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Celebraciones familiares: La boda

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Este relato está basado en el relato “La Boda” que leí hace poco en esta página web. Al leerlo me recordó algo ocurrido hace sólo un par de años, cuando una fantasía que me había perseguido desde hace años se hizo por fin realidad.

Hace algún tiempo, un día de junio de un año cualquiera.

Me presento, soy Róber, tengo 43 años, estoy casado con Teresa desde hace 15 años y soy muy feliz con ella. Tenemos dos hijos y una vida normal de clase media española, con épocas mejores y peores.

Mi mujer tiene 45 años actualmente, y se conserva bien ya que asiste habitualmente a G.A.P. (Glúteos, Abdomen y Piernas). Es bonita, no es baja, tiene los pechos pequeños, pero eso sí, tiene un buen culo que atrae irresistiblemente las miradas de mis amigos. Ella lo sabe y no duda en vestir regularmente mallas de deporte o leggings de algodón que complementados por un escueto tanga moldean a la perfección su espléndido trasero. Sin embargo, cuando la conocí me pareció excesivamente tímida y puritana ya que se había educado en un ambiente católico. Qué equivocado estaba, lo que ocurría es que mi mujer era y es tan reservada y como prudente, pero nada melindrosa con una buena polla. De hecho en nuestra tercera cita ya se ofreció presta a una voraz mamada en el asiento de atrás, llevaba más de un año sin novio... En materia sexual tenemos una relación bastante buena con relaciones frecuentes, variadas y placenteras.

Tristemente mi esposa no es ninguna garganta “profunda” pero sí que tiene un culito acogedor, aunque no siempre fue así, al principio y durante bastante tiempo me dejó claro que “por ahí no”. Esta es una curiosa historia que narraré brevemente más adelante. De cualquier forma, baste decir que mi amada mujer sigue necesitando los mismos ardientes preliminares y mucho lubricante cada ocasión que decidimos disfrutar de mi soberbio miembro en su estrecho agujerito.

Por otra parte, aunque tengo entre las piernas lo que más le gusta también soy cariñoso, apasionado e innovador con mi mujer que es lo fundamental. Además hago deporte, mucho deporte, no por cuidar mi físico como ella si no porque me gusta pasarlo bien junto a mis amigos. Por último, mido casi 1.80, peso 75 kg, soy moreno y si bien agrado a las mujeres sigo siendo fiel.

Por otro lado está Piedad, la verdadera protagonista de este relato. Es prima de mujer y a sus cuarenta años sigue viviendo en el pueblo en casa de sus padres. Muy educada, sensata y refinada, la prima de mi mujer es una cristiana ejemplar, no faltando a misa semanalmente. Su apariencia siempre ha sido demasiado formal, sobre todo en su forma de vestir, y no ya ahora con casi 40 años si no de siempre. Con todo, Piedad no logra ocultar que es una hembra exuberante, ya que sus grandes tetas y su culo esférico y respingón siguen perfilándose bajo esas faldas anchas y blusas holgadas. Piedad es algo más alta que mi esposa y lleva siempre media melena lacia. Yo siempre he tenido buena relación con ella, tenemos un sentido del humor similar, sencillo, coloquial, además cuando se ríe se ensalzan sus tetas dando incluso unos pequeños saltitos que me encantan. Por último decir que al contrario que a mí a Piedad no le gusta mucho bailar, más que nada por no llamar la atención.

Aquel día de junio teníamos boda, se casaba uno de los primos de mi mujer. La ceremonia era a las 17 h. por lo que mi mujer quedó a las 16:30 con su prima antes de acudir a la iglesia. Por supuesto habíamos dejado a los críos con mi madre. Cuando llegaron Piedad y su novio casi se me sale el corazón. Llevaba un vestido marca DesiguaL con falda por encima de la rodilla, manga larga, sin escote por delante pero sí por detrás. En fin, Piedad iba tan elegante como siempre vista desde delante pero sensual y seductora vista desde atrás. Aun no teniendo escote aquel vestido marcaba a la perfección sus grandes tetas, su generoso trasero, su espalda desnuda… Así paso, y aún no sé cómo, pero cuando Piedad se acercó para darme dos besos de bienvenida mi mano se fue derecha a su trasero estrujándolo con fuerza mientras yo la miraba intensamente a los ojos. Piedad dio un respingo pero como retiré la mano de inmediato no dijo nada.

