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Salidilla

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Todos los veranos voy con mis padres a la casa de la sierra. Ésta se encuentra en el pueblo. Es un lugar maravilloso. Sólo tienes que ir subiendo y siguiendo el curso del río para encontrarte con un lugar de bosque y rocas.

Yo suelo estar unos días o incluso alguna que otra semana. Mis padres se quedan todo el verano e incluso van también en primavera.

Reconozco que termina a veces siendo un poco aburrido aunque conozco a bastante gente del pueblo.

Recuerdo un verano especialmente porque viví una experiencia divertida.

Por las callejuelas del pueblo y en las terraza se oía una gran algarabía y es que un grupo de siete u ocho chicas no paraban de reír y hablar en voz muy alta. Parecía que se habían reunido todas en casa de una amiga para pasar unos días allí. A ella la conocía pero sólo de vista.

De todas ellas me fijé en una que era muy atractiva, vistosa, alegre vital y simpática. Y sobre todo muy exhibicionista. Como soy un poco cotillita pegué el oído y me enteré de que se llamaba Catalina. Llevaba siempre unas gafas de sol negras, unos pantalones vaqueros ajustados y una ceñida camiseta ¡Vamos que estaba para mojar pan!

A Catalina le gustaba bajarse los pantalones, levantarse la camiseta en cualquier parte y todas se morían de risa, incluida yo. Seguro que arriba en el río y la montaña haría top less o incluso nudismo pero eso no tenía nada de particular puesto que yo misma lo hacía.

Reconozco que esos días estaba muy salida y quería echar un polvete. Una buena mañana estaba bañándome en una de las tantas pozas de agua que hay allí. Tumbada al sol y enseñando mis tetitas. Descubrí que había una chica en bañador que subía para arriba para darse un buen baño. Miré bien y vi que se trataba de Catalina y estaba ella sola. Mi corazón se acelero. Me puse cardiaca y me fui detrás de ella, siguiéndola con cuidado.

Andamos unos cinco kilómetros hasta llegar a la poza de agua más profunda. Allí Catalina se quitó lo de arriba y lo de abajo y se tiró al agua. Luego salió y se tumbó sobre una roca dándose crema. Había unos mirones que no dejaban de babear. Bueno yo también.

Catalina se levantó. Cogió sus cosas y la toalla y tiro monte arriba. Me levanté y la seguí sin ningún rubor. Llegó un momento que casi la perdí de vista ¡Qué pretendería yéndose tan lejos y tan oculto!

Finalmente se tumbó entre la jara. Yo me tumbé y me arrastré como una soldado hasta que pude ver lo que hacía. Se estaba masturbando. Llevaba esas gafas negras. Ese cuerpazo y esos pechos redondos. Creo que ella sabía que estaba viéndola y se relamía de gusto por los movimientos de su lengua. Pero no estaba segura y por eso no me levanté y me presenté. Es que esas gafas negras son tan imprevisibles. Lo que sí hice como ella fue quitarme la parte de abajo del bikini y ponerme a masturbarme como una loca.

¿En qué estaría pensando ella?

Yo caí en un ensueño salido y excitante.

Me imaginé que me levantaba y ella se detenía como avergonzada. Le pedía perdón por haberla estado espiando pero enseguida nos hacíamos muy amigas. Hablábamos de diferentes cosas entre ellas de una posible relación sexual.

―Es que aquí podría venir alguien y vernos ― me decía ella.

―Pero mujer si a ti te gusta precisamente ese tipo de cosas― le conteste.

―Ya lo sé pero si tuviésemos aquí un perro que nos protegiese, mejor.

―¡Qué pasa! ¿Qué no te gusto?

―Me gustas mucho y me gusta mostrar mi cuerpo en público y la temeridad pero me da corte echar un polvo y que nos vean. Eso es distinto.

―¿Y si nos venimos esta noche?.

―Vale.

Cuando me contestó que sí esbocé una sonrisilla. La verdad que es que en casa de mis padres no podíamos y en la casa con sus amigas tampoco.

Decidimos bajar y volver después.

En el camino tuve un gran percance y me caí rodando haciéndome sangre en una pierna puesto que las piedras de allí son muy resbaladizas y me di un golpetazo en la cabeza que afortunadamente sólo me provocó afortunadamente una brecha sin necesidad de tener que ponerle puntos.

―Natalia― chilló Catalina.

Por el fortísimo golpe me puse a llorar. Catalina me levantó y con su camiseta me cortó la hemorragia de la cabeza y de la pierna. No dejaba de besarme y las dos llorábamos. Me abrazaba y me acariciaba.

―Te quiero mucho, te quiero mucho― me decía.

Con un poco de yodo se me curaron las heridas.

Catalina y yo quedamos a eso de las 11 de la noche y con linternas.

No nos fuimos muy lejos. Llegamos a una poza que nos cubría hasta la mitad. Apagamos las linterna y nos metimos en esa agua tan fría. E hicimos el amor. Me había quedado prendada de lo bella y buenísima que era.

Catalina me acercó su pezón erizado por la excitación y el frío y se lo acaricié. Le cogí el pie entre risas y conseguí meterme todos los dedos en mi vagina. Se me escurrió y lo volví a coger para metérmelo en la boca. Me metió un dedo en mi culo. Quería metérmelo hasta el fondo. Su culo era bien duro. Nos dimos un fenomenal morreito. Nuestras bocas se juntaron desprendiendo un montón de saliva. Le cogí sus manos para que me tocara los senos.

―No puedes dejar de hacer eso― le dije.

Dejé que me lamiera un pezón y me estremecí. Le metí medio pie en su boca que recibió encantada. Cogí su pie y me lo metí entre los senos. Nos caímos al agua. Afortunadamente no había roca y sí bastante arena y peces. Fue ella la que a continuación me cogió el pie y se lo metió entres sus estupendos seno.

―Pues tus tetas no están nada mal― me dijo.

Le conseguí meter medio pie en su vagina empapada. No relajamos y dejamos de hacer exquisitos malabarismos y le metí dos dedos en su sexo haciéndola gozar de verdad.

Juntamos nuestros pezones erizadísimos y nos corrimos en un solo contacto. Salimos fuera del agua y le lamí la vagina por todas partes. Me acariciaba el cabello y me metía el dedo gordo en la boca.

Este es mi pene para ti― me dijo.

Después fui yo la que le lamió los dedos de su mano uno por uno. Y luego la obligué a lamerme los míos uno a uno. Me encanto atrapar sus duros y anchos senos. Me los acercó a la boca para que se los lamiera y es lo que hice. Acaricié con mis dedos sus pezones. Acercó de nuevo su vagina para que le introdujese dedos y lo hice.

―Sabes que me vuelves muy loca nena― me dijo.

Y desde luego que no quería dejar su clítoris en paz. Acariciándolo con toda la mano. Ella dio un gritito.

Me tumbe sobre ella y hacíamos como si copulasemos. Eso me encanta y me hace estremecerme.

Os recuerdo que todo esto me lo estaba imaginando. Cuando volví a abrir los ojos me di cuenta de que allí ya no había nadie. Catalina no se estaba masturbando. De pronto me llevé un sobresalto. Alguien estaba detrás de mí.

―Pero que tontita que eres – me dijo.

―Se agachó y me dio un beso en la cara.

―Hasta la próxima― me dijo.

Entonces lo único que se me corrió decirle allí tumbada, desnuda y con una mano en mi sexo empapado fue decirle:

―Pero, ¿me quieres?.

―Siiiiiiiiiiii― me contesto andando y desapareciendo entre la jara y las rocas.

 

Natalia.

(9,00)