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El intrincado mundo de la sumisión

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El timbre del teléfono rasgó el velo de la noche. Desperezándose lentamente miró el reloj de la mesilla de noche. Aquella hora le parecía intempestiva. Ella casi ni siquiera se despertó.

Con indolencia descolgó el teléfono y respondió la llamada. Unos monosílabos fueron más que suficientes para dar por terminada la conversación. Después, la miró y con suavidad movió su cuerpo desnudo para despertarla.

Ella sabía de sobra el motivo por el que su marido la había despertado pasada la una de la madrugada, devolviéndola al mundo de los vivos. Lo sabía y lo aceptó sin protestas. Ya lo habían hablado en más ocasiones, incluso en más de una oportunidad lo habían llevado a la práctica. A ella siempre le gustó.

Terminaron de vestirse. Antes de salir fue a la habitación de sus hijos para comprobar su sueño. El la miró casi a hurtadillas recordando cuando, sin ella darse cuenta, había descubierto sus inclinaciones que al principio le resultaron depravadas aunque luego las supo asumir como propias.

Fue una noche, un año antes. Dormía plácidamente hasta que por alguna razón su sueño se vio truncado y el brusco despertar lo hizo abandonar la cama sin hacer ruido para que su mujer no se despertase. Se fue a la sala y se asomó a la ventana para que la noche, con su sugerente oscuridad, le relajase devolviéndolo al mundo de los blancos mensajes. No fue posible, el sueño no quiso sentarse a conversar con él aquella noche.

Decidió, entonces, irse al ordenador. Tenía trabajo pendiente y podía ser un buen momento para sacarlo adelante. Al encenderlo observó que la cuenta de msn de su mujer se abría de forma automática. Por algún error a la hora de ejecutar un comando la contraseña se había activado abriendo de par en par el mundo secreto de la mujer con la que dormía desde hacía algo más de quince años.

A punto estuvo de cerrarla, sin embargo alguien, desconocido para él, comenzó a transmitirle las primeras frases de un mensaje.

- ¡Hola! ¿Has pensado en lo que te dije el otro día?

Quedó sorprendido y pensativo. Buscó entre los contactos que estaban navegando en aquel momento y encontró el nick del remisor del mensaje: “BlackMan”. Pensó en el nombre y en su significado. Durante unos segundos guardó silencio dudando en apagar el ordenador y regresar a la ventana.

En más de una ocasión había visto a su mujer sentada ante el ordenador, en animada charla con alguien. Nunca quiso preguntar quién era su interlocutor. Una vez, viéndose sorprendida, le había explicado que charlaba con viejas compañeras de Colegio con las que se había reencontrado en internet al cabo de los años. Aquella justificación le pareció, a la postre, más que suficiente.

Volvió a releer el mensaje. ¿Has pensado en lo que te dije el otro día?

Miró el nombre que empleaba su mujer: “Encadenada”. Aquello nuevamente le sorprendió.

Se detuvo a pensar. En el fondo deseaba conocer que le había dicho aquel individuo días atrás. Sin embargo, la confianza que siempre se tuvieron, hacía descartar la posibilidad de que uno entrase, sin avisar, en la vida del otro. Además, estaba seguro de no poder suplantar la personalidad de su mujer.

Pese a todo, impulsado por un deseo de saber, respondió a la pregunta de la forma más ambigua que pudo.

- Buenas noches. Perdona, no te entiendo.

La persona que estaba al otro lado de la conversación tras relatarle brevemente algún dato sobre su identidad, añadió.

- Si, en lo de la sesión de la que hablamos el otro día.

No supo que contestar. No sabía a qué se refería con aquella pregunta y mucho menos que quería decir al referirse a una “sesión”. Hizo un silencio que fue como una losa que pesó sobre la noche.

Su interlocutor rompió la abstracción.

- Tengo sitio ya y he buscado todo lo necesario así que cuando quieras te inicio.

Se dio cuenta que se había equivocado al responder aquel mensaje pues sería fácil para ella saber que alguien la había suplantado y eso le obligaría a dar muchas explicaciones. Por ello, sin más, dio la conversación por terminada sin siquiera despedirse.

Antes de cerrar quiso indagar un poco más. La curiosidad, esa mala compañera que a veces se cuela sin pedir permiso, había hecho acto de presencia. Abrió la sección de correos recibidos y comenzó a desentrañar los secretos más ocultos de su mujer.

