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Mónica ‘DELUX’ (9): Sexo, lujuria y depravación, ¡qué combinación! 'El fin justifica los medios’.

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El fin justifica los medios

Rondaban las siete de la tarde cuando llegamos a nuestro destino: el viejo caserío de los abuelos de Javier. Bajamos del coche y nos desanimamos al ver el aspecto de abandono que presentaba la casa. Era bastante grande, con unos treinta metros de fachada y dos alturas. La puerta y las ventanas estaban enmarcadas con ladrillos rojizos, que contrastaban demasiado con la cal de la pared, levantada y agrietada en numerosas zonas.

―No os preocupéis, amigos ―dijo Javier al percibir horror en nuestros rostros―, “es solo fachada”, como suele decirse. El interior está en perfectas condiciones.

Todos dirigimos la mirada hacia él.

―Ya puede estarlo ―dije yo―, porque por fuera me recuerda a la mansión de la película “Esta casa es una ruina”, solo que más rústica. Tú, Sergio, ten cuidado si subes a la planta superior, no sea que te quedes encajado en un agujero del suelo como le pasó a Tom Hanks en la peli. Aunque estás mucho más bueno que él, tienes la misma cara de cabrón. ―Solté una carcajada y el resto añadieron otras tantas―. Si tenemos la suerte de que suceda… no pienses que voy a rescatarte. ―Volví a reír.

―¡Tú, cachonda! ―exclamó Sergio―. No te pases de listilla, no sea que me dé por follarte en todas las habitaciones… ¡y mira que son muchas!

Todos volvimos a reír y yo no quise replicar a Sergio por miedo a seguir lanzándonos pullas el resto de la tarde.

Nos adentramos en la casa con la esperanza de que Javier no nos hubiese mentido. Por suerte el cambio fue significativo. Las paredes y techos eran de color blanco y con una altura superior a la normal, el suelo de terrazo rojo y los muebles de madera así como las ventanas. A primera vista nos causó una muy buena impresión. El resto lo dejamos para más tarde: tampoco se trataba de hacer una visita guiada en ese momento.

Lo peor de todo era el ambiente, demasiado frío para nuestro gusto. Para remediarlo, Javier encendió la caldera de gasoil y salimos al jardín con intención de aprovechar el calorcito que aun proporcionaban los últimos rayos de sol. Sentados en unos bancos de piedra, pasamos un buen rato rememorando los momentos más divertidos del viaje; cuatro horas dieron para mucho y había merecido la pena hasta el último segundo. Más tarde pensaríamos en comer algo y lo que fuera surgiendo. La noche prometía ser larga y cargada de emociones excitantes.

Poco después de ponerse el sol, notamos que había comenzado a refrescar y decidimos entrar en la casa. Yo lo agradecí porque seguía vestida únicamente con la camisa. Al pasar junto al coche, Sergio recogió mi mochila y me la dio.

―Ven conmigo ―me dijo―. Quiero que los demás vean cómo te queda la ropa que te compré ayer.

―¡Sí, Sergio! Como quieras ―respondí ilusionada por ver sus reacciones.

Me cogió de la mano y me llevó hasta la casa.

―¡Sergio! ―Llamé su atención nada más entrar―. Por si no te has dado cuenta, parezco una cerda y tengo porquería hasta detrás de las orejas. ¿Por qué no dejas que vaya al baño y me lave un poco? Es una marranada vestirme en estas condiciones.

Me miró de pies a cabeza y vaciló unos instantes.

―¡Está bien! Pero no tardes. Te espero en el salón. Cuando bajes te doy la ropa.

―¡Ok, amor! ―Le regalé una amplía sonrisa y besé su mejilla―. ¡No tardo! ―añadí y me fui dando saltitos más contenta que unas castañuelas en dirección al cuarto de baño.

Al abrir el grifo del lavabo me di cuenta de que el agua salía caliente. Relacioné esa circunstancia con el hecho de que la caldera de la calefacción estaba encendida. «Puesto que dispongo de agua calentita ―me dije―, creo que será mejor que me dé una buena ducha. Tampoco tardaré demasiado». No me lo pensé dos veces, puesto que, además, disponía de gel de ducha y champú; uno de los armaritos del baño estaba bien provisto de todo tipo de productos para la higiene personal.

Tras la ducha me sentí tan bien, que pensé que de nuevo volvía a ser persona: estaba la mar de contenta y animada. Volví a husmear entre los productos del armario y encontré un frasquito de colonia para bebés. «¡Genial!», me dije. No podía creer que tuviese tanta suerte. Ya solo me faltaba hallar un secador de pelo para ser dichosa del todo. ¡Por desgracia no fue así! Esa circunstancia no me desanimó, puesto que tampoco resultaba de suma importancia.

Al mirar mi reloj de pulsera, me di cuenta de que había pasado casi media hora desde que me despedí de Sergio. «¡Me va a matar!», recuerdo que pensé. Sin tiempo que perder, me cubrí con la toalla por encima de los pechos y puse pies en polvorosa hacia el salón.

En él, los cuatro amigos charlaban animadamente. Sin anunciar mi llegada me coloqué junto a ellos y quedé de pie, sin moverme. Me miraron extasiados y ninguno me recriminó haber tardado tanto tiempo. Imagino que dieron por sentado que las chicas solemos demorarnos demasiado cuando nos aseamos.

Ahí estaba yo, con una mini toalla que me tapaba desde los pechos hasta la entrepierna y sin decir nada, parada y esperando a que ellos reaccionasen. Me quité los zapatos y retrocedí un poco hasta colocar los pies sobre la confortable alfombra.

―¿Me das la ropa, Sergio? ―dije rompiendo el incómodo silencio.

