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El punto de pase

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Soy hija única. Mi madre falleció cuando tenía 8 años y desde entonces ha sido mi padre quien se ha encargado de mí. Supongo que para un hombre resulta incómodo criar sólo a un hijo, sobretodo, cuando es del sexo contrario. Explicar la menstruación, enseñar a utilizar las toallas sanitarias o comprar el primer sostén crean situaciones bastante embarazosas (aunque cómicas); pero esas mismas situaciones crearon un lazo de confianza mutuo.

Comprenderán que por la misma razón, él solía ser muy discreto y reservado para los temas sexuales; supongo que fue por eso que me inscribió en un cole sólo para señoritas, dirigido por monjas. Así, el tema de la sexualidad era tabú. Creciendo con una idea muy limitada de lo que era el sexo.

No me malinterpreten. Para esa época, ya sabía cómo se hacen los bebés. Aunque el concepto del placer me era desconocido.

Tenía 19 años cuando inicié el último año de secundaria y fue ahí donde conocí a Rebeca. Venía de la capital del país, sus padres eran divorciados. Quedó al cuidado de su padre junto con su hermano. Era una rebelde, solía llevar las faldas del uniforme muy cortas, además de usar calcetines al tobillo haciendo que sus piernas se vieran muy provocativas.

Pronto me hice su amiga. Me enseñó a fumar (ella solía robar los puros de su padre), a beber; a maquillarme y vi mi primer peli porno.

La relación con mi padre se había ido deteriorando un poco. Me enteré que salía con una mujer, cosa que resultaba difícil de aceptar.

Comencé a rebelarme faltando a clases. Rebe y yo nos íbamos a los parques o a la casa de alguna, en donde nos sentíamos libres e importantes.

Mi promedio académico comenzó a bajar de manera preocupante. La Directora mandó llamar a mi papá y al enterarse de todas mis faltas amenazó con enviarme al internado.

El internado se situaba en un pueblo, lejísimos de cualquier cosa que se pueda considerar civilización. La idea me aterró y comencé a estudiar para no reprobar; también dejé de faltar al cole, situación que agrió un poco mi relación con Rebeca, que se sintió relegada.

Al final del curso casi conseguí aprobar todas las asignaturas. La única excepción: Matemáticas.

Me faltaba un punto para obtener el pase en dicha materia.

El Profe de mate era un tipo más bien raro, extraño. A lo largo del año había escuchado muchísimas historias sobre él. Se contaba que hacía que las chicas bonitas reprobaran para luego llevárselas a su casa en donde luego pedía, a cambio del punto de pase, ciertos favores sexuales. Una chica incluso dijo que el tipo no vivía sólo, sino con su madre y que tenía relaciones con ella.

Físicamente era un hombre que medía a duras penas 1.60, gordo y calvo, con unos ojos verde profundo que impresionaban, sobretodo porque los lentes eran de gran aumento; en su rostro se podía apreciar las cicatrices del acné. Remataba su figura el hecho de que la punta de sus zapatos solía estar doblada hacia arriba, la leyenda decía que no tenía los dedos de los pies por una malformación.

Siempre se supo que su puesto lo obtuvo por ser el amante de la Madre Superiora.

Me ví obligada a buscarlo para pedirle que me diera la oportunidad de obtener el punto de pase con algún trabajo extra, o me aplicara un nuevo examen.

Se negó. Insistí de nueva cuenta, rogándole. Nada.

Cuando le dije que estaba dispuesta a cualquier cosa por ese punto extra, el profe me miró de arriba abajo con un brillo en la mirada (el mismo que me había lanzado todo el curso cuando comencé a usar las faldas cortas y me veía las piernas) y luego dijo:

-Entienda que debió estudiar más y que lo que le ocurra es una consecuencia de sus actos, a mí no me importa si la mandan o no al internado.

Así que estaba enterado de lo del internado.

Volví a decirle que me ayudara. Esta vez aceptó. Me dio la dirección de su departamento y me pidió que estuviera puntual. Además, que asistiera con el uniforme del cole y llevara mi libreta de mate. Y, por supuesto, que no le dijera a nadie.

Cuando dije estar dispuesta a cualquier cosa, no me refería a lo sexual; sin embargo, más confundida que contenta, regresé a casa para prepararme. Supuse que me haría un examen por lo que repasé fórmulas y conceptos de todo lo que habíamos visto. Cuando faltaban dos horas para la cita, me metí a bañar, pues hacía demasiado calor, del tipo previo a una lluvia, y quería estar fresca para el examen.

