Nuevos relatos publicados: 13

Sueños húmedos de una mujer casada

  • 10
  • 10.848
  • 9,86 (7 Val.)
  • 0

El agudo zumbido del despertador la devolvió a la realidad de una nueva mañana de verano en la que el sol y las altas temperaturas seguirían siendo los principales protagonistas.

Se desperezó y con cierta desgana se levantó de la cama. La imagen de su cuerpo desnudo se reflejó, casi sin querer, en el gran espejo del armario, la miró con detenimiento y sonrío segura de gustarle lo que estaba viendo. Realmente a sus cuarenta y siete años se conservaba de manera envidiable. Pensó por un momento en algunas de sus amigas en cuyos cuerpos se notaban claramente la acción demoledora del tiempo.

Volvió a mirarse con descaro y se sintió como una joven de dieciséis años que acude a su primera cita. Pensó en que no mentía aquel joven que había conocido noches atrás en internet y para el que, en un acto que calificó de auténtica locura, se había desnudado dejando vagar la imaginación de ambos hasta lograr uno de los orgasmos más salvajes de su vida. El la vio atractiva, hermosa y aquella mañana ella se sentía así.

Desayunó sin prisa. Ni siquiera se vistió. Estaba sola. Su marido llevaba más de una semana fuera de la ciudad por motivos de trabajo y sus hijos se habían ido aquella mañana pasar unos días a casa de unos amigos; aquella situación sabía que le permitía dejar a un lado sus obligaciones, al menos temporalmente, para así dedicar unas horas al culto a ella misma.

Recordó con una sonrisa la experiencia vivida tres noches antes con aquel joven en internet. Se había conectado a primeras horas de la noche. Sus hijos habían ido a un concierto así que no regresarían hasta tarde. Tras dos o tres conversaciones intranscendentes con nombres poco sugerentes del mundo misterioso de la red surgió, como una luz que iluminó la noche, aquel que tanto le llamó la atención. Fue como si por la magia de lo imposible tuviese que seguir las indicaciones que iba haciéndole su anónimo compañero de charla.

Todo resultó más fácil de lo que imaginaba. Primero conectó su cámara y dejó que aquel joven la viese sonriente, segura de sí misma. Después fue ella quien pudo verlo, con su torso desnudo. De menos de treinta años, atractivo. Se dejó llevar por sus encantos. La conversación fue subiendo de tono y cuando quiso darse cuenta estaba, de pie, desnuda, masturbándose con aquel joven cuyo rostro y su forma de hablar la atraían.

Le sobrevino un orgasmo como no recordaba, tal vez solo comparable con aquel que sintió, muchos años atrás, la primera vez que fue poseída por Luis, un chico que veraneaba en el mismo pueblo que ella.

Las dos noches siguientes lo buscó, sabía que no podría volver a desnudarse para él, pues sus hijos dormían en casa, pero deseaba no perder el contacto. No volvió a verlo, sin embargo su recuerdo sirvió para que alcanzase más de un orgasmo en la soledad de su cuarto.

Se asomó la ventana y una bocanada de aire cálido contribuyó a aumentar su temperatura corporal de por sí elevada por la avalancha de recuerdos. Volvió a mirarse al espejo. Se sintió bien, incluso más joven.

Tras una ducha de agua tibia, se vistió con aquel biquini de reducidas dimensiones que se había comprado en las rebajas. Antes de terminar de vestirse se miró al espejo. Realmente el bañador era reducido, incluso provocativo. Aquellas pequeñas cintas a los lados y tan solo el triángulo que cubría su sexo le recordaron los tangas que solía usar. Se sintió descarada pero más atractiva que nunca. Se enfundó sus pantalones cortos de color blanco y aquella camiseta que resaltaba su figura y salió a la calle.

Alguien le había hablado de una playa salvaje a poco más de veinte kilómetros de su casa. Una playa muy poco concurrida, plagada de dunas donde poder ocultarse de miradas indeseables y tomar el sol desprovista de ropa, de esta forma intentaría lograr el moreno uniforme que tanto deseaba y que ni siquiera logró con las sesiones de rayos a las que se había sometido en el invierno.

