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Fantasía erótica: El regalo

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Lo pensó durante varios días, quizás demasiados, sin embargo creyó que debía hacerlo. Algo, no sé qué, lo inclinó a tomar aquella decisión que incluso, en un primer momento, le extrañó a él mismo.

Lo que había visto aquella tarde, lejana ya en el tiempo, le llevó al convencimiento de que la sensación de placer absoluto que llegó a embargarla merecía, cuando menos, su gratitud. Ella había gozado, eso era innegable, pero él también y mucho viendo como ella se retorcía de placer, como miraba a aquel hombre, como lo besaba, como lo adoraba. Fue una sensación extraña, morbosa pero placentera.

Volvió a buscarlo entre su lista de contactos. Allí estaba, como había estado las otras veces. Comenzaron a charlar recordando la tarde de la sesión. Él le habló, le glosó, los encantos de ella, su forma de entregarse, su forma de besar, su forma de darle placer con su boca lamiendo su pene erecto o simplemente tragándose todo su semen en el instante del orgasmo, su forma de regalarle todo su placer cada vez que él hizo que se corriese una y otra vez hasta quedar extenuada.

Sin profundizar mucho en ello le planteó la posibilidad, remota todavía, de volver a tenerla, de que volviese a ser suya por un tiempo construido exclusivamente para gozar, para el placer sin límites.

Notó, por sus palabras, que el interés de aquel tipo crecía de manera geométrica. Se dio cuenta que la deseaba, que quería volver a repetir aquella experiencia cargada de morbo, hacerla suya una vez más; que ella gozase con él pero que también gozase él con ella sin paliativos, sin cortapisas, sin barreras.

De nuevo aquel hombre le recordó la sesión, los gestos, las palabras dichas en baja voz, el deseo, el placer, los orgasmos. Fue como si de una película se tratase. Primero ella, allí, desnuda, atada, arrodillada, con los ojos vendados, dispuesta para ser usada al antojo de aquel desconocido; luego la aproximación, la humillación, las primeras caricias, las primeras exploraciones a todo su cuerpo. Estaba mojada, empapada, le dijo, deseosa de verlo, de esperarlo, de ser suya. Después aquel castigo vaginal ya sin venda que tanto dolor le provocó pero que le gustó, le encantó.

Tras las palabras dichas en baja voz, vino el ritual de desnudarlo, la camisa, los calcetines, de rodillas a sus pies, el pantalón...; al final, tras el slip de color oscuro, aquella verga que emerge, dura, empalmada. Ella la mira con deseo, con ansia, con anhelo de tenerla. Quiere tocarla, acariciarla, darle placer.

Lo mira con una expresión lujuriosa, de sumisión, de morbo y comienza lentamente a acariciarla, a tocarla. No hace falta que se lo diga, sobra un leve empujón y aquella verga entra en su boca, la lame, la besa, la mama una y otra vez. Esta gozosa de hacerlo sentir, de ser su esclava, de ser su posesión, su pieza cobrada.

Después vienen aquellos besos que hacen contener el aliento. Hay pasión, deseo, ansia, lujuria. Él lo recuerda, estaba ansiosa por él, lo deseaba.

Orgasmo tras orgasmo, una y otra vez, gritos, gemidos, placer, deseo. Agachado le succiona el coño, ella orgasmeó como jamás lo había hecho; después con su mano llena su vagina, vuelve a sobrevenir otro terrible orgasmo y así hasta que al final, él se levanta regresa frente a ella, hace que toda la verga entre en su boca y le sobreviene el orgasmo que ella saborea, paladea, tragándose todo su semen. Ya lo había dicho él, "suelto cantidad de leche cada vez que me corro".

Una mirada agradecida y allí se queda ella, tirada sobre la cama, destrozada, rota pero satisfecha del placer recibido que se le hizo corto, escaso, deseaba más como así se lo hizo saber, suplicando, en más de un instante.

La conversación termina. El acuerdo está cerrado, volverá a ser suya en un mes. Otra sesión en un hotel, otras horas de lujuria sin límites. Ella gozará, eso es lo importante, lo que cuenta.

Al regresar a casa se lo dijo. Sin muchas alharacas, sin mucho énfasis. Le dijo que iba a hacerle un regalo. Le habló de una nueva sesión con aquel hombre que tanto placer había sabido darle. Le gustó la idea, incluso le hablo con franqueza que le había puesto los dientes largos de solo pensarlo.

¿Qué pasaría por su mente en aquel momento?, ¿en qué pensaría mientras él le ofrecía su regalo? Lo pensó, trató de leerlo en sus ojos, aquella sonrisa enigmática denotaba deseo, ansia como había dicho aquel hombre. Entonces surgió aquella respuesta a su pregunta si deseaba que él estuviese presente como la primera vez. Ella lo pensó y respondió con franqueza. Deseaba repetir la experiencia con aquel hombre pero deseaba hacerlo sola, sin él como testigo, los dos solos, ella y aquel individuo juntos en la habitación, en la cama, gozando, dándose mutuo placer.

Quedó sorprendido, Jamás hubiese esperado aquella respuesta. Mentalmente se había imaginado que ella respondería algo así como “si tú no estás yo no iré”. Sin embargo no fue como esperaba. Volvió a recordar las imágenes de aquella sesión, los besos, las caricias, las miradas, las palabras dichas en baja voz. Una especie de daga se clavó en su alma.

La miró una y otra vez. No había vuelta atrás. Él le había ofrecido un regalo y lo que es peor, le había dicho que jamás dejaría de atender una petición suya. Nunca. Cumplió su palabra. Contactó con aquel hombre y le dijo que la cita sería con ella a solas. Él se mostró del todo complacido, ya no habría estorbos, sería suya como él y ella deseaban.

Pasaron las semanas y llegó el día. Buscó una habitación en aquel hotel al que llegaron juntos poco antes de las siete. La habitación era muy similar a la anterior. Llamó al individuo y le hizo saber los datos del alojamiento, luego comenzó a prepararla en silencio. Con una amarga sonrisa la desnudó, la ató, le vendó los ojos, incluso la tocó con descaro para calentarla, para que entrará en situación. La hora se precipitaba, cada vez faltaba menos. Le quitó la venda de los ojos, la besó con ternura y la hizo arrodillarse mientras de nuevo le cubría los ojos.

Dos golpes leves en la puerta anunciaron su presencia como si de una fantasma se tratase. Abrió, se cruzaron las manos como la otra vez. Lo miró, aquella sonrisa complaciente, de saberse ganador hizo dar un vuelco a su corazón. Con pocas palabras se la entregó y salió de la habitación sin decir nada, sin protestar.

Había cumplido su palabra.

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