Desde hace mucho tiempo Mónica, mi esposa, me lo dejó claro.
– Contigo lo que sea, pero no deseo un tercero (decía siempre que yo sacaba el tema del trio) no te digo de no ir a una cabina solos o de jugar juntos pero solos.
Pero la cuestión era que yo estaba obsesionado que la idea. Me excitaba la idea de observar su comportamiento con otro hombre.
Imaginar a mí esposa y madre de mis hijos en una posición sumisa o gritando de placer a cuatro patas mientras otro macho se la follaba era algo que muchas veces me venía a la mente y ayudaba a mis erecciones.
Ella es una buena esposa, una buena madre. Es correcta, comprometida con sus hijos y su familia.
Pero esas eran mis fantasías. Y pienso que el motivo no es que ya no sintiese amor por mi esposa, sino que los más de 25 años que llevamos casados habían acabado por mermar la pasión hasta convertirla en simple rutina sexual.
No os equivoquéis, sexo tenemos, pero para mí faltaba chispa en algún que otro momento.
Pienso que nada tiene que ver el sexo con el amor. Yo amo a mi esposa y aunque algunos podáis decir:
¿Cómo puede decir que la ama, si desea compartirla?
Por eso, porque la amo, porque deseo compartir con ella los momentos más intensos de nuestras vidas. Que cuando seamos muy mayores tengamos la sensación de haber tenido una vida sexual totalmente plena.
Yo jamás sería infiel a mi esposa. Estas fantasías solo son con Mónica.
Y creo que ella debería sentirse orgullosa de ser la mujer con la que su esposo tiene sus más obscuros deseos. Todos sabemos de alguna que otra pareja que se ha roto por no contemplar las perversiones de uno de los dos.
No necesariamente se debe claudicar con todo, pero se pueden acercar posturas y llegar a acuerdos que, de alguna manera, satisfagan los deseos de los dos y eso es lo que nosotros habíamos pactado.
Por eso desde hace tiempo jugamos con vibradores realistas, dildos y demás juguetes que sugieren un tercero.
Muchas son las veces que mientras follábamos le he pedido que imagine a un tercero y aunque le cuesta entrar en el papel hace lo que puede mamando un pene de impresionante realismo que compré para la ocasión.
Mónica es una mujer de 45 años muy bella.
Cuando la conoces por primera vez te enamoras de ella, de sus ojazos verdes y de su cuerpo que no da ningún tipo de sospechas de haber sido madre en dos ocasiones.
Aunque sus pechos no son excesivamente grandes eso nunca a sido un problema porque siguen siendo muy apetecibles ante la mirada de muchos hombres.
A diario suele vestir de manera bastante convencional y cómoda exceptuando las noches que salimos a cenar solos en las que se arregla especialmente para la ocasión mostrando toda la belleza que aún conserva.
Es entonces cuando tacones, medias, faldas o vestidos cortos substituyen a tejanos, pantalones o bambas y calcetines.
Es entonces, también, cuando sus labios muestran el color de la pasión y sus ojos embellecen aún más.
El sábado pasado nos fuimos a un teatro en el centro de Barcelona.
Mónica estaba muy guapa. El vestido color burdeos que había escogido para esa noche ensalzaba sus caderas y su pecho. El vestido acababa justo sobre sus rodillas dejando a la vista unas piernas preciosas con medias obscuras. Había escogido unos botines de ante negros con tacón que ponían la guinda a un pastel que prometía ser dulce y apetecible.
– Estás preciosa (le dije mientras la besaba)
Ella, sonrió.
Fuimos a ver un musical que llevaba semanas insistiendo y aunque yo no soy mucho de musicales… éste me gustó.
Allí nos bebimos una copa de cava y durante la función nuestras manos se entrelazaban acariciándose.
Sobre las 22h fuimos a cenar por allí cerca. La cena estuvo muy bien. Charlamos distendidamente y entre risas y picoteo nos habíamos bebido sin darnos cuenta nos una jarra de sangría de un litro y medio.
Poco después le propuse ir a tomar una copa a un local cerca de allí. El local está en la calle Aribau y es uno de esos sitios donde puedes hablar tranquilamente mientras te bebes una copa.
Así estuvimos un buen rato, riéndonos juntos, intercambiando miradas y besándonos de vez en cuando.
Mi esposa estaba distendida, sin estar borracha si se le notaba algo más desinhibida.
– Mónica, deseas que vayamos a otro sitio? (le pregunté)
– ¿A dónde? (dijo desconfiada y sonriendo)
– Tranquila… estaremos solos.
Me miró como la que no acaba de fiarse pero acabándose de un trago su mojito dijo:
– ¡Vamos! (y estiró su mano hacia mi)
Pagué, cogimos las chaquetas y salimos.
Fuimos paseando hasta un sex shop de la gran via.
Es un local que tiene cabinas para parejas solas entre otros servicios.
Ella de mi mano miró la entrada del local y me dijo:
– ¿quieres entrar aquí?
En un principio no le hizo mucha gracia pero accedió a acompañarme dentro.
