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Mi mujer y el ingeniero

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Hola, me llamo Javier. Despues de  ocho años de casados, nuestro matrimonio agonizaba. María, aún mi mujer, es  una hembra de pelo moreno, 1,70 de altura, pechos no excesivamentes grandes y de complexión delgada. Actualmente tiene 35 años, cuando ocurrió lo que voy a contar, 28.

Una noche, despues de una fiesta con unos amigos, volvimos a discutir, como hacíamos habitualmente, casi como rutina. No merecía la pena continuar casados, pero los dos hijos que habían nacido de  nuestro matrimonio, hacían que la separación se fuese prolongando en el tiempo.

Nos metimos en la cama, y con la luz aún encendida, comenzamos a hablar, primero con malos gestos y malas contestaciones, para posteriormente ir reduciendo la rudeza de las palabras empleadas. Ya más tranquilos, se me ocurrió hacer una pregunta a María. Tú me has sido infiel alguna vez?

María se quedó mirándome fíjamente a los ojos y respondió con otra pregunta. Y tú?

No llegué a contestarla, pero con su respuesta supe que ella había tenido alguna aventura despues de estar casado.

Esa respuesta que me das, preguntándome a mi, deja claro que algo has tenido. Me gustaría saberlo.

Ella se negó al principio, pero le propuse que actuaríamos como dos desconocidos y que me contase lo que había pasado, con pelos y señales. Sólo imaginarme la situación, me excitaba sobremanera.

Es cierto, te he engañado una vez. Pero por favor, no me hagas que te lo cuente. Pasó y ya está.

Dada mi insistencia, ella aceptó. Se incorporó en la cama, y empezó a contarme.

María trabaja en una empresa multinacional. Tiene un horario más o menos flexible, y su puesto  le obliga a viajar con cierta frencuencia.

Javier, cielo, te acuerdas del viaje que hice a Valencia? Fue allí donde ocurrió.

Pasó hace 7 años. Aún no había nacido nuestro hijo mayor. Estuve todo el día de reuniones, sobre todo con un joven de 22 años. Era un ingeniero, recien licenciado, que trabajaba para nuestro cliente y que estuvo todo el día a mi lado.

A las ocho de la tarde, sólo quedábamos en la oficina él y yo. Le pregunté si había posiblidad de llamar a un taxi, para ir al hotel. Estaba agotada, despues de un duro día de trabajo.

El joven, amablemente, se ofreció a llevarme en su coche hasta mi hotel. Era un chico atractivo, con ciertos musculitos de gimnasio, y sobre todo bien parecido.

Si te soy sincera, no me había fijado en él en todo el día que habíamos estado juntos, pero ahora, ya más relajada, si me resultaba muy atractivo, aunque con un aspecto barbilampiño, y bastante crío.

Cuando llegamos al hotel, se bajó conmigo y me acompañó a la recepción. Me ofreció tomar una cerveza en la cafetería, y aunque me sentía muy cansada, acepté por cortesía.

Su conversación, era muy amena. No tenía nada que ver con el chico serio que había conocido por la mañana. Contaba chistes, nos reíamos, y me resultaba agradable la sensación de estar con alguien a quien se le notaba que se moría por tocarme.

Ese día, mi ropa era de ejecutiva. Un traje de chaqueta, con una camisa ceñida. La falda, llegaba más o menos a la altura de las rodillas, con unas medias negras y zapatos del mismo color.

Sentados en la barra de la cafetería, mi falda se subía ligeramente, dejando al descubierto parte de mis muslos. Una de las veces, como signo de afectividad, Angel, como así se llamaba este chico, puso su mano sobre mis rodillas.

Me dejó un poco perpleja, pero por no romper la confianza que se había establecido entre nosotros, no quise apartársela. No sabía muy bien que hacer o decir, y le propuse que me acompañase a cenar.

Según íbamos a sentarnos, notaba como su paquete se iba hinchando por momentos, y eso me hacía sentir muy atractiva.

