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Fantasía erótica: Lorna

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Fue una sensación especialmente extraña para mí por todo lo que tenía de morbosa, por todo el significado que encerraba en sí misma. Me senté delante de mi ordenador y durante unos breves instantes lo dudé, una serie de dudas asaltaron mi mente. Sin embargo pudo más la curiosidad, el deseo de saber, la necesidad de acercarme cada vez más y más a una verdad que me sigue sorprendiendo.

Tras teclear el código conocido se abrió, delante de mí, aquel universo misterioso de nombres y dígitos. Tal vez una veintena de direcciones de correo electrónico se alineaban en aquella lista de contactos. Los miré uno a uno, los leí detenidamente. La mayoría de ellos no aportaban nada especial, ni tan siquiera un nombre sugerente. Tan solo una par de ellos, a lo sumo cuatro, no dejaban duda de lo que buscaban o pretendían.

Quedé pensativo. Fue como si de repente me diese de frente con la vida de alguien metida en un ordenador. Allí había días de amable tertulia mezclados con noches de frenética lujuria. Un poco el fiel reflejo de la vida misma. Allí estaban nombres que dejaron huella y otros que ni siquiera se pueden recordar. Todo estaba allí como por arte de magia.

Volví a mirar aquella lista. Allí, ocultos tras unos nombres complejos, se escondía una buena parte de los hombres que te vieron desnuda, de los hombres que gozaron de tu cuerpo incluso en la lejanía de la red. Pensé en ello. Te imaginé desnuda delante de tu cámara, tocándote, dándote placer con tus manos como si de las manos del hombre con quien conversabas se tratase, mientras del otro lado de la cámara él se masturbaba de modo frenético. Vi incluso tus espasmos al alcanzar el orgasmo. Creo que aquello me excitó.

Me imaginé una tarde cualquiera tal vez de primavera. Un tipo llega a casa cansado de una jornada de trabajo agotadora. Su mujer todavía no ha regresado. No sabe muy bien lo que hacer así que se conecta a uno de los chats que frecuenta. Una sala tal vez de sexo o de mayores de cualquier edad, de sumisión o de cualquier otra cosa. Coloca su apodo, su alias, y entra, comienza a navegar por el mundo siniestro y misterioso de las conversaciones sin rostro. De repente, como de la nada, surge un nombre de mujer, “lorna”, “encadenada”..., qué más da. Comienza la conversación quizás al principio poco fluida sin embargo, lentamente, el mundo de los ocultos deseos se asoma a la extraña ventana de múltiples tonos y las mentes inician su liberación.

La temperatura de la conversación sube poco a poco. Las cámaras se encienden y un universo de sensaciones surge como un torrente que todo lo invade. Se habla de fantasías, de perversos deseos, de sueños irrealizables, de pasiones morbosas y al final, la mujer se pone en pie, se separa de la cámara y comienza a desnudarse para que su circunstancial compañero de eróticos juegos disfrute, aunque solo sea virtualmente, de su cuerpo, mientras ella alcanza un terrible orgasmo.

Hoy, por la magia de lo imposible, yo soy tu. Pocos de aquellos contactos están conectados, tan solo dos. Uno, ni tan siquiera se inmuta al detectar tu presencia. El otro, un joven estudiante, se alboroza al verte surgir de la nada. Sin duda eres uno de los sueños dorados de aquel chaval. Una madura atractiva como tú, hermosa, de buenas carnes, sensual, morbosa, misteriosa, casada. ¿Qué más puede pedir? Te ha visto desnuda varias veces, ha gozado de tu cuerpo y ahora, al verme entrar, reclama tu atención. Su primera pregunta lo dice todo ¿estás sola? Con la respuesta negativa surgen otras propuestas para los días subsiguientes buscando el instante en que, en la soledad de tu casa, puedas desnudarte para él como hiciste otras veces, puedas masturbarte para él como hiciste en otros instantes vividos en comunión de deseos.

Con evasivas doy la conversación por finalizada y sin pensarlo más veces cierro aquella lista de individuos que te desean y que quieren hacerte suya. Todos menos aquel que ni se inmutó al ver tu nombre conectado.

Luego, como queriendo hurgar un poco más en tu vida, hacerla más mía, exploro tu perfil y descubro tu foto, hermosa, sugerente, sensual, como ofreciéndote como fruto de deseo a todos aquellos privilegiados que pueden gozar de tu sonrisa, de tus palabras, de tu cuerpo cálido e insinuante.

Cierro los ojos y recuerdo el día que te conocí. No creo que fuese la casualidad, simplemente el premio a la búsqueda incesante, al deseo primario de alcanzar un estadio imposible de olvidar. Y te imagino, te imagino en tus tardes de soledad desnuda ante tu cámara para que otros puedan gozar de ti como yo lo hice; te imagino introduciendo tus bolas chinas dentro de tu cuerpo para consumar el placer, la posesión brutal; te imagino masturbándote y dejando que un salvaje orgasmo te traslade a un universo de placeres ignotos.

Pienso en todo ello y te imagino encadenada, desnuda, siendo presentada ante varios hombres para que disfruten mirándote, incluso tocándote; para que alguno pueda comprarte, hacerte suya como su esclava de placer. La imaginación se desborda y la mente corre a buscar la razón última del deseo, del deseo morboso y oculto.

Pienso en aquello que un día te conté. Una discoteca. Sales a bailar sola, con tu ropa insinuante. Yo me quedo sentado, mirándote. Pronto tu presencia surte el efecto deseado y un hombre desconocido se acerca a ti, baila a tu lado. No tarda en susurrarte algo, en decirte algo casi al oído. Tú sonríes. La canción termina y regresas a la mesa, a mi lado. Minutos más tarde vuelves a la pista. El hombre de nuevo corre a tu lado, se acerca un poco más. Continúas bailando. Seguro que le estás hablando de mí, de tu marido a quien no le gusta bailar. Dejas, con picardía, que aquel tipo sienta que estás atraída por él, que te gusta. Sigue bailando contigo. Al final lo invitas a nuestra mesa, una excusa cualquiera servirá o tal vez ni eso. Conversamos los tres durante un rato. Tú sabes muy bien hacer el papel de esposa. Transcurridos unos instantes me excuso y voy al servicio. Entonces se fragua el final de la historia. Él te dirá que te desea, que quiere llevarte a alguna parte. Tú le respondes que no puedes, que no quieres dejarme allí tirado, que no deseas tener problemas conmigo. Él te acaricia las piernas, incluso trata de tocar tu sexo libre de mordazas. Dejas que lo haga aunque finalmente le ruegas que no siga. La temperatura alcanza límites insospechados. Te besa, lo hace casi en el instante que yo regreso. Tú le dices que se vaya antes de volver yo, que ya encontrarás una forma, que lo deseas.

Regreso. Sonríes. Sabes que aquel tipo se va a convertir en nuestro objeto de placer, especialmente el tuyo. Lo localizas visualmente. Te levantas y vas hacia los servicios, pasas por delante de él, quizás le dices algo. Él te sigue. Sin que nadie se dé cuenta entráis en uno de los lavabos, ¿masculino?, ¿femenino?, qué más da... Os cerráis en uno de ellos y te posee salvajemente. Gozas como jamás te imaginaste. Luego, con un beso, le despides y regresas a la mesa con los colores subidos a tu rostro. Me miras una vez más y corremos juntos a nuestro escondite para hacer realidad nuestros sueños más oscuros y morbosos.

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