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La hija del general Ramstein

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Siempre sentí desapego por mi padre, el general Federico Ramstein. De pequeña nunca estaba en casa y cuando lo hacía estaba lo bastante ocupado o callado y nunca tenía tiempo para mí. El general era muy ordenado y tenía una disciplina de hierro y no por su linaje judío, sino por sus rígidos antepasados bávaros.

Mi nombre es Yenni y por cierto fui una niña malcriada. Durante mi vida me dieron de todo menos amor y cariño, lo más importante que alguien puede recibir en la vida. Siempre quise tener un padre y no fue mi caso pero a pesar de todo yo amaba mucho a mi papá.

Cuando cumplí los 23 me dio la curiosidad de conocer la milicia. Mi padre, el general, estaba cerca del retiro y no quería que yo fuera a conocer el destacamento militar donde él había empezado su prolífica carrera.

Era bastante conservador y pensaba de que la mujer tenía un mejor lugar en el hogar, más precisamente en las tareas de la casa.

Papi no sabía que todos esos años que él me mantuvo cautiva en la casa sin poder salir con chicos, explotaría en algún momento. Solo faltaba saber cuándo, dónde y cómo. Esas preguntas serán contestadas en este pequeño relato de cómo fue mi primera vez, que por cierto fue a los 23, con dos militares y en una base militar.

Ese día de verano papá quiso que lo acompañe a la base, después que yo había insistido en que me lleve a conocer. Mientras entraba a la base del ejército veía hombres por doquier y eso comenzaba a excitarme pese a la fría mirada del general Ramstein, que no quería saber nada con mi presencia allí.

De a propósito me vestí sensual para que todos me mirasen; los cadetes y soldados podían babearse de lo lindo, pues estaba con un pantaloncito bien corto color verde oliva y una remerita tipo musculosa cortita y ajustada, que dejaba verse mis hermosos pechitos.

Muchos se preguntaran: ¿cómo logré que el general Ramstein llegase a salir con su hija a una base militar vistiendo de esa forma? La respuesta era que mi padre tenía mucho miedo de perderme. Algunos años atrás, cuando yo tenía 16 recién cumplidos, había tenido una fuerte discusión con él. Todo fue días después de la prematura muerte de mi madre y de esa desafortunada discusión con mi padre. No volvimos a tocar el tema de mamá.

Volviendo a lo que quería contarles, mi primera vez. Fue una experiencia muy intensa e interesante. Había sido prácticamente forzada y acosada por dos soldados muy apuestos. Aquí pasaré a contarles con lujo de detalles.

Cuando mi padre y yo entramos a la base, yo me dirigí a unas instalaciones que estaban en una zona restringida al público. A mí me encantaba todo lo que estaba prohibido o vedado, entonces me dispuse a dirigirme hacia allí.

Caminé unos metros pasando la entrada con el cartel de "zona restringida", "solo personal militar autorizado". Hasta ahí todo normal, parecía que no había nada raro allí, hasta que vi dos tipos rudos que caminaban con armas a donde yo estaba. Rápidamente corrí abriendo la puerta con el cartel de advertencia y me refugié allí. Me metí en un vestuario y me quede allí unos minutos hasta que llegaron esos dos.

Me escondí atrás de unos casilleros pero fue inútil, ellos me habían visto. Uno de ellos vociferó mirándolo al otro:

- Mmmm... Por Dios ¿Qué tenemos acá camarada?

Su compañero no dijo nada y yo me turbé del miedo. Para el colmo ambos caminaban en dirección a donde yo me encontraba a resguardo, aunque por dentro pensaba que me encantaría conocerlos de cerca a esos dos muchachotes.

Cuando llegaron a donde yo estaba me miraron con asombro y se sonrieron. Me preguntó el más grandote:

- ¿Qué haces solita acá preciosa?

A lo que le contesté:

- Soy la hija del general Ramstein y vine a conocer la base.

Ellos me miraban con ojos de deseo, podía sentir como me recorrían su mirada por todo mi cuerpo. Se me acercaron todavía más y uno de ellos tocó mis hombros con sus fuertes manos, seguramente esperando que yo me enojase y debo confesar que más enojo tenía mucho miedo.

La mirada lujuriosa del grandote me intimidaba todo el tiempo, yo atinaba a bajar mi mirada pero uno de ellos acarició mi rostro e inclinó mi cara hacia la de ellos. Recuerdo tener mucho miedo y fue cuando el grandote me dijo:

- Relájate piba que la vas a pasar bien.

