Nuevos relatos publicados: 7

Con el amigo de mi novio en la sala de cine

  • 10
  • 47.352
  • 8,94 (47 Val.)
  • 2

Hola a todos, me llamo Aylin y tengo 21 años. Soy mexicana, piel morena, cabello negro largo lacio hasta media espalda, 98 de caderas, 66 de cintura, bra 36e. Trabajo en una cadena de cines, fue en mi trabajo que conocí a José Manuel, mi actual novio. Él es alto, blanco y delgado, es una gran persona y fue el segundo hombre con el que tuve sexo en mi vida. Nuestra relación va muy bien, nos queremos lo suficiente mutuamente, pero la verdad es que en el sexo no es la gran cosa. Su pene no llega a los 14 centímetros y, aunque me guste su cuerpo, no me llega a satisfacer.

Desde la secundaria que comencé a tener fantasías un poco subidas de tono, pero ninguna como masturbarme en una sala de cine. Y entonces pasó, José Manuel y yo descansamos siempre el mismo día, su madre, su hermana, él y yo decidimos ir al cine a ver Pantera Negra. A media película las ganas me mataban, pero me contuve. Al final de la peli decidí que volvería en la noche sola. Trabajo ahí, nadie se extrañaría de verme, y como la última sala no se limpia decidí meterme a la función.

1 de la mañana. Todos ya estaban fuera de la sala, fue martes así que apenas había gente en esa función. Salí al pasillo que está al salir de la sala, al pasillo de abajo y después bloqueé la puerta superior. Me desnudé, el guardia de seguridad nunca se quedaba la noche entera, esa vez no fue la excepción. Puse mi ropa en el barandal en caso de tener que huir rápidamente. Y comencé a hacerlo. Primero recorrí mis tetas, las acaricié con suavidad hasta que terminé pellizcando mis pezones, al principio me sentía insegura. Esperaba que alguien entrase y me sorprendiera, pasaron los minutos, no fue así. Bajé con mi mano derecha hasta mis labios vaginales, comencé a sentir la butaca húmeda, eran mis propios fluidos vaginales escurriendo desde mi interior, recorriendo mi culo que atrae tantas miradas lujuriosas de muchos hombres distintos. Me encanta mi físico, me encanta ser caderona y tetona, me encanta que mi trasero sea lo que todo hombre desearía que su mujer tuviera.

Estuve cerca del orgasmo en varias ocasiones, juguetear con mis pechos y mi clítoris me llevó a punto, pero me detuve en cada ocasión. Ya había pasado una hora, dos de la mañana, era momento de detenerme, pero no sin antes bañar la sala con mi corrida. Cerré los ojos, dejé volar mi imaginación. Pensaba en José Manuel con un pene enorme en lugar de esa cosita que cuelga entre sus piernas.

Esta última fue la mejor, la fuerza de mis dedos penetrando mi vagina, mis pechos rebotando con mis pezones tan duros como piedras, la piel china por los escalofríos que preceden al orgasmo.

Y entonces, escuché. Alguien tocó la puerta más cercana a mi butaca.

Caleb, uno de los mejores amigos de José Manuel, estaba parado ahí, observándome, desnudo y exponiendo con orgullo el enorme pedazo de carne que le colgaba entre las piernas con pelotas tan grandes como putas naranjas.

Era un poco gordo, los cuadros se le marcaban un poco en el abdomen y sus piernas anchas y brazos musculosos eran de ese tono moreno tan parecido al mío, su cabello era negro también y, aunque nunca pensé que fuera guapo, me parecía atractivo ver su cuerpo con esa enorme verga semierecta palpitante. Aun así no pude evitar alarmarme, me levanté y corrí para vestirme. Mi ropa ya no estaba y no se veía ni rastro de la suya.

— ¿Qué te parece? — Me preguntó mientras sostenía su pene con las dos manos y lo meneaba.

— ¿Qué haces aquí, dónde dejaste mi ropa?

