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Noches de luna llena en Hogwarts (Cap. II)

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Cuando hubo llegado el Expreso de Hogwarts a la escuela y todos los alumnos llegaron al castillo, empezó al banquete. El techo del Salón Comedor estaba cubierto de nubes, como siempre, y la iluminación corría a cargo de millares de velas encendidas. El vocerío de los alumnos no dejaba oír casi nada. Hasta que el directo se levantó y pidió silencio. Dumbledore vestía su túnica regular gris y llevaba la barba perlada más larga que de costumbre (hasta debajo de la cintura). Cuando empezó su discurso, hasta las moscas se callaron.

‒ ¡Bienvenidos a todos a un nuevo año en Hogwarts! Veo muchas caras nuevas y muchas caras ansiosas de conocimiento, entre otras cosas. Intentaremos tener un año menos atropellado que el anterior. Saben que la situación con el Ministerio está un poco tensa; y con el regreso de las fuerzas oscuras, tenemos que estar más unidos que nunca. Permítanme presentarles al nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, Robert Kerr.

Todos vieron a un profesor de pelo oscuro, estatura mediana y una expresión un poco sombría cuando se levantó de su asiento y, como para contrarrestar su apariencia, saludó a todo el Salón con una sonrisa un poco extraña.

‒ Les recuerdo que el Bosque de la escuela está prohibido para los alumnos de primer año. Nada más por ahora. Pórtense bien ‒ y el anciano les guiñó un ojo ‒ o que no los vean. ‒ todos quedaron sopesando esas palabras. ‒ Ahora sí, ¡que cada uno encuentre su hogar!

Dicho esto, en medio del estrado apareció el taburete tan conocido por todos y el más reconocido Sombrero Seleccionador, que, puesto sobre la cabeza de cada alumno nuevo, decidía a cuál de las 4 casas pertenecía: Griffindor, Ravenclaw, Slytherin, Hufflepuf.

Los chicos y las chicas de primer año fueron pasando de uno en uno. Algunos tardaban más, otros menos, como si tuvieran más claro a qué casa pertenecían. Harry sabía muy bien qué el Sombrero tomaba en cuenta los deseos de cada uno a la hora de elegir. La repartija fue bastante pareja. Los últimos dos en pasar, sorpresivamente, no parecían de primer año, y eran extremadamente similares. “Hermanos, seguro”, pensó Hermione. “Son alumnos de intercambio”, murmuró alguien en la mesa de Griffindor. Primero pasó el chico. Ambos fueron a parar a Ravenclaw, y sentaron cerca de Luna, que estaba distraída mirando las constelaciones del techo en caso de que cambiaran.

‒ Por último ‒ dijo Dumbledore ‒ ¡Comamos! Cuando dijo esto, todas las mesas se llenaron mágicamente de comida y bebida de lo más variado. Nadie espero más y se lanzaron todos a saciar su apetito.

‒ ¡Hola!, ¿qué tal? ‒ dijo una voz cerca de Luna, que estaba ocupada mirando hacia la mesa de su amiga Ginny y a los demás, en específico, miraba las tetas de Hermione, embelesada. Luna se volteó muy lentamente hacia la chica que le hablaba. Era la chica nueva, estaba sentada al lado suyo. Parecía de su edad, tenía el pelo castaño rojizo y era bastante linda, pensó Luna. ‒ ¿Hola? Soy Clare. Clare Duke. Este es mi hermano, Johnny. ‒ y señaló al chico que tenía al lado, que parecía un poco aburrido y un poco molesto, y se dedicaba a masticar su comida. ‒ ¿Cómo te llamás?

Luna tardó bastante en contestar, la otra chica casi había desistido. Cuando habló, abrió mucho los ojos y esbozó una sonrisa: ¡Hola! Soy Luna. Son de Ravenclaw, supongo.