Uno a uno, fue leyendo y releyendo todos y cada uno de ellos y así fue descubriendo una faceta de la personalidad de su mujer que ni si quiera se imaginaba. Aquella mujer que había conocido muchos años atrás tenía fantasías de sumisión.

Durante más de una hora desentrañó todos aquellos ocultos secretos contenidos en los mensajes. Con ello supo que su mujer ya se había sometido a más de una sesión con diferentes hombres, sometiéndose a prácticas desconocidas para él y que se le antojaron aberrantes.

El peor de todos los momentos de aquella velada lo vivió cuando en un correo, con archivo adjunto, encontró una foto de su mujer, desnuda, con la boca tapada y colgada de una cuerda por sus manos. Pese a todo hizo una copia de aquella foto que guardó en su lápiz.

A punto estuvo de regresar a la habitación y despertarla para pedirle explicaciones. Sin embargo no lo hizo.

Tras dar lectura a todos aquellos correos regresó a la ventana para que el aire de la noche le devolviese la tranquilidad perdida.

Tardó varios días en hacerle mención de lo que había leído. De hecho no lo hizo hasta bastante tiempo después de aquella tarde en la que tomó la decisión de seguirla.

En uno de los correos había leído una invitación para una sesión en una casa de las afueras, precisamente el día en que semanalmente su mujer acudía al gimnasio. Su trabajo, de mañana y tarde, le impedía estar en casa una buena parte del día, sin embargo aquella tarde se la tomó libre.

Tras salir de su domicilio a la hora habitual se dirigió al punto de cita que había leído en el correo. Se ocultó todo lo que pudo para ver sin ser visto ya que aquella casa, por su ubicación en un lugar aislado, lo permitía. Faltaba más de una hora para la convenida.

Sin detectar movimiento alguno se mantuvo oculto tras aquellos árboles hasta que se percató de la llegada de un coche que aparcó cerca de la puerta y del que se apeó un hombre de mediana edad, de buena presencia. La puerta de la casa le fue franqueada por alguien a quien no pudo ver.

Poco antes de la hora prevista distinguió el coche de su mujer llegando a la casa. Otro hombre que él no había visto salió a recibirla, permitiéndole ocultar el coche en el interior de un galpón anejo a la casa. Luego ambos accedieron al interior.

Se acercó lo que pudo pero no fue capaz de distinguir nada, tan solo unos vagos rumores de lamentos y gritos y alguna voz disonante pronunciando palabras que se negó a repetir siquiera mentalmente. Casi tres horas después su mujer abandonó la casa.

Cando llegó a casa la sorprendió cambiándose en la habitación. Por más que trató de eludirlo no pudo evitar que él se fijase en un cardenal que tenía en la espalda.

- Vaya moratón, ¿te has caído?

- Si cariño, fue en el gym. Hoy hicimos algo de full contac y me dieron fuerte.

Durante los días siguientes se dedicó a investigar e introducirse en el mundo de la sumisión. Entró en páginas y foros de Internet, en chats especializados y allí conoció a toda una zarabanda de amos, sumisas y tipos de todas las características habidas en aquel submundo.

Quizás por haber sido alertada por aquel hombre con quien había hablado haciéndose pasar por su mujer, su correo jamás volvió a quedar abierto.

Una noche que su mujer había salido pretextando que iba con unas amigas al cine entró en uno de los chats relacionados con el tema. Fue allí donde conoció a “AmoNegro”.

Aquel tipo hizo que se sincerase con él y aun desvirtuándolo en buena medida, le contó lo de su mujer. Durante más de dos horas hablaron sobre el tema, haciéndose mutuas preguntas relacionadas con el intrincado mundo de la sumisión.

Al final, al referirse a su mujer, le dijo.

- Creo que debes tomar cartas en el asunto. O la aceptas como es o será mejor que te separes. Ella no puede evitar ser sumisa.

Aquella reflexión le hizo pensar.

Sobre las tres de la mañana llegó su mujer a casa. Su aspecto revelaba a las claras que venía de celebrar una sesión y que está había sido fuerte. Quedó sorprendida al verlo despierto y trató de evitar la conversación yéndose para la cama.

- Espera cariño, no te vayas. Deseo hablar contigo.

Contra su voluntad se mantuvo de pie cerca de la puerta del cuarto de su habitación.

- ¿Así que eres sumisa? ¿Qué tal te fue en la sesión de esta noche?

