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Todo empezó en el seminario

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Fíjate qué cosas. Julio me encontró mientras yo tomaba una cerveza en el bar de siempre. Hacía unos 15 años que no nos veíamos. Desde el seminario. Seminario que yo abandoné al año y, tiempo después, me casé. Él siguió, y ya no nos vimos más.

Precisamente en el seminario, tuvimos una relación íntima y profunda, pero también eróticamente muy práctica. Lo mismo íbamos de putas que, por amistad, nos masturbábamos, nos montábamos sesenta-y-nueves, o nos sodomizábamos satisfactoriamente. Te aseguro que había disfrutado de orgasmos inolvidables. Allí, pues, aprendí a practicar el sexo sin limitaciones de género.

Espontáneamente, al volverlo a ver me asaltaron sensaciones profundas de esos pasados orgasmos. Recordé el gusto excitante de la polla de Julio, el sabor de su leche cuando se corría en mi boca, y su calibre cuando me la metía por el culo. Me pregunté si él sentiría algo parecido. Si se acordaría también del sabor y el calibre de mi verga. Me lo miré con el mismo afecto de especial amistad que sentía hace 15 años. Y acabé invitándolo a cenar en mi casa.

Flora, mi mujer, no lo conocía, pero sabía nuestra historia. Yo se la había contado. Tal vez se la expliqué cargada con tanta lujuria que, curiosamente, ella me había confesado que, a veces en alguno de nuestros tríos, fantaseaba con que el tercer compañero era el Julio del que yo le había hablado. Por eso, cuando se lo presenté y cortésmente se besaban ambas mejillas, me guiñó un ojo con picardía.

Durante la cena, hablamos de todo. Julio contaba cosas y casos relativos a su carrera. Nosotros, a las diferentes circunstancias de nuestra vida. Todo parecía normal hasta que, mientras tomábamos cafés y whiskys en la sala de estar, la cosa se desmadró. En realidad, la hizo estallar Julio. Repantigado en una butaca, le echó una larga mirada valorativa a mi mujer. Y, de pronto, asestó una estocada definitiva al convencionalismo de la situación. Dirigiéndose a Flora, sorprendentemente le dijo:

-Como supongo ya sabes, Alfred y yo éramos dos tipos muy lujuriosos. Yo sigo siéndolo y sospecho que tu marido también lo es... Dime, querida, ¿te folla bien mi amigo, mi viejo compañero, Alfred?

Comprenderás que ni mi mujer ni yo esperábamos una intervención tan descarada. Y menos por parte de un sacerdote. Aunque fuese de “paisano”, que iba Julio, sin sotana ni siquiera alzacuellos. De momento, quedamos bastante desconcertados, intentando asimilar el mensaje.

-Que yo recuerde, tiene una buena verga -concluyó.

Fue Flora quien más deprisa reaccionó.

-Follamos bien y mucho -especificó desafiante-. Sin restricciones de número ni de género.

-¡Vaya! Eso quiere decir que lo mismo folláis en pareja que en tríos, en intercambios, en orgías...

-Exactamente -intervine yo-. ¿Por qué te interesa tanto?

-¿Os lo habéis montando alguna vez con curas o monjas? -inquirió Julio, y sin esperar respuesta, de cara a mi mujer, continuó:- Has dicho que a veces os montáis tríos... Chicos, ¿qué me decís de organizar uno con un cura? ¿Uno, conmigo? -nos planteó finalmente en plan de reto.

Si te digo la verdad, yo subconscientemente estaba esperando y deseando algo parecido. Me fijé en que Flora sonreía nerviosamente. Y de golpe, se le escapó:

-¿Por qué no? -Me echó una mirada temerosa y, buscando mi aprobación, me inquirió retóricamente:- ¿Verdad, cariño?

-Vale -me oí responder-. De acuerdo.

-¡Brindo por esto! -exclamó Julio levantando el vaso de whisky. A continuación se echó un trago y se acomodó en la butaca, mientras se bajaba la cremallera de la bragueta. Con cierta prosopopeya, se sacó su gruesa polla. Una polla tiesa y dura, de tronco repujado por algunas venas, y de glande, violáceo y agresivo, afuera del prepucio. Más o menos como yo la recordaba.