Clare estaba un poco incómoda por la mirada intensa de Luna. ‒ Sí, sí. Venimos de otra escuela. De Estados Unidos. Nuestra familia se mudó acá hace poco, por trabajo. ‒ Pero Luna ya no estaba prestando atención. Seguía con su comida. Clare hizo lo mismo, ríendose.

Al día siguiente, temprano, como aún no tenían clases, Harry aprovechó para pasar a saludar a Hagrid, a quien no había podido saludar en la bienvenida. Se acercó a la cabaña pero por más que golpeó varias veces la puerta, nadie le abrió. “No debe estar”, pensó.

Decidió volver más tarde, pero como tampoco tenía nada que hacer, decidió dar una vuelta por el bosque. Era ya su sexto año en Hogwarts y había muchísimas zonas del bosque que no conocía. “Lo cual es más seguro, probablemente”, pensó Harry entre risas. En un rincón, a unos 70 metros de donde estaba, creyó ver algo grande, como un parche oscuro entre los árboles. Tuvo que acercarse a ver qué era, para lo que tuvo que correr unas cuantas ramas. Era una cabaña. Una cabaña pequeña, medio caída y de maderas oscurecidas.

Luna volvió apurada a la Sala Común. Tenía que mostrarle a Ginny un artefacto nuevo para detectar Duendecillos a distancia que le había venido con el último número del Quisquilloso, pero se lo había olvidado. Era media mañana, así que no había nadie, todos estaban fuera disfrutando del sol. O eso creía Luna. Apenas entró escuchó unos ruidos. Primero unos golpes secos y algunos rechinidos, después unas voces que parecían estar sufriendo. Venían de los cuartos. Luna dejó sus cosas en un sillón y fue a ver qué pasaba. Cuando se asomó por la puerta, se quedó quieta.

En una de las camas había dos personas. Desnudas, una arriba de la otra. Estaban acostadas y enfrentadas así que Luna no podía distinguir quiénes eran, pero el espectáculo la dejó helada y se acercó un poco más en silencio. Cuando la persona que estaba arriba se levantó, Luna le vio la cara: era Clare, la chica que la había saludado en la mesa la noche anterior. Tenía unas tetas grandes, blancas y con unos pezones grandes y rosados. Luna ya estaba salivando. Veía esas tetas rebotar arriba y abajo. Y vio, para su sorpresa, que el chico que estaba abajo era Johnny, también pálido y transpirado por alguna razón. Ahora eran casi gritos lo que se escuchaba. Clare estaba sentada arriba del chico que seguía acostado y le apretaba las tetas con fuerza, haciendo que la pelirroja gritara como si la estuvieran matando. Clare cada vez movía el culo con más fuerza hacia adelante.

‒ Pará, pará ‒ dijo el chico y se sacó a su hermana de arriba. Se levantó y puso a su hermana en la cama boca abajo. Tenía también un culo muy lindo y redondito, pensó Luna, pero estaba más ocupada viendo el cuerpo del chico. De la cintura le colgaba algo que Luna nunca había visto. Era como si tuviera un palo pegado, pero parecía moverse, y era tan pálido como el chico. Vio que Johnny se acercaba a Clare y hacía desaparecer su palo dentro de su hermana, mientras esta gemía. Parecía entrar con facilidad. En seguida el chico empezó a sacar y meter su palo de la chica, y ella gritaba y gemía y se agarraba de las sábanas. Luna se sentía acalorada. La zona entre sus piernas le picaba y empezó a frotarse encima de la túnica. En un momento, puso sus piernas por detrás de la espalda de Johnny y lo atrajo hacia ella. Luna en ese momento metió su mano debajo de su tanga y sintió que se le erizaban todos los pelitos. No parecía suficiente. Así que metió un dedo en el agujerito que tenía ahí. Y le gustó. Lo sacó y lo metió un par de veces más, mientras miraba a los dos hermanos sacudirse en la cama. Luna tenía la vista un poco nublada, pero no podía dejar de meterse el dedo, cada vez más rápido. Por alguna razón, sintió la necesidad de tocarse una teta, y le gustó la sensación así que lo hizo con más fuerza, y se pellizcó un pezón con suavidad. Eso combinado al dedo que entraba y salía cada vez más mojada de adentro suyo, le dieron lo que pareció una descarga eléctrica en todo su cuerpo; fue un momento, pero Luna no podía mover ni un músculo y miraba hacia el techo, agotada. Sin saberlo había tenido un orgasmo, y le había encantado. Sacó la mano de debajo de su ropa y se la miró, tenía algo pegajoso en un dedo.

