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De sueños y brujas

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Era una noche cerrada de invierno. Las nubes descargaban con ganas. Yo estaba mirando al camino por la ventana del piso de arriba de mi casa, una de tantas casas de piedra de aquella aldea que estaba a un kilómetro escaso de un pequeño pueblo.

Ella, con un vestido negro y un chaquetón con capucha pasaba por el camino bajo el palo de la luz. Después de oírse un ruido atronador, un rayo cayó a su lado. Su cuerpo empapado emitía la luz de millones de diminutos rayos. Los murciélagos dejaron la bombilla del palo de la luz y volaron a su alrededor.

-¡Dios mío! ¡¡Cenizas van a quedar de ella!! -dije al verla iluminada en medio de un charco de agua.

Quedé asombrado al ver que no le había pasado nada.

La muchacha me miró. Su piel era negra y sus ojos metían miedo. Me asusté. ¿Sería la muerte? ¿Sería un alma en pena que iba en busca de la Santa Compaña? Luego vi pasar detrás de ella a un jorobado, vestido de negro, tirando de un gran arcón, y ya no supe que pensar.

A la mañana siguiente, estaba sentado a la mesa, en la cocina de mi casa, delante de una humeante taza de caldo, cuando llamaron a la puerta. Mi abuela, que estaba lavando unos platos en el fregadero, me dijo:

-Vete a mirar quien es.

Fui a mirar quien era y vi a la chica de la noche anterior. No era tan negra como me pareciera de noche. Era mulata. Tenía los ojos negros, grandes cono faroles. Tenía un cuerpazo, aunque en ese momento solo me fijé en sus enormes tetas. La muchacha, me preguntó:

-Es esta la casa de los Merlos.

-Es.

-Soy Aitana, la hija de Secundino.

Mi abuela, que la estaba oyendo, se fue a la puerta, le dio dos besos, y la mandó pasar.

Al rato supe que su padre la metiera en un barco en Cuba porque era anti castrista y peligraba su vida, y que mi abuela, que también era su abuela, en secreto, le había comprado una casa vieja.

Dando cuenta del caldo, cosa que desayunaría después Aitana. Me hice dos preguntas. La primera fue: ¿Cómo coño sobrevivió al rayo? La segunda: ¿Cómo coño supo en plena noche cual era la casa que le comprara mi abuela?

Por la tarde venía Aitana de comprar de la tienda. Vestía un vestido negro que hacía juego con su cabello corto rizado y sus grandes ojos negros. Sus gruesos labios los llevaba pintados de un rojo chillón, y en las orejas llevaba dos grandes aros de plata. Al verme, me dijo:

-¿Vienes a merendar conmigo? Llevo galletas de coco, chocolate, membrillo... Es por no merendar sola.

-Me gusta el chocolate.

No me lo preguntó, afirmó:

-Y te gusto yo.

Le respondí:

-¿A quién le amarga un dulce?

Fuimos a su casa y me extrañó no ver al jorobado. No le pregunté por él, pero, como si leyera mi mente, acariciando a un gato negro que tenía a sus pies, y mientras yo bebía un trago de un licor que había traído de Cuba, me dijo:

-Es él.

-¿Se llama él?

-Es el jorobado que viste anoche.

-Ya, y tú eres una bruja.

-Tan cierto como que estás enamorado de mí y me deseas como a nada en este mundo. Vas a ser mi perro guardián. ¿Verdad que sí?

No sé cómo ni cómo no, pero desde aquel momento, por aquella mulata, daría la vida. Nunca había amado ni deseado así a nadie.

-Sí, corazón.

-Quítate el jersey y la camisa que ahora vengo.

Se fue a la habitación y volvió con una pañueleta en la cabeza y con un vestido de flores que le llegaba a los tobillos. Calzaba unas zapatillas marrones. En sus manos había puesto unos guantes negros de lana y en su mano derecha traía una cuerda con un lazo. Yo había quitado el jersey, la camisa y la camiseta. La cocina de piedra calentaba la pequeña casa. Me dijo:

-Ponte de rodillas, perro.

-Sí, vida mía.

Me puse de rodillas, me colocó el lazo al cuello y se sentó en una banqueta.

-Haz todo lo que te diga.

-Si, cielo.

-Mastúrbate.

-Si, ángel mío.

Saqué la picha y la meneé.

Al rato...