La boda transcurrió entretenida y formal, salvo que yo lanzaba recurrentes y fugaces miradas sobre los encantos de la prima, sin importarme que ella se percatara de ello, o más bien deseándolo. Siempre había tenido debilidad por las tetas de Piedad, y esa tarde quería que la primita de mi mujer sintiera mis ganas de arrancarle aquel vestido. Todo iba como si tal cosa hasta que a eso de las dos de la mañana el novio de Piedad comenzó de improviso a despedirse arguyendo que al día siguiente debía coger un tren a las 9 h. y quería echarse un rato. Mi mujer, con cara de cansancio, sugirió que nos marchásemos también. Astuto, viendo la tentadora corderita sola y a mi alcance sugerí al muchacho que llevara a mi mujer a casa si no le importaba. Paco, que así se llama el novio de Piedad (hoy marido) ― Yo la acompañaré a Piedad a casa cuando apaguen la música, no te preocupes ―dije. Antes de que ambos se marcharan Piedad tranquilizó a su novio prometiéndole que llamaría un taxi si hacía falta, si los dos acabábamos ebrios.

Los invitados que quedamos en la boda bajamos al Music Club reservado para los novios de esa y las otras dos bodas que se habían celebrado aquella tarde en el hotel-restaurante. La prima de mi mujer y yo entramos charlando y nos fuimos derechos a pedir unas copas. Cuando Piedad cogió su copa yo volví a poner mi mano en su trasero con total disimulo para no ser visto, pero esta vez hice una pequeño círculo palpándole completamente el pandero―Vamos par’allá― y así desaparecimos entre el tumulto de danzantes y alcohólicos.

Durante un par de horas Piedad y yo estuvimos también bailando, charlando y riendo mezclándonos con todos los demás, pero siempre que nos volvíamos a encontrar mi mano le acariciaba el trasero sobre aquel lindo vestido de fiesta. Parecía que me buscase para ello. Después yo empecé a estar bastante incómodo de tanto disimular mi erección. Vestido de traje el tema saltaba a la vista, por lo que el rato que no bailábamos tenía casi siempre una mano en el bolsillo sujetándome la polla. Fue entonces cuando me fijé. Parecía que a Piedad también se le marcaban los pezones bajo el vestido. A ciencia cierta debían ser unos pezones grandes, intensos y suculentos que ofrecían a la prima una inédita imagen agresiva, tentadora como el aroma del queso en un cepo para ratones… La mosquita muerta debía estar en esos días que a las mujeres les pica la entrepierna. Llegó un punto que al verme sonreía y sin más se acercaba dócil para que le sobara el culo. La muy pécora debía tener tantas ganas como yo.

Ya a eso de las 6h. o así, no estoy nada seguro de las horas, los dos estábamos súper animados bailando canciones latinas en una esquina del local para no llamar la atención, con todo lo que eso conlleva… Yo hacía tiempo que no pensaba con claridad y me dejaba llevar por la testosterona.

Al bailar la canción de moda de Luis Fonsi de pronto nuestros cuerpos se soldaron el uno contra el otro, por lo que ella tuvo que notar sin más remedio mi estado de total erección. Ya solo quedábamos los más jóvenes en la discoteca, y eran varias las parejitas que más parecían estar simulando un acto explícito que bailando. Cuando acabó y nos dirigimos a un rincón apartado a seguir con nuestra copa me soltó riendo sin más:

―Anda ponte detrás de mí… que nadie vea eso tan duro que me has estado restregando.

Yo no supe que decir…

―Lo siento, creo que he bebido demasiado… ―me disculpé.

― ¡Vaya chasco! Yo creía que estabas pensando en metérmela… ―replicó Piedad con sorna.

Nos reímos un buen rato.

― Bueno y ahora, ¿qué vamos a hacer?... Si no puedes bailar… ―me dijo zalamera.

― No te rías. Tú tienes la culpa. ―respondí con seguridad.

― Entonces, ahora la que pide disculpas soy yo… aunque no es que esté arrepentida. ―puntualizó haciéndose la interesante.

― Cómo sigas portándote así… tendré que darte unos azotes ― la avisé riendo.

― La verdad es que me encantaría, así que no sería un castigo. ―Piedad se puso la mano en la boca, alegre pero arrepentida de soltar todo lo que se le pasaba por la cabeza.

― Estoy cansada… de bailar ―puntualizó al poco rato― No creo que debamos quedarnos más… llamaremos la atención… Además, creo que te acabaré comiendo la polla aquí mismo… no va a ser apropiado, ¿no te parece?