Mientras tanto, el chico aumentó el ritmo de las embestidas. ‒ Tomá, tomá, putita… ahí va todo… ‒ dijo, primero gritando y después desfalleciendo. Dejó de moverse y se reclinó contra Clare. La chica se levantó de la cama y se arrodilló delante del chico, tomó su palo y se lo metió en la boca. Y empezó a chupar. Estaba caído ahora, pero a Clare no parecía importarle, lo chupaba y le pasaba la lengua como si fuera un manjar.

“Así que eso era lo del tren”, pensó Luna, aún cansada pero entendiendo algunas cosas de golpe.

Cuando Clare terminó de limpiar el pene de su hermano, se lo sacó de la boca y se levantó para vestirse. Al volver al Salón, Luna ya había salido y se había vuelto a olvidar su artefacto.

Ginny, cansada de esperar a que Luna apareciera, aprovechó para ir al baño. Ahora era prefecta, así que podía usar sus baños, más amplios y privados. Llevaba media hora esperando a que su amiga llegara así que caminar un poco le vino bien. Entró en el baño y vio una luz prendida. “Qué raro”, pensó, “se la habrán olvidado”. Cuando se acercó al espejo del lavamanos para arreglarse el pelo, escuchó un gemido. “No, no”, se dijo, “escuché mal”. Y escuchó un nuevo gemido. Esta vez estaba claro, alguien estaba disfrutando en uno de los compartimentos. Decidió que podía esperar para ir al baño pero la curiosidad, y un poco de morbo, pudieron más que ella y se acercó hasta donde se escuchaban los gemidos. Se metió, muy silenciosamente, en la cabina de al lado, mientras la chica misteriosa seguía gimiendo cada vez más pero bajito. Ginny hizo un poco de memoria y lanzó hacia el techo encima de ella el encantamiento que hacía aparecer una suerte de espejo en cualquier superficie que uno quisiera. Así pudo ver a quien ocupaba la cabina de al lado, y no lo pudo creer cuando vio unos rulos castaños muy armados y esas tetazas que tanto había visto: Hermione. Su amiga se estaba masturbando en el baño. Y no simplemente masturbándose, tenía un pedazo de plástico violeta que se parecía mucho a una pija. Ginny vio que su amiga tenía la mitad metida en la concha, y lo metía con fuerza, mientras gemía y casi lloraba. Los ojos se le abrieron como platos cuando Hermione sacó su pija de plástico de adentro suyo y Ginny vio el gran tamaño que tenía. “¿Cómo se mete todo eso?”, pensó espantada. Hermione empezó un mete-saca violentísimo y liberó, para deleite de Ginny, las tetas de su corpiño y empezó a masajearlas. Parecía apurada en llegar al clímax y ahora gemía como una perra en celo y temblaba todo el inodoro bajo su culo mientras la pija plástica casi se ponía roja por la fricción.

Ginny, con temor de que la descubrieran, y porque al ver a su amiga necesitaba también meterse dos o tres dedos, se fue lentamente. Antes de salir escuchó dos cosas que la alteraron. Una fue el grito de acaba monumental que largó su amiga desde el baño y la otra fue el nombre que casi gritó mientras tenía lo que parecía un gran orgasmo: ‒ ¡Oh Rooon…!”

Ginny abrió la puerta y se fue corriendo, sorprendida, y muy excitada.

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