-Como dijo Cisneros, “estos son mis poderes” -exclamó, empuñando ostentosa y provocativamente esa formidable verga.

-¡Hala, tío! -la saludó mi mujer, con una gran carcajada exultante, e ironizó:- Menudo pedazo de hisopo, padre Julio...

-Para bendeciros mejor con una buena rociada de mi leche -bromeó Julio -. ¿Quién quiere probar?

-Yo misma -proclamó Flora. Se arrodilló frente a Julio. Sin pensárselo dos veces, le agarró la polla y le practicó un par de lentas y profundas mamadas.

-¡¡Jodeeer...!! -exclamó Julio resoplando-. ¡Qué maravilla, guapíííísima!

Flora sonrío halagada y le correspondió lamiéndole la verga desde los cojones al capullo. Luego, se la metió en la boca y se la fue tragando poco a poco casi entera. A continuación, la fue liberando despacio entre sus labios hasta sacarla toda mojada de saliva. Paró un momento y enseguida recomenzó su mamada.

-¡Qué maravilla...! ¡Qué maravilla...! -seguía resoplando Julio.

Realmente, una maravilla. Yo conozco bien el maravilloso placer que proporciona Flora cada vez que la chupa. He visto descontrolarse a muchos tíos cuando mi mujer se la mamaba.

Así que, cuando Julio me pidió que me aproximase a él (“Trae tu rica polla, Alfred, amigo.”), no solo no me extrañó, sino que me acerqué rápidamente, bajándome la cremallera de la bragueta. Y me planté de pie, frente al lateral de su butaca, excitadísimo y exhibiendo mi pene empalmado.

De inmediato, Julio se apoderó de mi polla. Cariñosamente, le dedicó unas suaves caricias masturbatorias que arrancaron descargas voluptuosas por todo mi cuerpo. Luego empezó a chupármela. Se la metió en la boca y se la fue engullendo, poco a poco, casi entera, para, a continuación, irla desenfundado, también muy lentamente, de su boca. Sin interrupción, fue repitiendo la felación parsimoniosamente. Me la mamaba, me la lamía, me la besaba con pasión y me hacía sentir fogonazos (¡Dios, qué guusssto...!) de un deleite insoportable.

-¡Joder, tíos, qué espectáculo! -exclamó de pronto Flora que había dejado de chuparle la polla a Julio y se estaba desnudando a toda prisa. Y dirigiéndose a mí:- Ya sabes cómo me pongo cuando veo a dos tíos mariconeando...

El comentario de mi mujer nos desconcertó. Julio, momentáneamente abandonó la felación. Y en silencio estuvimos contemplando como acaba de desnudarse, hasta que finalmente, se quitó las bragas, separó un poco las piernas, y exhibió la raja de un coño lascivo, abultado, de labios mojados, y depilado a la brasileña.

-Estoy supercachonda... ¡Vamos, padre Julio, méteme mano...! ¡Vamos! -reclamó.

-Vamos, padre Julio... -corroboré yo bromeando.

-Realmente, querida, estás muy buena... -sentenció Julio, mientras se levantaba de la butaca. Me miró, como excusándose, y abrazó a Flora, palpándole el chocho con una mano y con la otra sobándole el culo. Ella le agarró la gruesa polla que antes había chupado con ganas y le dedicó un ligero pajeo...

-¡Fóllame, fóllame! -le mandó, exaltada-. ¡Fóllame y peca!!

Mientras Julio se esforzaba en quitarse los negros pantalones y los calzoncillos bóxer, yo, a mi vez, aproveché para atrapar una teta de mi mujer y manosearla y chupar a fondo su duro pezón, como sabía que más le gustaba.

-¡Folladme, mariconazos...! ¡Folladme! -volvió a pedir.

Julio, ya completamente en cueros, empujó a Flora hasta sentarla en la butaca. Una vez acomodada contra el respaldo, le colocó cada pierna sobre cada brazo de la butaca, de modo que abierta de muslos mostrara su coño empapado como una oferta irresistible. Luego, enarboló su verga dura, firme y enhiesta, y la hundió sin concesiones en el chocho de mi mujer, haciéndola gemir (“¡Sí, sí, síííí́...! ¡Ah, ah...! ¡Así, asíííí...!”) de gusto. Y enseguida comenzó su potente balanceo copulativo que ella recibió delirante.

