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Una tarde de sexo

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Todo empezó un día como cualquiera. Había quedado con mí princesa a merendar en mí casa, cómo hacías regularmente. Pero ésta vez las cosas serían diferentes.

Lo que ella no sabía, era que mis padres estaban de viaje, y mis hermanos en sus respectivas actividades. ¡Teníamos la casa para nosotros!

Al llegar, le abrí la puerta y la recibí con mucha emoción, nos dimos un gran abrazo y la alcé en mis brazos, haciéndola girar como a una niña pequeña y entre sonrisas y abrazados fuimos a merendar.

Ella iba muy hermosa y radiante, su sonrisa reflejaba libertad.

Junto con los primeros calores del verano, también volvieron sus shorts, que dejaban ver sus hermosas piernas; en sus pies unas cómodas sandalias, regalo mío por nuestro aniversario; su remera blanca de Daly; nuestra cadenas de siempre y unos aros sutiles y brillantes, que no opacaban para nada a su sonrisa

-¿Estás solo, amor?- preguntó ella al no escuchar más que nuestros ruidos

-¿Qué? Ah, sí, mi vida. Me olvidé de decirte. Estaré solo hasta la noche.

Ya en su cara se reflejaba una sonrisa pícara, adivinando lo que se aproximaba, aunque no tenía ni idea...

Al terminar la merienda y al lavar las tasas, le pedí que me acompañe a mí habitación, que estaba hecha un desastre. Ella accedió, continuando con su charla de cómo había estado su día.

-¡No sabes el dolor de espalda que tengo! ¡Tuve que limpiar toda mi casa! La mudanza fue muy dura, pero lo peor ya terminó.

-Lo imagino, mi vida. Lo bueno es que pudieron quedarse y seguimos estando juntos. Wiii. ¿Te gustaría que te haga unos masajitos suavecitos por todo tu cuerpito? - le propuse, con un tono mimoso

-¡Chiii!- dijo ella, utilizando el mismo tono.

-Entonces tenés que desvestirte- poniendo mí mejor cara pervertida

-¡Oh, sí!- Manifestó quedando solo en ropa interior. Me asombró ver que era el conjunto que se ponía siempre que sabíamos que tendríamos intimidad. De un color celeste muy sexi. Eso hizo que me entusiasme muchísimo.

Mientras ella se recostaba boca abajo, busqué el gel corporal para masajes que había comprado solo para ella, y al volver me quité la remera, quedando solo en short.

Me senté sobre ella dispuesto a empezar mí trabajo: desabroché su corpiño, para poder trabajar libremente sobre su espalda, vertí gran cantidad de gel sobre mis manos y las pasé por sus hombros, por toda su columna hasta llegar a su espalda baja, repetí ese procedimiento por unos minutos. Al llegar cerca de su trasero, jugaba con ella haciéndole creer que se lo iba a tocar, hasta que, cuando menos se lo esperaba, tire de su ropa interior hacia abajo con un movimiento seco y rápido, dejando sus pompis expuestas, las cuales aún tenían secuelas de nuestra última noche de pasión.

Ella profirió un casi inaudible grito de asombro acompañado con un suspiro, y me dio libertad para seguir con mis masajes.

Continué con el mismo procedimiento, ésta vez más fuerte y también sobre su trasero, con el cuál aprovechaba para tocar suavemente sus partes íntimas.

Pasados unos minutos, al notar su piel de gallina al rozar por enésima vez su vagina, le di la orden de que se voltee. Ella complacida accedió después de levantar otra vez su bombachita.

Al terminar de acomodarse y cerrar sus ojos, retiré su corpiño y lo arrojé lejos. Ella dio otro pequeño suspiro y sonrió pícaramente.

Ésta vez comencé por sus brazos, pasando por sus hombros, bajando lentamente por todo su torso y terminando justo antes de chocar con su ropa interior. Su piel de gallina y sus pequeños gemidos ya no eran disimulables, y ese me excitaba mucho. Después de unos minutos así, me centré sobre sus pequeños y deliciosos pechos, sosteniendo uno con cada mano. Los hice girar unos instantes, hasta que me abalancé sobre ellos con mí boca, lamiendo, chupando y mordiendo por turnos sus pezones, los cuales ya estaban súper duritos.

