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Con una escort familiar

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Hacerlo con una sexoservidora a quien ya conoces de “atrás tiempo” tiene sus ventajas.

Ya te sabes sus pros y sus contras, sabes qué esperar y qué evitar. Además, si ella te tiene confianza, la relación puede ser más amena, pues mientras te la estás agasajando, o ya de plano la estás penetrando, puedes conversar con ella. Una plática así es de lo mejor, enriquece el sexo.

Y por supuesto que a quien aquí llamaré Tamara vaya que desde hace tiempo la conozco.

Aunque ya llevaba cuatro años que no la veía en estas condiciones. Y algo había cambiado, puedo señalar.

Era notorio que su cuerpo se había seguido desarrollando desde la última vez que sexamos; claro, en ese tiempo ella sólo tenía 18, ahora ya estaba entrada en los veintes.

Y no sé si fue por puro ejercicio, o si era cosa de alguna intervención artificial, pero lo cierto es que había embarnecido. En particular de la cintura para abajo. ¡Puta...!, lo que es del cabuz... ¡Carajo... ahora lo tenía pero si bien sabroso!!!

(Díganme ustedes, si la vieran pasar, ¿a poco dejarían perder el momento de mirarle la cola?)

Antes estaba bien, esa colita parada era ya todo un deleite de ver, pero ahora... ¡Uy... tremendo poto que se carga! Y es que es todo un “combo”. Unas nalgotas, unos muslos y unas caderas que... ¡pa’ su mecha! ¡Eso sí que es todo un pedorrón... rón, rón!!!

No manches, la mera verdad cuando la volví a ver pensé: «Lo que es los pedos se le han de escuchar como sonoros cañonazos...» Digo, por semejante “caja de resonancia”. ¡Por tan tremendo culote que se carga!

Si antes era ya un deleite de señorita, ahora esas nalgas y piernas le conferían el aire de toda una dama. Una que tenía ante mí (o, más específicamente, tenía las frondosas nalgas de toda una mujer en pleno delante de mi verga). Pese a la diferencia de talla, mi sexo reconoció su cola (incluso con la tela de su vestido y de mi ropa interior de por medio). Se fue poniendo firmes el muy cabrón. Ya quería ser desencapuchado, y yo no se lo iba a negar.

Luego, a la indicación de: “Pues a darle”, por parte de ella, nuestro encuentro pasó inmediatamente a la cama. Esa actitud un tanto impositiva de parte de ella era nueva para mí. Yo deseaba seguir calentando frente al espejo un rato más, preguntándole sobre sus últimas aventuras, para ponerme al día a la vez que cachondo, sin embargo, lo dejé pasar. Pensé que, después de todo, Tamara ya no era la jovencita preparatoriana del pasado. Aquella con quien había cogido hace cuatro años:

De hecho, esta vez, me sentí como estar con toda una edecán o modelo profesional. Tenía el físico, el porte, aunque también la actitud. Era evidente que todos estos años dedicados al oficio algo habían dejado en Tamara; de alguna forma le afectaron.

Después de todo, “el oficio”, le había dado la posibilidad de salir al extranjero y, ahora que regresaba, supongo que venía un tanto enorgullecida. No se lo podía reprochar.

Qué diferencia con la joven que vi al abrir la puerta aquella primera vez.

¿Quién era el más sorprendido de los dos? No lo sé. Afortunadamente supe sobrellevar el impacto de verla ahí parada, frente a mi habitación de hotel. En vez de asustarme y preguntarle algo como: “¡Y tú, ¿qué haces aquí?!” o cerrarle la puerta instintivamente, la invité a pasar.

Lo menos que me esperaba aquel día era encontrarme con mi propia sobrina en ese hotel.

Pese a lo extraño de la situación ella ingresó. Debo reconocer que siempre ha sido muy valiente y atrevida.

Llevaba un vestido azul muy entallado a su fino cuerpo (el mismo de la imagen anterior). Y, dado su estatura y complexión, la hacía ver especialmente delgada y deseable. Tal prenda delineaba muy bien su escueta cintura, y sus pechos que, a pesar de no ser demasiado turgentes, se veían antojables. Además aquella prenda acentuaba sus bonitas nalgas de colegiala (de ese entonces). Su maquillaje la hacía ver un tanto mayor. No hacía mucho que había cumplido los dieciocho, como ya dije.

