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Encuentro con una mujer morbosa

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La miró fijamente a los ojos, tal vez ella ni siquiera quiso darse cuenta tan imbuida en aquel torbellino de palabras hechas frase que manaban de su boca. No dejó de mirarla ni por un instante mientras sus pensamientos comenzaron a fluir.

La había conocido pocas semanas atrás. Fue una casualidad, ni siquiera contaba con ello. Durante años la había estado buscando entre rostros anónimos, entre nombres desconocidos, sin embargo pese a creer, en varias ocasiones, que estaba cerca de ella jamás la había tenido ante si como ahora.

Volvió a mirarla. Era toda una hembra, una mujer capaz de todo. Jamás había conocido alguien igual. Muchas, a lo largo de la vida, habían querido representar un papel, jugar a lo prohibido, pero jamás como ella, nunca como aquella mujer que ahora miraba a los ojos.

No pudo contenerse, sin cortar su conversación, le acarició el rostro y jugó, durante un rato, con sus cabellos. Lo hizo de forma inconsciente. Ella le devolvió el gesto con una sonrisa más que elocuente.

Volvió a sus recuerdos aquella primera vez que la vio desnuda. Asomada a aquella ventana de extrañas ilusiones le pidió que se desnudase para él. Se puso en pie y lentamente, con una sensualidad capaz de agarrotar cualquier garganta, lo hizo. Prenda a prenda, todo fue cayendo al suelo hasta quedar desnuda. Se dio cuenta que estaba dispuesta a todo. Sus pechos bien trazados, su cuerpo conservado y sus sexo desnudo de vello, se ofrecían como el más intenso bocado de placer. Le dijo que comenzase a tocarse, acariciarse para él. Así lo hizo. Pronto, las primeras convulsiones hicieron acto de presencia como pórtico a un orgasmo que le sobrevino de forma salvaje.

La miró de nuevo. Sabía que muchos hombres habían gozado de su cuerpo, de sus favores, de sus caricias. Unos en la vida real y otros asomados a aquella ventana de fantasía. Hombres que se habían visto complacidos con los regalos de aquella hembra. Tardes de lujuria hablando de un sexo salvaje, prohibido, mientras los dos se tocaban hasta que sus fluidos salían de sus cuerpos. Luego, la despedida, el hasta pronto. Quizás un pronto que no llegaría o simplemente que quedaría pospuesto ante otras exigencias.

Se había entregado a muchos hombres. Él lo sabía, incluso con muchos llegó a conversar sin ellos saberlo. Siempre las mismas frases, los mismos deseos. Tras el obligado saludo, un cumplidor “te echo de menos” y luego la eterna pregunta “¿estás sola?”. Es como si aquella mujer, aquella hembra, fuese tan solo sinónimo de placer, como si el resto no importase, tan solo un objeto para hacer realidad los más bajos instintos.

Durante días, tratando de saber algo más sobre ella, tratando de descubrir su verdad, había sabido todo aquello. Conversión tras conversación, todos deseaban lo mismo, a todos les había dado algo alguna vez, una cita, una sesión, un polvo, una morbosa llamada telefónica o simplemente la posibilidad de masturbarse junto a ella por aquella extraña ventana de fantasía. Sin embargo a ninguno de ellos les importaba lo más mínimo sus problemas, sus preocupaciones, su vida. ¿Para qué?, cada uno tenía la suya y ella era un objeto de placer.

La miró de nuevo y se estremeció.

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