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Mariel, mi madrastra puta

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1

Cuando papá me presentó a Mariel no me gustó ni un poquito. Era mucho más joven que él, de veintitantos años. Podía ser mi hermana más que mi madrastra. Además, era tan linda que estaba seguro de que le traería problemas al pobre viejo.

Desde que mamá murió, papá se sumió en una depresión de la que tardó en salir más de tres años. Yo tuve que hacerme cargo de los gastos de la casa, ya que él no tenía ánimos ni para salir a la calle.

Pero con la ayuda de un psiquiatra y un psicólogo, de a poco, fue encontrando de nuevo el sentido a la vida. Yo me alegré muchísimo cuando me dijo que volvía al trabajo. Siempre temí encontrarlo un día colgado de una soga. Pero esos tiempos quedaron atrás, y si bien en su actitud persistían unas formas melancólicas, no se comparaban con la depresión que sufrió antes.

Pero entonces apareció Mariel, y todo cambió.

Al principio era todo color de rosas. Parecían dos adolescentes enamorados (aunque de hecho ella no estaba lejos de serlo). Papá comenzó a vestirse como un pibe, salía con ella todos los fines de semana a cenar afuera, le compraba toda la ropa que le pedía, y más. Básicamente le cumplía todos sus caprichos.

Pero a mí no me terminaba de cerrar mi nueva madrastra. No tenía ninguna virtud: no era inteligente (aunque tampoco tonta), no era solidaria (maltrataba a las personas que pedían limosnas en la calle), y no tenía otro interés que el de verse bonita. Y eso era probablemente lo único que tenia de bueno. Era linda. Y sexy. Era una morocha de pelo negro azabache, con una cara ovalada muy peculiar y atractiva. Yo mismo la miraba con ganas, antes de que se juntara con mi viejo, cuando la veía por el barrio, y más de una vez le dije algún piropo que ella fingía no escuchar.

Entendía a mi viejo. Para un tipo de cincuenta años que hace años no cogía, una mina como esa resultaba irresistible. Pero lo que no entendía era qué veía ella en el viejo. El pobre era petiso y feo, además de ser ya muy grande. No me quedó otra que pensar que Mariel estaba con él por interés. Y no es que mi viejo sea un tipo con plata, ni mucho menos. Pero para las zorras como Mariel, un hombre con casa y auto propios, y un trabajo estable, era todo un sueño.

Durante bastante tiempo fingí cordialidad hacia ella. Al fin y al cabo, el viejo era feliz.

Ella venía casi todos los días, y a los pocos meses de salir con papá, fue trayendo cada vez más cosas suyas a nuestra casa, y sin darme cuenta ya estaba viviendo bajo el mismo techo que mi nueva madrastra.

Mariel trataba de caerme simpática. Pero yo le hablaba lo justo y necesario. Solía cebarme mate a la mañana, y a veces hacía la cena. Tengo que reconocer que me trataba bien, siempre me preguntaba cómo iban mis cosas, y se preocupaba si le contaba que tuve algún percance. De todas maneras, yo mantuve mi conducta hosca, cosa que ella atribuía a mi personalidad. Es decir, Mariel creía que era así de seco y callado con todo el mundo, cosa que de hecho era cierto. Pero la diferencia era que ella me caía mal. A mis veintitrés años aprendí a identificar a una zorra a diez kilómetros de distancia, y ella era una zorra calientapijas, de las mejores.

2

Le gustaba coger. Le encantaba. No dejaba a papá descansar dos días seguidos. La perra se aseguraba de hacerme escuchar sus orgasmos. Yo no podía creer su descaro.

Solía salir de casa, mientras papá estaba trabajando, y volver varias horas después. Se ponía muy linda, con un vestido corto, o un pantalón blanco bien ajustado que la hacían ver como una puta. Yo no le decía nada. Si a papá no le molestaba que su mujer salga así a la calle, yo tendría que guardarme mis opiniones. Cuando volvía, me contaba, sin que yo se lo preguntase, que había ido a visitar a su madre, o a alguna amiga. Yo le creía muy poco todas las cosas que me contaba, porque más de una vez, mientras hablaba, miraba hacia arriba y a la izquierda, señal inequívoca de que se estaba inventando una mentira. Eso lo aprendí en un programa de televisión.

Cuando se dio cuenta de que yo era un hueso duro de roer, y de que sus salidas “a la casa de su madre” no me convencían en absoluto, intensificó sus intentos por caerme bien.

Me mandaba mensajes antes de llegar a casa preguntando si hacía falta algo para la heladera. Me preguntaba todos los días si había dormido bien. Me decía que quería presentarme a una amiga de ella, que andaba buscando un chico lindo y serio como yo. Pero yo le daba la cabida justa y necesaria, y no quería saber nada con las zorras de sus amigas.