Te confieso que mirar como se follan a mi mujer me excita un montón. Me fascina ver como le comen el coño, ver como se lo llenan de leche, ver como goza de orgasmos más o menos gloriosos. Me siento identificado con pollas, bocas y lenguas que la disfrutan. Pero, en esta ocasión, contemplar a Julio metiendo y sacando su gruesa polla en el chocho ensopado de Flora no sólo me fascinó, sino que me puso cachondísimo. En especial, ver el movimiento muscular de las nalgas de Julio, cada vez que le clavaba su cipote, me hizo revivir emociones de 15 años antes. Lleno de lujuria decidí follarme ese culo que me seducía, decidí sodomizarlo como había hecho tantas veces en el pasado.

Iba a llevarlo a cabo, cuando mi mujer, como hace la mayoría de veces que se la tiran delante de mí, me pidió que la besase. La morreé libidinosamente, mientras le magreaba las tetas. Nos estuvimos chupando las lenguas e intercambiando salivas hasta quedarnos casi sin aliento. Lo curioso es que no sé cómo la muy zorra intuyó mis intenciones.

-Cariño, fóllate a tu amigo -me susurró al oído-. Disfruta de ese culo tan guapo.

Sólo me faltaba ese encargo de Flora, para ponerme de inmediato manos a la obra. Pero cuando iba a atacar a “ese culo tan guapo”, caí en la cuenta de que convenía ponerme un condón.

Así que fui en su busca al dormitorio. Una vez allí aproveché para desnudarme. Ya en bolas, estaba envainándome la polla en un preservativo, cuando de pronto, riendo y alborozando, entraron en la habitación mi mujer y Julio.

-Mejor aquí, ¿no? -dijo Flora, como excusándose, y se subió de un brinco a la cama. Apoyando su espalda en la cabecera, se sentó con las piernas bien abiertas, a fin de exhibir un coño mojadísimo en primer plano.

-¡Vamos, vamos! ¡Qué siga la fiesta! -nos exhortó -. ¡Vamos, tíos, que mi chochito está ardiendo!

Julio, que entretanto había estado observándome detenidamente, se me acercó para darme un azote afectuoso en el culo.

-Estás en forma, querido -me comentó con cierto énfasis.

-¡Vamos, vamos, mariconazos! ¡Que mi chochito se enfría! -volvió a reclamarnos Flora.

Entonces, Julio se tendió de bruces la cama y, arrodillado, se arrastró hasta alcanzar con la boca el coño de mi mujer. Utilizando con destreza lengua, labios y dedos, la hizo gemir enseguida.

En esa postura, Julio exhibía su culo musculoso, prominente, masculino, que invitaba a la sodomía. La verdad es que no me resistí a la tentación. Subí a la cama y me coloqué detrás de él. Le separé las nalgas, dejándole el ano al descubierto. Escupí un par de veces sobre aquel agujero y, cuando estuvo bien remojado, lo trabajé con los dedos para dilatarlo. Más pronto de lo que esperaba, le abrí el ojete aceptablemente. Entonces, poco a poco, fui metiendo mi polla dentro de su culo.

Julio seguramente estaba preparado para ello, porque apenas reaccionó. Solo un ligero estremecimiento y un leve quejido ahogado. En cambio, procuró abrirse bien de muslos y aflojar el esfínter para facilitar mi penetración. Y en efecto, mi cipote entró más holgadamente que 15 años antes, y la jodienda de su culo me resultó más cómoda aunque tan excitante como tantas veces pasadas.

Enseguida, sentí la necesidad obsesiva de correrme dentro de Julio, de disfrutar del placer de un orgasmo usando a Julio, y me puse a follarlo intensa y apasionadamente. En compensación, atrapé su polla y, con cierto mimo, comencé a masturbarla.

-¡Fóllatelo, cariño! ¡Disfruta, mariconazo! -oí exclamar a Flora.