― Por mí que no quede ―pensé, y sin decir nada la cogí de la cintura para ponerla de espaldas a mí, frente a la pared. Me puse a bailar detrás de ella y Piedad comenzó a frotar su duro trasero sobre mi erección. Eché una rápida ojeada para asegurarme que no había familiares a nuestro alrededor y me la saque con disimulo, detrás de ella, mientras bailábamos. Pronto tuve la mano de Piedad agarrando mi miembro, meneándolo y entonces le dije claramente. ― Hazlo.

― ¿El qué? ―pregunto ella.

Me acerqué a ella y le grité. ― Pedazo de puta, ponte ahora mismo en cuclillas y cómeme la polla ―acompañando mi exigencia con una firme presión sobre sus frágiles hombros. Ella se agachó obediente. En ese instante, vi a dos jovencitas que se nos acercaban rápidamente. Una de ellas era Carla, sobrina de Piedad … Me dio igual, ya sentía la cálida y delicada boca de su tía envolviendo mi capullo. Le hice una seña para que no se acercara. Aunque Carla estaba ya tan paralizada y absorta como la otra muchacha, viendo mi inflamado miembro hundirse en la boca de su tía. Ver el pasmo de las chicas, asombradas, observando cómo me chupaban la polla fue algo nuevo y excitante para mí. Tras sus grandes gafotas de pasta los ojos de Carla no perdieron detalle de la comilona de su Tita Caruchi. La verdad es que lo hacía de maravilla, la beata cristiana no sólo mamaba con ganas, también lamía de abajo arriba a largos lengüetazos y tragaba más de diez centímetros de gorda polla. Las muchachas atendían con aplicación, sabían que estaban recibiendo una enseñanza práctica que les sería de gran utilidad como mujeres. La verdad es que en cierto modo incluso me sentí orgulloso de participar pasivamente en aquella lección magistral.

De pronto, mis ojos se cruzaron con los de Carla. No pude contener una risita maliciosa. Estaba asustada. Acababa de comprender que yo era el macho alfa de aquella familia. Aquella malévola idea provocó que franqueara del punto sin retorno,

Llevaba varios días en blanco, y la muy zorra me la dejo reluciente de saliva, incluidos los huevos. Agarré a Piedad por el recogido del pelo y cerrando los ojos comencé follarle la boca dispuesto a vaciarme las pelotas…No me quedaba mucho. No sabía si Piedad se molestaría, hay mujeres a las que les repugna el peculiar sabor del esperma. No quería que se enfadara, así que la avisé.

― Piedad, no aguanto más… Me voy a correr.

― ¡Ummmmh! Yagh… ¡Ummmmh! Yagh Logh ségh ―respondió orgullosa y siguió mamando con decisión.

― ¡Oh! ¡Oh! ¡Aaah! ―No aguanté más y empecé a eyacular en su boca. ― ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Aaah! ―fue brutal, ¡Qué sensación! Pensaba que los espasmos no iban a acabar nunca.

Cuando las sacudidas se espaciaron en el tiempo, aquella golfa de buena familia retomó un lento pero amplio cabeceo chupando con fuerza para apurar hasta la última gota de leche. Después se puso en pie…

― Sí que tenías ganas, semental. ¡Menuda corrida! ―y me besó. Noté el sabor agridulce en su boca.

Al oírla volví a abrir los ojos, las muchachas habían desaparecido. Su tía en cambio tenía una sonrisa de oreja a oreja.

― Anda, guárdate el pajarito… que no coja frío ―me avisó

― ¡¿Te lo has tragado?! ―dije sorprendido.

― Esa pregunta es un bastante estúpida, no crees… e insultante, que lo sepas… soy una mujer decente, y estoy prometida ―estallando de risa

Me maravillaba el sentido del humor y la inteligencia de aquella mujer.

― Creo que deberíamos irnos. ―sugerí.

― O.K… Voy al baño… ―respondió.

La esperé pacientemente en la puerta de los aseos, meditando sobre dónde podríamos terminar nuestra aventura. Hacía una noche agradable y conocía un lugar solitario donde podría saciar a la primita de mi mujer. Pero a ella se le había ocurrido una idea mejor, mucho mejor.

Al salir del baño me hizo desde lejos una seña sutil para que aguardara un momento y se fue a hablar con la novia. En seguida volvió y me dijo. ― Tómate algo rápido y dentro de cinco minutos sube a la cuarta planta, por las escaleras… Espera al final del pasillo de la izquierda.

Así lo hice, esperando que nadie me viera y aguardé inquieto. Poco después escuché que una puerta se abría.

― PSSS, PSSS. Ven. Deprisa.

Cuando entré en la habitación me quedé pasmado. Piedad se había puesto un ¡¡vestido de novia!!