Despues de cenar, tomamos café y unos whiskys. Me sentía un poco mareada. Volvimos a la barra del bar y pedimos una segunda copa. Ya se notaba el feeling que existía entre nosotros, y me di cuenta, que si yo quería esa noche no dormiría sola.

Con ciertas dudas, le propuse tomar la última copa en mi habitación. Subimos y nada más llegar me estampó un beso en los labios. Me quedé sin palabras, y sólo acerté a decir, estoy casada.

Él volvió de nuevo a agarrarme y me besó de nuevo, esta vez acariándome el culo mientras lo hacía.. Empezó a acariciarme las tetas, mientras seguía metiéndome la lengua por toda la boca.

Cuando me di cuenta, ya no llevaba la camisa puesta. A los pocos minutos, toda la ropa estaba en el suelo.

Me abrió las piernas todo lo que pudo, y empezó a pasar la lengua por mi chochito. Estaba totalmente mojado, y las gotas de mi calentó, mojaban su lengua. Despues de unos minutos, le aparté. Empecé a comerle su polla que iba aumentando de tamaño por cada lametón que le daba.

Se giró 180 grados y empezó a volverme a comer mi almejita mientras yo me seguía comiendo su polla. Era enorme y estaba excitadísima.

Despues de varios minutos, se levantó, y volvió a girarse. Hizo que me pusiera a cuatro patas. Volvió a tocarme mi conejito, que seguía totalmente empapado. Separó los labios con los dedos, y me la clavó. Mi excitación era tal, que no podía parar de gritar. No paraba de decirme, que buena estás, hija de puta. Pensé que se correría en breve, tal y como había hecho yo hacía ya unos minutos, pero me la sacó y me volvió a dar la vuelta.

De nuevo volvió a comerme el coñito. Manejaba mi clítolis con su lengua de una forma perfecta. Como una pequeña gominola dentro de su boca. No tardé nada en volverme a correr. Al sentir su boca llena de mis jugos, volvió a subirse, y me montó de nuevo.

Estaba tan empapada, que creo que llegaba el líquido hasta mis muslos. El me embestía de una forma ruda aunque manteniendo la afectuosidad que le gusta a una mujer. A los pocos minutos, no té su leche dentro de mi vagina.

Se quedó a dormir esa noche conmigo, y al día siguiente volvimos los dos juntos a terminar la parte laboral de mi viaje.

Eso es todo, Javier.  Jamás he vuelto a ver a Angel. Te lo juro. Sólo he sido infiel esa vez.

Mi sensación era una mezcla de humillación, por lo sucedido, y de excitación por los detalles de lo que había descrito mi mujer.

La cogí, la abracé y la besé. Mi único objetivo era echarle el mejor polvo de su vida. Fue fácil dejarla totalmente desnuda. Yo me quité toda la ropa tambien. Empecé a besar sus pechos. Estos se pusieron tersos por los roces de mi lengua. Los acariciaba, los mordía. No quería que ella hiciese nada, sino que disfrutase de mi. Bajé mi lengua por todo su cuerpo hasta llegar a su rajita. Estaba totalmente rasurada. Empecé a comerle el conejito. Le mordía los labios mayores, le lamía su pipita, mientras ella se mojaba cada vez más. A la vez, le tocaba sus pechos. Hacía un despliegue total para que se sintiese totalmente plena.

Ella se puso de rodillas, con el torso levantado. Yo justo detrás. Le tocaba las tetas, mientras le iba mordiendo el cuello. Con la otra mano, manoseaba su rajita, que ya estaba totalmente empapada.

Me senté en una silla y la puse encima de mi. La levantaba y bajaba, como a una muñequita. Ella no paraba de gritar de placer. La subía y la bajaba, mientras mis labios acertaban a lamerle los pezones. A los pocos minutos, nos corrimos y quedamos exhaustos.

Fuímos a la cama, y ella me dijo que le tenía que contar mis infidelidades. Estaba segura que habían sido varias, y no le faltaba razón, pero ahora, despues de esta fiestecita, no era el momento.

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