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La fantasía y la realidad a veces se encuentran

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Cuando creí que mi noche se había arruinado, la realidad me hizo un regalo que no esperaba.

Generalmente nos hacemos fantasías sexuales extraordinarias, coronadas con penes enormes que expulsan chorros de semen en culitos apretados insaciables. Pocas veces la realidad nos funciona de esa manera. Las frustraciones no son escasas, y muchos nos pasamos horas, días y más tiempo buscando en los chat gays y otras formas de contacto la manera de satisfacer esas fantasías.

Como les conté antes, soy casado, sin problemas con las mujeres, y una vida sexual hetero bastante satisfactoria, a pesar de la edad. Claro que a veces, sobre todo cuando me toca estar solo, se me vienen las ganas de repetir la deliciosa sensación de ser placenteramente acariciado, excitado y penetrado como lo fui en algunas pocas oportunidades anteriormente.

En eso estaba una noche en mi casa, solo y aburrido de chatear con personas que al final no quedaban en nada, o que no calzaban con mi edad, o que vivían muy lejos, o que simplemente me desagradaban con su forma de expresarse. Decidí vestirme e ir a buscar mi oportunidad, ya que por mi condición me son escazas. Pensé que esta vez me atrevería en un sauna gay. He visitado varios saunas de este tipo en diferentes lugares: Estocolmo, Washington, Buenos Aires e incluso acá en Santiago. Pero siempre me arrepentía de pasar a mayores, conformándome con ver o escuchar a otros follando, dejándome acariciar, frotando vergas, masturbándome hasta quedar saciado. Me acordaba que en Suecia se clausuraron y prohibieron este tipo de establecimiento, por considerarlos un peligro a la salud pública, cuando el VIH se hizo conocido en todo el mundo.

Para ser prevenido, llevé unos condones, y un pequeño tubo de lubricante. Una vez en el sauna, y después de una buena ducha, me fui a una cabina, me tendí en la clásica colchoneta colocada en una tarima del tamaño de una cama de una plaza, y dejé la puerta entreabierta para que todo el que pasara por ahí viera que estaba disponible. Sentía a los tipos pasar por fuera, las pisadas de sus pies desnudos, los murmullos, pero ninguno entraba. Hasta que me di cuenta que había un señor medio calvo que me observaba con el pene en la mano. Me erguí un poco y le hice una seña para que entrara.

Al entrar cerró la puerta y acercó su pene a mi cara. Inmediatamente abrí mi boca y dejé su polla entrar, chupándoselo con ganas. Lo invité a que se pusiera uno de mis condones, lo cual hizo, y estando yo de bruces, se puso encima mío entre mis piernas, afirmó su glande contra mi hoyito y me lo enterró sin más preámbulos. "Ayyyy, me duele mi culo", le grité, pero sin darse por enterado, se desplomó con todo su peso y me lo enterró entero. Jadeando, me agarró con ambas manos de los hombros, y empezó a culearme con una ansiedad que no había visto hasta ese momento. Felizmente, la experiencia terminó poco después, cuando se vino dentro de mí en poco rato. Permaneció un instante encima mío, se levantó, se sacó el condón y se fue sin más.

Quedé bastante frustrado, así que me levanté y me fui a meter en la ducha tibia para relajar. Y ahí estaba, acariciando la entrada de mi culito bajo el agua, cuando en la ducha de al lado vi un tipo que me miraba y me preguntó "¿cómo está la cosa por ahí adentro? El hombre tendría unos cincuenta años, bien conservado, por lo que pensé "parece que soy gusto de mayores". Empezamos a conversar bajo el ruido de las duchas, y por alguna razón, me dio confianza y le conté lo que recién me había pasado. Él se rio de buenas ganas, y me dijo "¿Me puedo pasar a tu ducha? Claro que sí le dije, con algo de nerviosismo. El vino, me abrazó, me miró a los ojos y me dijo "todo puede mejorar". Entonces, frotándonos nuestras vergas, besé sus labios, enredé mi lengua con la suya, y así estuvimos masajeándonos un rato, yo acariciando su espalda y el mis glúteos.

Decidimos salirnos y secarnos un poco. Le tomé de la mano y lo llevé a la misma cabina donde había estado antes, decidido a no dejar que ese hombre se me escapara. Tenía que sacarme de encima la mala sensación que me había quedado antes. Una vez en la cabina, le pedí que se sentara, me arrodillé entre sus piernas, y empecé a darle una chupada lo más lujuriosa posible. Con ambas manos anidé tiernamente sus testículos, y con un dedo empecé a masajear su perineo, entre sus bolas y la entrada de su ano, haciéndole exclamar: "Uuuy qué rico lo que haces", mientras acariciaba mis cabellos, haciendo entrar su pene entero en mi boca, hasta tocar sus bellos púbicos.

Después tomé otro condón de los que andaba trayendo, se lo puse cuidadosamente en su verga, la embadurné con un poco de lubricante y me puse otro poco en mi culito, que ya estaba hambriento. Luego le pedí que se tendiera sobre la colchoneta, y monté sobre él, llevando su verga hasta la entrada de mi ano. Empecé a penetrarme lentamente, temiendo que me doliera por efecto de la cogida anterior, pero para mi placer, esa verga entró poco a poco haciéndome gozar con cada centímetro que me clavaba, hasta quedar completamente sentado sobre él, disfrutando de ese momento glorioso con su rica verga enterrada hasta los huevos

El pasó sus brazos fuertes bajo mis piernas y se irguió, mientras yo me colgaba con mis brazos de su cuello hasta que se puso de pié, y así, parado, me dio unas cuantas estocadas, como no me había dado nunca nadie antes. Después, con mucho cuidado, me tendió en la colchoneta sin sacar su verga de mi culito cada momento más caliente. Y así, con mis piernas dobladas a su costado, se inclinó besándome el cuello y diciéndome al oído: "¿cómo lo sientes esta vez? ¿Está cómo te gusta?" "Está maravilloso, macho, me haces gozar tal como lo necesitaba" "tienes una verga deliciosa, hecha a mi medida", le respondía yo.

Entre una expresión erótica y otra, besos apasionados y gemidos de placer, continuamos hasta que en la sombra vi que su rostro se empezaba a contorsionar, cerró sus ojos, se irguió un poco y tras varias estocadas profundas, se corrió placenteramente dentro de mí. Yo estaba a mil, aproveché el espacio para agarrar mi pene, a punto de reventar, y tras unas pocas frotadas, eyacule todo mi semen sobre mi estómago. Quedé exhausto. El desenterró su verga de mi caverna saciada y se sacó el condón diciéndome lo mucho que había disfrutado de mí. Yo hasta le di las gracias, y se retiró haciéndome un adiós con la mano. Me quedé un rato tirado, disfrutando de la rica sensación de estar satisfecho, hasta retirarme a mi casa, sabiendo que tal vez pasarán años antes de repetir un festín como ese.

La fantasía se había hecho realidad.

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