El Profe vivía en unos departamentos bastante agradables. El suyo estaba en el cuarto piso y tenía una vista maravillosa de la ciudad. Cuando toqué la puerta me abrió, haciéndome la indicación de que no hiciera mucho ruido y pasara. El recibidor estaba lleno de muebles antiguos y muchísimos libros, al final se notaba un corredor por el que nos introdujimos. Observé que había cuatro puertas. La del final del pasillo era la del baño, me dí cuenta pues estaba abierta. Una más estaba cerrada. Y otra que estaba entreabierta me permitió ver a una mujer en silla de ruedas, de espaldas a mí, que observaba en la T. V. una película antigua. El maestro le dijo a la mujer que iba a trabajar en el estudio, por si algo se le ofrecía. La mujer volteó asintiendo con la mirada y luego me observó.

- Ven.

Y abrió la puerta del estudio que resultó ser una copia de un salón de clases. Había nueve pupitres y frene a ellos un escritorio y tras éste un pizarrón. Incluso el color de las paredes era el mismo que el de la escuela.

-Siéntate ahí - me ordenó y señaló un pupitre frente al escritorio. Seguí la indicación.

- Quiero que sepa que lo que vamos a resolver aquí es su calificación, - me decía mientras me miraba las piernas - y que lo que haga es bajo su propia voluntad, no la voy a obligar y en cuanto desee retirarse lo puede hacer. Pero si no termina el deber asignado, perderá su punto de pase ¿entiende?

Asentí con la cabeza y comencé a sentirme incómoda y temerosa.

- Bien, saque su libreta, va a escribir 300 veces "Debo estudiar más y ser más aplicada en la clase de matemáticas".

Pensé que tal vez bromeaba, pero su rostro era serio. De inmediato comencé la redacción y entonces me dijo:

-Cruce las piernas, y súbase un poco la falda.

Me espanté, pero al ver su rostro severo y autoritario y recordar el internado lo hice.

- Muy bien - Dijo sonriendo sin quitar la mirada de mis piernas y mi panty, que se me podía ver un poco. Cuando llevaba las primeras cincuenta veces noté que con su mano se frotaba por encima del pantalón y observé un bulto que crecía por debajo de éste.

Luego de notar que lo veía me dijo:

- Quítese el sostén y démelo... - estirando la mano para tomarlo.

Tuve miedo. Aun me faltaban doscientas veces y no sabía de qué sería capaz. Miré hacia la puerta con ganas de irme y él sonrió y me recordó que si yo quería, podía hacerlo.

Desabroché mi blusa y le entregué el sostén.

- ¡Abróchese!

Mientras lo hacía, noté cómo tomaba mi sostén y comenzaba a olerlo, suspirando; sobretodo, se concentraba en la parte que tiene los arcos mientras se sobaba más fuerte.

Era obvio que al ser mi blusa blanca, mis pezones se traslucieran y por el frío de los nervios se endurecieron, notándose más.

Cuando llegué a las ciento cincuenta veces me pidió que me quitara las pantys y se las diera. Ya no dudé. Me las quité y se las entregué. "Ya falta menos, - pensé - y me podré ir".

Al acercarme al escritorio para entregarle mi prenda, él abrió un cajón en donde pude ver un montón de tangas y bras de varias formas y colores; allí arrojó mi sostén y comenzó a oler mi panty por el área del puente (allí donde se colocan las toallas).

Pensé que era una lástima que perdiera ese juego de ropa interior pues me había costado caro y además eran mis primeras prendas de encajes. La tanga era de por sí cortita y muy coqueta, lo mismo que el bra; pero ya el Profe no sólo la olía, la chupaba y con la otra mano había sacado su miembro y se masturbaba.

Fue entonces que me pidió que levantara la falda y abriera las piernas mostrándole mi sexo completamente. Ya nada más faltaban cincuenta veces.

Le dí el gusto. Y observé cómo su pene crecía y se endurecía. Para ser un tipo tan insignificante, tenía un pene demasiado enorme. Bueno, nunca había visto uno así de cerca, pero de verdad era grande. Paseaba mi ropa interior alrededor de su rostro, oliéndola, chupándola...

Sus lentes comenzaron a empañarse y sus gemidos, débiles al principio, se incrementaban cada vez más.

El ver un pene así de cerca y de ese tamaño provocó que sintiera cómo mi sexo se humedecía. Recordé que con la peli porno también sentí algo similar, pero ahora era más... sensual... más íntimo.

Noté que me excitaba verlo masturbándose y pude sentir como estaba mojando el pupitre.

¡Por fin! Terminé las trescientas veces y mientras escribía la última frase, un gran chorro de semen salía del pene del Profe; quien, con los ojos en blanco se limpiaba su miembro con mi pantaleta.

Rápidamente arranqué las dos hojas de la libreta y las dejé sobre el escritorio al tiempo que el maestro me sonreía y me decía "Buena niña, has terminado tus deberes; tienes tu punto de pase".

Tomé mi mochila y salí corriendo del departamento con una sonrisa por haber obtenido el pase en mate.

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