Después noté que había cierta rutina en sus salidas. Lo miércoles en particular, salía de casa a las dos de la tarde, y volvía a las seis, con una puntualidad exagerada. Seguramente la muy puta se veía con un tipo que sólo contaba con esas horas libre. Algún oficinista quizá.

De alguna manera Mariel percibía mi encono hacía ella. Así que para no tener problemas conmigo, y viendo que sus actitudes condescendientes no le servían de nada, optó por una estrategia más arriesgada: empezó a seducirme.

Una vuelta, a la madrugada, yo estaba viendo House of Cards en Netflix. Me había quedado hasta tarde porque la serie me gustaba mucho (aunque la última temporada me pareció una porquería) entonces aparece Mariel: la zorra vestía solo el corpiño y una tanga blanca.

— Perdón, no sabía que estabas acá. — dijo, con una risa descarada. — vine a tomar agua. Tu papá me dejó exhausta.

Yo actué como si me hubiese dicho cualquier otra cosa. La zorra fue hasta la cocina, meneando las caderas, y moviendo el culo para que yo se lo mirase. Era una puta calientapijas, y me caía mal, pero estaba muy buena. Si su pareja no fuese mi viejo, la seguiría hasta la cocina y le ensartaría la verga en el culo por la fuerza, para que aprenda a no andar insinuándose por la vida. Noté que en la espalda tenía un tatuaje que era como una firma, aunque no entendí qué decía, pero le quedaba muy sexy. La zorra de mi madrastra volvió de la cocina, ahí me di cuenta que tenía gotitas de transpiración encima de las tetas.

— Me voy a dar una ducha y luego a dormir. — dijo, como si alguien se lo hubiese preguntado. Y se fue al baño mostrándome el culo.

De pura curiosidad, y para saber qué tan calientapijas era, me acerqué al baño, y vi a través de la cerradura: Le yegua se duchaba, y no había corrido la cortina para taparse. De hecho, sí la había corrido, pero para asegurarse de quedar a merced de cualquiera que quisiese verla.

Tenía el cuerpo atlético. Los músculos de los brazos y piernas se le marcaban, pero no tanto como para dejar de ser femenina. Estaba completamente depilada, y se pasaba el jabón por todo el cuerpo. Su piel bronceada resultaba muy llamativa cuando estaba mojada. Tenía un cuerpo imponente. Mi pija ya estaba hinchada desde que la vi en tanga, pero ahora se había endurecido por completo. Volví al living y seguí mirando la serie. Mi miembro tardó bastante en ponerse flácido.

Solía hacer ejercicios delante del televisor. Se ponía calzas ajustadísimas. Cuando yo volvía de la facultad solía encontrármela toda transpirada, tirada en el piso, haciendo ejercicios para endurecer los glúteos. Yo la saludaba, le echaba una fugaz mirada y seguía con lo mío.

En otra ocasión, cuando se estaba poniendo un vestido para salir con mi papá, que todavía no volvía del trabajo, me pidió que la ayude a levantar el cierre del vestido.

Me puse a su espalda. Ella tenía el pelo recogido y por primera vez vi un tatuaje en su nuca, el cual consistía en una flor perfectamente simétrica, dibujada prolijamente justo en el medio de la nuca.

— Lindo tatuaje. — le dije.

— Gracias. Me dijo. Mientras yo agarraba el cierre. Antes de cerrarle el vestido, tironeé levemente del cierre, y mirando hacia abajo, noté que llevaba una diminuta tanga blanca. — ¿te parece sexy? — me preguntó.

Al principio me desconcertó. ¿Se refería a si su tanga era sexy? Por supuesto que lo era. Pero ¿Me había visto observarla y la muy puta me preguntaba eso?

— ¿Qué? — Pregunté.

— El tatuaje… ¿te parece sexy? — aclaró ella, riendo.

— Ah, sí. A papá seguro que le gusta. — dije yo, remarcando la palabra papá, para que la puta recuerde de quién es pareja, y no ande preguntando cosas desubicadas a otros.

El viejo llegó al rato y se fueron a cenar afuera. Cuando volvieron, a la madrugada, escuché cómo se movía la cama de ellos. El viejo la estaba pasando bien, y seguramente le había gustado verla en tanga tanto como a mí.

3

No entendía esa actitud de Mariel de andarse mostrando con poca ropa por toda la casa. Y menos entendía a mi papá que no parecía importarle.

Cuando llegó el calor la cosa fue peor, porque aprovechaba para andar en minishorts, y polleritas bien cortas.