-Lame mis zapapillas.

-Sí, princesa.

Se las lamí.

-Sube lamiendo mis piernas hasta llegar al coño.

-Sí, mi reina.

Fui besando y lamiendo los muslos y levantando el vestido. Ella abrió las piernas de par en par. Al llegar arriba vi que no llevaba puestas las bragas. Su coño estaba rodeado de pelo negro y rizado. Le lamí los labios y se los follé con mi lengua. Chupé y lamí su clítoris. Estaba comiendo su coño, yo, que nunca había olido uno. Era como si ella, telepáticamente, me estuviera diciendo como hacerlo. Tan bien lo hice, que un cuarto de hora más tarde, me cogió la cabeza con las dos manos, y me dijo:

-Bebe el néctar de tu dueña.

-Sí, alma mía.

Se corrió sin emitir un sólo gemido, a pesar de que temblaba y que de su coño salía jugo en cantidad.

Al acabar de correrse, me dijo:

-Eres mío. Solo mío. Soy tu dueña. ¿Me ves linda?

-Sí, te veo hermosísima.

-Levántate.

-Sí, ángel de amor.

Me levanté. Ella se levantó de la banqueta.

-Manos arriba y contra la pared. Te voy a dejar claro quién manda aquí.

-Sí, jefa.

Me puse como me dijo. Me lamió la espalda, mientras acariciaba mis costillas, después me bajó los pantalones y los calzoncillos... Me dejó en pelotas. Me acarició las nalgas con las manos y luego comenzó a nalguearme, una, "plas". Acarició de nuevo las nalgas, dos, "plas". Acarició las nalgas y la espalda y me preguntó:

-¿A quién perteneces?

-A ti, sempiterna belleza.

Me dio y me acarició las nalgas más de diez veces. "plas, plas, plas..." Al acabar, me dijo:

-Eres mío. Echa el culo para fuera

-Sí, perenne amapola.

Mi picha estaba empalmada y empapada de aguadilla. Me vendó los ojos. Sentí las plumas de un plumero acariciar mi espada y mis nalgas. El contraste me volvía loco. Disfrutaba de su suavidad cando me cayó un zapatillazo en una nalga. "¡¡Plas!!" Debía ser una zapatilla de esas de suela de goma porque dolía, pero me gustó. Me supo a poco que solo me diera dos veces en cada nalga: ¡¡Zaaas, zaaaas, zaaaas!! Lo siguiente que sentí fueron unas tetas grandes, esponjosas y calentitas estrujarse contra mi espalda, y su mano derecha coger mi picha empalmada. El gato negro, si era el jorobado, era maricón perdido, ya que comenzó a frotarse contra mis piernas. Aitana dobló mi picha hacia atrás, lamió los cojones, la chupó y después, me preguntó:

-¿Quién soy yo?

-Mi amor, mi dueña, mi ama, mi luminiscencia.

-Date la vuelta.

Me di la vuelta y sentí como me escupía en la polla. Luego como me la cogía en la mano y después como la ponía en la entrada de su coño empapado. La metió de un golpe de culo. Mis cojones chocaron con sus duras cachas.

-Magréame las tetas, perro!

-Sí, mi infinito gozo.

Mis manos cogieron sus esponjosas tetas y las magreraron.

-¡Dame duro! ¡¡Rómpeme el coño!!

-Sí, dulce efervescencia.

Le metí cien chupinazos a toda pastilla dentro de su coño, o alguno más, y me dijo:

-¡Ni se te ocurra correrte!

-No, terroncito de azúcar.

Su coño apretó mi polla y comenzó a soltar una corrida larga, muy larga, lo que no sé es como hizo para que de nuevo, de su boca no saliese ni un solo gemido, ya que ella se sacudía como una posesa.

Al acabar de correrse, tirando de la cuerda, me llevó a su habitación. Allí, me dijo:

-Quítate la venda.

-Sí, bello arrebol.

Me quité la venda de los ojos y la vi sentada en el borde de la cama. Desnuda, solo llevaba encima las zapatillas, los pendientes y el carmín de sus labios. Estaba con sus largas y moldeadas piernas abiertas. Su coño también estaba abierto. Sus labios vaginales eran carnosos. Sus grandes tetas tenían unas areolas negras enormes y unos pezones como guisantes. Aitana me dijo con un movimiento del dedo medio de su mano derecha que fuese a su lado. Fui.