Él extendió el brazo para acercarme la mochila. Los cuatro seguían sin decir nada y sin dejar de mirarme. Me quité la toalla y comencé a secarme el pelo con ella; con las prisas no quise entretenerme en el cuarto de baño. En ese momento surgió la voz de Íñigo, mi más tierno admirador.

―¡Joder, Moni! No te haces una idea de lo rica que estás ―dijo con descaro―. Nunca me canso de verte desnuda.

Sus palabras arrancaron una sonrisa de mi rostro.

―¡Gracias, Íñigo! ―respondí halagada―. Tú siempre me miras con buenos ojos…

―Todos te miramos con buenos ojos, ¡guapa! ―interrumpió Sergio, mostrándose más galante de lo que en él era habitual.

Pero Íñigo quería más.  No se conformaba con lo que veía.

―Date la vuelta ―me ordenó.

Me hizo gracia que me lo pidiese él, porque, entre todos, era quien más devoción mostraba por mi trasero. Desde el primer día que me lo vio, y lo cató, había sido así. Aunque creo que más que nada se trataba de una obsesión.

Lo demostró cuando se abalanzó sobre mí y me puso las manos sobre las nalgas.

―¡No seas empalagoso, Íñigo! ―surgió la potente voz de Sergio―. Pareces un baboso desesperado. Deja que se vista… ¿No ves cómo tiembla de frío?

Sergio tenía toda la razón: la temperatura era un poco baja y yo no dejaba de tiritar; tenía tantas ganas de vestirme que no veía la hora de hacerlo.

―¿Con o sin? ―les pregunté mientras sostenía en las manos sujetador y tanga

―¡SIN!... ¡SIN!... ¡SIN! ―respondieron los cuatro al mismo tiempo.

Comencé poniéndome la camiseta, de color blanco y algo trasparente. Sergio la escogió dos o tres tallas más pequeña para que me quedase muy ajustada y por encima del ombligo. El pantaloncito era más bien lo que se conoce como mini short, de color celeste y tan pequeño que dejaba al descubierto la mitad de las caderas y de las nalgas. Ligeramente elástica, la tela se asemejaba en textura y tacto al algodón.

Sergio se levantó cuando terminé de enfundarme el modelito.

―¡Perfecto! ―exclamó―. Date un par de vueltas para que te vean esta panda de salidos.

Me sentí, mientras giraba, como si tuviese puesta una segunda piel. El pantalón me apretaba la vulva, impidiendo que los labios mayores sobresaliesen lo más mínimo y dibujando perfectamente la hendidura vaginal. Por detrás se encajó entre las nalgas como un río que discurre entre montañas. En cuanto a la parte superior, los pechos quedaron prietos y ligeramente separados, delatándose con exactitud la situación de los pezones.

Los cuatro me examinaron con descaro, sin apartar los ojos de mi cuerpo semidesnudo y excitado. Por un momento llegué a pensar que me follarían en ese preciso instante. Quise salir de dudas sobre cuáles eran sus intenciones.

―Imagino que no me habéis hecho vestir para después quitármelo… ¿No? Sería absurdo. Aunque, conociéndoos como os conozco, tampoco me extrañaría. ―Sonreí con picardía.

―No, Moni ―respondió Alonso―. Tan solo queremos recrearnos la vista antes de que llegue el momento oportuno.

―Y… ¿Cuándo será ese momento?

Sergio miró su reloj.

―Ahora mismo son las nueve. Calcula que sobre las doce. Primero tenemos que resolver unos asuntos y después cenar.

―¿Asuntos?... ¿Qué tipo de asuntos? ―pregunté intrigada.

―Tú no te preocupes por eso ―respondió Javier―. Son cosas nuestras.

Le miré a los ojos algo confundida.

―¿Tres horas de cosas vuestras...? ¡Umm! Han de ser muchas para necesitar tanto tiempo. ¿No te parece? ―Mis preguntas comenzaban a parecer un interrogatorio.

Así lo pensó el propio Sergio.

―Te han dicho que no debes preocuparte… ¡Golfa! ―Volvió a salir su tono autoritario, ese tono que sabía que me volvía loca.

―¡OK! Amor. No pregunto más. Los chicos a cosas de chicos y las chicas a cosas de… ―Hice una pequeña pausa―. ¡Huy! ¡Perdón! Solo hay una chica… ¡Yo! ―rematé con ironía.

Los cuatro salieron riendo en dirección al jardín. Seguramente tenían asuntos que tratar respecto a lo que sucedería a partir de las doce. Yo estaba ansiosa por que llegase media noche.

Mientras ellos se ocupaban de sus asuntos, yo me entretuve viendo la tele. A esa hora casi todos los canales estaban con las noticias de la noche. Seguí haciendo zapping  hasta que me encontré con mi buen amigo Bob Esponja. Al verlo presentí que me haría pasar un buen rato habida cuenta de las circunstancias.

Apenas había pasado medio capítulo cuando vino Íñigo al salón.

―¿Qué haces, Moni? ―preguntó―. ¡Ah! Ya veo. Estás con la esponja amarilla esa... ¿Te importaría echarme una mano en la cocina?

―Claro. Lo que quieras ―respondí cortésmente.

Le seguí a lo largo del pasillo hasta la cocina. Nada más entrar me abrazó por detrás y me empujó contra la encimera.

―¿Qué haces, loco? ―pregunté sorprendida.

―Te voy a follar. ¿No quieres? ―dijo con rudeza.

―¡Sí! Pero…

―¡Calla, golfa! Tú solo tienes que dejarte hacer. ―No me permitió terminar la frase.