Un día yo estaba haciendo un trabajo práctico en la computadora, cuando ella me interrumpió.

— ¿Te puedo hacer una pregunta Gaby?

— Sí, decime. — le dije, sin apartar los ojos del monitor.

— ¿Yo te caigo bien?

Ahora sí giré a mirarla. Tenía uno de esos shorts diminutos que dejaban las piernas completamente desnudas, y una blusa escotada. Estaba levemente inclinada. Me miraba seria, y preocupada, pero al mismo tiempo me exponía sus tetas, y hasta podía ver el corpiño. ¿Cómo me iba a caer bien una puta buscona como ella?

— Sí. — Mentí. — ¿Por qué?

— Porque sos muy osco conmigo. Quizá hice algo que te ofendió…

— Para nada. Soy así con todos. — aclaré. — quedate tranquila.

— Ah bueno, menos mal. — me dijo, irguiéndose. — ¿Y qué pensás de mi relación con tu papá? Me imagino que te habrás asombrado de que tenga una novia tan joven.

Se cruzó de brazos, y flexionó una pierna, sacando culo.

— A mí no me sorprende casi nada. — dije, una vez que terminé de mirarle las piernas y las tetas. — Si él es feliz, yo me alegro por ustedes. Eso sí. — agregué. — vos sabés muy bien lo que sufrió por mi madre. No creo que aguante un desengaño.

— Quedate tranquilo que yo lo amo con todo mi corazón. — Dijo la imbécil. Y se quedó un buen rato explicándome lo importante que era para ella la fidelidad, y el compañerismo, y que mi viejo era la mejor persona que conoció, y que sabía que yo también era una buena persona, y que no quería otra cosa que agradarme.

Estuvo como media hora hablando y hablando, hasta que por fin me dejó con mis cosas.

4

Ese discurso paranoico sólo sirvió para que yo sospeche aún más de ella.

Seguía desapareciendo durante la semana, y cuando volvía, iba inmediatamente a bañarse. Yo aprovechaba para espiarla, al fin y al cabo, tener a una zorra como ella en casa habría de servir para algo.

Mientras miraba como se pasaba el jabón por los muslos, y cómo se frotaba el sexo, yo pensaba que la puta acababa de verse con algún amante, y trataba de borrar cualquier prueba que haya quedado en su cuerpo.

Revisé su celular. Pero no había nada incriminatorio. Seguramente borraba todos los mensajes.

— Carlooos — gritó. Me sobresaltó pensar que me había descubierto revisando su celular, pero el grito venía del baño. Me acerqué a él.

— ¿Qué? — Le pregunté.

— Me pasas una toalla por favor, que me olvidé de traer una.

Le llevé una toalla. La puerta se abrió levemente y Mariel sacó su rostro empapado con una sonrisa provocadora.

— Gracias mi amor. — me dijo. Estiró la mano para agarrarla, y cuando lo hizo, pude ver parte de su seno.

— De nada. — dije, y pensé: “puta”

5

No me cabían dudas de que engañaba al viejo. Ese culo no podía ser para un solo hombre. Pero no encontraba pruebas. No sólo revisaba su celular. Cuando dejaba la computadora encendida, su sesión estaba abierta. Entonces revisaba todas sus redes sociales y sus mails. Pero nada. Seguramente borraba todo mensaje incriminatorio apenas le llegaban.

Pasó casi un año de que salía con el viejo. Era difícil evitar una relación con ella, porque la veía todos los días, así que de a poco le fui dando un poco de confianza, sólo para tenerla controlada de cerca. Estaba todo el tiempo a la expectativa de encontrarla en una situación comprometedora, pero la perra era muy escurridiza.

Un día la vi yendo para casa, cuando yo, desde la otra vereda también me dirigía hacía ahí. Un vecino, que estaba parado detrás del muro de su casa, le dijo algo, y ella sonrió.

Otro día la escuché hablando en la cocina por celular, en susurros, y cuando me acerqué para servirme una tasa de agua, dijo algo ininteligible y colgó.

A veces yo volvía a casa en horarios irregulares, sólo para ver si la encontraba en algo raro. Pero no había caso. No tenía nada contra ella, pero aun así seguía convencido de que no era la mujer ideal para el viejo.

Cuando llegó fin de año se fueron con el viejo a la fiesta anual de la empresa para la que él trabajaba. Mariel llevaba un vestido negro, muy ceñido y corto, con un pronunciado escote que mostraba parte de sus tetas. A mí me parecía que le quedaba mucho mejor los colores claros, ya que resaltaban su piel bronceada, pero aun así se veía muy hermosa. Y muy puta.

