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En la tibieza de la noche

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La noche se ha hecho dueña de la ciudad. De repente, como de la nada, una legión de sombras fantasmales ha comenzado a recorrer, en lúgubre comitiva silenciosa, las esquinas de las calles dormidas. Un silencio cómplice, elocuente, aprisiona un todo que parece interminable, eterno. A lo lejos, una campana, desgrana tímida, sus lúgubres sonidos que no tienen eco en la brisa surgida de poniente.

Pienso en ti. Te imagino desnuda, sobre tu cama, soñando con todo lo que pudo haber sido y no fue. Tu piel, suave, se siente acariciada por las largas manos de las sedosas sábanas que te envuelven. Sientes el fuego dentro de tu ser, la pasión que llevas dentro y que reprimes difícilmente cada día, cada noche. Las fantasías, quizás las más sórdidas, cobran vida en tus sueños y un escalofrío recorre todo tu cuerpo desnudo.

Tal vez la casualidad fue capaz de conducirnos a un estadio común en la vida. Encontrarnos en un hoy que no tuvo ayer y quizás jamás tenga un mañana. Hemos caminado por las sendas, más o menos tortuosas, del polvoriento camino y nos hemos encontrado en un punto sin retorno.

He querido mirarte a los ojos buscando respuestas para muchas preguntas, esas preguntas inquietantes que tantas veces nos hacemos, ¿a dónde vamos?, ¿qué buscamos?, ¿qué queremos? En silencio he comenzado a descubrirte, a conocer tus secretos, a ser, casi sin querer, un poco cómplice de tus deseos ocultos, de tus sueños, de tus fantasías. Has comenzado a desnudar el alma para mí y en algún instante he deseado que también desnudases tu cuerpo para hacerlo mío aunque solo fuese con el pensamiento.

Has alcanzado un momento de la vida, quizás el más crítico, donde las respuestas a preguntas trascendentes se hacen cada vez más perentorias. La vida va discurriendo como esa legión de sombras que pueblan la noche, en silencio, con paso cansino, pero inexorable. ¡Cuántas cosas quedan por hacer!, ¡por conocer! Cuantos sueños incumplidos, cuantos deseos frustrados, cuantos sentimientos se han ido agotando en sí mismos sin encontrar salida a un exterior que cada vez se antoja más irreal, más distante.

Te imagino desnuda, con tu cuerpo sudoroso y suave como la seda. Quizás deseo estar ahí, a tu lado, rozándote o simplemente tocándote con mis manos, acariciando tus senos, tu sexo, dejando que tus fluidos se deslicen lentamente por tus piernas mientras tú sueñas con el gran polvo salvaje. Tu cuerpo se retuerce de placer, de deseosa pasión, de sueños húmedos que te transportan a otros estadios cargados de erotismo, de un erotismo sin límites.

He saboreado tus secretos, los he tocado con mis propias manos mientras me los contabas. Te noté nerviosa, ruborizada. Sin duda los viejos prejuicios heredados de la formación recibida en tu juventud todavía te retienen evitando que camines sin trabas, sin miedos, sin tabúes. Impidiendo que esa pasión que llevas dentro se exteriorice y sea capaz de volverte loca mientras sientes el irrefrenable deseo de un orgasmo en tibia noche primaveral.

Me gustas como mujer, atractiva, vigorosa, plena de deseos. Me atraes con solo leer tu nombre que a veces se ofrece como el canto de una sensual sirena apostada en el roquedal del mirador del Cíclope, el nombre de alguien que está siempre dispuesta a iniciar el vuelo hacia el infinito.

Esta noche, cuando me acueste, soñaré contigo, con tus deseos, con tus fantasías, con tus temores. Te imaginaré en una playa de blancas y cálidas arenas con el ocaso como fondo, con las primeras sombras de una noche mágica deslizándose tibias y suaves sobre las olas, a caballo de sus espumeantes crestas. Una pequeña forma perdida en el silencio del acantilado. Desnuda sobre las mojadas arenas con tus senos erguidos anhelando ser acariciados, lamidos, besados. Luego... la pasión sin límites, los deseos más ocultos hechos realidad, los sueños convertidos en algo tangible. El polvo más salvaje jamás contado, jamás sentido. Mientras, por poniente, un sol enorme de color rojizo se hunde en lo más profundo de un mar azul, cargado de extraños presagios.

He vuelto a mirar en nuestra ventana de secretos y no estás. Me hubiera gustado cortejarte esta noche, que te convirtieses, por un momento imposible de ser medido por máquina del tiempo alguna, en mi particular confesonario para hablar con las estrellas. No estás, la venta está cerrada y tu sumida en tus sueños.

Hoy, esta noche, te has convertido en mi musa, la inspiración para contarte mis pensamientos, para hablarte de ti en baja voz, casi susurrándote al oído. Deja que me acerque a tu cama, que acaricie tu rostro, que deposite pétalos de rosa sobre tu cuerpo desnudo. Se mía por un instante sin límites, sin tiempo, sin final.

De nuevo la lejana campana ha desgranado otro lúgubre sonido que se pierde en el nocturno. Me asomo a la ventana y siento como una brisa con un penetrante sabor a sal acaricia mi rostro. Una brisa surgida de esa playa que ha quedado solitaria tras nuestra huida, una playa donde queda el recuerdo del suave aroma de tu cuerpo desnudo, la huella de tu sensual silueta marcada sobre la arena.

Las sombras recorren las calles calladas y solitarias. Sombras fantasmales que se deslizan de forma imperceptible bajo la tenue luz de las farolas de luz amarillenta. A lo lejos, vagamente, se escucha el eco acompasado de unas pisadas. Alguien que viene de lejos con su historia, con sus sueños, con su vida, ¿serás tú?

Deseo desnudarte para mí, hacerte mía y después, contarte al oído los viejos recuerdos de juventud. Hablarte del banco de piedra o de la plaza de cemento e incluso de aquellos niños que ocupan nuestro lugar de juego. Hablarte de ti, saber, preguntarte, devolverte la ilusión y los sueños.

Ahora te imagino leyendo este escrito, este montón de renglones, quizás desnuda sobre tu cama, dejando que mis manos te acaricien, dejando que el deseo se adueñe de ti y que el placer, aunque sea solitario, se convierta en protagonista de tus vivencias. Déjate llevar. Que la noche te cautive. Que los sueños se apoderen de tu vida. Que los deseos más ocultos afloren sin recato. Que sientas como gozas en ti misma sin importarte nada ni nadie. Deja que el manto de la gran dama negra te envuelva y acaricie tu cuerpo desnudo, empapado de sudor, cimbreante.

Sueña, siente... se tú.

(9,25)