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Loba ardiente (Parte II)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando mi hermana Berta vio a mi padre con la verga tiesa y a mí subiendo las bragas, abrió los ojos como platos, se tapó la boca con la mano, y después, exclamó:

-¡Depravados!

Se dio la vuelta y se fue corriendo para su habitación.

Mi hermana Berta era dos años menor que yo. Ella tenía 19 años y yo 21, las dos éramos de estatura mediana, morenas, de ojos castaños, cabello largo, grandes tetas y según decían, muy guapas.

Después de vestirme fui a la habitación de mi hermana. Debía convencerla para que no le dijese nada a mi madre, o se iba a armar una muy gorda.

Mi hermana estaba sentada en el borde de la cama. Lloraba. Se había llevado una terrible desilusión. Yo había sido un ejemplo para ella. Había sido su heroína. El golpe debió ser brutal al ver que no era más que una perdida. Me senté a su lado, y le pregunté:

-¿Se lo vas a decir a mamá?

Levantó la cabeza. Me miró a los ojos. Nunca había visto tanta seriedad en un rostro como la que vi en el de mi hermana, cuando me dijo:

-¡¿Eso es lo único que te preocupa?!

Sentí como mi padre se iba de casa, y cerraba la puerta con llave.

-Me preocupas más tú.

Le acaricié el cabello.

-¡No me toques, sucia!

La besé en la mejilla. El sabor salado de sus lágrimas me excitó. Mi padre, con sus caricias, había despertado la loba que había en mí. Busqué los labios de mi hermana. Berta, al sentir el contacto de mis labios con los suyos me miró, extrañada. Después, me preguntó:

-¿Qué te ha hecho ese monstruo?

La volví a besar en los labios. Busqué su lengua con mi lengua. Me encontré con sus dientes. Berta, seguía a lo suyo.

-¿Qué has hecho con mi hermana?

Mis manos acariciaron sus tetas. Volví a buscar sus labios con los míos. Su boca se entreabrió un poquitín. La punta de mi lengua se rozó con la lengua de mi hermana. Le pregunté:

-¿Quieres sentir un placer como nunca antes sentiste?

-No.

Empujé a mi hermana sobre la cama. Estaba colorada como una grana. Me quité el vestido y el sujetador. Cogí sus manos y las puse sobre mis tetas. Berta no colaboraba.

Me preguntó:

-¿Qué me estás haciendo?

-El amor.

Me eché a su lado. Cogí una teta y le puse un pezón entre los labios. No me lo chupó. Lo moví entre sus labios. Hice lo mismo con el otro pezón y siguió en sus trece.

Se incorporó para salir pitando de la habitación. La cogí por la cintura. Le bajé la cremallera del vestido. Me dijo:

-Déjame ir.

No la dejé ir, más que nada porque no forcejeara conmigo en ningún momento.

Le quité el sujetador y la eché otra vez hacia atrás.

-No te resistas. Déjate ir.

Mi fuerte no era comer tetas. Se las acaricié y se las mamé como queriendo sacar leche. Los pezones de las tetas de mi hermana se pusieron duros y erectos, como duros y erectos estaban los de mis tetas. Después de mamar sus tetas volví a buscar los labios de mi hermana. Seguía sin abrir la boca del todo. Me dijo:

-Eres mala, muy mala.

Mi mano bajó y acarició su chocho mojado, muy mojado, estaba más mojado que el mío. Al acariciar su clítoris, su boca se abrió y me metió la lengua dentro de mi boca. Se la chupé. Sus ojos estaban cerrados cuando sus brazos rodearon mi cuello. La besé largamente, mejor dicho, nos besamos largamente, ya que mi hermana me devolvía mis besos con otros besos apasionados. Su boca me supo a canela y me olió a hierbabuena.

Le quité las bragas. Estaban para escurrir. Le hice con la lengua en el chocho lo mismo que me había hecho mi padre. Mi hermana, que era virgen como yo. Al rato, formaba un arco con su cuerpo, y me decía:

-¡Te quiero, Clarita!

Mi hermana sintió por primera vez el placer que se experimenta cuando una mujer tiene un orgasmo.

Oí sus gemidos. Sentí sus temblores, sus sacudidas, y probé el néctar que traía su corrida. En ese momento me di cuenta que ya nunca sería la remilgada, la mea pilas, la cortadita de antes, en ese momento había nacido: Loba Ardiente.

Al acabar, me dijo mi hermana:

-Vamos ir al infierno.

Le di un pico en los labios, y le respondí:

-¿Por haber estado en el cielo nadie va al infierno, cariño?

Nos acurrucamos una al lado de la otra, como dos palomitas, dos palomitas que aquel día empezaran a volar.

Al día siguiente, domingo, Roberto y yo estábamos en el cine. Por primera vez acepté ir con él a la Fila de los Mancos, o sea, a la última fila. En el cine ponían: El último Cuplé.

Tan pronto como se apagaron las luces, Roberto, que era un mocetón de 28 años, moreno y fuerte, empezó a tocarme las tetas. No lo reprendí, para eso fuera a esa fila. De las tetas metió una mano dentro de mis bragas y se encontró con mi coño mojado. No sabía cómo acariciarlo. Me metió un dedo dentro del coño. Sacó su polla. Me llevó una mano a ella y se la meneé. El acomodador, un cincuentón, estaba de pie, en el pasillo, a la altura de nuestra fila en la que éramos los únicos que se sentaban en aquella función de diez a doce. El acomodador era como los gatos, podía ver en la oscuridad. Estaba viendo lo que hacíamos. A mí me excitaba saber que me estaba viendo. Tanto me excitó que me puse de lado, bajé la cabeza y le chupé la polla a Roberto mirando para el acomodador. El hombre se arrimó a la pared, sacó la polla y mirándome se la meneó. Ya lo tenía donde quería. Saqué las bragas y me senté sobre la polla de mi novio, sin dejar de mirar al acomodador. Al entrar la cabeza de la polla en mi coño sentí como si me rompieran por dentro, pero llorosa y sin soltar un sólo quejido, la metí hasta el fondo. El acomodador se seguía pajeando. Roberto se corrió dentro de mí. Sin saberlo estábamos haciendo a nuestro Hijo Javier. La polla de Roberto se puso blanda, pero yo lo seguí follando hasta que se la puse dura de nuevo.

Cantaba una canción Sara Montiel, una canción que no recuerdo ahora cual era. Miré parta la pantalla y la vista se me fue para sus grandes tetas. Imaginando que se las mamaba, me corrí. Solté un gemido de placer que oyeron todos y todas las que estaban en la sala. El acomodador, que se acababa de correr, enfocó con la linterna a quienes miraban para atrás. Siguieron mirando la película. Yo, besando a Roberto, le acabé de poner perdido el pantalón con el flujo de mi corrida.

Continuará.

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