Por el espejo que formaban las puertas del armario paralelo a la cama, la vi que observaba nuestras maniobras y parecía muy excitada. Tenía agarrada la cabeza de Julio y la sujetaba sobre su vulva para evitar que se zafase del cunnilingus.

Es decir, mientras yo me follaba a Julio con todas las ganas del mundo, éste con boca, lengua y dedos, trabajaba aplicadamente el coño de mi mujer que jadeaba a veces y a veces reía. El muy consagrado sabía perfectamente como hacernos disfrutar a los dos al mismo tiempo. Mientras hacía retorcer de gozo a Flora, el tío me entregaba un culo activo. Rítmicamente me estrujaba y me soltaba la polla con sus esfínteres haciéndome sentir agudos chispazos de placer.

En un momento dado, Flora apartó de su coño la cabeza de Julio.

-¡Fóllame, cura! -le ordenó.

Julio respondió inmediatamente soltándose de mi enculada y arrastrándose por la cama hasta Flora para, en la postura del misionero, meterle la polla en el chocho.

Pero yo no estaba dispuesto a perder el goce que me estaba proporcionando aquel culo consagrado. Así que, arrodillado detrás de Julio, conseguí volver a meterle mi verga por el ano.

Y entonces, acoplados los tres genitalmente en una especie de “tren”, le asesté una impetuosa embestida que me hizo disfrutar de un delirante gustazo. De golpe, sentí un poderoso deseo de hacer totalmente mío ese culo magnífico. Me puse a penetrarlo, a ensartarlo, a follarlo con tanta pasión como afecto. Me sentí terriblemente excitado, rememorando vagamente sentimientos y sensaciones deliciosas de arriesgados coitos anales en las habitaciones del seminario. De esta manera, me fui aproximando a un orgasmo que, por el doloroso placer que crecía en mi cuerpo, prometía ser tan irresistible y gozoso como algunos de 15 años antes.

Simultáneamente que yo sodomizaba con entusiasmo a Julio, él aprovechaba el impulso de mis arremetidas para ir follando a mi mujer. Y debía hacerlo bien, porque ella le pedía: “¡Más fuerte! ¡Más fuerte! ¡Sigue! ¡Sigue!!”

Continuamos así, más o menos sincronizados, durante cuatro o cinco minutos. Hasta que los trallazos de placer que excitaban mi sistema nervioso se hicieron insoportables. Entonces, hundí la polla entera en culo de Julio y me quedé un momento inmóvil (“Estoy a punto... a punto...”), como para tomar carrerilla hasta el orgasmo inminente. Y de golpe me corrí gozando extraordinariamente; me corrí recuperando un sentimiento de gratitud por aquel culo que tantas veces antes me había hecho feliz; y eyaculé impulsivamente una, dos, varias veces, mientras en mi cuerpo sólo había un placer liberador que me mantenía paralizado.

Julio, respetando mi orgasmo, se quedó quieto, a pesar de que mi mujer le exigía con desespero que siguiese, que no parase, que la follase como un semental. Le gritaba y (“¡Jódeme fuerte, cabrón! ¡Jódeme como un macho, cura de mierda!”) le insultaba. Pero Julio mantuvo la tregua lo suficiente para que yo volviese a sentirme vivo y mi polla, desentumeciéndose, abandonase ese culo que tanto placer había vuelto a darme.

Sólo entonces Julio se concentró en follar a Flora desenfrenadamente. Ella respondió con entusiasmo, acoplándose al bamboleo pendular de la pelvis de Julio. Su jadeo ruidoso se convirtió en un “¡aaayyy!” continuado que se intensificaba a medida que se acercaba al orgasmo. Era un espectáculo alucinante. Me admiraba la capacidad de lujuria de mi mujer cuando tenía una polla nueva follándole el chumino. Bueno, en ocasiones, también con pollas que repetían, incluyendo la mía. Pero más me admiraba la destreza de Julio fornicándola a conciencia. A veces, la morreaba para ahogar su griterío, a veces le sobaba las tetas, a veces le susurraba obscenidades al oído. Ella reaccionaba agarrándose tenazmente a las nalgas de Julio, como un náufrago a una tabla.

