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Sexo con un desconocido en una calurosa noche de verano

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Aquella tarde había llegado a casa más temprano de lo habitual. Un calor pegajoso, insoportable, impedía permanecer en la calle, ni siquiera en un local desprovisto de aire acondicionado. Tal vez por eso regresó a casa antes de la hora en que habitualmente lo hacía.

Ella llevaba varios días desazonada. Quizás aquel calor contribuía a ello. Poco antes de llegar él se duchó con agua tibia dejando que el agua se deslizase suave acariciando su cuerpo. Luego, al cruzarse con el espejo, su desnudez le devolvió una imagen que le gustaba. Se veía sensual, atractiva, con una enorme carga erótica pese a sus cuarenta y ocho años ya cumplidos.

Recordó las últimas imágenes que su amigo virtual le había enviado. Aquellas mujeres entregadas en cuerpo y alma a los más salvajes ritos sexuales. Se estremeció y no pudo sustraerse al deseo de tocarse, de masturbarse ante el espejo, mirando su cuerpo desnudo. El orgasmo le sobrevino instantes antes de que él llegara a casa.

Salió a recibirlo. Lo besó con cariño pero sin pasión. Eso se había perdido hacía ya mucho tiempo. Se dio cuenta que llevaban varios días sin hacer el amor, sin tener sexo. Cada vez se espaciaban más sus encuentros, nada era ya como años atrás cuando él la buscaba a cada instante.

Hablaron del día, del calor, de los niños. En el reloj del comedor sonaron siete campanadas. El sol todavía seguía pegando fuerte.

Fue idea de él salir a bailar. Le dijo que deseaba romper un poco la rutina, huyendo de la vida monótona de ver televisión o comentar algo sobre los problemas familiares. Ella aceptó de buen grado.

Regresó a la habitación y se cambió de ropa. Sin saber muy bien la razón se puso aquella falda corta y unas sandalias de tacón alto que realzaban mucho más su figura. Sabía que tenía unas piernas bonitas, se lo habían dicho muchas veces incluso algún hombre que se volvió a su paso por la calle. Se sentía bien con un cuerpo. Sus dos embarazos no habían hecho demasiada mella. Tan solo aquellos pocos kilos de más ganados a cambio de dejar de fumar para siempre.

Antes de salir se despidió de sus dos hijos. Su hija la miró y con una sonrisa aprobó su indumentaria comentándole algo sobre lo sexi que la veía.

Poco después de las nueve y media salieron de casa. Se confundieron con las gentes de la ciudad, perdiéndose entre sus calles, hasta desembocar en un mesón donde cenaron ligeramente.

Buscaron aquella discoteca del centro donde llegaron cuando un reloj lejano ponía fin al día con sus monótonas y cansinas campanadas.

Ocuparon una mesa en un rincón Pese a ser un día de mitad de semana, el local, presentaba un ambiente de animación inusitado. Varias parejas se confundían con una legión de hombres y mujeres que bailaban solos aquellos ritmos caribeños que interpretaba la orquesta.

El no era muy amigo de bailar. Siempre dijo que no le gustaba, pese a ello no tardó mucho en sacarla a la pista aprovechando lo pegadizo de la música. Luego regresaron a la mesa para comentar alguna banalidad. Más o menos lo siempre.

No tardó en fijarse en él. Aquel joven moreno, de pelo recogido en coleta, de cuerpo atractivo y atlético se cruzó con su mirada. Bailaba muy bien causando admiración ente las mujeres que ocupaban la pista. Pese a tratar de evitarlo, su mirada no dejó de seguir sus pasos por un momento, algo que su marido no fue capaz de percibir,

Comenzó a sentirse extraña, desazonada, incluso incómoda. Pensó en cuál sería su reacción si estuviese sola en aquel local. Miró a su marido que seguía enfrascado en una larga perorata sobre lo absurdo de la danza. Aprovechando uno de sus silencios se levantó con la excusa de ir al cuarto de baño.