Empujó mi espalda hasta que los pechos y la cara quedaron aplastados contra la fría encimera. Con la mano izquierda me sujetaba por la nuca y con la otra me bajaba el pantaloncito hasta las rodillas. En esa posición mi culo quedó bien expuesto y pensé que pretendía sodomizarme. Pero no fue así. Se sacó la polla y me la clavó de un solo golpe en el coño. Con ella dentro, comenzó a follarme con dureza. Grité de gusto casi de inmediato, al tiempo que él jadeaba sin cesar. Pasados unos tres minutos se detuvo, sacó la polla y se la guardó dentro del pantalón.

―¡Ya está! Gracias por tu ayuda ―me dijo y salió de la cocina, dejándome sola, en una postura nada habitual y sumida en un mar de dudas. «¿De qué coño va este tío? ―me pregunté a mi misma muy enojada―. Si al menos me hubiese follado como Dios manda…, Pero, no, me deja a medias y se va…».

Sin saber cómo reaccionar o qué pensar, volví de nuevo al salón. Había sido tan breve el episodio erótico, que ni siquiera había terminado el de Bob Esponja en la tele. No me quedó más remedio que tomármelo a guasa y seguir a lo mío.

Apenas habían transcurrido diez minutos, cuando Javier entró en el salón, visiblemente alarmado.

―¡Moni! ―me dijo―. ¿Qué te ha pasado con Íñigo? Me ha contado no sé qué sobre tú y él en la cocina.

Le dije la verdad y cómo me había sentido. Tras hacerlo me pidió que le acompañase para aclarar el asunto. Llegamos a la cocina y comenzó a comerme la boca sin previo aviso.

―¡Quiero lo mismo que él! ―dijo al tiempo que me magreaba los pechos con desesperación.

―¿Cómo? ―Quedé más sorprendida que con Íñigo―. ¿Me traes aquí con la intención de mediar y lo único que quieres es follarme?... ¿De qué vas, tío?

Me miró con cara de pocos amigos y me cogió de la barbilla, con cierta fuerza, para impedir que rehuyera su mirada.

―Tú no eres quien para pedir explicaciones de nada. Tan solo tienes que dejarte hacer… Para eso estás aquí… ¿NO?

Hice un gesto afirmativo con los ojos. Era la señal que él esperaba para colocarme en la misma posición y lugar que lo había hecho Íñigo. Igualmente me bajó el pantaloncito, mientras sujetaba mi nuca, sacó la polla y me la clavó. En esa segunda ocasión la sentí mucho más al tener los muslos pegados y el coño bien cerrado; su miembro era más grueso y ejercía mayor presión. Lancé varios gritos hasta que me habitué a tenerle dentro de mí.

―Veo que te gusta, ¡golfa! ―dijo en un momento que dejó de jadear―. Esto es solo un aperitivo de lo que te voy a dar esta noche.

No pude contestar porque me estaba matando de gusto, y los jadeos y gritos me lo impedían. Cuando vio que estaba lanzada se detuvo, salió de mí y se guardó la herramienta.

―Esta noche seguimos. No tengo prisa ―me dijo y se fue.

Mientras me acomodaba el pantaloncito, tuve claro lo que sucedía aunque no la intención. Me consolé con la certeza de que en cualquier momento podrían venir Sergio o Alonso con las mismas pretensiones. Si todo aquello seguía una rutina, solo faltaban ellos dos.

Regresé con mi viejo y fiel amigo Bob, el único que no había intentado follarme hasta el momento.

Pasaron diez minutos y ninguno de los que faltaban dio señales de vida. Al rato miré el reloj y ya eran quince los minutos transcurridos. Poco después veinte. Rutinariamente fui mirando el reloj hasta pasar la media hora. Pensé que se habían olvidado o cansado del juego cuando…

―¡Hola, Moni! ¿Qué haces? ―La voz de Sergio me sobresaltó a pesar de su tono afectivo.

―Viendo la tele… ¿Qué mosca te ha picado a ti? ―pregunté frunciendo el ceño.

―Nada, cielo. Tan solo charlar.

―¿Charlar? ―Estaba mosqueada porque él no solía ser tan meloso.

―¡Sí, charlar! Ven conmigo al sofá. Estaremos más cómodos.

Tendió la mano para ayudarme a levantar del suelo, donde estaba sentada viendo la tele (es una costumbre que tengo desde niña).

Al pasar junto a uno de los sillones se detuvo, me agarró con fuerza por debajo de la axila y de un empujón me tumbó sobre el brazo del sillón. Caí boca abajo y quedé con las piernas colgando.

El impendía que me moviese sujetándome la espalda con la mano y el culo con la cadera.

―¡Estabas faltando tú! No sé por qué me sorprendo ―dije resignada.

―Cierra el pico y no hables. Más que una charla será un monólogo ―respondió sin dejar que me moviera.

Igual que los otros, me bajó el pantaloncito y se sacó la verga. Tomé aire y esperé a que me la clavara en el coño. Pero, con todo el trajín, no me paré a pensar que Sergio no era como los demás… Él tenía la virtud de sorprenderme.

Y así fue… ¡Vaya si lo fue! En un par de segundos pasé de notarla en el ano a sentirla en el recto. Como es lógico, no escatimé gritos de todo tipo: los dos primeros de dolor y los restantes de dicha. Me sodomizaba con furia al tiempo que me decía todo tipo de barbaridades. Durante un rato no se detuvo una sola vez, y yo creía que me abría en canal con cada embestida. Fue tan intenso que no tardé en quedar inmóvil mientras experimentaba un glorioso orgasmo. Mis gritos se transformaron en gemidos y murmullos.

Salió de mí sin llegar a correrse, se enfundó la verga y me dio un buen azote en el trasero.