Estaba enojada, pero no podía dejar de ver su pene.

— Olvidé marcar la salida y me quedé a ver la peli, escuché tus gemidos cuando me iba y cuando te vi pensé en ayudarte como tu novio no puede hacerlo.

Me quedé callada, él se acercó hasta mí y volteé la mirada cuando su pene estuvo a unos pocos centímetros de mi entrepierna.

— Míralo, sé que te gustó, Aylin.

No quería, no me gustaba la idea de ser infiel, pero me ganó el morbo, los dos de pie, uno junto al otro, ese pene tan grueso, largo y erótico a mi lado.

Lo vi, el prepucio a medio camino de su pene, las venas marcadas, su glande hinchado, me encantaba, mi mano hizo un movimiento por si sola.

Caleb la tomó y puso mi palma alrededor de su palo de carne. No podía tocar mis dedos, hice fuerza, vi como su rostro se fruncía mientras intentaba tocar mis dedos haciendo fuerza.

— ¿Cuándo vas a poder hacer esto otra vez?

— Tengo novio...

Me estaba haciendo dudar, dije esto último mientras intentaba hundir un dedo en su uretra.

— Y si te estabas masturbando en una sala es porque no te hace bien la chamba. Y no has dejado de verlo y tocarlo.

No dije nada, mi silencio le dio la señal. Me tomó de la cadera, bajó hasta mis nalgas y me volteó a ver a los ojos.

— Qué culazo tienes.

Atrajo mi cuerpo con brusquedad y comenzó a besarme a la fuerza. Me resistí al principio, pero me dejé llevar. Sus manos en medio de mis nalgas, rozando mi ano y el espacio que había entre mi vagina, metí mi lengua en su boca y lo dejé hacer lo propio. Estuvimos así un momento, su pene estaba duro como roca, era muy varonil, muy obsceno a la vez que asqueroso y antojable. Él cortó nuestro beso y bajó hasta mi vagina, tomó mis nalgas y me obligó a sentarme en la butaca de esa fila. Abrí mis piernas y comenzó a besar mis labios vaginales, me veía fijamente mientras lo hacía, era muy sexy. Y entonces me hizo eyacular, metió su lengua a la vez que pellizcaba mi erecto clítoris que, por cierto, es bastante grande. Llené su cara de mi corrida, abrió la boca mientras chorros de mi mucosidad vaginal salían disparados hasta su lengua, se lo tragó y me volvió a besar mientras sus manos masajeaban mis pechos.

Quitó los respaldos para brazos y puso una pierna en los dos asientos aledaños al mío, su pene estaba presionando con fuera mi mejilla y estaba claro lo que deseaba. Le agarré los testículos, eran pesados y apenas cabían en mi mano. Los acerqué a mi cara mientras retiraba el pene con la otra. Tenía un poco de pelo en ellos y su pubis. Al lamerlos noté sus dimensiones, eran enormes en comparación a los de José Manuel, las deje lubricadas con saliva y entonces subí a su duro tronco, me pareció una eternidad desde que mi lengua recorría la raíz hasta llegar a la cabeza de su pene. Era muy largo y lo metí en mi boca poco a poco, y él lo metió todo de golpe con una poderosa embestida. Sentí un agudo dolor en la garganta seguido de ganas de vomitar, en mi última arcada sacó su pene y me dejó agarrar aire.

No había terminado de recuperarme cuando comenzó a masturbarse con sus dos manos, lo veía palpitar, estaba a punto de eyacular. Me abalancé sobre sus huevos, se los torcí y formé un anillo con mis dedos en la parte baja de su pene, detuve su eyaculación a tiempo, no quería que se acabara tan pronto.

Caleb me besó una vez más, estaba muy excitada y solté lo primero que se me pasó por la cabeza.

— ¿Te excita besarme después de lamer tu polla?

Me abrió la boca a la fuerza y escupió dentro.

— ¿Cuánto de eso te salió del hoyo?