Cruzó la pista para pasar cerca de aquel joven de aspecto atlético. Se miraron con descaro, incluso de forma insinuante. Aquella sonrisa resultó demasiado elocuente. El la siguió con su mirada hasta perderla en las escaleras de los servicios.

Dos o tres mujeres se retocaban delante del espejo. Ella entró en uno de los aseos y sin pensarlo ni tampoco saber la razón se quitó el tanga de color negro guardándola en el bolso. Luego regresó a la mesa junto a su marido sin dejar de mirar al joven que seguía bailando en la mitad de la pista.

Trató, con poco convencimiento, que su marido la sacase nuevamente a bailar. Ante su aparente insistencia, él la animó a que lo hiciese sola. En el fondo era lo que ella deseaba. Tras unos minutos se levantó del asiento y se dirigió a la pista que ahora se mostraba llena de gente.

Comenzó a bailar junto a tres mujeres que lo hacían solas. Luego, siguiendo el ritmo de la música, se fue desplazando hasta pasar delante del joven quien se percató de su presencia. Se miraron una vez más. El joven mojó sus labios con la lengua haciéndolo de forma ostensible. Una sonrisa se dibujó en el rostro de ambos.

Lentamente, sin perder de vista la mesa ocupada por su marido, se fue desplazando hasta el fondo de la pista buscando una zona donde su marido no alcanzase a verla; una vez allí siguió sumida en aquella danza sensual, cadenciosa, sin dejar de buscar con sus ojos la mirada del joven de la coleta.

No tuvo que aguardar demasiado. En momentos aquel joven se puso a su lado, bailando con ella, acercándose cada vez más. Le susurró algo al oído, algo que ella no acertó a comprender pese a lo cual le respondió con una sonrisa. Era guapo, se fijó en sus ojos, en su cuerpo, incluso bajó la vista hasta la bragueta de su pantalón para tratar de imaginar lo que allí ocultaba, aquella imagen le satisfizo.

El joven comenzó a bailar a su lado, de forma sinuosa, provocadora, ella siguió sus pasos ajena a lo que le rodeaba, En aquel instante todo le daba igual, incluso que su marido pudiese verla.

Él se desabrochó la camisa dejando a la vista un torso tostado por el sol y completamente rasurado. Sin casi darse cuenta la cogió de la mano, la llevó tras una columna y allí la besó de forma apasionada. Su temperatura corporal subió muchos grados y los primeros fluidos empaparon su sexo desnudo de vello.

Aquel baile frenético la estaba transportando a un mundo de deseos ocultos, de sueños irrealizables. Acarició el torso del joven y lo besó de manera apasionada. Notó como su pene se erizaba y chocaba contra su sexo mojado. Aquello la volvió loca.

El joven le susurró al oído que la acompañase al baño. No lo dudó, lo siguió hasta llegar al servicio de hombres donde entraron los dos.

Un par de individuos no se asombraron de verla en aquel lugar, simplemente sonrieron mientras los dos accedieron a uno de los servicios cerrando la puerta tras de sí.

En momentos ambos estaban desnudos. Ella completamente mojada y él con su pene erecto, deseoso, sugerente. Se arrodilló ante él e idolatró su polla, llevándosela a la boca, mamándola sin recato hasta que finalmente el joven la levanto con sus manos y penetrándola la folló contra la pared de forma salvaje, primitiva. Gimió, gritó al sobrevenirle un brutal orgasmo en el que se fundieron los dos. Antes de correrse, él dejó de poseerla por su vagina y volvió a introducir el pene en su boca que regó con aquel inesperado chorro de leche que ella tragó sin remisión.

Aderezó como pudo su ropa y salió del aseo. Fuera, uno de los individuos la miró con lujuria, incluso llegó a meter su mano bajo su falda alcanzando a tocar su sexo. No protestó, tan solo se dejó hacer.

Abandonó el servicio y volvió a la pista justo en el momento en que su marido la buscaba entre la gente. Lo miró, sonrió y besó su mejilla.

Juntos abandonaron la discoteca. En una mesa, el joven de la coleta flirteaba con una mujer mayor. Se miraron, sonrieron. Ella estaba satisfecha.

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