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Aquella primera noche

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Llevaba tiempo ya con las ganas y esto se le estaba convirtiendo en algo que no lo dejaba en paz. Con veintiún años largos y no haber estado con una mujer mientras sus amigos hablaban de sus placenteras aventuras con sus novias y con otras mujeres en los sitios que frecuentaban desde antes de cumplir la mayoría de edad. Pero él era demasiado tímido y no lograba nada con las momentáneas amigas. Ya cansado de verlas en imágenes y desearlas de día y de noche en revistas y en películas quería vivir esa sensación de tener a una de ellas al menos un rato y tomó la decisión de buscarla donde fuera. Así que reunió unos pesos, escogió una tarde de lunes y se fue al centro de la ciudad asaltado a cada paso por cierta angustia que no le permitía sentirse tranquilo. No llegó a imaginarse lo que iba a ser desde entonces aquella noche en su vida.

Antes de golpear en la puerta volvió a dudar unos segundos. Le abrió un muchacho muy joven para estar en este lugar, alcanzó a pensar. Lo guio por un pasillo hasta una pequeña sala con mesas y asientos viejos. Pidió un trago y le llamaron una mujer. Le recordó que aún no estaban todas las muchachas pero que llegarían en una hora si deseaba esperar, dijo que no importaba. Cuando la vio acercarse le pareció que estaba bien. No era ni joven ni vieja, parecía de una edad indefinible. Tampoco podía evitar cierto temblor en las manos y en las piernas pero disimulaba, solo la voz salió firme cuando le preguntó por la noche mientras se bebió el primer trago con afán, luego pidió otro y un tercero. Para entonces ya se sintió más tranquilo y percibió más de cerca a la mujer, que le sonreía mostrando su coquetería con una buena dosis de burla.

Le dio el dinero y la espero un rato en el cuarto. Ella cerró con seguro el tabique de madera y le indicó la cama mientras de pie, en un rincón se iba quitando la chaqueta, la blusa, la falda… todo con naturalidad y él la miraba tembloroso empezando a quitarse cada prenda con torpeza y no sabía si salir huyendo con la ropa en la mano, quedarse o pedir un vaso de agua. Ella le repetía tranquilo con cierto afecto maternal y poco a poco empezó a calmarse. La vio quitarse las medias grises y dejarlas sobre una mesita que le parecieron -y siempre lo recordaría- como un montón de humo. Tenía una especie de blusa pequeña y unos calzones blancos bordeados de encajes. El apenas estaba en un interior algo raído que por el gesto de la mujer dio a entender que no le gustaba en lo más mínimo. No podía evitar esa sensación angustiosa y a la vez placentera de ver desaparecer cada prenda con cierta lentitud. Sentado en el borde de la cama la alcanzó a escuchar cuando le dijo quíteselo y al deslizarlo y quedar desnudo empezó a sentir un tibio placer que le recorría la piel. No recordaría como la mujer se le acercó aun con el calzón puesto y la empezó tocar y acarició por primera vez aquellas nalgas blandas y frías, olio sus pechos pequeños como limones y antes de tenerla desnuda le dijo con voz entrecortada es la primera vez y le repetía yo no lo he hecho nunca por un instante a punto de desmayarse, sin embargo aquel calorcito rico lo envolvió con más fuerza y se dio cuenta que su pene estaba ahora erguido y fuerte como nunca antes lo había notado.

Y fueron sus manos las que iban quitando despacio aquella prenda que le producía tanto misterio y excitación y la contempló por instantes que quizás fueron segundos pero se le quedaron inmersos en la memoria. También sus ojos se detuvieron por primera vez en la imagen real de su sexo, aquel remoto y secreto lugar de la dicha suprema que lo convertía en un volcán. Aquella abertura del universo por donde cielo e infierno eran uno solo. Ahora si llegaba el momento esperado todos esos años sobre ella mientras tomaba su pene rígido entre sus manos de uñas pintadas y lo introducía en su cueva del deseo húmeda y tibia y se sacudía sobre el cuerpo pequeño de la mujer que se sentía empujada por un ciclón y a pesar de tantos hombres en su vida se empezó a dejar arrastrar por esa fuerza violenta que hacía traquear la madera del camastro y la empezó a hacer gritar de un extraño placer que había dejado de experimentar en tantas noches de soportar el morbo, la grosería y la suciedad de los que la buscaban para apenas saciarse y a la vez ella saciaba otro tipo de necesidad. Pero esta vez fue diferente y lo gozó hasta sentir que se anegaba como un río dentro de ella y soportó su inexperiencia y lo dejó seguir otro rato hasta que se dejó caer exhausto y le decía palabras al oído mientras tocaba sus senos de limón dulce y ella reía con carcajadas suaves. Volvió a mostrar coquetería y se atrevió volver a besar a un hombre después de varios años y poco a poco lo volvió a poner en forma para otro momento en que se dejaron llevar de nuevo por las ganas y la penetró con renovada intensidad y demoró más dentro de su hueco húmedo y caliente y esta vez lo colmó de caricias mientras gemía de puro gozo y ambos se arrebataban en un remolino que los consumía con fuerza hacía sus remotas locuras. Dos, tres, cuatro… varios veces se dijeron que ojalá la noche nunca se acabara pero llegó por fin la madrugada y en alguna parte de la pequeña ciudad cantaron los primeros gallos mientras intentaban dormir tapados por unas modestas cobijas y los ruidos de la mañana que va aclarando con los movimientos de la gente les decía con su lenguaje de trastos moviéndose que ya empezaba la hora en que debían irse cada uno a seguir su vida y por última vez se vio encima de ella entrando con renovadas ganas en un instante de jadeos y orgasmos silenciosos que ya presagian una despedida que no sabían si era para siempre. Lo último que recordaba de ella era su cuerpo agachado de espaldas, aún desnuda buscando entre el desorden de la habitación sus calzones blancos bordeados de encaje y diciéndole que no se los robara y más bien volviera a buscarla otra noche.

Pero nunca llegó a repetirse esa noche a pesar de que pronto retornó con las ganas que lo carcomían. Le dijeron que se había ido el día anterior para su tierra por amenazas del integrante de un grupo armado que ella no aceptó como amante y sabían que no podía regresar. Nunca más la volvió a ver a pesar de haberla buscado no solo en aquel lugar sino en otros que recorrió años después. Quizá esa fue la razón por la que nunca la pudo olvidar y la consideraba la mujer de su vida, la que siempre recordaría.

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