Nos quedamos mirando fijamente el uno al otro por un momento que pareció más largo de lo que en realidad fue. Era evidente que con aquella expresión amenazante en su mirada me quería decir algo como: “Si les dices algo a mis papás, yo les cuento que fuiste tú quien me citó aquí”. Así que, sin reprocharle nada, y actuando como si de cualquier otra sexoservidora se tratara, procedí.

—Tu regalo está sobre el tocador —le dije, señalándole los billetes bajo el cenicero.

Ella dudó unos segundos, no sabiendo cómo responder, tal vez pensando que aquello podría ser una especie de prueba. Quizás creyó que sólo pretendía ver hasta donde sería capaz de llegar. Pero al final lo tomó.

—Tres horas —enfaticé, en tono neutro.

Se quedó un tanto pasmada, al ver que iba en serio. Asintió y comenzó a desnudarse, aunque con cierto nerviosismo. Noté, por medio del reflejo del espejo cercano, que su cara se veía desencajada.

El marcado silencio se hizo aún más palpable mientras ambos nos quitábamos la ropa. Estábamos de espalda uno del otro, aunque sentados en la misma cama. En ese momento tomé consciencia de que por lo menos llevaría un año dedicándose a eso, pues desde ese tiempo la vi publicada en la página de escorts, de donde tomé sus datos.

Desde que vi sus fotos me entraron ganas de contratarla, se veía bien jovencita, como a mí me gustan. Delgada y muy antojable.

La verdad siempre me han gustado las chavitas, y más siendo delgadas (pues dan la sensación de que las puedes partir en dos). Desde hacía años que no me podía dar ese gusto. Hace tiempo te las podías encontrar casi en cualquier casa de citas, pero desde que prohibieron “antros” de esa índole, pues nada.

En aquellos años de bonanza me pude coger a unas cuantas. La última, una chavita bien menudita aunque con unas tetas bien lindas y una piel muy tersa. Su cuerpo delicado no resistía por mucho tiempo las duras penetradas, y gritaba mucho, pero era perfecto para varias posiciones por su flexibilidad y tamaño. Cargarla no costaba nada, y soltaba unos gemidos que uy... te erizaban la piel.

Lamentablemente aquella se me desapareció muy rápido. Supongo que algún güey la sacó de trabajar, jejejé. Sería lo más natural.

Aunque la primera vez con mi sobrina no se compara, tomando en cuenta el morbo implícito. Mi propia sobrina era toda una escort y en tan sólo unos momentos me la almorzaría.

La chica ya me había hecho agua la boca (por supuesto sin saber que era ella) desde que vi sus fotos en la página de escorts. Claro que no enseñaba su rostro, sólo su bien delineado cuerpo:

Pero ya con eso se antojaba. Además, me dejé llevar por los buenos comentarios que muchos clientes dejaban allí, donde se anunciaba. La recomendaban mucho. Según sus palabras, la chica lo entregaba todo en la cama; parecía que, además de hacer esto por dinero, lo hacía también por el gusto de coger en sí. Se veía que le encantaba fornicar.

Tardé en poder concretar la cita pues ella tenía un horario muy saturado, pero, cuando lo hice por fin, le pedí que me hiciera espacio en su apretada agenda (y, por supuesto, en la apretada vagina que, según contaban, ella tenía).

Cuando terminé de quitarme mis calcetines, quedando sólo en calzón, me levanté de la cama para voltear y mirar a mi sobrina; quien ya sólo vestía brassier, pantaletas y medias. La hija de mi hermano, ahí estaba. Y el muy cabrón me debía unas cuantas. Cuando menos con ella me cobraría el resentimiento.

La mirada de ella no perdió su actitud amenazante (pese a que ahora se encontraba casi totalmente desnuda) como esperando que al verla así yo me rindiera y le pidiera que parara. Yo, sin embargo, no dije nada y me quedé esperando a que cayera la última de sus prendas.

Tamara se desabrochó el sostén y se deshizo de él, tras de lo cual también se quitó las pantaletas quedando totalmente desnuda para mí. Por primera vez vi a mi sobrinita ya crecidita en cueros; y estaba de “nomamesss...”