Cuando volvieron a la madrugada, yo todavía estaba paveando con una serie. Él iba con su brazo sobre el hombro de Mariel, y arrastraba lentamente sus piernas. Creí que estaba borracho, pero vi que ella tenía una expresión de preocupación. Entonces observé mejor al viejo, y noté que su cara estaba hinchada.

— ¿¡Qué pasó?! — Pregunté, preocupado.

— Tuvimos un problema, pero está todo bien. — balbuceó el viejo. — solo necesito un poco de hielo y descansar. — agregó.

— Pero cómo que está todo bien. — dije, indignado. — ¡mirá como estás!

— No le grites. — intervino Mariel. — dejame que me ocupe de él, y después te explico.

Después de media hora, Mariel volvió al living.

— ¿Está bien? — pregunté. — ¿No es mejor que lo llevemos a un hospital?

— Está bien, no te preocupes. Sólo tenía unos golpes en la cara. Ya está durmiendo como un tronco.

— Pero contame qué pasó, por favor.

— Tuvo una pelea con un tipo en la calle. Nos bajamos del taxi unas cuadras antes, para caminar un poco, y ahí nos cruzamos a ese tarado.

— ¿Y por qué fue la pelea? — pregunté. Aunque ya me imaginaba la respuesta.

Mariel miró al piso, parecía algo avergonzada, y culpable.

— Es que el tipo me dijo una guarangada, y tu papá se puso loco.

— Me imaginaba. También… si vas así vestida…

— ¿Qué tiene que ver la manera en que voy vestida? — preguntó ella, indignada.

— Vos sabés a qué me refiero. — dije.

— No, no lo sé.

La vi de arriba abajo. Estaba sentada al lado mío. Las piernas cruzadas. Si le levantara unos centímetros el vestido, podría ver la tanga que llevaba puesta.

— El problema es que andás provocando a todo el mundo. — le largué. Estaba furioso. El pobre viejo había recibido una paliza por culpa de esa zorra.

— Me duele lo que decís. No pensé que fueses tan machista. — dijo ella.

— No te hagas la inocente. — retruqué. — no me vengas con esa mierda del feminismo. Si salís vestida así, sabés muy bien que vas a calentar a todo el mundo.

— ¿Ah sí? ¿A vos también? — preguntó la zorra, desafiándome. Descruzó las piernas, y luego las volvió a cruzar.

Yo hice de cuenta que no la escuché.

— Además no me gusta que lo cagues al viejo. Y si no le digo nada es para que no romperle el corazón.

— ¿Qué yo cago a tu viejo? — dijo, fingiendo indignación. — yo lo amo a tu papá. — de repente se puso a llorar. — Ya no sé qué hacer para caerte bien. Siempre me estás mirando con desprecio. No me hablás. Me vigilás todo el tiempo. ¿Qué hice yo para que me odies?

— Lo que pasa es que no me gustan las putas.

— ¡¿puta?! — dijo, estupefacta. — ¿acaso vos sabés si me acuesto con alguien más que no sea tu papá? ¡Estás totalmente equivocado!

— Yo conozco a las putas cuando las veo. — dije. Y casi sin darme cuenta apoyé una mano sobre su rodilla, y la deslicé hasta llegar al muslo.

— ¿Qué hacés? — me dijo, haciéndose un poco para atrás. — ¿Estás loco?

Quizá fue la locura lo que se apoderó de mí. Pero también lo hice para comprobar que era una puta traidora. Si no había conseguido evidencias que la delaten, yo mismo sería la prueba de su infidelidad. Así que metí mano más adentro. Ella cerró las piernas, pero yo las separé con mi mano libre y alcancé a acariciar su vulva.

— ¡No, Carlos, basta! — dijo ella, susurrando. — Tu papá está arriba. — agregó. Cosa que me provocó aún más.

— ¿y si no estuviese arriba, qué? ¿Entonces si lo harías? — pregunté, malicioso. La agarré de las piernas y la arrastré hasta que su cuerpo quedó a lo largo del sofá.

— ¡No Carlos, basta! ¡No quiero! —dijo, pero continuaba susurrando, no quería que escuche el viejo, y por ende supuse que en realidad sí quería hacerlo.

Levanté su vestido, y de un tirón le arranqué la tanga. Ella me empujaba, pero era muy débil, y con una sola mano pude dominar sus brazos. Cerró las piernas. Yo me bajé los pantalones y luego, con la mano libre intenté separarlas. Eso fue más difícil. Forcejeamos un rato hasta que pude hacerme lugar.

— ¡Basta, voy a gritar! — dijo, cuando yo apuntaba mi cañón a su sexo.

— A ver gritá. — la desafié. Mi pija estaba a unos centímetros. — ¡Gritá, zorra! — hice un movimiento pélvico, y la penetré.