Me quedé callada, besando disfrutando del gran tamaño de sus hermosas nalgas peludas.

Me cargó hasta la parte baja de la sala y me acostó con delicadeza en la alfombra de la sala.

Puso su pene en la entrada a mi interior.

— ¿Traes condones?

No me respondió. Me dio un beso más y metió todo su pene con un fuerte y desconsiderado impulso. Era grandioso a la vez que doloroso.

Grité con todas mis fuerzas. Me encantaba y me produjo un orgasmo casi al instante, no eyaculé pero sentí las ganas, lo contuve con todo mí ser. Me estaba volviendo loca, la respiración de costaba, su pene dentro de mí, sus dientes mordiendo mi pezón izquierdo mientras su mano estrujaba mis pechos con fuerza.

— ¡Me voy a venir! — Me gritó.

La cosa no iba bien, no pensé en nada al responderle.

— Hazlo dentro.

Lo rodeé con las piernas, un candado que lo obligaba a soltarlo dentro.

Y así fue. Sentí su pene volverse loco en mi interior, gruesas cascadas de semen eran bombeadas en mi interior, los huevos se contrajeron entre sus piernas, mostrando mil y una arrugas. Sacó su pene al final, un hilo de semen y fluidos míos conectaban mi interior con rojo y hermoso glande. No me percaté de la cantidad de semen que había soltado hasta que empezó a salirse de mi vagina. Su pene seguía duro como una roca, aunque se movía espasmódicamente entre sus piernas.

Me puse en cuatro para poder ver mejor el grueso hilo de semen que me salía. Entonces Caleb gateó hasta mi retaguardia y comenzó a meter su lengua en mi ano. Me daba pena, mi olor debía ser fuerte, desde la mañana no me había duchado y aun así lo dejé ser. Metió un dedo, después dos y el dolor era horrible, pero no tanto como cuando puso su glande en la puerta, lo presionó con fuerza y brusquedad.

— ¡No, espérate, no seas pendejo!

Me ignoró, lo comenzó a meter al ritmo que mi ano se lo permitía. Y fue una bestialidad, un trozo entraba y otro más que se detenía antes de dejar pasar más. Una vez estuvo casi completamente dentro, meneó sus caderas, adelante y atrás, adelante y atrás, su pene se hinchó en mi interior, comencé a soltar pedos vaginales que me hacían sentir incomoda. Y, finalmente eyaculó, dejó su semen dentro de mi ano.

La peor parte fue cuando lo sacó. Mientras salía de mi ano sentí unas ganas horribles de cagar, estuve a punto de hacerlo pero alcancé a apretar a tiempo. Hubiera sido de lo más asqueroso.

Caleb se recostó y apoyé mi cabeza en su pecho. Volteamos a vernos y nos besamos. Al final, decidí limpiarlo. Comencé a lamer su pene, ahora semi erecto nuevamente, dejando mi vagina y ano expuestos a su deliciosa lengua. Y estaba en lo correcto, el olor de su pene era fuerte, el olor de mi ano se había impregnado en él. No me importaba, estaba tan extasiada que nos limitamos a ignorar el olor, los sonidos de pedos que salían de mi ano y vagina.

Al final, yacimos unos quince minutos, en silencio total, mi cabeza apoyada sobre él. Su mano acariciando mis caderas.

Hasta que, aquellas puerta que había bloqueado comenzaron a mecerse violentamente. Alguien intentaba entrar. Nos pusimos de pie y Caleb me llevó a la fuerza a la parte trasera de la pantalla. Era un guardia del centro comercial, no del cine. Se asomó y, al no ver a nadie, volvió a salir. Y me percaté de que ahí estaban nuestras ropas. Nos vestimos y nos despedimos con un beso.

— No le cuentes a José Manuel.

— No le diré a nadie... pero hay que repetirlo.

— Tengo casa sola el fin de

— Te mando un mensaje, ¿ok?

Y así fue como comenzamos a ser amantes hace nada.

(8,94)