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Soy la limpiadora que ha llamado

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La limpiadora pulsó el botón del interfono, que emitió un sonido chirriante. "Sí", oyó del otro lado; "Soy la limpiadora que ha llamado, me envía la agencia"...; "Ah, sí, suba". El portal se abrió con un clic y ella entró.

Montó en el ascensor, que tenía un espejo de cuerpo entero, y no pudo reprimir repasar su aspecto. Ese día se había vestido con una camiseta verde de mangas muy cortas, un pantalón de chándal muy estrecho, ajustado a la figura de sus piernas, y unas sandalias de tiras, muy cómodas. Se contempló. A sus cuarenta y tres años todavía conservaba un cuerpo bonito: su esfuerzo le costaba; y su dinero: el gimnasio, desde luego, no era gratis. El ascensor se detuvo en el piso programado. Salió.

Dio al timbre que había a la derecha de la puerta; ésta se abrió y le permitió ver a un hombre más joven que ella, bien formado, de hombros anchos y torso musculado, que la saludaba dándole un apretón de manos y diciendo: "Hola, me llamo Horacio, ¿tú?". Ella de primeras se quedó en blanco: no estaba acostumbrada a esa amabilidad: en la mayoría de las casas a las que iba los dueños, o dueñas, apenas se dignaban a mirarla a la cara; después reaccionó: "Me llamo Paca".

Horacio le indicó la tarea a realizar; luego le aviso: "Paca, yo estaré en mi estudio, pues tengo un trabajito que terminar, cualquier duda me avisas y, ¡ah!, mi esposa debe estar al llegar, la estoy esperando para practicar ciertos ejercicios, así que no te vayas a sorprender demasiado"; "No, claro que no, Horacio", dijo ella ; "Bueno, bien, pues me voy, ya sabes, cualquier cosa me avisas, Paca"; "Sí descuide".

Paca empezó a trajinar por la casa: primero, la cocina: "No la tienen muy sucia, mejor", se dijo; segundo, el saloncito: "Como es habitual, pelusas a punta pala", pensó; tercero..., eh, un momento: se detuvo: sobre la mesita baja de centro acristalada había un libro, una novela; leyó la tapa: "El amante de Lady Chatterley"; abrió una página al azar; volvió a leer; se ensimismó; no obstante, oyó el sonido de la puerta del piso al abrirse, y la voz cantarina: "¡Cariño, ya he llegado!".

"Ah, hola, tú debes ser la limpiadora, ¡qué bien!, me llamo Constanza", saludó la recién llegada. "Qué casualidad, como la protagonista de la novela", pensó Paca. "Oh, hola, yo, Paca".

Ambas mujeres conversaron un poco... sobre el tiempo..., sobre el trabajo... A los pocos minutos, Constanza anunció: "Bueno, me voy a donde está mi marido, debemos practicar ciertos ejercicios". Y se adentró por el pasillo. Paca siguió limpiando.

Al ir a pasar la mopa por el pasillo, Paca comenzó a oír ruidos y aguzó el oído. Se acercó más a la puerta desde donde provenía el sonido. Sintió algún gritito, algún gemido entrecortado, jadeos, esforzadas exhalaciones, y pensó: "Están follando". No nos cabe ninguna duda de que ese pensamiento era mera influencia, y que estaba imbuido de imágenes relacionadas con los pocos párrafos leídos por Paca en la novela de Lawrence, pero... ahí estaban, en su cabeza, reales como la mopa que sostenía apoyada en el suelo.

"Están follando", se repitió, "delante de mis narices, espera, me hago la despistada y los pillo, eso haré, quizá hasta me inviten a participar, la novelita me ha puesto a cien". Paca se relamía, y se humedecía, solo con pensarlo. "Un trío, por qué no", se dijo. Y tomó con su mano la manivela del picaporte. Sí, y abrió.

Lo que vio la dejó indefensa. Delante de una gran pantalla Horacio y Constanza se movían incesantemente, dando ágiles brincos y giros, pero al notar que se abría la puerta se detuvieron a mirar y la vieron allí, bajo el umbral, una silueta difuminada por la luz de una lámpara. "¿Qué ocurre, Paca?", preguntó Horacio; "Nada, que ya he acabado”; "Ah, sí, el dinero está sobre la cómoda del vestíbulo, bajo un jarrón, gracias"; "De nada", respondió Paca, y se giró sobre sus talones.

Vio, con el rabillo del ojo, la novela, cuando iba camino del vestíbulo, y la cogió. "Te llevo conmigo", dijo entre dientes. Luego tomó el dinero y se marchó.

Mientras Paca caminaba hacia su casa, se la oía mascullar: "Qué ingenua soy, pero que ingenua soy". Y algunos hombres giraban su cintura al sentir su cuchicheo, mirando sus hermosas ancas, y bisbiseaban: "Qué buena está, pero que buena está."

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