― Le he pedido a mi cuñada la llave para recoger unos zapatos cómodos que había dejado aquí, pero he vestido el vestido de reserva y… ¿Te gusta cómo me queda?

― Perdona pero creo que… esto está yendo demasiado lejos.

― Que bobos sois los hombres. No pasa nada. Me ha gustado mucho chupártela, y me has puesto súper cachonda. Además tenía curiosidad. Mi prima siempre alardea que la tienes muy grande, enooorme. Me sentí intrigada… pero ahora sé que tu mujer no bromeaba. Además, tú tampoco eres ningún santo, que me doy cuenta de cómo me miras siempre las tetas o que te crees.

― Es que tienes un cuerpazo que… Aún recuerdo tu bikini del verano pasado, sabes. Qué disparate. ―me defendí.

― Bueno no te disperses ―me cortó― ¿Cómo me sienta?

― Espectacular.

― Y lo mejor es que no llevo nada más. ¿Sabes…? He decidido que cuando me case con Paco el verano que viene no voy a ponerme bragas. El aroma de mi coño llenará todo el maldito salón de bodas. Será súper divertido, ¿no crees? ―dijo riendo― Todos los invitados empalmados…

En ese momento me agarró de la mano y me llevo contra la pared, besándome de manera salvaje. Ambos metimos nuestras lenguas en la boca del otro. Mientras yo amasaba su culo sobre el pomposo vestido, ella metió su mano entre nuestros cuerpos y tanteó de nuevo mi polla sobre el pantalón.

― Madre mía… Sé que es de mi prima, pero si ella supiera cuánto la necesito seguro que no le importaría...

― Claro que no. Teresa sabe perfectamente que me la pones dura. No es tonta. Se ha ido a sabiendas de que nos dejaba vía libre.

Nos volvimos a besar.

Piedad tenía su mano sobre mi pantalón, que estaba a punto de estallar. Su respiración agitada hacia palpitar sus pechos, demasiado voluminosos para aquel escote.

― Ven ―dijo y yo creí que me iba a dar algo.

Me colocó en medio de la suite, se remangó un poquito la mullida falda y se arrodillo entre mis piernas.

― Es hora de resucitar a la fiera ―me dijo y comenzó a bajar la cremallera de mi pantalón.

Mi polla palpitaba demasiado dura para salir, por lo que la prima de mi mujer hubo de forzar la abertura del pantalón hacia un lado hasta hacer saltar al exterior mi duro miembro.

― Jolín Roberto, ¡Qué bien preparado que estás!, ¡Por Dios! ―dijo mirándome a los ojos mientras se mordía el labio inferior.

Piedad, catequista en la parroquia de Santa María, me estaba demostrando que hoy día la Fe de la religiosa de una mujer no está reñida con su debilidad natural por la carne, la carne dura de macho. Piedad se metió el glande en la boca y lo saboreó, la besó después con dulzura, me la chupó con auténtico fervor mientras yo pellizcaba sus pezones...no podía dejar de amasar sus tetas con intensidad de aquella Diplomada en Sexo Oral.

― ¡Qué bien lo haces preciosa! ¡Qué afortunado…! ¡Ooogh! ¡…tu Paco!

Mientras nos besábamos yo pasé mi mano por detrás de ella bajo la falda del vestido de novia hasta acariciar su sexo desnudo, y estaba... estaba empapado, hasta sus muslos estaban pringados y resbaladizos. Seguí jugando con su chochito. Estaba tan excitada que decidí probar a meterle el pulgar por el culo.― ¡Oooh! La oí gemir dando un ligero respingo pero de inmediato la besé con pasión para evitar cualquier protesta, y así hasta que me recuperé. Lo cual no me costó mucho ocupándome de todos sus orificios.

Cuando estuve de nuevo con la polla como un mástil me pidió que me tumbara, se sentó sobre mí y me miró a los ojos mientras ponía la punta de mi ariete en su resbaladiza entrada. Sin esperar se fue dejando caer.

― ¡Dios bendito!… Me vas a matar, ¡Qué maravilla! ―voceaba desinhibida, sin importarle que la oyeran desde el pasillo. Conforme mi verga iba entrando el ella, Piedad iba estando más y más fuera de sí, hasta que al fin la tuvo toda dentro. ¡Qué calentita se sentía!

― Sí Piedad. Vamos, cabalga como una puta, llénate de macho. ―Yo tenía sus tetazas bamboleándose sobre mí, y no tardé en incorporarme para dar cuenta de los duros pezones de la prima.