— ¡Ay, no. No quiero! — decía Mariel, apretando los dientes.

Pero yo hice otro movimiento y se la ensarté más adentro. Cuando me descuidé intentó de nuevo empujarme, y me arañó el pecho. Pero eso no era suficiente para que yo desista.

La agarré de las tetas con violencia, y sentí cómo se desgarraba la tela del vestido. Se las chupaba mientras la penetraba, y por momentos le mordía el pezón. Era una puta muy sabrosa.

Por fin desistió de su intento de repelerme. Al fin reconocía que quería que la coja, la muy puta. Así que me hice un festín con su cuerpo. Mariel fingía no disfrutar, cerró los ojos y me dejó hacer. Pero cuando le lamí el clítoris, su cuerpo reaccionó.

— Así que esto te gusta ¿eh, puta? — le dije, y me dediqué a devorarle la concha. — Yo sabía que eras una puta regalada. — agregué. Luego, como veía que, si la quería hacer acabar con el oral, iba a tardar una eternidad, la penetré de nuevo.

El sofá se arrastraba y hacía ruido a cada movimiento nuestro. Pero yo conocía al viejo, una vez que cerraba los ojos, no había quien lo despierte.

La zorra de Mariel no era la gran cosa en el sexo. Sólo se limitaba a abrir las piernas. Pero al menos ahora no se resistía. Además, lo buena que estaba compensaba su frigidez.

— Voy a acabar en tus tetas, puta. — le dije. Mientras me pajeaba, ella se tapaba la cara para que no le salpique semen. Pero yo apunté a las gomas, y se las llené de leche, y también le ensucié el vestido.

Una vez que acabé, se puso a llorar. No había cosa que me molestara más que una puta arrepentida.

— Andá a bañarte y lavá bien ese vestido, que no quiero que mi pobre viejo se entere que sos una puta. Al menos no por ahora. — le dije, y la dejé llorando.

6

Al otro día no la vi por casa, ni cuando me levanté, ni cuando volví de la facultad. Me ilusioné pensando que por fin me había deshecho de ella. Pero ¿cómo había sucedido la ruptura? ¿Ella le confesaría que era una puta? ¿Le contaría a papá que por la noche me provocó y que tuvimos sexo? Si hizo eso, mi viejo estaría destruido. A mí tendría que perdonarme, porque él sabe bien cómo somos los hombres, no le podemos decir que no a una concha caliente. Pero aun así lo atacaría la depresión de nuevo y quien sabe qué haría.

Pero a la noche volvieron juntos. Él estaba de lo más contento de que la zorra lo haya visitado a su trabajo. Seguramente fue la envidia de todos sus compañeros. Pero Mariel, aunque fingía normalidad, estaba perturbada.

Pero lo importante es que la zorra no abrió la boca.

Cuando cenamos, me miraba todo el tiempo, como a la expectativa de lo que yo iba a hacer.

— Te queremos contar algo. — dijo el viejo, todo sonriente. — estamos pensando en casarnos.

Yo no sabía si reírme o llorar ¿casarse con esa puta? El mundo se había vuelto loco.

— ¿En serio? Los felicito. — dije, inventando mi mejor sonrisa.

Festejamos destapando una botella de champagne. Mariel me rehuía la mirada todo el tiempo.

Cuando el viejo se fue a atender un llamado de trabajo, me acerqué a ella. La zorra retrocedió, hasta quedar atrapada entre la pared y mi cuerpo.

— Vos no te vas a casar con mi papá. — le dije.

— Yo lo amo a él, y vos ayer abusaste de mí.

— Abusé de vos…— dije, con ironía. Le agarré una de sus tetas, y la estrujé. — ¿Y ahora estoy abusando de vos? — le pregunté.

— Basta. — dijo, agachando la mirada.

Yo disfruté de sus tetas un buen rato, hasta que escuché los pasos del viejo que volvía a la cocina.

— ¿Qué pasa mi amor? — le preguntó a Mariel, ya que la imbécil estaba llorando.

— Está emocionada por el casamiento. — intervine yo. Y ella asintió con la cabeza.

7

Siguió esquivándome, pero era imposible que no nos veamos en algún momento del día. Yo aprovechaba cualquier momento en donde papá estuviese mirando a otra parte para pellizcarle el culo, o sobarle las tetas. Ella fingía estar molesta, pero eso no me importaba. Lo que yo quería era tenerla a solas una vez más. En esta ocasión la grabaría, y usaría eso para obligarla a cortar con el viejo. Eso sí, le ordenaría que lo haga paulatinamente, y que le encuentre a alguna otra zorra con quien entretenerse.

