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Mini súper

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Durante mucho tiempo mi vida ha sido monótona, heredé de mis padres una tienda, que a su vez heredaron de mis abuelos. Y con los años se fue ampliando y mejorando. En fin, de unos meses a la fecha al hacer mi inventario noté la falta de algunos productos. De manera constante. Así que decidí. Primero contratar a alguien para que me ayudara y segundo, colocar cámaras de seguridad. Así que Karen, la hija de mi vecina quien a pesar de tener un hijo seguía viviendo con su madre, tomó el trabajo sin dudar ni un segundo. Aunque la paga es poca. Pero lo que realmente me mantenía ocupado era saber quiénes me estaban robando. Así que en el fondo de la bodega improvise una pequeña oficina para monitorear los pasillos de la tienda.

Y aunque pasaron un par de semanas sin encontrar nada en absoluto, mi rutina se convirtió en mirar una y otra vez la caja, no porque sospechara de Karen, fue porque al pasar de los días descubrí que la imagen que tenía de ella, estaba equivocada. Para empezar, la niña que recordaba de toda la vida ya no existía, incluso revise la solicitud de empleo que le pedí para darle el trabajo. 22 años, 1.60 cm. de estatura, 62 kg. Su cara y color de piel son exactamente iguales a las de su mamá, blanca y delgada. Pero, Karen no tenía los pechos enormes de su madre, en cambio un trasero redondo y grande. Le pedí que se arreglara más, por presentación. Aunque lo que en realidad buscaba era hacer más entretenidas mis sesiones de auto satisfacción.

Un día, ya preparado con los pantalones hasta las rodillas y el pene en la mano, enfoque la caja y en el fondo del pasillo pude ver a una muchachita con uniforme que se guardaba un paquete de cigarros entre la falda. Olvide a Karen por un momento y me concentré en esta chica, tomó un par de barras de chocolate y unas tarjetas de prepago. Me levante de golpe, subí mis pantalones y fui directo a ella. Al llegar, la tome del brazo y por instinto la lleve hasta mi oficina improvisada.

—¡Déjeme! ¿QUÉ LE PASA? —no dije ni una palabra hasta cerrar la puerta con seguro.

—Muy bien, levántate la falda.

—¡Está loco!

—No, no estoy loco y te vi robando —se arrinconó en el fondo negando con la cabeza y las lágrimas le comenzaban a escurrir por las mejillas.

—Yo no robe nada…

—¿Y los cigarros que te guardaste?

De pronto se quedó en silencio y metió la mano bajo su falda, sacó el paquete de cigarros y entre sus piernas rodaron unos lentes para sol aun con etiquetas.

—¿Sabes que les pasa a los menores infractores?

—Soy mayor…

—¿Como que mayor?

—…acabó de cumplir la mayoría de edad, tengo 18 años…

—Peor aún, llamaré a la policía. —su cara se llenó de un horror indescriptible.

—No, no no no por favor. Se lo ruego, le devuelvo todo. Pero no llame a nadie perdón!

La chica estaba de rodillas rogándome entre lágrimas por el perdón. Pero no estaba dispuesto a tolera más pérdidas en la tienda.

—Entonces llamaré a tus padres.

—No por favor, hago lo que quiera. Se lo ruego.

Levantó la mano y la llevo hasta mi pantalón.

—¿Lo que sea?

—Lo que sea —repitió, su mano sobaba mi verga por encima del pantalón. Tenía mucho tiempo que nadie me tocaba. Y reaccione de inmediato. Me zafé el cinturón y baje mi pantalón. Mi verga quedo frente a su cara, pude sentir su respiración en mí, sus lágrimas ahora humedecían la punta de mi verga. Y después de dar unos besos torpes fue metiendo mi verga en su boca.

Al parecer no era tan inocente, aunque si algo torpe. Pero tras años de soledad, estos labios me hacían inmensamente feliz. Ni siquiera cerré los ojos, incluso le tome el pelo para poder ver esa boquita tierna llenándose de mí.