―¿Qué tal lo llevas? ―preguntó con voz grave―. ¿Sigues pensando en llegar hasta el final o ya has tenido bastante?

Apenas podía hablar ni moverme, pero saqué fuerzas de flaqueza para responder.

―De momento… todo va de maravilla. No te haces una idea de las ganas que tengo de seguir hasta donde sea capaz de aguantar. Creo que con esto respondo a cualquier duda que puedas tener.

Sergio respiró profundamente y acto seguido soltó todo el aire de golpe.

―No sabes cuánto me alegra escuchar eso. De momento te he dado algo para que te calmes un rato. Procura descansar porque te esperan emociones fuertes. ¡Pienso poner a prueba tu resistencia!

―¿A qué te refieres? ―pregunté con la vaga esperanza de obtener respuesta.

―Todo a su debido tiempo. En su momento saldrás de dudas ―respondió con evasivas… como siempre―. Ahora, adecéntate un poco, Javier y Alonso van al pueblo a comprar unos bocadillos, y tenemos que decirles de qué lo queremos.

Nos reunimos en la puerta principal y Alonso fue apuntando en un papel los pedidos. Al terminar, él y Javier se dirigieron hacia el coche. Íñigo les acompañó con la excusa de despedirse de ellos.

Pasado un rato, vi en mi reloj que eran las diez y cuarto e Íñigo no volvía. Me pareció extraño porque hacía unos minutos que escuché cómo el coche se alejaba. Pensé que había decidido ir con ellos, pero aun así quise salir de dudas.

―¿Ha ido Íñigo con Javier y Alonso? ―pregunté a Sergio, que estaba sentado en el sofá enviando mensajes con el teléfono.

―¿Cómo?... ¡Ah, no! Ha quedado con Javier que echaría un vistazo a la caldera de la calefacción. Parece que no calienta lo suficiente. ―respondió sin levantar la vista del teléfono.

―Pero… No le he visto entrar. ¿Dónde está la caldera? ―seguí preguntando.

―¡Bah! No te preocupes. Está en un cuarto que da a la parte trasera. Seguramente ha entrado por la puerta exterior. ―Sus dedos dejaron de aporrear el móvil―. Por cierto… ¿Por qué no vas a ver si necesita ayuda? Yo mientras termino de enviar un par de mensajes.

―¡Bueno! ―Suspiré resignada ante su falta de entusiasmo.

Tras darme las indicaciones oportunas sobre cómo llegar al cuarto de la caldera, me puse en camino. Me dio cierta pereza porque en esos lugares el olor a gasoil es mareante y mucho más para mí: es algo que nunca he podido soportar.

Seguí las indicaciones y llegué sin problemas. Al abrir la puerta la luz estaba apagada. Justo en el momento en que iba a pulsar el interruptor, fui abordada por detrás con brusquedad.

―¡Joder, Íñigo! ―dije sobresaltada mientras mi corazón latía con furia―. ¿Quieres matarme de un infarto?

Él no dijo nada. Tan solo se limitó a retirar mi mano del interruptor y acariciarme los pechos desde atrás. Lo hacía con tanta delicadeza que no quise interrumpirle. Noté cómo la mano derecha bajaba por el estómago y el vientre hasta llegar a la entrepierna. Sus dedos eran una delicia sobre la fina tela del pantaloncito; era tan liviano que tuve la sensación de no tenerlo puesto.

―¡Sigue, Íñigo!... Me gusta cómo lo haces ―dije susurrando.

Notaba cómo mis pezones se erizaban y ponían duros al tiempo que humedecía el coño.

―¡Dios!... ¡Qué placer! ―volví a susurrar.

―¡Te voy a follar aquí y ahora! Tengo ganas de correrme dentro de ti ―dijo con tono suave y sugerente en mi oído.

―¿Tiene que ser aquí?... ¿No prefieres un lugar más cómodo para los dos?

―¿Qué mejor que un sitio oscuro y apartado! ―dijo de tal forma que no supe si respondía o preguntaba.

El caso es que me había puesto cachonda y no quise insistir ni resistirme. Ni siquiera cuando giró mi cuerpo y me empujó contra la pared. Sus manos se deslizaron por debajo de la camiseta y acariciaron mis pechos con menos delicadeza.

―¡Quítatelo! ―ordenó con autoridad, pero sin levantar la voz.

―¿La camiseta? ―pregunté sin saber a qué se refería.

―No. El pantalón. No pierdas tiempo. ―Se mostró impaciente.

Se separó de mí y dejó que me lo quitara con comodidad.

―¡Ya está! ¿Qué más quieres que haga? ―pregunté totalmente entregada.

No respondió. Se acercó de nuevo y noté su verga contra mis carnes; debido a la oscuridad ni me percaté de que se la había sacado. Me levantó la pierna izquierda y trató de penetrarme varias veces sin atinar.

―Deja que lo haga yo ―le dije con dulzura―. Está muy oscuro y yo puedo hacerlo mejor.

En ese momento no supe si me excitaba más la situación o su racanería a la hora de hablar. Dejé de pensar en ello cuando le sentí dentro de mí, aumentando la velocidad a medida que me follaba.

Durante más o menos diez minutos consiguió que gozara hasta que me corrí. Poco después lo hizo él, llenándome las entrañas con su semen tibio y abundante.

―¡Toda tuya! ―dijo levantando la voz.

Al escuchar su voz con claridad supe que algo no cuadraba en aquella ecuación.

―Tu no eres Íñigo. Eres… ¿Alonso? ―pregunté con cierta inseguridad.

Salí de dudas cuando se encendió la luz y vi a Alonso delante de mí y a Sergio en el umbral de la puerta.