Aquellas frases parecieron romperle todos los esquemas. No supo bien que decir, como responder aquella acusación. El, por su parte, siguió narrándole como había accedido a tal conocimiento. Ella no pudo negarlo.

Durante los días que siguieron no hubo palabras entre ellos. Casi ni siquiera miradas. Ella, por su parte, dejó de asistir con regularidad al gimnasio.

Una tarde de domingo después de comer, mientras sus hijos iban al fútbol, se sentaron a ver un programa de televisión. Aquel silencio cortaba el aire, congelando todo a su paso.

- Quiero hablar contigo – dijo ella.

El la miró con una sonrisa cuyo contenido no supo o no quiso interpretar.

- Muy bien, di lo que desees.

Ella, entonces, comenzó a relatarle de forma muy pormenorizada desde cuando había adoptado aquel rol, como había llegado a ello y las experiencias que había tenido sin obviar detalle alguno. Al final, concluyó.

- Esa es mi historia. Si nada de esto te he contado antes fue por el temor a tu reacción, se lo estricto que eres y sabía que iba a darte un disgusto. De todas formas te diré algo. Si quieres que deje este mundo, lo haré desde ahora mismo pero también deseo que sepas que es el único que me hace realmente feliz, al menos en el terreno sexual.

La miró fijamente a los ojos y guiado por un auténtico sentimiento de amor la besó de forma apasionada. Aquella noche hicieron el amor como jamás lo habían hecho en tantos años de casados.

Desde aquel instante, él supo aceptarla como era convirtiéndose en su compañero de juegos e incluso siendo él quien asumió la siempre difícil tarea de buscar nuevas experiencias, nuevos compañeros de juego, nuevas emociones, algunas incluso tan increíbles que ella no podía da crédito a lo que estaba viviendo junto a su marido.

Recogieron el coche del garaje y se pusieron en marcha. Un lejano carillón desgranó tres campanadas.

La noche los acogió benigna y amiga circulando por aquella carretera secundaria que les condujo hasta una vieja discoteca de carretera hoy cerrada para su uso público.

Fuera, en la explanada, varios coches de marcas destacadas se alineaban como dispuestos a iniciar una carrera a ninguna parte desde una imaginaria parrilla de salida.

Se apearon del coche y llamaron a la puerta de la discoteca utilizando una contraseña pre acordada. Un hombre de aspecto avieso franqueó el portalón y tras interrogarles sobre el motivo de la visita, él hizo uso de las palabras que previamente le transmitiera la persona que le había llamado por teléfono una hora antes. El tipo de aspecto siniestro los dejó entrar.

Nada más cruzar el umbral de la puerta fueron recibidos por un individuo de aspecto distinguido quien los saludó con una sonrisa.

- ¿Ella viene a participar? – preguntó.

El respondió afirmativamente con un movimiento de cabeza. Luego, aquel individuo hizo un gesto a otro que se encontraba a pocos metros de él y este procedió a coger del brazo a su mujer y llevársela de su lado. Luego, con voz pausada, repuso.

- No se preocupe. El juego va iniciarse enseguida. Le ruego que se acomode en la sala y pida usted lo que desee.

Sin siquiera despedirse se introdujo en aquella gran sala que se encontraba muy concurrida de público, la mayoría del sexo masculino. Unos disfrutaban de una elegante compañía femenina mientras apuraban unas copas; otros jugaban en una ruleta y otros se afanaban en conversaciones banales que poblaban el ambiente de voces. El prefirió acercarse a un rincón de la barra y pedir una copa.

En la pista varias parejas bailaban animadas por la música de una orquesta de cinco componentes.

De repente se hizo el silencio que fue acogido con aplausos. Al escenario, vacío ya de músicos, accedió el individuo que los había recibido tras cruzar el umbral de la puerta.

- Damas y caballeros, silencio por favor, va a comenzar la subasta.

Hecha aquella somera presentación, de uno de los foros del escenario comenzaron a desfilar hasta un total de seis mujeres, de diferentes edades, todas ellas desnudas y encadenadas de pies y manos y cubiertos sus rostros con máscaras. Pese a ello la identificó perfectamente, la que hacía el número cuatro era su mujer. Se alinearon en el escenario y dio comienzo la puja.

Una a una, el individuo aquel, las fue presentando por su nombre, sin duda todos ellos supuestos como el que ella utilizaba, a la vez que indicaba el precio de salida de la puja.

Cada una de ellas al escuchar su nombre se adelantaba y mostraba para mejor ver sus atributos de mujer.

