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El universo de los sentidos

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El juego había comenzado. Sin saber muy bien la razón ni el porqué pero el juego se había iniciado. Quizás ya nada pudiese tener marcha atrás, nada volviese a ser como antes. Un universo nuevo, un mundo de sentidos se abría para nosotros.

¿Recuerdas cuando te lo propuse por vez primera? Será como saltar las barreras, hacerlas añicos, vivir juntos todas y cada una de nuestras más morbosas fantasías, de nuestros deseos ocultos, inconfesables. Te dije.

Luego añadí, las reglas, hay unas reglas, nunca decir que no, nunca negarse a hacer nada que el otro proponga por muy difícil que sea, sea lo que sea. Lo pensaste, sé que lo pensaste. Quizás lo deseabas igual que yo o tal vez... solo dijiste aquel si, un tanto ambiguo, por mí, por ser mi sueño, mi deseo. Eso no lo sabré jamás.

A partir de ahí hablamos de muchas cosas; por nuestras mentes fueron desfilando, una a una, situaciones cada vez más complicadas, más rebuscadas, imposibles. Cada uno puso sobre el tapete de la mesa sus propuestas más descabelladas.

Yo te hablé de aquella discoteca. Aquel reto en una noche cualquiera. Tú seleccionarías a alguien, luego lo seducirías con tu mirada, con tu danza, con tus mensajes encriptados salidos de tus ojos, de tus gestos. Al final, en un servicio de hombres, de pie, follarías con él hasta caer reventada. Fuera, yo, aguardaría tu regreso para oír de tus labios la experiencia vivida.

Tú hablaste de aquella otra situación equívoca. Un local y allí, ante otros, hacer sexo los dos para ellos, para deleitar sus sentidos, sus miradas lujuriosas, incluso llegar a dejarlos participar de tu cuerpo.

Una a una, cada propuesta fue aceptada por el otro. El cada vez más difícil se hizo el dueño y señor de nuestras vivencias, había que sublimar el sexo, había que alcanzar el infinito, había que dejar que un mundo de sentidos nos envolviese, nos raptase para engancharnos entre sus zarpas.

Sin duda muchas noches aquellas fantasías se hicieron realidad viva en nuestras mentes apresadas por el deseo de tenernos, de gozar de nuestros cuerpos, de gozar de nosotros, de nuestras almas, de nuestro amor. Luego, con la llegada del amanecer, despertamos sudorosos y mojados en nuestras camas pensando, soñando, el uno con el otro, con ese mundo de deseos que anhelamos vivir juntos.

Desde el principio, desde siempre, sabía, estaba seguro, que nuestro amor sería inigualable, que nuestras vivencias serían irrepetibles, que nuestra pasión no tendría otros límites en la tierra que aquellos pocos que nos dictásemos nosotros mismos. Todo podía ser superado, los miedos, los deseos, los sueños, las fantasías. Un amor profundo y apasionado capaz de romper cualquier barrera que pudiese hacerlo caer en la monotonía, en la rutina que todo lo mata.

Solos tu y yo y con nosotros, frente a nosotros, el mundo. Solos tú y yo con nuestro amor, con nuestra pasión sin límites conocidos en la tierra.

Hoy, el juego ha comenzado. Hace poco más de unos minutos una leve llamada a la puerta de la habitación del hotel nos devolvió a la realidad. Poco antes tu misma lo pediste, deseabas compartir el sexo con otro hombre, gozar delante de mí, sentirte poseída mientras y estaba a tu lado.

No fue difícil. Un periódico abierto en su sección de contactos. La búsqueda y al final un mensaje con un número. Te pareció sugerente, a mí también me lo pareció. Tu voz hizo el resto, despertaste en aquel hombre un universo de deseos, un mundo de pasiones que tan solo tú eres capaz de transmitir a quien te escucha.

Yo abrí la puerta. Al verlo le dije la frase convenida. Mi mujer desea hoy a otro hombre. Ahí la tienes, es tuya, haz que goce, que disfrute no solo para ti, sino para los dos.

Tú, desnuda, aguardabas en la cama. La habitación sumida en una penumbra sugerente invitaba a despertar los sentidos.

El tipo aquel te miró, lo hizo con lujuria, con deseo. Tu cuerpo desnudo se alzaba como un trofeo inmerecido para él. A punto estuve de hacer que se marchase pero el juego exigía otra cosa.

Abriste la cartera y le pagaste la tarifa solicitada. Lentamente se desnudó. Lo hizo para ti. Descubrió su cuerpo para tus ojos. Noté que te mojabas, que tu sexo chorreaba al verlo ante ti como si de fruta prohibida se tratase.

Se tumbó sobre la cama, a tu lado. Tras unos minutos de juegos eróticos entre ambos te penetró salvajemente mientras yo miraba indeciso, sin saber muy bien que hacer. Viviste el momento, disfrutaste de aquel cuerpo como no lo habías hecho jamás.

No dejaste de mirarme. En tus ojos, la ternura de siempre, abrió mi corazón y con ella la lujuria, el deseo y la fantasía me hicieron seguirte a un mundo de sentidos imposible de alcanzar con la mano.

Comencé a masturbarme como un loco, como un poseso, mientras el tipo aquel te penetraba con fuerza una y otra vez. Al final cuando nuestros orgasmos se hicieron próximos me acerqué a ti, me coloqué a tu lado, te agarré la mano y te besé con ternura, con amor, mientras explotaba en el más perfecto e inolvidable de todos los éxtasis. Gozaste como una loca como también disfrute yo, incluso el circunstancial compañero de juegos eróticos que gritó mientras se venía en un orgasmo casi imposible.

Se ha ido. Hace poco más de dos minutos que abandonó la habitación. Cobró su tarifa y se marchó no sin antes querer besarte la boca que tú impediste con aquel giro de tu rostro. Te dijo algo de que siempre estará para ti. No le hiciste caso. Creo que no se dio cuenta que tan solo había sido un instrumento de nuestro placer.

Ahora, como siempre, tu y yo solos, sobre la cama, nos abrazamos y nos fundimos en un beso como jamás habíamos dado a nadie; un beso lleno de pasión, de amor, de un cariño imperecedero que ni siquiera tiene límites en nuestro universo de sentidos.

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