesional. Pero aún estaba con mis hormonas en plena efervescencia, vulnerable a todo tipo de exploraciones sexuales.

Entre todas las interesantes personal que conocí, se encontraba un tipo un poco mayor que yo, estudiante de historia, con quien hice muy buenas migas, pues tenía siempre temas muy interesantes sobre las cuales conversar y debatir. Entre estos, apareció el fenómeno de la homosexualidad en las diferentes culturas a través de la historia, y como las diferentes sociedades abordaban este asunto. No sé cómo, pero el tema fue dominando nuestras conversaciones y me iba poniendo cada vez más curioso y excitado. Él tuvo la delicadez de irme llevando cada vez más en profundidad a este tópico, y una tarde, estando en su habitación en su casa, me confesó que yo le atraía mucho, y me pidió permiso para hacerme una caricia. No pude negarme, y acarició mi rostro suavemente mientras me miraba lascivamente a los ojos. Al poco rato levantó mi mentón y me dio un beso delicado. Yo estaba confundido y un poco mareado, pero no opuse ninguna resistencia.

La próxima vez, también en su habitación, después de un rato de conversar y reírnos, me abrazó acarició mi cabello y me estampó un beso apasionado como nunca había experimentado antes. Su lengua se abrió paso entre mis labios y jugueteó con la mía, lo que reconozco me hizo sentir aún más confundido, pero me excitó muchísimo. Así seguimos, él aumentando sus caricias, bajando hasta mis nalgas y explorando mi raja encima del pantalón. Sentí su pene duro contra el mío, también duro, pero me dijo que debíamos parar ahí, porque estábamos en su casa y alguien podría aparecer.

Durante la semana nos encontramos algunas veces en el casino de la Universidad, cruzando miradas y sonrisas de complicidad. El viernes en la tarde, me invitó para que fuéramos al día siguiente visitar a un amigo, para tocar guitarra, cantar y escuchar música, lo que era bastante normal en esa época entre estudiantes universitarios, sin plata para salir a carretear por los bares.

Ese sábado en la noche llegué a la dirección que me había dado, un edificio antiguo muy bonito, a la entrada de lo que era el barrio del puerto de Valparaíso, y subí al departamento en el segundo piso. Golpeé la puerta y un tipo muy amable salió a recibirme, me invitó a pasar y a acomodarme en un sofá. Mi amigo ya estaba ahí, con una copa de combinado a medio beber, quien se adelantó hacia mí dándome un cariñoso abrazo de bienvenida. De inmediato apareció el dueño de casa ofreciéndome un vaso lleno de nuestro trago favorito, y empezó una velada muy entretenida. Sólo me extrañó que nadie más llegara.

Después de aproximadamente una hora, y otro trago, el dueño de casa se puso de pie, nos pidió disculpas, pero dijo que tenía que ir a un cumpleaños al que había sido invitado a última hora, pero que nos podíamos quedar en confianza, había trago disponible, sus discos (hoy llamados vinilos), su equipo de sonido, guitarra, etc.

Lo despedimos en la puerta, y cuando esta se cerró tras de nosotros, Lucho me abrazó, me dio un beso apasionado y me dijo "¡Qué suerte que nos pudimos quedar solos!". Acariciaba mi espalda, me besaba el cuello y sus manos bajaban hasta mis nalgas, apretándome con ambas manos a su cuerpo. Yo sentía su pene ya duro al mismo tiempo que el mío también se endurecía. Como en una danza, nos dirigimos al sofá, donde él desabotonó mi camisa y empezó a besar mis pequeñas tetillas, regalándome otra maravillosa sensación de placer hasta entonces desconocida para mí.

Estaba tan excitado, que me dejé desnudar, completamente entregado a lo que sabía que iba a suceder. Me hizo acomodar en el sofá de espaldas a él, medio de costado, mientras él se desnudaba e iba a baño en busca de algo, que después empezó a untar en mi culo ansioso y virgen, penetrándome con un dedo como asegurándose que la lubricación llegara lo más profundamente posible.

Dicen que la memoria es selectiva, y que mantiene más vivos los recuerdos que más nos impresionaron, para bien o para mal. El hecho es que no tengo recuerdo del dolor que todos describen como inevitable durante la primera penetración anal. Tal vez él supo muy bien cómo hacerlo, pero cuando su glande venció la resistencia de mi primer esfínter, sólo recuerdo que me arrancó un gemido que ni yo mismo reconocí. De ahí para adelante fue una sola locura de lujuria y placer. El me penetraba rítmicamente, hasta que sentí su pelvis aplastando mis nalgas, y sus bolas contra mis bolas, su respiración y sus gemidos mezclados con los míos. Me hacía gozar como nunca imaginé que iba a gozar, hasta que exclamé: "Lucho, voy a acabar!!!". De alguna parte cogió un pañuelo, y envolvió mi pene para no manchar el sofá, y luego aceleró su ritmo de mete y saca hasta que con unos gruñidos se puso rígido, y con unos estertores sentí que se vaciaba en el fondo de mi culo ardiente.

Así estuvimos un rato, abrazados mientras recuperábamos la respiración. Retiró su verga de mi culo, se dirigió al baño después de darme unas suaves nalgadas, mientras yo me acomodaba en la misma posición, temiendo que su semen saliera de mi culo manchando el sofá. Volvió con una toalla en la mano, invitándome a pasar al baño, al que salí de una carrera mientras algo líquido se desliza por mi entrepierna.

De vuelta a mi casa, sentado en el bus que iba con pocas personas, seguía sintiendo la sensación de su verga incrustada en mi culo, y reconociendo que nada me había hecho más dichoso que esa deliciosa enculada con el único al que le habría dado mi virginidad.

(8,93)