Pero era difícil encontrarla sola. Como yo solía desvelarme, cuando me levantaba ella ya no estaba en casa. Y cuando me levantaba temprano, Mariel se iba casi corriendo. En una ocasión, me la crucé en el comedor justo cuando se iba. Pasó a mi lado, sin siquiera saludarme, así que la agarré de la muñeca.

— ¿no saludás? — le recriminé.

— Chau. — dijo ella, y trató de zafarse, sin éxito.

Me levanté de la silla. La llevé a los tirones contra la pared, y poniéndola de espaldas, empecé a explorarla por todas partes. Ella se dio la vuelta, y me dio un cachetazo para luego salir corriendo.

En otra ocasión la intercepté cuando salía de bañarse. Tenía todo el cuerpo húmedo y olía muy bien.

— Basta Carlos, esto tiene que terminar. — llevaba una toalla enorme que envolvía su cuerpo. Su cabello mojado estaba suelto — No quiero, por favor. — me dijo.

La agarré la cintura y la puse contra la pared.

— Basta, me das miedo. — me dijo la muy mentirosa. Metí mano por debajo de la toalla. La piel era tersa, y gracias a la humedad mis dedos se resbalaban en ella con suma facilidad. — No quiero hacerle esto a tu papá. — Dijo, gimoteando. Puso sus manos en mis hombros y empujó, pero no podía hacer nada. Yo ya estaba deleitándome con sus nalgas a dos manos. Le olí el cuello. Se sentía fresco y dulce. — Por favor Carlos, no me hagas esto. — suplicó, pero mientras más rogaba más al palo me ponía. Los glúteos eran firmes y suaves, resultaba muy difícil dejar de manosearlos, pero subí una mano para dedicarme a sus tetas.

— Yo sé que sos una puta. — Le dije, estrujándole una goma. — reconozco a una puta a mil kilómetros de distancia. — tomé la toalla, y la obligué a sacársela.

Estaba completamente en pelotas. Toda su piel estaba bronceada, y su pelvis totalmente depilada, como ya lo había confirmado antes. Ella se tapó las tetas con los brazos, y se encogió. Miraba al piso, y caían algunas lágrimas de sus ojos. Lágrimas de cocodrilo pensé yo.

Me humedecí la mano con mi saliva, y la metí entre sus piernas. Ella intentaba cerrarlas, pero yo las abría con la otra mano. Le metí un dedo entero de un solo movimiento.

— ¡Ay, me estás lastimando! — Se quejó Mariel. — basta, no quiero. Le voy a contar a tu papá.

— No creo que te animes. — le dije. La agarré de la cintura. La levanté y la cargué al hombro. La llevé hasta mi cuarto. La tiré a la cama. Me desvestí en tres segundos. Cuando terminé de hacerlo, ella intentaba salir por la puerta. La agarré de nuevo y la tiré otra vez a la cama. Durante un rato forcejeamos, cual luchadores de judo. Hasta que una vez más, logré abrir sus piernas y metí mi verga en su sexo.

— Te odio. — me dijo Mariel. Mientras yo ponía sus piernas en mis hombros y se la metía con toda la furia que tenía, hasta que mis bolas peludas chocaban con sus labios vaginales. — Te odio. — repitió, llorando. Yo le tapé la boca para que dejara de decir tonterías. Le di mordiscones por todas partes y la cabalgué un buen rato hasta retiré mi verga y eyaculé en su cara de zorra. Ni loco acabaría adentro suyo.

8

Esa misma noche, después de cenar, Mariel y papá subieron a su cuarto, y me dejaron en el living mientras me preparaba para un parcial. Pero a eso de las doce de la medianoche mi viejo bajó.

— Quiero decirte algo Carlos. — dijo, con el semblante serio.

— Si, viejo, decime. — le contesté yo, haciéndome el otro. Sospechaba que ya se había enterado de lo que hicimos con Mariel por la tarde. Y bueno ¿Qué iba a hacer? Me comería las recriminaciones de mi viejo. Le diría que ella me provocó. Se pondría triste, y no me hablaría por un tiempo. Pero luego de meses o semanas me perdonaría. Al fin y al cabo, él también era un hombre, y sabía que nosotros pensábamos con la cabeza de abajo. El problema era que caería en un pozo depresivo por culpa de creerse enamorado de esa zorra. Pero, en fin, si pudo sobreponerse a la muerte de mamá, tarde o temprano saldría también de esta.