—Abre los ojos —le ordene.

—…

—Ábrelos que quiero que me mires.

Levantó la cara y sus ojos me miraban fijamente mientras entraba y salía de su boca. A ratos descansaba y me masturbaba con su mano, pero es que yo de mano ya tuve mucho estos años. Así que la obligaba a seguir chupando.

—¿Eres virgen? —levantó la cabeza y negó sin deja de chupar. La levante y la coloqué sobre mi escritorio. Levante su falda y mande a un lado sus calzones de algodón. Su sexo rosado y apretado me recordó mi juventud. Tarde un poco en poder entrar, ella jadeaba y las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas. Por alguna razón a mi excitaba más y más.

—No se puso protección…

—No tengo —y si tuviera tampoco lo uniera usado, ese premio del destino no se repetiría.

—No acabe adentro por favor… haaa!

Comencé a ir más rápido, entraba y salía con más fuerza y ella aunque quería evitarlo, jadeaba más y más. En la pantalla del monitor Karen, aunque seguía atendiendo la caja, tenía la vista clavada en el fondo de la tienda. Sabía que algo estaba sucediendo en la trastienda.

—¿así te gusta pequeña ladrona?

—… haaay! Haaaag!

—¡Puta ratera! —siempre quise ser un tipo rudo en el sexo, este fue el pretexto ideal. Sabía que con esta chica no tendría resistencia a ninguna petición que tuviera. La gire y la recargue boca abajo, mi verga busco su cola y empuje aunque ella pataleaba y rogaba que la dejara.

—¡me duele mucho!

—eso y más te mereces puta perrita, por robarme.

Aunque trataba de zafarse, mi verga entro y ya no salió. Empuje más y más hasta que sus gritos fueron tan altos que le saque la verga. Cayó al piso y se colocó en posición fetal sobándose la cola. Lloraba, pero ya no me importaban sus lágrimas. Le tome el pelo y le llene la boca, mi verga estaba embarrada de moco, lágrimas y saliva. En el monitor Karen se veía inquieta, pero estaba ocupada con clientes. Así que mi última fantasía la cumpliría. Con ando sentí que no aguantaba más saque la verga de su boca y unos chorros de semen fueron directo a su cara. En todas las películas porno veía que les terminaban en la cara, esta fue la primera vez que yo lo hice. Su frente los párpados estaban embarrados y su boca recibió un poco más. Ahora sus lágrimas estaban sepultadas bajo mi semen.

—¿me puedo ir?

—Sí, pero aún me debes, así que te quiero aquí el lunes después de la escuela. ¿Entendido?

La excitante experiencia me hizo olvidar el monitor y al voltear, noté que Karen no estaba en la caja. La chica se acomodó la ropa y salió casi corriendo. En la puerta con la boca abierta y una cara de horror Karen me miraba con asco y miedo.

—¿Qué llevaba esa niña en la cara? ¡¿SEMEN?!

—…estaba robando…

Fue lo único que atiné a decir antes de recordar que mis pantalones estaban abajo. Karen terminó su turno y salió sin decir nada. A la mañana siguiente se presentó y muy seria me dijo que renunciaba.

—Mira, tienes que entender que hace tiempo no tenía sexo, me disculpo contigo. Pero no voy a permitir que sigan robándonos.

—Pero si hasta me traigo faldas cortas, sé que se masturba viéndome en los monitores. ¿No le basta?

—Si quieres ayudarme, deberías de darme unas mamadas de vez en vez. Eso sí ayudaría.

—¡¿está loco?! Voy a continuar trabajando, porque necesito el empleo. Pero si se repite algo así me largo.

—Si necesitas más dinero… ya sabes —me pego una cachetada que me dolió la mandíbula dos días. El lunes, sin esperar ni por un momento. Apareció la chica en la tienda.

—Vengo a pagarle lo que le debo.

—¡DIOS MÍO! —Exclamamos al unísono Karen y yo. Pero de esto, les platico después.

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