―Creí que te habías ido con Javier, Alonso. Veo que os gusta jugar sucio y que no me puedo fiar de vosotros. ―Me sentía muy confundida y sin capacidad de reacción.

Eso era lo que pretendían: desconcertarme. ¡Y vaya si lo conseguían!

Aprovechándose de mi desorientación, Sergio me giró con brusquedad, presionando mi cuerpo contra la pared, y agarrándome del pelo me dijo:

―Nunca vas a olvidar este viaje ―colocó la verga en el ano―, y cada vez que lo recuerdes desearás tenernos dentro de ti. ―Empujó y la metió del todo―. Entonces te machacarás el coño con lo primero que tengas a mano. ―Comenzó a sodomizarme con desesperación y sin dejar de aplastarme contra la pared con su cuerpo.

(¡Dios! Me mojo solo con recordarlo).

Sergio parecía insaciable e inagotable. No recuerdo cuánto tiempo estuvo perforándome la retaguardia, pero sí mis gritos desgarrados resonando por aquel enorme caserón. Era tanto el placer recibido que no quería que terminase nunca. Varias veces le supliqué que no se detuviera, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada. Con cada una de mis súplicas él me respondía que era “una golfa insaciable”. Finalmente me llenó el recto de leche y creí morir de gusto. No llegué a correrme de nuevo, pero daba igual, la sensación fue la misma que si lo hubiese conseguido.

―¡Límpiala, golfa! No quiero que dejes una sola gota de leche ―dijo con autoridad.

―¡Sí, Sergio!... ―respondí entusiasmada. En ese momento no pude negarle nada y hubiese accedido a cualquier cosa que me pidiera.

Me coloqué de rodillas delante de su polla y se la chupé hasta que dijo “¡basta¡”. Mantuve la mirada fija en su rostro mientras lo hice, contemplando cada uno de sus gestos de placer y sintiéndome inmensamente feliz por proporcionárselo.

―Ahora ve a lavarte―dijo Sergio―. Alonso y yo tenemos cosas que hacer mientras regresan Javier e Íñigo con la cena… ¡Vamos! ―. Me dio un cachete en el culo al ver que no me movía.

Mientras estuve aseando mis partes, no dejé de pensar en lo llamativo que resultaba mi comportamiento, porque aquella forma de tratarme transformaba mi carácter hasta volverme loca de deseo. Me desesperaba el hecho de no saber cuándo y cómo volverían a sorprenderme. Tan solo tenía que esperar a que sucediera y disfrutarlo a tope. Seguía descubriendo nuevas formas de obtener motivación y placer sexual, y aquellos cuatro simulacros de violación me dieron la seguridad de que lo que estaba por llegar sería mágico, siempre y cuando fuesen capaces de mantener aquella atmósfera de excesos y depravación.

Limpia y perfumada, pasé un buen rato en el salón de aquella casa tan grande, leyendo lo primero que encontré: una revista de coches. Pero llegó un momento en que mi aburrimiento fue total. No dejaba de peguntarme dónde estaban Sergio y Javier y, sobre todo, qué estarían haciendo. Me armé de determinación y los busqué por toda la planta baja  sin hallar rastro de ellos. Era como si se les hubiese tragado la tierra. Entré en una gran sala y quedé espantada al verla repleta de trofeos de caza repartidos por las paredes. No sentí ningún temor al ver tantos animales disecados o reducidos a inquietantes calaveras. Aun así, pude percibir en el ambiente un cierto tufillo a muerte que me inquietaba. Decidí probar suerte en la planta superior.

Allí tampoco los hallé. Antes de regresar a la planta baja, me acerqué a una ventana que daba a la parte trasera. Pude ver que, en medio de la oscuridad, había una especie de casita con luz en dos de sus ventanas. Como es lógico, pensé que podía tratarse de una vivienda perteneciente a otra finca. No obstante, me resultó llamativo que estuviera tan cerca de la casa. También recordé algo que Sergio me había comentado días antes: “… El caserío es perfecto para lo que pretendemos porque no hay posibilidad de molestar a nadie…”. «Entonces… ¿Qué pinta esa casa ahí? ―me cuestioné tratando de buscar una explicación lógica ―. ¡Qué cosa más curiosa! Y no solo eso, sino que además parece estar habitada».

Bajé las escaleras, a toda prisa, con intención de echar un vistazo discreto. Tomé una especie de mantón que colgaba de un perchero y me cubrí con él; iba demasiado ligera de ropa y preferí no pasar frío. Caminé en dirección a la casita, con paso lento, tratando de pasar desapercibida a pesar de que todo estaba muy oscuro. Miré por las ventanas, pero no pude ver nada porque unos visillos traslucidos me lo impidieron. Rodeé la casa con intención de buscar algún indicio que me proporcionase algo de información. Tampoco pude salir de dudas. Cuando me dirigía de nuevo a la parte delantera, escuché dos voces diferentes que hablaban sin levantar demasiado la voz. Me acerqué un poco más, intentando no hacer ruido, y pude escuchar con claridad lo que decían.

―¿Estás seguro de que ella aceptará lo que tienes pensado? ―Creí reconocer la voz de Alonso―. No lo tengo tan claro como tú, amigo. Moni es una chica muy abierta en cuanto a sexo se refiere, pero… no sé qué pensar. ―Al escuchar mi nombre no tuve la menor duda de que era él.

―No te preocupes por eso ―respondió quien, sin lugar a dudas, era Sergio―. Íñigo y Javier piensan que sí será capaz. Ellos no son tan pesimistas como tú… Ni yo tampoco.