Una vez dentro la luz era bastante tenue. Sonaba música chill-out de fondo y el aroma era de una especie de canela o incienso.
Dentro pasamos por delante de unas cuantas cabinas algunas de ellas cerradas con un led rojo sobre la puerta que supongo significaría ocupada. Nos dirigimos al mostrador del fondo donde había sentado frente a un ordenador un hombre que al vernos se sorprendió gratamente. Nos sonrió, no sin antes obsequiar a mi mujer con un discreto repaso visual desde su posición que ella no pareció notar lo más mínimo.
– ¿Nos gustaría usar una cabina…cual podemos usar? (le pregunté)
– Depende lo que queráis hacer pareja… de la 1 y la 4 normales de la 4 a la 8 son glory hole
– Hombres solos 15 euros y las parejas son gratis (contestó con un sonrisa pícara)
Mónica que no pareció haber escuchado las indicaciones me seguía a la cabina que escogí.
Dentro de la cabina el espacio era bastante reducido, prácticamente rectangular y con un sillón de madera y poli piel marrón frente a un televisor que emitía porno. En concreto una escultural mujer rubia le estaba chupando la polla a un negro mientras un tío gordo (aparentemente su marido) se la follaba a cuatro patas.
En un lateral de la tele había un pequeño habitáculo con toallitas húmedas y el mando con los canales (supongo).
También había un tubito de vaselina.
La pared interior de la cabina, la que estaba frente a la puerta de entrada a la misma tenía dos orificios redondos pequeños separados. En ese momento pensé que quizás deberíamos cambiar de cabina puesto que no era esa la que mi esposa deseaba y yo tenía muy claro para que era aquello. Me fijé en Mónica, mi esposa, y al darme cuenta de que ella no había reparado en ese detalle decidí quitarme la chaqueta y dejarla intentando taparlos lo máximo posible.
Ella, ajena a eso, se quitó el chaquetón y lo dejó a un lado junto a la mía.
Y entre las dos apenas tapamos uno de los agujeros.
Después, mi esposa, curiosa por no haber estado nunca en un lugar así se sentó en aquella butaca y recostando su espalda me dijo:
– Es cómoda (mientras acariciaba los reposabrazos de polipiel)
Abrió relajadamente sus piernas y sabiendas que no podía ser observada y me miró.
Yo sin más preámbulos me agaché sobre ella y la besé en los labios.
Al incorporarme de nuevo me di cuenta que la cabeza de mi esposa estaba a la altura de la botonera de mi pantalón, algo que también ella apreció.
Mónica, mirándome comenzó a desabrochar lentamente los botones de mi pantalón.
Acariciaba mientras mis huevos y mi polla que ante esa situación estaba a punto de reventar.
Ya solo que mi esposa estuviese decidida a iniciar una relación en un lugar como aquel superaba mis expectativas.
Cuando me desabrochó el último botón de mi pantalón me lo bajó hasta las rodillas, bajó después mi short y cogiendo suavemente mi polla empezó a pajearme.
Durante un minuto mi esposa me estaba masturbando en esa cabina sin pensar en nada. Yo que deseaba tocarla le pedí que me dejase sentar a mí.
Mónica se levantó y aprovechó para sacarse los botines y de paso las medias colocándolas sobre las chaquetas.
Me senté en aquel sillón y mi esposa se puso a cuatro patas frente a mi polla.
Yo me quité los pantalones y el short y entre excitado y nervioso miré la puerta de la cabina comprobando que habíamos echado el cerrojo y no tendríamos visitas inesperadas. Eso hizo que me relajase del todo.
Mi esposa, Mónica a cuatro patas frente a mi comenzó a chuparme la polla lentamente.
Jugaba con su lengua en mi glande como a veces solía hacer en casa pero hoy era muy diferente.
De vez en cuando repasaba el tronco de mi rabo con su lengua para volver a introducir aquel trozo de carne dentro.
Yo como podía acariciaba sus pechos.
Pero me resultaba difícil así que ella decidió levantar su vestido hasta la cintura y se sentó sobre mí comenzando a besarme.
Yo, agarraba su culo con las dos manos, acariciándolo y apretándolo con fuerza. Sabía que eso la ponía cachonda. Aunque aún no la había penetrado ella estaba muy excitada y había empezado a gemir puesto que movía su cadera sobre la mía y eso le estaba provocando un placer increíble.
Metía mis manos después por dentro de su vestido sacando sus pechos del interior de sus sujetadores para masajearlos, acariciarlos y besarlos.
Ella excitada… gemía.
– Aaauuugh… uuuugs… sigueee… (me decía)
Sus gemidos eran evidentes y apreciables desde fuera de la cabina.
Estoy seguro que el tío del mostrador los estaba escuchando. Pude notar sorprendido que una de las dos chaquetas se movió un poco como si alguien intentase apartarla. Era sin duda uno de los dos agujeros de la pared el que estaba más pegado a la pantalla de televisión a la espalda de mi esposa.