— Sabés que con Mariel nos vamos a casar. — dijo el viejo. No esperaba oír eso. ¿Me habré equivocado con mis suposiciones? — Y bueno, en algún momento pensamos tener hijos. — agregó. Yo pensé que si el viejo tuviera otro hijo parecería más bien su nieto, pero me abstuve de hacer comentarios. — y bueno…— siguió diciendo papá. Se lo veía muy dubitativo. — la casa va a quedar chica para todos, viste…

— ah ¿sí? — dije. Al fin empezaba a entender a dónde quería ir a parar el viejo. La zorra de Mariel le habría llenado la cabeza.

— Así que pensamos…— dijo, casi balbuceando.

— ¿Pensaron? — Pregunté, indignado.

— Bueno, en realidad lo pensé yo. — dijo el viejo, mintiéndome descaradamente. — Pensé que como ya tenés veintitrés años, bien podrías ir buscándote otro lugar para vivir.

Me quedé en silencio, contemplándolo con indignación. Pero no podía estar enojado con él. El viejo era un buen tipo, sólo que era muy manipulable.

— Desde ya que no te estoy echando. — aclaró, al notar mi expresión sombría. — Te podés tomar el tiempo que quieras. Y cuando necesites un garante para el alquiler, obvio que contás conmigo. Y si la en algún momento no alcanzás a llegar con la plata, siempre te puedo dar una mano.

Tragué saliva. Pensé muy bien en qué iba a decir. No quería causarle un disgusto al viejo.

Llegué a la conclusión que lo mejor era darle la razón. Total, qué más daba. Cuando por fin me librase de esa zorra, todas estas ideas raras quedarían en el olvido.

— Tenés razón viejo. — Dije — Yo ya estoy grande, y vos vas a necesitar tu lugar y yo el mío. Pero Haceme un favor. — agregué. — dejame terminar primero el cuatrimestre. Necesito concentrarme en el estudio, y las mudanzas toman su tiempo viste.

— Por su puesto Carlitos. — Me dijo. Hace mucho que no me llamaba así. — Por supuesto. — Repitió, y me dio una palmada en el hombro, la cual era la máxima expresión física de afecto que nos permitíamos entre nosotros. Sonrió orgulloso, y se fue a la habitación de la puta de Mariel.

9

Me quedé despierto estudiando para el parcial, pero la verdad que no me podía concentrar. Tenía que evitar que mi viejo se case con esa zorra. ¿Cómo iba a formar una familia con una mujer que lo traicionaba con su propio hijo? La idea era absurda.

Cuando se hicieron las cuatro de la madrugada, fui a dormir unas horas, pero me fue imposible conciliar el sueño. Estuve un rato cavilando qué haría, hasta que me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de papá.

Probablemente no hubiese hecho eso si no estuviese trasnochado, y con la cabeza tan alienada. Pero lo hice.

Abrí la puerta apenas, y cuando oí los ronquidos del viejo, entré.

Estaba totalmente oscuro. Caminé, sigiloso, esperando no chocar con nada. Fui tanteando la cama, y avancé hasta el lado donde dormía Mariel. Sentí su cuerpo a través de las sábanas. La sacudí un poco, hasta que se despertó, sobresaltada.

— ¿Qué pasa? — preguntó.

Yo le tapé la boca, acerqué mis labios a su oreja y le susurré:

— Vos te venís conmigo, zorra.

Se aferró al colchón. Yo la arrastré con fuerza. Cuando las sábanas se estiraron por el forcejeo, el viejo se removió sobre sí mismo, y balbuceó algo ininteligible.

— Vos venís conmigo. — repetí.

La llevé a los tirones abajo. Estaba temblando. Sólo vestía su ropa interior. Un conjunto blanco.

— Así que querés que me vaya. — le dije. Haciéndola arrodillarse en el piso duro.

— Sí, ya estoy cansada de esto, y si no le digo nada a tu papá es porque no quiero lastimarlo, y no quiero separarme de él por tu culpa. — dijo, con la cabeza erguida. — Tenés que parar con esta locura. No te comportás como un chico normal. — trató de levantarse, pero de un empujón la volví a poner de rodillas. — ¿ya ahora qué? ¿Me vas a coger de nuevo por la fuerza? — preguntó.

Me bajé el cierre del pantalón y le mostré mi poronga hinchada y dura.

No hizo falta decir nada. La arrimé a sus labios. Fingió que no quería, pero cuando le tironeé el pelo, gritó de dolor, y yo le metí mi sexo en la boca.

— Chupámela zorra. — le dije, y con un movimiento pélvico se la metí más a dentro. La zorra no chupaba. — chupala, si sabemos que te gusta. — repetí. Saqué la pija y empecé a darle golpes en la cara con el tronco. — la vas a chupar, porque sos una puta.

Ella rompió a llorar. Odiaba cuando hacía eso. Su cara estaba toda mojada de lágrimas. Yo froté mi miembro sobre ella.