Sus gemidos ya eran muchos más audibles, abrió sus ojos como platos al sentir el contacto de mí boca y volvió a cerrarlos poniendo una mueca de mucho placer.

-Ay, sí, mi bebota. Tome la teta.-Ella ya dominaba la situación, con sus manos en mí nuca guiaba mí cabeza de pezón a pezón, sin dejar que me detenga. -ay, me encanta-

Cuando pude liberarme, su perfume había despertado en mí un deseo extraordinario. Su cuello me llamaba. Lo bese incontables veces, lo lamí, lo mordí y le dejé un par de chupones sin darme cuenta. Ella gemía como loca, aferrándose a mí cuello y frotando su entrepierna contra la mía.

Estuvimos así hasta que tuvo su primer orgasmo. Cuando su respiración volvió a la normalidad, dije:

-Ahora les toca a tus piernas-

Ella volteó sonriente, volviendo otra vez a su pose inicial relajada.

Bajé hasta sus muslos, masajeando uno con cada mano. Cada vez me acercaba más al interior de sus piernas, lo que provocaba que, acompañado de pequeños gemidos, levante su pelvis, dejando más expuesta su feminidad. Ya podía sentir su humedad y su calor. Solo cuando casi se arrodilla contra mí cara, fue que toque su ropa interior. La tela estaba toda mojada, y al notar el contacto empezó a gemir como una gatita. Acerque mí cara a esa preciosidad. Su olor era exquisito, pedía a gritos que la coma.

Con mis dientes la despojé de la última prenda que le quedaba, dejándola desnuda y deseosa sobre mí cama.

Pasé mí lengua por toda su vagina, hasta llegar a su traserito, me detuve en su clítoris, metí mí lengua en lo más profundo de su ser, bese su alma...

Con mí lengua logré que llegue a su segundo orgasmo, mucho más intenso que el anterior.

-Ahora me toca a mí- dijo incorporándose, tirándome a mí sobre la cama, bajó mis pantalones, dejando mí pene fuera, el cual ya estaba muy duro.

Lo aferró en sus manos, subiendo y bajando lentamente. Paró para dejar caer un pequeño hilo de saliva desde su boca, esparciéndola sobre mí pene con sus manos, aumentado mí placer, dejándolo muy brilloso. Introdujo su cabeza en su boca, lamiendo mí glande dulcemente, haciendo círculos con su lengua. Entre jadeos, rocé sus cabellos con mis dedos, como señal para que lo introduzca más dentro de su boca. Lo entendió y prosiguió a meterlo lentamente, tragándoselo al máximo de su capacidad, salivando mucho. Subiendo y bajando, rozando mí tronco con sus labios. Al retirar su boca, un hilo de saliva quedó entre mí pene y su boca, prosiguió a lamerme los huevitos, como dice ella, mientras me masturbaba.

No pude aguantar mucho más, y con un fuerte gemido llene su cara con mis juguitos,

Al volver de limpiarse, le dije

-Amor, quiero que hagamos el amor.

Ella se tiró a mis brazos, y entre besos ayudó a ponerme un preservativo. Volvimos a mí cama, ella debajo y yo arriba, su posición favorita.

Introduje mí pene lentamente, con gemidos de ambos, y empecé un lento mete y saca.

Nuestras miradas se encontraron, en nuestros ojos brillaba el amor que nos teníamos. Nos besamos apasionadamente, mientras continuaba el movimiento de nuestras caderas.

Cambiamos de posición, esta vez a una de mis preferidas, ella debajo, boca abajo, y yo sobre ella. Su vaginita estaba tan mojada que mí pene no tuvo problemas para entrar, nuestra locura aumentó y también nuestro ritmo, sus gemidos eran muchos más fuertes. Los jugos de su vagina ya hacían ruido al compás de mis embestidas, hasta que tuvo su tercer orgasmo del día. Otra vez cambiamos de posición, ahora ella me cabalgaba. Al acostarme noté mojadas mis sábanas, producto del orgasmo anterior.

Al entrar por completo y al chocar nuestras caderas, mí diosa comenzó a moverse en círculos, después de atrás hacia adelante, provocando en los dos olas de placer. Se notaba en el aire, estaba buscando otro orgasmo. Acabamos al mismo tiempo, quedando agotados, acostados uno encima del otro, riéndonos, abrazándonos, apapachándonos.