Llevábamos unos 3 o 4 minutos y mi esposa seguía besándome mientras continuaba moviendo su cadera bastante excitada. Sin más preámbulos decidí meterle mi polla caliente a mi esposa que en cuanto la notó dentro empezó a cabalgarme.
– oooh… (Gemía mientras metía me acariciaba por debajo de mi polo)
De repente me quedé atónito.
A espalda de mi esposa, en el orificio que antes había notado movimiento asomó la polla de un desconocido. No se veía más que eso, una polla blanca y depilada que asomaba lo justo para que saliesen también a la vista sus huevos.
Aquel miembro se encontraba en un estado de semi-erección y no me cabía la menor duda del motivo por el que estaba allí.
Así que me decidí.
Incorporándome de pie pero sin dejar, en la manera de lo posible, de acariciar a mi esposa Mónica hice que se levantara.
Una vez estábamos los dos frente a frente de pie comencé a besar el cuello de mí esposa muy suavemente.
Ella inclinó el cuello facilitándome que la besara y cerró los ojos disfrutando de mis besos.
Yo continué haciendo, a medida que la besaba poco a poco acompañaba con mis manos la cintura de mi esposa obligándola sutilmente a que se diese la vuelta y dándose de espaldas a mí.
Mi esposa se colocó en una posición inclinada para facilitarme que yo le introdujese la polla, algo que yo hice prácticamente en el acto.
Ella se apoyó con sus brazos en la pared y comenzó de nuevo a gemir con cada una de mis embestidas.
En su posición aún no podía ver la polla que asomaba por el glory hole.
– Oooooh!!… ooooh!
Mis huevos golpeaban sin piedad clítoris cada vez y ella gemía más y más fuerte.
– OOOOH
Estaba seguro de que la estaban escuchando en todo el local.
Entonces me decidí.
Sutilmente y sin dejar de penetrar a mi esposa acerqué mi mano sobre la suya. Ella me la cogió y su mano derecha se alzó con la mía. Juntos y sin que ella fuese consciente de ello buscamos un roce con aquella polla extraña.
Mónica al notar aquel cuerpo extraño apartó la mano rápidamente. Pero yo que seguía bombeando su coño intensifiqué mis movimientos y volví a acompañar su mano de nuevo hasta que esta vez sí. Mi esposa recibiendo mi polla y gimiendo más fuerte aún agarró la polla que aparecía por la pared.
En un principio pareció parada, solo la agarraba y gemía.
Pero al instante empezó a masajearla. Algo que se escuchó mediante un gemido masculino en el otro lado de la pared.
Ese hombre al notar el tacto de mi esposa en su polla aún se acercó más puesto que aquel miembro sobresalió un poco más aún de la pared.
Yo estaba excitadísimo. Cuantas y cuantas pajas me habría echo viendo escenas parecidas. Esposas o mujeres que acaban en estos lugares y realizando este tipo de cosas.
Y allí estaba mi esposa…moviendo la cintura para que me la follase fuertemente mientras con la mano estaba realizándole una paja a un tipo al que solo le asomaba la polla.
Yo en ese momento había decidido que iba a bajar la cremallera completamente del vestido de mi esposa dejándoselo por la cintura también por la parte de arriba y quedando las tetas totalmente liberadas, colgando y moviéndose al ritmo de mis arremetidas.
Mi esposa gemía. El tipo aquel estaba disfrutando porque se movía… y gemía. Los dos gemían a la vez.
Me acerqué a mi esposa y le dije:
– Chúpasela!!
Me miró y acercó su boca a la polla del desconocido.
Al mismo ritmo de mis embestidas le fue entrando y saliendo aquel miembro en la boca a mi esposa.
Al ritmo de mis embestidas ella se la chupaba ya sin ningún tipo de pudor.
Acariciaba sus huevos, masturbaba y le hacía una mamada mientras inclinada recibía mi polla.
De repente se escuchó.
– Que se gire, quiero follarmela!! (ella me miró y negó con la cabeza)
– OOOH… ME VOY A CORRERRR!!
Así que decidimos que el desconocido se correría así.
Mientras seguía follándome a mi esposa ella se inclinó todavía más haciendo que sus pechos quedasen justo debajo de aquella polla.
Continuaba masturbándole, pero ya no se la chupaba.
Creo que quería que se corriese pronto. El tío cada vez gemía más fuerte y entonces pasó.
Yo, aminoré la penetración a mi esposa para disfrutar de aquella escena. Mi esposa también había ralentizado su masturbación y con los ojos cerrados, estaba permitiendo que un extraño se le corriese en sus pechos.
El soltó muchísima leche sobre las tetas de Mónica. Tanta que ella tuvo que incorporarse un poco para no manchar su vestido.
Con esa visión me corrí yo, y Mónica lo disfrutó contoneando su cadera con mi polla aún en su interior y disfrutando del calor de mi leche.
Después aquel tipo retiró la polla del orificio y mi esposa rápidamente hizo uso de las toallitas húmedas.
Estuvimos un rato más aún allí haciendo el amor pero fue algo más rutinario otra vez… y después nos marchamos.
By © eroslifewomen
hola mundo. ¿Cómo están?