Las voces de los presentes comenzaron a subir de tono gritando cantidades o exigiendo mejores movimientos a las presentadas.

- ¿Alguien da más? A la una, a las dos y a las… tres. Adjudicada.

El ganador de la subasta subía al escenario y de la forma que mejor se le antojaba cogía a la mujer objeto de la compra y se la llevaba, escaleras arriba, para hacerla su esclava sexual durante aquella noche.

Había contactado con aquel individuo una noche en un chat. Ella le había dicho que deseaba una nueva experiencia mucho más morbosa que las anteriores. Buscó durante días, recorrió uno a uno todos los chats y foros de la red, finalmente alguien le habló de una extraña página especializada en el tema. Entró en su foro. Allí se hablaba del mundo de la sumisión en todas sus variantes. Fotos, relatos, cometarios, todo se abigarraba en aquella web que disponía de una sala de Chat propio.

Entro con un nombre creado al efecto y allí encontró a alguien que se hacía llamar “AmoSatán”, toda una advertencia de lo que podía esperarle caso de hablar con él. Pese a todo lo hizo. Tras contarle algunas de las experiencias vividas con su mujer, su interlocutor le ofreció participar en aquel juego.

Se trataba de una velada muy discreta en la que se subastaría a varias mujeres sumisas para placer de sus compradores. No había límites de clase alguna. Todo estaba permitido caso de aceptar el juego. Pudo entrever que se trataba de gente que cumplía sus promesas y a quien no les gustaban ni las bromas ni siquiera los curiosos.

Dudó algunos días en decírselo a ella, al final una noche después de cenar y cuando sus hijos ya dormían se lo contó. Ella, tras escuchar la explicación y algunos de los pormenores de la sesión, aceptó participar.

- Dile a ese hombre que sí, que cuente conmigo.

Así lo hizo aquella misma noche y ambos quedaron de acuerdo en que la cita sería en fecha y hora que se anunciaría con muy poca antelación y que caso de no comparecer jamás volverían a ser convocados.

Y allí estaban, él sentado en un rincón de la barra y su mujer, desnuda, cargada de cadenas, en lo alto de un escenario para goce y disfrute de aquellos hombres y mujeres que pujaban de forma casi vehemente.

Por fin le llegó el turno. El presentador la llamó por su nombre y ella avanzó unos pasos para mejor mostrar sus pechos desnudos y su sexo rasurado. Siguiendo las órdenes que iba recibiendo primero se giró para que pudiesen ver su culo y sus nalgas y más tarde se echó al suelo para abriendo las piernas mostrar su sexo desnudo de vello. Estaba hermosa, con su cuerpo elegante y sensual, atraía las miradas de todos aquellos hombres hambrientos de sexo.

Comenzó la puja. Unos y otros iniciaron una vertiginosa carrera para adquirir la mercancía. Fue pasando de amo en amo, de poseedor en poseedor, alcanzando unas importantes cantidades. Al final una voz desde el fondo de la sala gritó.

- Somos dos. Así que pujamos el doble.

Hubo un silencio. La puja había alcanzado una cantidad considerable y eso hizo desaparecer a cualquier posible contrincante.

- A la una, a las dos y a las… tres. La mujer es vuestra.

Dos negros de imponente tamaño surgieron como ojos de la noche del fondo de la sala. Se dirigieron al escenario y cargando a su mujer sobre el hombro, sin miramiento alguno, se la llevaron escaleras arriba. Allí gozaron de ella, sin limitaciones, durante toda la noche.

Pidió otra copa y allí siguió durante lo que quedaba de noche esperándola, aguardando mientras aquellos dos negros la usaban como si de algo suyo se tratase. De sobra sabía lo que estarían haciendo con ella. Por un momento lo pensó y se imaginó a su mujer sometida, esclava del placer de aquellos individuos que no pararían de penetrarla, de sodomizarla, de obligarla a que con su boca les realizase interminables felaciones; sería atada, amordazada, arrastrada por el suelo; sus puños entrarían en su sexo y finalmente orinarían sobre ella mientras alcanzaba el mayor de todos los orgasmos.

Se dio cuenta que con aquello su mujer gozaba y por eso, de alguna manera, se sintió gratificado.

Con los primeros rayos del alba vio a su mujer bajar por aquellas escaleras, desnuda, exhausta, destrozada. Se miraron a los ojos y ella le devolvió una sonrisa de felicidad que le iluminó el rostro.

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