Hasta que...

Sonó mí celular. Tenía Whatsapp de mis hermanos, avisándome que no volverían esa noche. Nuestra felicidad era inmensa.

Mientras yo hacía las compras para la cena, ella avisaba a su mamá que se quedaría en casa. Su mamá accedió, y saber que tendríamos toda la noche para nosotros, activo nuestras ganas otra vez. Pero ambos estábamos cansados y sudorosos, entonces, decidimos bañarnos juntos antes de comer.

Nos desvestimos mutuamente. Ella a mí, y yo a ella. Entramos en la ducha y nos comimos la boca a besos, bajo el agua tibia.

Después del shampoo y el acondicionador, me apresuré a agarrar el jabón, una esponja vegetal, y frote con ella todo su cuerpo. Ella cerraba los ojos y se entregaba al roce de la esponja por toda su piel, al finalizar, enjaboné mis manos y las pasé por toda su rayita y traserito, mientras que con la otra mano, limpiaba su vaginita. Al enjuagarla y despojar todo su cuerpo del jabón, volví a acariciar su vaginita, está vez introduciendo dos dedos, lentamente, muy profundo. Después de meterlos y sacarlos dulcemente, abrazándola de espaldas, pegando su trasero a mi pene erecto, comencé a mover mis dedos en su interior, cada vez con más velocidad. Alcanzando así otro orgasmo, acompaño de una gran cantidad de sus jugos.

Terminamos de bañarnos con normalidad, entre abrazos y besos, nos vestimos entre abrazos y besos, cocinamos entre abrazos y besos, comimos entre abrazos y besos...

Al terminar de comer, nos acostamos a ver una película, "50 Sombras de Grey". Pero del cansancio que teníamos, nos dormimos abrazados cuando la película recién empezaba.

De madrugada me despierto con un ruido extraño en la habitación, y lo que encontré me sorprendió y excitó al máximo.

Permanecí con los ojos cerrados, sin que mí princesa se dé cuenta de que me había despertado. Escuché gemidos suaves. ¡Mí gatita estaba tocándose!

Empecé a despegar los párpados lentamente, y automáticamente mí pene empezó a crecer. Ahí estaba ella, desnuda, con sus piernas abiertas y una mano en sus pezones y la otra en su vagina.

Me delato a mí mismo y ocupo el lugar de sus manos

-mi amor. Perdón, me desperté con muchas ganas y estabas durmiendo tan dulcemente que no quise molestarte.-

-No hay problema, mí reina. Ya estoy despierto para lo que quieras.-

-¿Sabes que es lo que quiero?

-¿Qué, gatita mía?

-Quiero que hagamos el amor... Quiero que me hagas el amor por... Quiero que me hagas el amor por mí trasero

-Sí, potra. Como desees

La volteé en la cama, levante su pelvis, y comencé a comer su traserito. Metí mí lengua y lo escupí, mientras sus gemidos inundaban la habitación. Metí un dedo dentro de su boca, para lubricarlo bien, y comencé a hacer presión sobre su agujero más cerrado. Hasta que cedió y se introdujo sin problemas. Y así con otro, hasta con un tercero.

Ya con tres dedos en su culito, su vagina estaba súper mojadita, sus piernas temblaban, y entendí que era el momento, el momento en que tendríamos nuestra primera vez completamente anal...

Me incorporé, me coloqué un preservativo, y sostuve sus manos para colocarles en su trasero para mantenerlo abierto, así lo hizo y acerque mí miembro a su agujero.

Y... entro, lentamente, procurando que sienta el menor dolor posible. Ella acepto mí pene entre gemidos de dolor y placer, hasta que pudo entrar completamente. Al esperar a que se acostumbre, comenzamos con nuestros movimientos de cadera. El dolor ya no existía, estábamos ante una de las mejores experiencias de nuestras vidas.

Decidí hacer algo que sabía que le gustaría...

Saque mi pene por completo de dentro de mí gatita, sin que se dé cuenta me quite el condón y, aprovechando el gel masajeador que había quedado en mí habitación, unté mí miembro con él para volver a introducirlo en su culito. Esta vez entro con más facilidad. El roce de su interior sobre la piel de mí pene era sensacional. Después de unos minutos, no pude evitar explotar. Lo hice en su interior, cómo había planeado.

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