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Carnaval

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"Pero, ¿qué me hace este hombre?, me besa y lame las tetas, pareciese que me mastica los pezones, ¿qué me hace?, mi ombligo, lo humedece con su saliva, mi cintura, me mordisquea, ¿qué me hace?, separa mis muslos y..., ¡ah!, ¿qué me hace?, no veo, está oscuro, una tenue luz se cuela por una celosía, apenas nada, siento una presión en mi chocho, es su boca, es su lengua, ¡ah!, me da calor, ¡ah!, ¿qué me hace?, oleadas de calor, se expanden, van subiendo, ¡ah!, ¿q-qué m-me ha-ah-hace?"

"¿Cómo conocí a este hombre?"

Fue en el Carnaval:

"¡Hola, Elvira!"; "¡Hola, Aldonza!"; "¿Y las demás?"; "Ahora vienen, han encontrado a un Casanova y se están entreteniendo"; "¿Un Casanova?"; "Sí, un tipo apuesto vestido de mosquetero con un antifaz, ellas le han llamado así," Casanova""; "Ah, ya"; "Sabes cómo son..."

Bueno, "las chicas", que sí eran muy joviales, no lo eran tanto en edad: todas eran cuadragenarias menos yo, que estaba en los treinta y nueve. Sus disfraces eran muy variopintos; yo iba disfrazada de posadera medieval.

"Por ahí vienen", me dijo Elvira.

Venían todas caminando con gran regocijo por la calle, escoltando al Casanova, que iba en el centro. "¡Mirad, Elvira, Aldonza, mirad a quién nos hemos traído!", gritaban a coro.

El tal Casanova esgrimía su mosquete, azotando el aire sobre sus cabezas, y reía; reía como nunca había visto yo reír a nadie: era una risa que brotaba tal que una cascada sobre un precipicio, inundando el verde valle con su espuma.

"Aldonza, te presentamos a Casanova", dijo una de mis amigas sonriendo abiertamente; "Hola, Casanova", saludé; "Buenas tardes, bella dama", respondió el enmascarado mirándome con fijeza.

En fin, lo de "bella dama"... Es cierto que aún conservo una buena figura, pero... mis pechos, aunque gruesos, no desafían ni mucho menos la gravedad, a mi trasero le sobra un poco de carne y mi cara la llevo muy maquillada, sin embargo mis ojos verdes son atrayentes, y hasta cautivadores, según dicen.

El Carnaval se desarrollaba en una plaza con actuaciones de murgas y coros que hacían las delicias de los allí reunidos; la noche era estrellada y, no obstante hiciese algo de frío, el arremolinamiento de gente y la ingente bebida alcohólica lograban que la temperatura no bajase más de lo necesario. Nuestro grupo andaba desperdigado; yo estaba viendo y oyendo a unos cantantes bastante cómicos cuando, de pronto, noté que alguien me sujetó por el codo; después me susurró al oído: "Oh, Lozana, al fin te he encontrado". Quedé petrificada.

Me giré con brusquedad y, ¿a quién vi? Sí, efectivamente, al disfrazado, al Casanova. "Oye", le dije, "me llamo Aldonza, y me puedes tutear"; "Sí, Aldonza, mi señora Lozana, lo haré", me dijo, "¿gustas?", me preguntó mostrándome una redoma llena de un líquido violeta; "¿Qué es?", inquirí; "Parfait Amour, delicioso". Tomé el frasquito entre mis dedos y bebí un trago. Creo que desfallecí, sí.

"¡Ah!, este placer que siento, este hombre, ¿es un sueño?, ¿qué hace ahora?, sube su torso y lo apoya sobre el mío, apretando mis pechos, creo que..., sí, ¡me va a follar!, ya siento abajo su dureza, ¡o-oh!, ya ha entrado en mí, besa mis hombros, los muerde, y mi cuello, oigo mi voz, aguda, cada vez más, "Así, a-s-así, si-sí-sigue, sigue, más, si-gue", enloquezco, oigo su voz grave entre exhalaciones de placer, "Lozana, eres mía, Lozana, al fin", "sigue, Casanova", sí, sigue, ahora lo sé, volviste a por mí, derrama tu semen en mi cuerpo, Casanova, tú y yo, tu estirpe y la mía, seremos inmortales."

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