La pena fue que el espectáculo duró poco. Yo me había librado de condón y asistía a aquella exhibición, con la polla embadurnada de esperma, masturbándome ligeramente. Pero ni siquiera me dio tiempo a ponerme caliente de nuevo. Flora soltó un gritó estentóreo y se corrió gozosamente, con leves espasmos y convulsiones, como si quisiere sacarse de encima a un Julio, que parecía haber llegado también al clímax y estar eyaculando concentradamente.

Poco después, Julio se incorporó y se dejó caer de espaldas sobre la cama, junto a mi mujer, que seguía con los ojos entornados y sonriendo. Yo me tendí también sobre la cama al otro lado.

-Ha sido fantástico, padre Julio... Doy gracias a Dios de que seas un cura pervertido... ¡Ja, ja, ja...! -ironizó Flora, y se puso a palparme la barriga hasta que encontró mi polla-. ¿Vas a follarme ahora? -me dijo, mientras me la acariciaba.

En situaciones parecida, a veces yo cerraba la sesión eyaculando en el coño o en el culo de Flora, con mi cipote pringándose con las leches de quienes acababan de precederme. Pero, en esta ocasión, no me apetecía romper el confortable estado de bienestar que había logrado después del polvo con Julio. Así que no respondí. Me levanté de la cama y fui en busca de la botella de whisky a la sala de estar.

Cuando volví, se estaban besando en la boca, con cierta sensualidad.

-Creí que hacíamos una pausa -comenté mientras servía los whiskys.

-Claro, claro -exclamó Flora.

-Sabes, tienes una mujer estupenda -intervino Julio-. Me ha gustado mucho conocerte, Flora... Especialmente en sentido bíblico...

-A mí también me ha gustado -respondió ella-. Alfred ya me había contado vuestra historia y te he imaginado a veces en mis fantasías sexuales. Pero la realidad ha sido mil veces mejor.

Julio levantó el vaso de whisky histriónicamente.

-¡Brindo por eso! -proclamó.

Yo le seguí en el brindis y me sentí obligado de confesarle que me alegraba un montón el habernos encontrado después de 15 años.

-Como amigo, Julio, te tengo un gran afecto -le revelé-. Pero, la verdad es que... -inventé una sonrisa ambigua- amo a tu culo apasionadamente.

Aunque nos reímos con mi comentario, los tres sabíamos que realmente era sincero.

-Mi culo... mi culo -balbuceó Julio, pero se calló bruscamente; bebió un trago y nos aclaró:- Alguien de la Curia una vez me dijo que con ese culo, si lo utilizaba bien, pasando por Roma, podía llegar a ser cardenal.

-¿De veras? -exclamó Flora-. Desde luego tienes un culo muy guapo

-El de tu marido también es muy provocativo... Y me he quedado con las ganas de volver a disfrutarlo, después de quince años.

-Lo cual tiene remedio -intervine yo-. O me lo follas ahora o quedamos los tres para cenar otro día.

Julio dudo, se acabó el whisky de un trago.

-Otro día... -dijo Julio y se quedó sonriendo y forzando unos instantes de silencio-. Otro día...

Antes de irse, nos contó que, a veces, participaba en lo que llamaban “reuniones mundanas”, muy discretas, organizadas en ciertas casas de gente selecta y eminente.

-¿Cuento con vosotros? -nos propuso.

-Claro que sí -asintió Flora-. ¿Verdad, Alfred? Pero la próxima vez me daría morbo que me follases con la sotana puesta... Después de todo un cura desnudo es igual que cualquier tío desnudo... Con sotana, es otra cosa.

La respuesta de Julio fue una carcajada.

-No te apures... -dijo-. En esas reuniones podrás follarte curas con sotana y a alguna monja, si quieres... Yo soy quien selecciona participantes.

Nos fuimos despidiendo tranquilamente. Hasta que a las puertas del ascensor, Julio inesperadamente manifestó:

-Una cosa... Allí no me llaméis “padre”. Hace más de un año que colgué los hábitos.

-Sigues siendo un coñón -repliqué riéndome-. Además, el sacerdocio imprime carácter.

-Es en serio... Colgué los hábitos... Os llamaré

Las puertas del ascensor se cerraron automáticamente y nos dejó en un mar de dudas.

Por Werther el Viejo

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