Debo decir que lo que también me animó a seguir adelante (pese a las posibles consecuencias) fue que ya tenía cierto conocimiento de sus “andadas” desde hacía tiempo, pues su mamá me había confiado algo. No era raro, según ella, que se encontrara condones usados en la habitación de su adorable retoño; prácticamente desde su entrada a la adolescencia; por lo que evidentemente ya desde entonces bien que le ponía. Y su hermana menor iba por el mismo camino; no hacía mucho la había grabado yo mismo en plena acción con un güey que... bueno, eso lo dejo para otro relato.

Lo que sí puedo añadir aquí, e incluso enfatizar, es que el encanto de estas niñas les viene de herencia. Y es que Leticia, su mamá, si bien no guarda la misma complexión de cuando la conocí allá en su juventud (es decir, ahora es más bien del tipo gordibuena); sí que es bien sexosa (no por nada mi hermano se la parchó dejándola preñada antes de terminar la prepa, jejereje).

Días antes de encontrarme con mi sobrina yo ya estaba ansioso, pero no tenía lo suficiente para contratar las tres horas que ya me había decidido pactar con ella, así que decidí citarme y desahogarme con mi cuñadita (ex-cuñada en realidad, ya hace años que se separó de mi hermano, y la verdad qué bueno, el muy pendejo no la supo valorar).

Pues bueno, le pedí que nos viéramos en el Vips habitual y confiaba en disfrutar de sus febriles carnes (que, a decir verdad, no sería la primera vez que me brindara). Durante el almuerzo se desahogó conmigo; contándome sus penas y aflicciones. Ya me había imaginado que tendría que servirle de paño de lágrimas. Y si bien yo quería que se desahogara, pero de otro modo (es decir, sexualmente, claro), tuve la atención de escucharla pues, dado la experiencia, ya sabía que eso me lo sabría bien recompensar en la cama.

Me platicó de sus hijas que cada vez estaban más rebeldes. La menor no dejaba de faltar a la secundaria para irse a conciertos con su novio, y la mayor ya había abandonado de plano la idea de estudiar una licenciatura. Según su mamá, aquella creía que sólo por su belleza conseguiría el éxito en la vida.

Para mí, el actuar de sus hijas era de lo más lógico, luego de haberlas dejado de chicas bajo la tutela de mi hermano, un total desobligado cuya calidad como padre dejaba mucho que desear. El muy pendejo, aún ahora, no deja de ser un niñote que se preocupa más por comprar juguetitos, disque de colección, en vez de ocuparse de sus hijas. Así que era lo más natural que salieran así. El muy hijo de nuestra madre, se la pasa todo el día tiradote viendo caricaturas, y eso que ya está cerca de los cuarenta. Pero, si mamá se lo consecuenta, allá ella. Hasta lo deja vivir en su casa, como cabro chico mantenido. Lo cierto es que el imbécil no ha sido más que perjuicio para sus hijas.

Pero yo no podía decirle eso a Leticia. Echarle en cara que se embarazó de un completo pelmazo no le haría bien en nada. Tenía que darle ánimos y eso hice. Le dije que no se preocupara, que era cosa de la edad y que muy pronto sus hijas madurarían saliendo adelante.

En fin, después del almuerzo, Lety y yo nos fuimos a coger. Fuimos a un hotel cercano (igualmente, era el habitual) y allí sí que desahogamos nuestros cuerpos. A ella, aunque se volvió a juntar con otro tipo, parece que no la satisfacen como deben y yo pues... bueno, ya tenía ganas de “culear” con mi ex-cuñadita.

No bien entramos al cuarto, la agarré de sus rollizas nalgas a dos manos. Lety tiene uno de los mejores “atrapamocos” que he conocido.

Aunque, hoy por hoy, el de su propia hija lo supera:

(“Esas siéntalas aquí, mamacita” ¿a poco no dan ganas de pedirle eso?)

De cualquier forma su mami, vistiendo su usual pants, me la sigue poniendo firmes de sólo verla. Masajearle y estrujarle esas carnes de mujer madura es un gran deleite. Se me desbordan de las palmas.