De inmediato el terror se apoderó de mí, pues estaba a merced de dos soldados degenerados. Ambos sabían que yo era la amadísima hija del general Ramstein, pero no hicieron caso. Casi de inmediato el que acompañaba al grandote comenzó a acariciarme el pelo, mientras el otro acercó su sucia boca hacia mi oreja. Me decía cosas sucias como: "prepárate para sentirme nena"; "que bonito culo tenés".

Cuando tenía a los dos acosándome y dándome besos por todos lados, hice lo posible para tranquilizarme, sabía que después de todo no podría zafarme de esta y que más de una vez me había imaginado en una situación como esta.

Tal vez aprovecharía y tendría sexo como en las películas sucias que a veces ponía en internet. Le supliqué que no me hagan daño y uno de ellos dijo:

- Quedate tranquila mi amor que esto te va a encantar. ¿Lo hiciste alguna vez?

- No señor.

El soldado sonrió de con malicia y fue a besarme directo al cuello. Tenía uno adelante mío y el otro atrás tocándome el culo y metiendo sus sucias manos por debajo de mis bragas. El que estaba adelante manoseaba mis pechos y debo decir que esto, a pesar de que no lo deseaba, comenzaba a gustarme cada vez más. Tenía los dos sobre mí y yo estaba tan extasiada que me movía como flotando de placer.

Uno de ellos bajó dándome besos en mi cuerpo mientras me sacaba bruscamente mi remera. Bajó hasta mi entrepierna y allí se encontró poniendo su cara de pajero en mi zona pélvica. En ese momento me dijo:

- Ahora te vas a sacar el pantalón y la bombachita. ¿Me entendiste?

Con algo de miedo le contesté que sí. Me saqué rápidamente la ropa y quedé toda desnuda. Mis vergüenzas quedaron a merced de estos dos degenerados que miraron con detenimiento mi estrecha vagina. Fue allí que el grandote le dijo al otro:

- ¡Che Jorge! Parece que la nena del general es virgen!

A lo que el otro contestó diciendo: "¡Mirá vos!"

Ambos se pusieron aún más contentos y prosiguieron con mi sodomización. Uno de ellos me agarró de atrás en un abrazo de oso mientras el otro me pasaba su lengua por mis tetas, mi vagina (hasta entonces virgen) y mi boca. Después el otro (el que estaba atrás) bajó hasta mi culo y metió su lengua por mi ano agarrándome por los cachetes de mi culo.

Yo ponía voluntad para no decaer y quebrarme pero había algo de toda esta situación que me desagradaba mucho y por otro lado lo que me hacían estos dos degenerados me ponía los pelos de punta porque me gustaba.

Cuando me dejaron bien lubricada por todos mis agujeros me susurraron:

- Ahora relajate. Te vamos a desvirgar los dos juntos preciosa.

Hicieron que me inclinase un poco hacia adelante y me pusieron en cuatro patas. Por primera vez me puse muy nerviosa porque iba a ser penetrada. Me refregaron sus penes por mi boca y vagina mientras me decían porquerías.

Sentí una gran excitación y me transformé en su zorra. Les dije mientras me hacían tirarles la goma a los dos:

- Mmmm... me encanta! Me encanta! Siiii! Quiero más papito!!

El grandote era bastante dotado y decidió que él me desvirgaría por la concha. Mi culito sería para su compañero de armas. Cada uno metió su pija por mis agujeritos. Muy despacito entraron por mi concha y mi ano y el dolor que sentía no podía describirse. Cuando por fin sus vergas se deslizaban con mayor facilidad, empecé a sentir un placer indescriptible. Ambos se sincronizaban y entraban primero uno y después el otro. ¡Qué lindo me culeaban los soldados de papá! Yo abrazaba al grandote y sentía los músculos de su gran espalda. El que me la daba por atrás me manoseaba las tetas mientras me daba sin asco.

Finalmente cuando los tres estábamos extasiados y a punto de acabar uno de ellos me hace upa y me coge de parado mientras yo lo abrazaba. Yo saltaba como loca esa tremenda pija y él me repetía: "vistes que te iba a gustar mamita". Lo miré y asenté que si mientras acababan ambos en mi boca.

Los dos me dijeron que no dijera nada sino me pesaría. Les contesté que sí. Ambos me decían que era nuestro pequeño secreto. Me preguntaron si me había gustado y yo les contesté que encantaba. Que quería que se repitiese de vuelta. Por supuesto que yo me fui de allí relamiendo mis labios que habían probado la masculinidad de mis violadores.

FIN

(9,21)