Cogió el coche y se puso en marcha. No tardó más de media hora en llegar a través de aquellas carreteras secundarias. Realmente el lugar era idílico, pensó para sí al contemplarlo. Una larga playa, llena de pequeñas dunas y en uno de sus extremos un frondoso bosque. Desde la atalaya que le ofrecía el lugar donde dejó aparcado el coche, observó cómo tan solo unas doce o catorce personas se ocultaban entre las ondulaciones y la vegetación que se extendía por doquier.

No lo dudó, por un sendero tortuoso bajó a la playa y buscó un lugar discreto cerca de aquel bosque. Extendió la toalla, se deshizo de sus pantalones y de la camiseta dejando que su cuerpo, cubierto solo por aquel pequeño biquini, se diese de cara con el sol. Se tumbó sobre la toalla y dejó que el astro rey comenzase su trabajo.

Volvió a pensar en su deseo. Quería desnudarse. Jamás lo había hecho fuera del solarium. Sin pensarlo se desprendió de la parte de arriba del biquini y después de la parte inferior quedando completamente desnuda. Notó como un aire de plena libertad llenaba su alma. Siempre había querido hacer algo así pero jamás se había atrevido; sentía un extraño pudor, mezcla de temor y de vergüenza, heredado de la sociedad donde se había criado. Recordó el trabajo que le había costado tomar la decisión de rasurar su sexo. Fue tras una conversación que mantuvo con un secreto admirador de un chat el verano anterior; finalmente tomó la decisión y al verse se sintió más sensual que nunca, incluso su marido la felicitó por la decisión adoptada.

Se tumbó sobre la toalla, cerró los ojos y dejó que su imaginación se disparase buscando el morbo de los deseos más inconfesables. Notó que su sexo comenzaba a humedecerse y unas ganas irrefrenables de masturbarse la invadieron. Dejó que sus manos, lentamente, hicieran el resto.

De repente se dio cuenta que alguien la estaba observando. Fue una extraña sensación de no sentirse sola. Abrió los ojos y los vio. Tres individuos jóvenes la estaban mirando, convirtiéndose en indeseables testigos de su masturbación.

Con sus manos trató de tapar su sexo y sus pechos, protestando aquella intromisión. Una extraña sensación la embargó. Comprendió que estaba en manos de aquellos jóvenes. De nada le serviría tratar de huir, ni siquiera de gritar ya que el mar, con su rugido, apagaría cualquier grito.

No dejaron de mirarla comentando entre ellos todo tipo de obscenidades.

Uno trató de tranquilizarla, Se agachó a su lado y tras comenzar a manosearla por todo el cuerpo dijo.

- No te preocupes, puta, no te haremos nada que tú no desees. Pero mejor será que sea por las buenas ya que de lo contrario será infinitamente peor.

El miedo se apoderó de ella paralizándola.

Uno de aquellos jóvenes comenzó a desnudarse. Su falo, erecto y desafiante, se le antojó como una enorme estaca con la que iba a ser empalada. El otro, entre tanto no dejaba de tocarla, de manosearla.

Sin casi darse cuenta, el joven que la manoseaba la asió fuerte de las manos, separándolas, mientras que el que aún permanecía vestido hizo lo propio con sus pies, quedando inmovilizada y con su cuerpo en forma de aspa. Entre tanto, el que ya se encontraba desnudo se sentó sobre su cara y dejando el ano a la altura de su boca le conminó a que se lo lamiese.

- ¡Mama guarra! Dame placer.

Simultáneamente los otros dos apretaron con fuerza sus extremidades haciéndole comprender que no había escapatoria posible. Ella comenzó a lamer aquel ano.

Entre ellos se cruzaron unas palabras que no alcanzó a comprender. De repente, sin mediar palabra, entre los dos que la tenían sujeta la levantaron y se la llevaron al interior del bosque hasta llegar a una pequeña construcción medio arruinada. Una vez dentro, la tiraron al suelo. El sol entraba con fuerza por aquel inexistente tejado.

Ella se arrebujó en un rincón mientras unos de los individuos clavaba cuatro estacas en el suelo, fijándolas con seguridad. Terminada la fijación de los maderos la ataron en forma de aspa a las estacas quedando a su entera disposición, lista para ser usada a su antojo.