Así, aún con la ropa puesta, nos besamos y acariciamos por largo rato en aquella habitación de hotel. Dado que ella es la jefa en su trabajo puede llegar a la hora que se le pegue la gana. Siempre tenemos tiempo de sobra.

Poco después, Lety se dirigió a mi entrepierna y bajó el cierre de mi cremallera, hizo a un lado mi calzón y sacó mi tieso miembro para introducirlo en su cálida boca y darme una de sus expertas mamadas. Ella sí que sabe cómo hacerlo. No por nada digo que su hija le heredó en habilidad.

Mamó y mamó; succionó cual becerro a vaca. A diferentes ritmos, me lamió desde los testículos hasta el glande dejándome bien bañado de su saliva. Volteé hacia el espejo y fue inevitable preguntarme (como en otras ocasiones): ¿por qué el pelmazo de mi hermano dejó ir a una mujer como esa? Se tenía que ser muy pero que muy pendejo para hacer cosa así. Y es que, después de unos años, quiso suplantarla con una señora sobrada en carnes y pasada en años, que pronto también lo dejó al darse cuenta de lo holgazán que era.

Bien pues, días más tarde de aquel encuentro con Leticia, también miraba hacia un espejo. Pero esa vez el reflejo que me devolvía era el mío con una jovencita completamente desnuda sobre mí, y que, además, era la hija de Leticia («ufff... si lo supiera su madre»).

No podía creerlo, en tan sólo unos instantes más le enterraría el mismo miembro que ha hecho gozar a su madre antes que a ella. Madre e hija ensartadas por el mismo miembro, aunque en distintas ocasiones. Esa perversión me excitaba mucho.

Tamara se desenvolvía como si las facultades de mi ex cuñada le hubiesen sido heredadas. En ese momento la tuve sentada a horcajadas sobre una de mis piernas al mismo tiempo que me brindabaun habilidoso servicio oral.

Sentirla totalmente desnuda sobre mí fue una sensación deliciosa, como nunca antes sentí. Pude percibir la frescura de sus labios vaginales encima de mi pierna, mientras que mi pene se bañaba dentro de su húmeda y cálida boquita.

Siendo succionado por una boca más joven pero igual de habilidosa que la de su madre, supe que aquella pericia no sólo provenía de tal legado. Sus habilidades, notablemente desenvueltas, seguro que han sido pulidas por varias sesiones de sexo, pero no sólo con clientes, sino también con amigos y novios, según lo contado por su mamá.

Bruñendo mi pene firme pero suavemente con una mano, no dejaba de mamar mientras que con la otra acariciaba mis testículos haciéndome leves cosquillas. Sus mejillas se hundían mientras sorbía y sorbía mis fluidos pre-seminales, luego daba lengüetazos que rozaban mi miembro justo en la punta. La chica parecía una excelente sexoservidora.

Mientras me seguía dando aquel oral tan intenso pensé en su madre, a quien apenas unas semanas antes me había cogido en aquel otro cuarto de hotel, quizás más modesto, pero pagado con su propio dinero. Ella ya no es una chavita como cuando la conocí siendo novia de mi hermano, sin embargo, se sabe mover rico la condenada, y con mucha pasión y lujuria; además, a diferencia de una sexoservidora (como lo es su hija), con ella sí puedo venirme al natural; sin látex de por medio (pues ya hay confianza); cosa que hice esa última vez.

Y es que tenerla en cuatro, con ese par de suculentas nalgas chocándose por sí mismas en el área púbica, no tiene precio, ni siquiera se comparaba con su retoño (a quien por cierto coloqué en la misma posición, para tener justamente un punto de comparación). La mamá las tiene más de señora, más frondosas, vamos, hay más carne de donde agarrar (bueno eso era en esos días, ahora su hija ya le gana). Tamara, en aquel tiempo, las tenía más macizas que su progenitora, pero no tan voluminosas. Eso sí, siempre han sido preciosas a la vista. Además la textura de su piel es muy suave al tacto. Y lo cierto es que la chiquilla; antes y ahora; aprieta pero si bien chingón.

Mientras me miraba en el espejo tomaba plena consciencia de lo que estaba haciendo, me estaba chingando a la hija de mi hermano y me encantó.