Empezó a agitarse sobre mí. Animándome a comerle las tetas.

― ¡Qué rica! ¡Qué rica! por Amor de Dios, Teresa tiene el coñito cedido, y esa cara de felicidad, la muy zorra. ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaah! ―barruntó su primer orgasmo.

― Y culo. El culo también lo tiene abierto, ahí donde la ves ―añadí con rabia.

― ¡No! No puede ser ―jadeaba― ¡Por el culo no puede ser…!

― ¡¿Qué no puede ser?! Pregunta a tus amigas casadas ―grité empujando fuerte.

Entonces di un tirón al vestido dejando al aire las dos tetas más bonitas y más grandes que he visto en mi vida. Duras por la excitación sexual, os pezones tiesos y oscuros, con una aureola redonda y sonrosada... Puedo imaginar mi cara de bobo.

― ¡Noooh! ¡Eres un pervertido!... ¡Violada analmente! ¡Pobrecitaaah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―aulló de nuevo.

― ¡Nada de pobrecita…! que se mea de gusto… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―no pude contenerme.

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―gemía

― Pronto tu Paco querrá perforar tu agujerito… y llenarte el culo… ―añadí burlándome de ella― y tú… tú disfrutarás con su estaca… hasta caer reventada… igual que tu prima…

― ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaah! ―volvió gritar.

― A mí no me la mete nadie por ahí ―sentenció

― Eso decís todas… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

Los dos estábamos muy alterados. Piedad gemía mordiéndose para no gritar. Debió tener más de un orgasmo porque finalmente dijo

― ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Aaaaaaahgh!

En ese momento note como me empapaba con una corrida inmensa, caliente y jugosa. Piedad me estaba poniendo perdido, y noté su coño contraerse estrujándome la polla suplicando mi leche.

― ¡Correte… por favor! ¡Correte! ―suplicó la primita, aunque no habría hecho falta. Mi hinchada polla ya estaba dando sacudidas rociando con espesos chorros de esperma sus paredes vaginales…

Después de aquella locura nos limpiamos y vestimos rapidamente. Comprendimos la gravedad de lo que acababa de ocurrir y nos entró la cordura de repente.

EPÍLOGO

De camino a casa le conté a Piedad que dado el tamaño de mi polla en un primer momento no me extrañó que Teresa se negara a ofrecerme su culo. De hecho, hasta entonces yo sólo había sodomizado a una mujer, una compañera de trabajo flacucha aficionada a los azotes y masoquismo-soft. Si bien traté durante largo tiempo de convencerla no hubo manera de que me dejara ni intentarlo. Pasaron los años y yo daba por sentado que ella seguía siendo virgen por ahí. Fue quizás ese viejo embuste de la virginidad lo que mantuvo vivo en mí un rescoldo de esperanza, la esperanza de ensartarla entre sus nalgas, de abrirle el culo a mi amada esposa. Hasta que un día la suerte estuvo por fin de mi lado. Aquella noche coincidí por casualidad con el primer novio de mí ya esposa en sus años de universidad, un vanidoso maestro de inglés. Era una tarde de comida de empresa, él estaba de cumpleaños y entre ron y ron conseguí que se le fuese soltando la lengua. Según me contó, precisamente con su lengua hacía que una joven Teresa se derritiera en apenas tres minutos. Nos fuimos envalentonando como hacemos los tíos y entre risitas me contó que una vez se divirtió de lo lindo… ¡¡¡dándola por el culo!!! Estaban de fin de semana con otras amigas en una casa rural. Pero no sólo ellas escucharon con envidia sus gritos y gemidos mientras la enculaba con todas sus fuerzas, también la dueña, una señora viuda que vivía en la casa contigua se sonrojó al servirles el desayuno al día siguiente. La puta de mi esposa me lo había ocultado todo, haciéndome creer que no había mantenido jamás relaciones de ese tipo. Pero como le dije a Piedad, nunca es tarde si la dicha es buena. Ahora el culo moroso de mi mujer me paga puntualmente los atrasos casi todos los meses.

CONTINUARÁ

Avance:

Celebraciones familiares: El cumpleaños de Carla.

Resumen: Cuando Carla descubrió a su tía Piedad mamándole la polla a Roberto prendió entre sus piernas el meloso ardor sexual. A partir de aquel momento, la presencia del marido de Teresa hace que le tiemblen las piernas, le falte la respiración... y se humedezcan sus bragas. Gracias a Dios, María Luisa, su madre está atenta a los acontecimientos y dispuesta a hacer todo lo necesario por el bien de su hija.

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