Nuevos relatos publicados: 9

El despertar del erotismo

  • 5
  • 7.285
  • 9,00 (6 Val.)
  • 0

Me senté al lado de ti, sobre la cama, mirándote fijamente mientras dormías. Sabía que bajo las sabanas, donde estabas arrebujada, tu cuerpo desnudo transmitía esa sensación de infinito deseo que emana de tus bellos ojos y de tu rostro de ingenua dama angelical.

Te miré sin recato, deseándote, sintiéndote tan cerca que se me hacía imposible vivir sin tu respiración. El tiempo pareció detenerse en ese instante cargado de magia y encanto mientras mis dedos jugaban, inconscientemente con tus cabellos.

Al final despertaste. Me miraste y con una hermosa sonrisa dibujada en tu rostro, me diste los buenos días. Fuera, un frío sobrecogedor y una pertinaz lluvia de invierno nos recordaron la estación del año en la que vivíamos.

No dejé de acariciar tus cabellos mientras en baja voz, susurrándote, comencé a contarte de la vida, de los sueños, de los sentimientos, de los deseos incontenibles. Sentí que estabas tan cerca de mí que era imposible vivir sin tu mundo de blancos mensajes. Acaricié tu rostro con ternura, con una ternura infinita nacida del alma y te besé, te besé suavemente dejando que mis labios empapasen los tuyos, saboreándolos sin prisa, haciéndolos míos.

Recordé aquel primer beso, el de aquella otoñal noche de guateque. Asomados a la terraza, mojada por la lluvia fina y persistente, con nuestras manos entrelazadas, te hablé al oído, te susurré frases cargadas de sentido, llenas de besos imposibles. Te hablé, recuerdas, del viejo banco de piedra, de su significado, incluso de aquella pareja que vi besar, amarse en silencio, mientras el mar rompía con fuerza en las paredes del pequeño espigón; aquel banco convertido en ara erigida en holocausto a la pasión sin límites. Sonreíste, tu rostro se iluminó como lo hizo esta mañana cuando te desperté y te sentí mía por un instante que ningún reloj fue capaz de medir.

He destapado la ropa de la cama y tu cuerpo desnudo se me ofrece como el mayor y más hermoso de todos los placeres. Deseo mirarte, recorrer tu cuerpo con mis ojos en silencio, sin decir nada, sin una palabra, solo contemplarte y acariciarte con la mirada, hacerte mía con esos ojos que ahora te observan. Te estremeces y tu cuerpo se arquea ávido de deseo.

Mis manos comienzan a acariciarte, a recorrer una a una, todas tus sinuosas curvas femeninas. Te hago mía en mis caricias, en mis sueños, en mis silencios, en mis deseos.

Me inclino sobre ti, con suavidad, con cuidado, y comienzo a besarte sin límites, mis labios mojados se deslizan por tu cuerpo desnudo. Tus orejas, tu rostro, tu cuello, tus pechos. Noto que la excitación alcanza el paroxismo, ese punto mágico en que cualquier cosa puede llegar a suceder. Hago que mientras mis labios dibujan con saliva todos tus rincones, tus manos sirvan para darte placer, un placer infinito. Necesito que esta vez seas tú la que goce plenamente, sin recato, sin tabúes, sin miedos. Tú y yo, los dos, para ti, para hacer que goces en silencio, para hacer que mis caricias y las tuyas te trasladen a ese mundo de ensoñaciones que todos deseamos alcanzar.

Un halo de misterioso embrujo invade la habitación. El olor a tu perfume, dulce y penetrante, se mezcla con el que despide tu cuerpo excitado. Fuera, la lluvia no cesa y por el ventanal mil gotas se deslizan como en una carrera, sin obstáculos, en la que todas tratan de llegar primero a la meta.

Tu cuerpo vuelve a arquearse, esta vez más que nunca, tan solo lo soportan tus pies y tu cabeza que reposan sobre la cama deshecha, el resto permanece en el aire, con tus piernas abiertas, gimiendo de placer, de un placer eterno. Mientras, mis labios juguetean con tus pezones erizados, los mojan, los mordisquean, los hacen sentir ocultos deseos.

Tus manos, entre tanto, acarician tus muslos, los recorren con una sensualidad indescriptible hasta que finalmente una de tus manos busca tu sexo empapado, mojado, desnudo de vello. Te das placer y mis labios no dejan de transmitir sentimientos a tu ser, a tu todo.

Vuelvo a decirte cosas al oído, en baja voz, nuestros secretos, nuestros sueños, los mismos que te susurré la noche del último guateque en aquel instante anterior a tu huida a las estrellas. Una mirada, dos manos juntas, un beso y ¿por qué no...?, una frase de amor.

La excitación te traslada a un estadio de placer casi absoluto. Deseas sentirte viva, deseas romper barreras, olvidar viejos tabúes, ser tú. Tus gemidos invaden la habitación, llenan el ambiente convirtiéndolo en un templo levantado en honor a los deseos, a las fantasías más atrevidas. Me gustas.

Deja que mis labios recorran tu cuerpo, que invadan tus espacios, que besen tu boca, que ericen tus pezones, que empapen tu sexo. Deja que todo yo seas tú. Que mis pensamientos sean tuyos, que mis deseos sean tuyos, que mis sueños sean tuyos también.

Fuera, el viento y la lluvia arrecian. La cristalera repiquetea con el golpeteo de las gotas al caer. Un murmullo cadencioso, evocador, se mezcla con tus gemidos que cada vez se hacen más patentes. Gimes llena de un placer incontrolable. Deseas saciar tus deseos. Quieres que el día se convierta en noche llena de magia, llena de misterios, llena de silencios cómplices; recorrer las calladas esquinas plagadas de sombras inquietantes; recorrer los espacios infinitos cogida de mi mano; sentir como la brisa surgida de un mar de secretos inconfesables acaricia tu cara mientras a lo lejos el último barco regresa al pequeño puerto.

Sigo tocándote, besándote, acariciándote. Tu cuerpo es mío es mis caricias, en mis susurros, en tus gemidos, en tus sueños. Deseo cabalgar sobre ti, recorrer la noche a tu galope, hacerte mía por un tiempo sin medida.

Un grito de placer sin límites rompe los silencios de la habitación. Se adueña de todo nuestro mundo. Los fluidos de nuestros cuerpos se confunden en uno y el sudor los empapa. Caemos rendidos sobre la cama, besándonos, amándonos, deseándonos para un siempre eterno que se oculta entre las sombras de una noche infinita.

(9,00)