―No, amigo. No te equivoques. No confundas realismo con pesimismo. Por mí no hay problema si ella acepta la nueva situación. Incluso estaré encantado si es así.

Sin motivo aparente, los dos dejaron de hablar. A medida que pasaban los segundos yo sentía que el corazón quería salir de mi pecho; el deseo de averiguar qué tramaban era más fuerte que mi paciencia.

―Ella verá lo que decide o hace. ―De nuevo surgió la voz de Sergio y recobré la calma―. Sé que resulta algo fuerte, pero… creo que lo aceptará encantada. Si me equivoco… imagino que quedaré muy defraudado con ella. Incluso puede que la vea de forma diferente.

―En el fondo tienes razón, Sergio. Ella es quien ha pedido vivir una experiencia nueva y que se salga de lo habitual. Si no ha puesto límites… creo que no pude tener motivos de queja. También tengo en cuenta que, hasta ahora, ha soportado agradecida todo lo que hemos hecho con ella. Incluso, no hace más de media hora que la hemos medio violado entre los dos, y ella, lejos de negarse o quejarse, parecía querer más. Sé que la llamamos “golfa”, y alguna que otra cosilla por el estilo de forma cariñosa, pero empiezo a pensar que esta tía no tiene límites. Apuesto a que nos deja tumbados antes que nosotros a ella.

Se produjo un nuevo silencio y observé una etérea cortina de humo que procedía del mismo lugar que las voces. Pensé que estaban fumando y que los silencios se debían a ello. Tenía plena certeza de que hablaban de mí, pero no era capaz de adivinar cuál era el asunto de fondo. Tan solo sabía que se trataba de algo extremo y que quedaría en mal lugar con los chicos si no llegaba hasta el final. La incertidumbre era algo que odiaba y que nunca había sabido soportar.

―Vamos ―dijo Alonso―. Íñigo y Javier no pueden tardar mucho más. Ya son casi las diez y no creo que se tarde tanto en comprar unos bocadillos. Además, no hay más de diez kilómetros hasta el pueblo.

En ese momento vi cómo dos pequeñas bolas coloradas volaban en la oscuridad de la noche. Eran las colillas de tabaco que lanzaron al aire antes de dirigirse hacia la casa principal. Tan pronto desaparecieron de mi vista, salí corriendo hacia el lado opuesto de la casona. Al entrar en ella fui interrogada sobre dónde me había metido.

―Estaba paseando. Nada más ―respondí con total naturalidad―. Hace una noche preciosa y el cielo está lleno de estrellas. Estamos tan acostumbrados a las luces de la ciudad que… nunca nos paramos a pensar que haya tantas.

―Al no encontrarte… hemos pensado que te habías arrepentido y vuelto a casa. ―Bromeó Sergio.

En ese momento recordé lo que ellos habían comentado un par de minutos antes, cuando se creían a salvo de oídos indiscretos. Pero, ante todo, tuve presentes las palabras de Sergio: el miedo a perder su confianza era superior a cualquier otro en aquel momento. En menor medida, tampoco quería defraudar a los demás.

―¿Irme?... ¿Yo? ―pregunté con tono desafiante―. Eso no lo verán vuestros ojitos. Me he comprometido y no pienso recular. Es más, en ningún momento se me ha pasado por la imaginación; ardo en deseos de averiguar si estaréis a la altura de lo que espero de vosotros.

Ellos me miraron, perplejos y sin saber qué decir o cómo actuar. Pero sus rostros eran fiel reflejo de la satisfacción que sentían por lo que acababan de escuchar.

Alonso salió al quite.

―¡Vaya! Te veo muy contenta y segura de ti misma. ¡Así me gusta, que estés feliz y risueña!

Sergio quiso ponerme a prueba una vez más.

―¡Vamos a ver, zorra! ―dijo con tono autoritario―. ¿No te parece que llevas demasiada ropa? Dentro de nada vamos a cenar y nos gustaría disfrutar del cuerpo desnudo de una autentica fulana.

Quedé totalmente perpleja por lo que escuchaban mis oídos. No me esperaba algo así. Mucho menos después de haberles advertido sobre el tipo de lenguaje que toleraría y con el que ellos estuvieron de acuerdo.

No quise dejarlo pasar por alto y respondí.

―Sergio, amor. Te lo diré con cariño… por segunda o tercera vez. He dejado claro que, salvo en ocasiones muy puntuales, prefiero “golfa” como apelativo cariñoso. Zorra, puta, fulana, etc…., resultan desagradables en una situación normal y corriente como esta. ¿No te parece?

―Tienes razón. ¡GOLFA! ―Sergio trató de limar asperezas―. Te pido perdón y te prometo que no volverá a suceder. ¡No lo dudes! Aun así… sigues estando vestida, ¡golfilla! ―Terminó con una nota de humor.

Contenta con su forma de rebajar la tensión, hice una reverencia y me dispuse a responder del mismo modo: con salero.

―Tienes razón, mi amo. Soy una golfa y necesito que me ordenen lo que tengo que hacer. Tus deseos son órdenes para esta sumisa sierva sexual. ―Volví a repetir la reverencia, exagerándola un poco más.

Los tres reímos al mismo tiempo. Sobre todo ellos, que se tomaron mi respuesta como muestra de satisfacción y agradecimiento. Estaba a punto de comenzar a desnudarme cuando Alonso me lo impidió.

―Espera, Moni ―dijo levantando un poco la voz―. Sergio ¿No te parece que está muy sexy con ese conjunto? Creo que los cuatro deberíamos disfrutar viendo cómo se lo quita. ―Expuso unos argumentos más que convincentes.

Sergio me miró con detenimiento, recorriendo todo mi cuerpo con sus ojos obscenos. Finalmente hizo un gesto de conformidad.