— Me la vas a chupar, yo sé que querés. — le di unos golpes más en la cara, y entonces ella abrió la boca. — Así me gusta. Llename de saliva. Pasá la lengüita por la cabeza. — ella lo hacía. Lloraba, pero obedecía. — si yo siempre supe que eras una zorra. Mirá si mi papá va a casarse con alguien como vos. — Le dije. Me gustaba verla humillada. Se lo merecía. — no dejes de lamerme las bolas también. No pongas esa carita y hacelo. — ella dejó la pija por un rato, y se ocupó de mis huevos. La sensación era muy relajante. Un vello púbico de adhirió a su lengua. Me dio gracia verla sacárselo con los dedos, para después seguir mamando. Luego agarró la pija con ambas manos y practicó una felación exquisita. Me masturbaba al mismo tiempo que chupaba el glande con vehemencia.

Eyaculé en su cara mientras ella seguía estrujándome la pija, hasta que quedó flácida.

—¿A dónde vas zorrita? — pregunté, cuando se disponía a irse.

— A bañarme y a dormir. — dijo, mirándome indignada con su rostro enchastrado de mi semen. — No veo la hora de que te vayas. — agregó.

— La que se va a ir vas a ser vos. — le dije. — y no te vas a ir a dormir todavía. Quedate con la cara así de sucia, que me gusta cómo te queda.

— Estás enfermo ¿sabías? — dijo. Pero a mi no me importaba lo que ella pensara.

— Vení para acá. — la agarré del brazo y la llevé hasta la cocina.

Agarrándola del culo la subí para que se sentara sobre la mesada. Metí la cabeza entre sus piernas y comencé a devorarle la concha.

— Qué rica estás mamita — le dije y seguí chupando un rato, para luego interrumpirme y decirle. — ¿te gusta que te diga así? ¿Mamita? ¿Mami? ¿Esas cosas te ponen cachonda? Sos una perra alzada. — succioné su clítoris con fruición, y por primera vez noté el sabor de sus flujos. — ¿ves que te gusta, zorra? Aquí tenemos la prueba de que sí te gusto. — dije, y seguí chupando.

Lo hice durante mucho tiempo. No pensaba dejar de hacerlo hasta lograr que acabe. De esa manera nunca más podría acusarme de que yo la obligaba.

Por fin logré darle un orgasmo cuando los rayos del amanecer se filtraban en la cocina. — Ahí tenés puta. Ya ves que estás descubierta. Sos una zorra calentona. Si cogés con el hijo de tu futuro marido no me imagino las cosas que harás fuera de casa.

Pero todavía no había terminado con ella. La llevé hasta el comedor, no sin antes agarrar de la heladera un pote de miel, y una zanahoria. Le ordené que se acueste sobre la mesa. Lo hizo a regañadientes.

Le quité el corpiño y le llené de miel las tetas. Acto seguido, empecé a chupetearlas con violencia. Estaban deliciosas. Cuando ya dejaban de saber dulces, le untaba más miel, y seguía devorándola. Esa madrugada, Mariel era mi alimento.

Agarré la zanahoria y se la metí en la concha. Jugué con eso un rato mientras seguía degustando sus gomas.

— Tu papá se puede despertar. — dijo ella.

— Sabés muy bien que papá es un reloj. No se despierta hasta dentro de una hora.

— Entonces apurate, por favor.

Escarbé su sexo con la zanahoria, y luego, la retiré con cuidado de que no se rompa y quede un pedazo adentro.

La parte que había entrado en ella estaba mojada por sus flujos. Yo le acerqué la zanahoria a la boca.

— Mordela. — dije, y Mariel mordió. — masticala. — agregué, y ella lo hizo. — tragala. — ordené, y ella obedeció.

Luego me desnudé, y me subí a la mesa, y me cogí a quien pretendía ser mi madrastra en la misma mesa donde todas las noches comíamos junto a mi padre.

10

Unos días después mi viejo, apesadumbrado, me contó que Mariel había suspendido el casamiento indefinidamente, y se había ido de casa. Necesitaba tiempo para pensar, dijo. Pero creo que ambos sabíamos que no volvería.

Estuvo unos meses triste, pero no cayó en la depresión. De todas maneras, insistí en que viera a un psicólogo para que se sienta apoyado cuando necesitara hablar cosas que quizá a mí no me quería contar.

Con el tiempo todo volvió a la normalidad. Quedamos los dos hombres viviendo en la casa. Papá tuvo algunas parejas más, pero nada serio. Nadie podría suplantar a mamá.

De Mariel nunca supimos más nada. Por mi mejor. Aunque reconozco que a veces la extraño, al fin y al cabo, la pasaba muy bien cogiendo con esa puta.

Fin.

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