Sabía que de nada valdría suplicar así que no lo hizo. Cerró los ojos y comenzó a sentir que un vivo deseo se adueñaba de ella. Su sexo más húmedo que nunca reclamaba ser penetrado.

Uno de los individuos comenzó a introducir sus dedos, dilatando su sexo. Ella sintió como un enorme placer se apoderaba de todo su cuerpo. Deseaba que siguieran con aquel juego, quería que poco a poco fuesen introduciendo más dedos hasta lograr que toda la mano llenase su vagina.

Los tres individuos estaban completamente desnudos. Recordó al joven de internet para el que se había masturbado. Le gustaba al igual que aquellos tres que le parecían singularmente atractivos, especialmente el primero que comenzó a tocarla.

Sin decir palabra uno de ellos se colocó frente a su cara, su pene quedó a la altura de su boca. La obligó a que la abriese y aquel falo comenzó a penetrarla oralmente, con fuerza, con deseo. Pronto le vinieron las primeras arcadas pero pudo reprimir el vómito. Entre tanto la mano de aquel otro joven ya se había introducido en su vagina y se movía con soltura, produciéndole un placer jamás sentido. Le sobrevino el primer orgasmo entre los insultos y mofas de los tres individuos satisfechos de su acto.

El tercero de los jóvenes se agachó y comenzó a manosear su cuerpo entero. Sus pechos, su vientre. Sintió un placer enorme al verse abrumada por aquellos tres hombres que la hacían gozar como jamás había gozado.

El individuo que tenía sentado sobre su cara comenzó a sufrir los primeros espasmos hasta que finalmente, profiriendo un alarido, vació una enorme cantidad de semen en su boca, obligándola a tragarlo. No hubo tregua, el joven que la tocaba, que manoseaba todo su cuerpo, ocupó el lugar que dejó el que ya había eyaculado. Ella comenzó a chupar el segundo pene mientras le sobrevino un nuevo y brutal orgasmo.

Aquella sesión duró horas. Una y otra vez fue poseída por cada uno de ellos que llenaron su boca y su vagina de semen. A ella le sobrevinieron numerosos orgasmos. Los gritos se mezclaban como si de un ritual primitivo se tratase. Ella pidiendo más y ellos insultándola.

En el fondo deseaba que no terminase nunca, seguir gozando como lo estaba haciendo y como jamás había gozado.

Exhaustos, los cuatro se sumieron en una especie de sopor. Uno de ellos se acercó y comenzó a besarla con pasión, ella le devolvió los besos y le rogó, le suplicó que la penetrase. La desató, levantó sus piernas hasta ponerlas sobre sus hombres y le clavó su falo hasta el fondo de su vagina iniciando un polvo tan salvaje como jamás había vivido.

Los otros dos se despertaron. Uno la levantó y colocándose en la posición adecuada, bajo ella, comenzó a horadar su ano con la punta de la pene, dilatándolo, pronto aquel enorme falo se hizo dueño de aquel agujero jamás explorado hasta entonces por nadie.

El placer fue inmenso, aquella doble penetración la llevo a un mundo de deseos ocultos y prohibidos, a un mundo de perversión donde todo era posible. No pudo aguantarlo y le sobrevino un nuevo orgasmo.

El tercero de los jóvenes se puso en pie y metiendo el pene en su boca la obligó a mamar nuevamente. Loca, penetrada por todas partes, gozó como jamás lo había hecho.

Al unísono, como puestos de acuerdo, los tres individuos se corrieron dentro de ella llenando su vagina, su ano y su boca de una leche pastosa que asumió como el más maravilloso de todos los néctares.

Al final se levantaron. La miraron y puestos de pie sobre ella le orinaron todo el cuerpo mientras le sobrevenía su enésimo orgasmo masturbándose.

Allí se quedó tirada, desnuda, abandonada, poseída por todas partes después de haber gozado como jamás lo había hecho.

Un leve ruido la hizo despertar. Desnuda, empapada, tumbada sobre su toalla en aquella recóndita duna, tres individuos jóvenes la estaban observando con ojos de lujuria.

En aquel momento supo lo que le aguardaba.

(9,86)