―¿Quieres que te limpie la espada, mi caballero defensor? ―bromeé con Alonso, agradecida por intervenir en mi favor.

El sonido de la bocina del coche, anunciando el regreso de Javier e Íñigo, impidió que Alonso me respondiera.

―Espera aquí ―dijo Sergio―. Alonso y yo vamos a recibir a los otros. Quiero que te pongas en el sofá y nos esperes sin moverte, a cuatro patas y con el culo hacia fuera. Quiero ver cómo lo haces antes de marcharme.

Me estaba gustando su forma de tratarme y obedecí en el acto, adoptando la postura que me había ordenado. Al verme en posición esbozaron una sonrisa y salieron de la casa.

Los cuatro permanecieron en el jardín durante no menos de diez minutos, hablando animadamente y riendo. Desde mi posición podía escuchar sus voces y risas. Puede que estuviesen maquinando lo que harían conmigo durante el resto de la noche. Como es lógico, a mí me mantuvieron al margen de tales decisiones.

Íñigo fue el primero en entrar en el salón. Parecía saber que les recibiría tal y como estaba. Dejó la bolsa de los bocadillos en la mesa y se colocó detrás de mí.

―No sabes cómo me gusta tu culito de golfa ―dijo sin cortarse un pelo y comenzó a recorrerlo con ambas manos―. Desde el primer día que te lo follé, no he dejado de soñar que lo hago una y otra vez. ¡Realmente me vuelve loco! Es tan obscenamente perfecto que resulta insultante para las demás.

Me sentí muy halagada por sus palabras.

Aunque era consciente de que mi culo gustaba a casi todos los chicos, tanto vestido como desnudo, no eran muchos los que me dedicaban palabras de ese tipo. Al menos de forma directa. Incluso, en alguna ocasión, me sentí tentada de ofrecérselo a más de uno tras regalarme los oídos, pero no tuve el valor suficiente para hacerlo.

―Gracias, Íñigo ―le dije muy mimosa―. Puesto que tanto te gusta… puedes disponer de él siempre que quieras. Tan solo tienes que pedirlo… digo, ¡ordenarlo!

―¡Umm! Veo que te gusta meterte en el papel de golfa. Además me encanta tu forma de hablar cuando estás cachonda. Porque lo estás, ¿verdad?

Noté demasiado lanzado a Íñigo y traté de provocarlo un poquito más.

―No puedes hacerte una idea, amor. Esta situación me pone a tope. Estoy deseando empezar con lo que me habéis preparado ―respondí con un tono mucho más sugerente―. ¿Por qué no me dices de qué se trata?... ¡Sé bueno, por fa!

―No puedo, Moni ―respondió―. Es una sorpresa y hemos pactado no decirte nada… Es lo mejor para ti. ¡Créeme!

Me bajó el pantaloncito hasta las rodillas y trató de meterme la lengua entre los labios vaginales. Pocos segundos después introdujo uno de sus dedos en el ano. Gemí agradecida.

― Íñigo ¡No seas cochino! ―Se escuchó la potente voz de Sergio―. Ve a lavarte las manos, que vamos a cenar. ¡Mira que eres guarro!… Eso se hace después de comer, no antes.

Reí con ganas. Sergio siempre sabía poner la nota de humor.

Los chicos distribuyeron los bocadillos y bebidas sobre la mesa, y nos dispusimos a dar buena cuenta de ellos: después de una tarde tan ajetreada parecíamos capaces de devorar cualquier cosa.

Comimos y bebimos entre bromas y risas. Hasta ese momento todos habíamos disfrutado de lo sucedido y teníamos motivos para sentirnos dichosos. Javier terminó el primero. Tras hacerlo fue a la cocina y regresó con vasos para todos y un recipiente con cubitos de hielo.

―¿Y esto? ―pregunté sin saber por qué lo había llevado a la mesa: bebíamos cerveza y me resultó extraño.

―Hemos comprado dos botellas de ron, refrescos y algo de material para fumar ―respondió Javier.

―¡Claro! Ahora me explico por qué habéis tardado tanto. ―Me acerqué a él y le di un beso en los labios como muestra de agradecimiento.

Charlamos y reímos mientras el ron y los porros pasaban de mano en mano. Poco a poco las mentes se fueron nublando y el ambiente no podía ser mejor. Durante ese tiempo mi culito no paró de posarse sobre unos y otros, procurando mantener encendida la llama del deseo; faltaba media hora para las doce y los quería revolucionados, con las hormonas a tope. Íñigo fue el primero en reaccionar ante mis estímulos.

―Moni… ¿Por qué no nos haces un striptease? ―propuso.

―Si queréis… Por mí encantada ―respondí sin necesidad de hacerme rogar.

― ¡STRIPTEASE!... ¡STRIPTEASE!... ¡STRIPTEASE!... ―jalearon los cuatro al mismo tiempo.

―¡Está bien! Sentaos en el sofá y los sillones, lo voy a hacer subida en la mesita. ―Todos corrieron a ocupar el mejor lugar posible.

Lentamente me acerqué, cogí mi teléfono y busqué una canción adecuada en la carpeta de música.

―¿Os gusta “La Isla Bonita”, de Madonna? ―pregunté.

Todos respondieron afirmativamente y pulsé el play.

Subida en la mesita, mi cuerpo comenzó a contornease al son de la música. Las manos recorrieron la cintura y los pechos, excitando la piel y subiendo la camiseta con mucha calma. Al desprenderme de ella la lancé directamente sobre la cara de Sergio.

―¡GOLFA! ―gritó el muy pícaro.