-Bésame en el cuello y en los labios.

-Sí, amada.

Le besé el cuello y vi que tenía cinco lunares que si se uniesen formarían un pentagrama, le besé los cinco, y después besé el otro lado de su cuello. La besé en los labios, con y sin lengua... Se hizo la dura y no me devolvió los besos.

-Cómeme las tetas.

-Sí, gacelita.

En mi vida había comido unas tetas, pero chupé, lamí y magreé como un campeón.

Al rato largo, me decía:

-Arrodíllate y come mi coño.

-Sí, bella aurora.

Era viciosa, viciosa, viciosa, y a mí me encantaba que lo fuera. Me arrodillé y lamí aquel coño empapado del jugo pastoso de su corrida. Mi picha no iba a aguantar mucho tiempo sin correrse. Aitana parecía saberlo.

-¡Ni se te ocurra correrte!

-No, cariño.

Unos minutos más más tarde, se levantaba. Se daba la vuelta. Se apoyaba en la cama. Abría las piernas, y me decía:

-Lámeme el culo y fóllamelo con la punta de tu lengua.

-Sí, tesoro.

Lamiendo y follando su culo con mi lengua, el gato negro se volvió a frotar a mis piernas. Ya me gustaba todo.

Se quitó una zapatilla, me la dio, y me dijo:

-¡Dame en las cachas!

-Sí, señora.

Le di con cariño. "Plas, plas".

-¡Con fuerza, perro, si no quieres que te castre!

-Le di con fuerza ¡¡¡Plas, plas!!!

No se quejó.

-Lámeme y follame el culo el coño y acaricia mis nalgas.

Le lamí y le follé el coño, mojado, y le acaricié las nalgas.

-¡Dame con la zapatilla, más fuerte y más veces!

Le di seis veces en cada nalga. ¡¡Plaaaaas, plaaaaas, plaaaaas!! Al final me cogió la zapatilla de la mano, la tiró al piso de la habitación, y caliente como una perra, me ordenó:

-¡Clávamela en el culo!

Se la metí en el culo hasta el fondo... No era la primera vez que se lo follaban, ya que mi picha entró apretada pero sin dificultad. Follándole el culo. Le dije:

-Me voy a correr, vida.

-¡Ni se te ocurra, perro! ¡¡Aquí quien se corre soy yo!!

Me cogió los cojones con una mano, apretó, y las ganas de correrme se me fueron.

-¡Quítala y métela en el coño!

-Sí, mi diosa.

La quité y se la clave en el coño. Comenzó a mover el culo alrededor, y al rato, su coño apretó otra vez mi picha y la empapó con el flujo de su corrida.

Al acabar, me dijo:

-Ponte a cuatro patas en la cama.

-Sí, fresita.

Me quitó el lazo del cuello. Tiró la cuerda al piso de la habitación. Me puse a cuatro patas sobre la cama. Aitana, se puso detrás de mí. Acarició mis nalgas, mientras se metía dos dedos en el coño. Me nalgueó y acarició las nalgas infinidad de veces, "plas... Plas.... Plas”.

A los diez minutos, más o menos, cogió mi polla y la echó hacia atrás, lamió los cojones. Folló mi ojete con la lengua mientras me masturbaba, y me preguntó:

-¿Te gusta lo que te hace tu dueña?

-Sí, caramelito.

-Tu caramelito se va a correr otra vez. Ya puedes correrte cuando quieras.

Se empezó a correr. Sus dedos chapotearon dentro de su coño. Me mamó la polla con gula y me corrí dentro de su boca.

Al acabar de correrme sentí como me sacudían.

-¡Despierta, dormilón! Despierta que llegaron de Cuba tu prima y su marido.

Al ratito bajé las escaleras, y ¡coño! Allí estaba mi ama, y la hostia es que a su lado estaba el jorobado. Las caras eran clavaditas a las de la foto que había en casa de la pareja, pero en esa foto se veían las caras, no los cuerpos. Nadie de mi casa sabía que él era jorobado. Podría ser una coincidencia, pero cuando mi prima me besó en la mejilla noté que su olor corporal era el mismo que me excitó durante la siesta, y por si fuera poco, vi los cinco lunares que tenía mi prima en el cuello, lunares que le viera en mi sueño. Me entró el tembleque, porque esos lunares no salían en la foto.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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