Aproveché la posición de perrito para darle unas buenas nalgadas a palma abierta, en honor a su madre. «Tome, por sacarle canas verdes», pensaba mientras se las daba con toda la fuerza que pude. Ella me miró con cierta expresión molesta, pero no se atrevió a decir nada.

La sujeté tan firmemente como pude para que no se escapara ni de uno solo de mis duros empellones. Es justo decir que Tamara no rechazó mi trato. Supuse que para ese tiempo ya sabía que ganarse el dinero así también tiene su chiste y, pese a lo que la gente cree, no es nada fácil.

Tras una media hora de mete y saque me la llevé hacia un espejo que daba de piso a techo. Allí ella misma se miraba cómo era penetrada por su tío, jijiji. Posteriormente, sin sacarse el miembro, ella se recargó sobre el espejo del que tomó apoyo para azotarse contra mí. Ahora era ella quien me cogía, al mismo tiempo que nos mirábamos en el reflejo delante de nosotros. La expresión de su rostro era de total lujuria. Tamara me veía como nunca antes lo había hecho.

Es cierto lo que decían en aquella página de escorts donde se anunciaba, se veía que le encantaba el sexo. «Esto no lo hace sólo por dinero, esto es su genuina vocación», pensé.

Me salí de ella sólo para darle la vuelta y subirle una pierna a todo lo que daba. Así comprobé su elasticidad, y pude penetrarla viéndola de frente, ya de paso. Ella se abrazó a mí. Parecía como si fuera la primera vez que la miraba. De verdad que era muy bella (doy gracias de que no tenga casi nada del papá pues, sino, imagínense, me hubiera sentido muy mal). La besé. Es deliciosa, de verdad lo único bueno que ha hecho mi hermano en toda su vida.

Ella relamió sus labios como si disfrutara del sabor de nuestras salivas encontradas. No sé si fue puro “profesionalismo” de su oficio, o si en verdad lo estaba disfrutando, lo cierto es que me prendió verla así.

De vuelta en la cama, ella me cabalgó mientras la tomaba de su cintura. Volví a ver hacia el espejo y no podía creerlo, me estaba cogiendo a una jovencita que, además, resultaba ser de la familia, jajaja. Nunca había soñado con tal perversión... bueno sí.

El verla así, tan menuda, me daba ganas de descargar en ella mi furia y justo eso intenté. Tomándola de sus nalgas, mientras ella dejaba descansar su cuerpo sobre el mío, intensifiqué mi bombeo a más no poder.

Le di unos duros embistes dejándosela ir hasta el profundo fondo de su sexo que, por cierto, estaba bien apretadito... hummm...

Cuando la miré a la cara me di cuenta de que lo estaba disfrutando. Tal parecía que nació para eso. Es todo un prodigio sexual.

Tomándola de patas al hombro me la seguí cogiendo. «Felicidades, has hecho una mujer fabulosa en la cama y disfrutable en el sexo, igual a ti», pensé para mis adentros, totalmente agradecido con mi cuñadita.

Revolcándonos en esa king size, mi sobrina me dio una de las mejores cogidas que me han dado... ufff fue hermoso, y pude guardar recuerdo de ello ya que, gracias a que el espejo estaba delante, sólo bastó incorporarme y tomar mi celular de la mesita cercana para fotografiar esas preciosas nalgas suyas entre las que resbalaba mi pene por en medio.

Al contemplarla de tal forma no pude más y en unos minutos reventé; deliciosamente por cierto.

Tras un breve descanso, nos bañamos para reposar un rato. En ese momento ya sentimos confianza entre nosotros y conversamos honestamente.

Me contó sobre su experiencia como escort y sus planes a futuro. Yo la oí tratando de no juzgarla, después de todo me había brindado uno de los mejores y más dedicados servicios que he disfrutado. Me dio gusto por ella (y por mí... jijiji). Estaba ya muy lejos de la inmadurez de su padre. A sus 18 era más autosuficiente que aquél, gracias a la actividad productiva que realizaba.

Posteriormente a la plática, por medio de diversas posturas, ella me siguió demostrando su profesionalismo. Lo que, sumado a un hermoso cuerpo, hoy por hoy le asegura una amplia cartera de clientes.

Gracias por darle la crianza que la encauzó a ser el placer de muchos hombres dichosos.

FIN

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