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Le echo un polvo rápido a mi madre en la cocina

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Estaba en casa solo, viendo porno, cuando mi madre llegó a casa de la compra. Aunque estaba en mi habitación, mi reacción fue bajar la pantalla del portátil rápido y quedarme en silencio.

-Hola cariño, me dijo, ya estoy en casa. ¿Podrías ayudarme a sacar las cosas de la compra?

No sabía que decirle. Me había excitado con el video y ahora estaba medio empalmado.

Como no contestaba, volvió a insistir:

-Anda porfa, ayúdame que vengo muy cansada.

Eché el portátil a un lado y me levanté de la cama. Fui a la cocina y allí estaba mi madre abriendo el carro de la compra.

La ayudé a meter la compra en los armarios, mientras su culo sabía y bajaba mientras sacaba las cosas del carro y me las daba.

Yo entonces me fijé en su culo. Era grande, pero no demasiado y bien proporcionado. Tenía celulitis un poco a los lados, pero era muy apetecible. Pese a ser mi madre, era una mujer y me sentí atraído por el y su movimiento.

Mi madre no paraba de hablar y contarme cosas. A quien se había encontrado en la compra y demás. Me estaba mareando un poco con su cháchara.

Ahora nos tocaba guardar las cosas de la nevera. Ella se echó un poco para atrás y ahora su culo rozaba mi pene medio erecto por el video porno.

No paraba de hablar y de rozarme con su culo. Sin saber cómo, agarré su boca con mi mano, obligándola a callarse.

La incliné sobre la nevera y bajé su pantalón y sus bragas con mi otra mano. Bajé mi pantalón y mi rabo erecto y sin darla tiempo a reaccionar, se la metí de un tirón. Sin goma ni nada.

Comencé a follármela sin plantearme siquiera que me estaba tirando a mi madre. Ella no hizo ningún gesto de protesta. Como dejó de hablar, le quité la mano de la boca y ella se agarró a los lados de la nevera.

Su culo grande se movía al ritmo de mis embestidas. Era maravilloso verlo botar contra mí en cada empujón.

Mi madre gemía como loca y yo la empecé a acompañar en sus gemidos. Con mis calzoncillos por los tobillos y sus bragas igual, nuestra pinta era bastante peculiar.

Al poco me puse a acariciar su clítoris mientras seguíamos follando. Mi madre se estaba volviendo loca.

Yo estaba al borde del orgasmo, y en un par de empujones más, me salí de ella y me corrí en su espalda.

Solté sobre ella varios chorros de leche, hasta que me calmé. Pero me di cuenta de que mi madre no se había corrido aún.

Como el rabo a media asta, volví a metérsela, no podía dejarla a dos velas.

Un rato más de sexo y mi madre se corrió como una loca agarrada a los lados de la nevera.

Cuando se recuperó, me dijo: ¿qué hemos hecho?

-Nada mamá. Solo colocar la compra.

-Hijo, los tomates. Guárdalos.

Justo entonces desperté. Mi madre estaba ahí, con la bolsa de los tomates en la mano, dándomelos.

Realmente no habíamos follado. Todo había sido un sueño.

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