No respondí. Tan solo deseaba seguir acariciando la desnudez de mis pechos y jugar con los pezones, intercalando algún que otro pellizco  en ellos. Estaba muy cachonda y mis manos parecían tener vida propia. No pude evitar que descendieran por estómago y vientre hasta introducirse en el pantaloncito. ¡Umm! Mi sexo comenzó a hervir de deseo al notar el contacto de mis dedos. Con gemidos traté de disipar el calor y contener las ganas de masturbarme delante de tantos ojos enrojecidos…, cristalinos…, obscenos..., pecaminosos… No debía demorar lo inevitable… Tampoco quise hacerlo. Mi público exigía, en silencio, ver el tesoro que celosamente guardaba entre los muslos y que deseaban arrebatarme a cualquier precio. Claudiqué y fui bajando el pantaloncito, inclinando el cuerpo y dejando que los pechos se sintieran atraídos por la gravedad. La prenda voló por los aires, esparciendo el tenue perfume de mi sexualidad.

―¡Menudo putón estás hecho! ―dijo Íñigo al capturar el pantalón en el aire, adelantándose a los demás―. ¡No veas lo rica estás y las ganas que tengo de follarte!

―Veo que te ha gustado el espectáculo… ¿Qué te impide hacerlo? ―Me senté en la mesita y me abrí de piernas frente a él―. Mira que fácil te lo pongo ―añadí con pillería.

Miró a los demás y dudó. Era como si necesitase la aprobación del resto para actuar.

―¿Qué pasa? Me tenéis con la mosca detrás de la oreja con tantas miraditas y secretitos. ―Fruncí el ceño.

Javier se levantó y se acercó a mí. No lo hizo con buena cara.

―Antes queremos saber ciertas cosas sobre ti ―dijo con seriedad―. El día que me dijiste que querías experiencias fuertes me quedé sorprendido, pero no pensé que llegaras tan lejos… ¡Y mira que te lo hemos puesto jodido!…

―¿Y? ―le interrumpí―. ¿Qué tiene eso de malo?

―No. No digo que sea malo. ¡Para nosotros eres un chollo! Pero… no es normal que a una chica tan preciosa como tú le vayan este tipo de juegos. Con mayor motivo si no cobra por ello: ¡Ya me entiendes!

Me costó un momento asimilar lo que Javier me había dicho, pero tampoco me sorprendió demasiado. En el fondo entendí lo que proponía.

―¡Está bien! ―le dije con decisión―. Pero que conste que vosotros también estáis muy buenos, y que yo podría tener las mismas dudas respecto a vosotros… ¿Qué es lo que queréis saber?

Javier no necesitó demasiado para lanzarse.

―¿Por qué estás aquí?... ―preguntó―. Y me refiero a los motivos reales.

―Creo que la respuesta es obvia ―respondí―, e imagino que por lo mismo que vosotros: para explorar nuevas formas de tener sexo seguro y con gente de confianza.

―Pero tienes novio. ―Interrumpió Alonso―. ¿No te incomoda follar con otros delante de él? ¿No tienes suficiente con él?

Siendo fiel a su costumbre, Alonso supo ponerme en aprietos con una pregunta razonable y comprometida.

―Esa es la pregunta del millón. ―Sonreí maliciosamente―. Tienes toda la razón, Alonso. Pero vosotros os encontráis en la misma situación. ¿Preferís follar con una chica o con varias si se da la ocasión? No, no necesito respuesta porque es obvio que preferís varias para tener un abanico de posibilidades más amplio. Lo mismo me pasa a mí: Sergio me da todo el placer que necesito, pero algunas veces ambiciono más y a él le gustan este tipo de situaciones. No tienes más que ver la cara de satisfacción que tiene ahora mismo.

―En eso no te quito razón, Moni. ―De nuevo intervino Alonso. Antes de continuar dio una buena calada al porro que tenía en la mano―. Pero una cosa es follar con varios chicos y otra muy distinta pasar por lo que has pasado hoy. De todo… eso es lo que más descolocados nos tiene… Al menos a mí.

Los demás estuvieron conformes con él.

―¿Qué pasa?... ¿Pensáis que soy una enferma sexual?... ―Me puse totalmente seria―. ¿Es eso?...

―No, Mónica. ¡Ni mucho menos! ―respondió Javier―. En todo caso lo seríamos todos…, no tú sola. Yo sé de mucha gente que se echaría las manos a la cabeza si supiese de esto y… nos trae al fresco. ¡Qué se jodan! Tan solo son unos putos reprimidos.

Con tanta conversación noté que tenía la boca pastosa y Tomé mi vaso para beber todo su contenido, algo más de la mitad.

―¿Entonces? ―pregunté sin saber muy bien por dónde discurría la conversación: con los nervios y la pausa para beber perdí el hilo por un momento.

 Sergio se colocó a mi espalda y me abrazó con fuerza.

―Nena ―me dijo con dulzura―. Lo que nos mosquea es que admites determinadas cosas que otras no admitirían… Al menos a las primeras de cabio. No eres ni mejor ni peor por ello, tan solo diferente.

―¡Ahora lo tengo claro! ―Tuve una revelación―. El problema es que soy la primera que se ha arriesgado a salir de la rutina y, para colmo, ha sido con vosotros.

Alonso intervino de nuevo.

―No es del todo cierto, pero… no vas muy desencaminada.

Después de tantas confidencias y revelaciones, era inevitable que tarde o temprano llegase el momento de estallar, ¡y llegó! No tenía motivos suficientes para sentirme forzada a dar explicaciones sobre mi forma de ser y actuar, pero creí justo que ellos tuviesen un conocimiento lo más preciso posible.

―¡Está bien! Os confesaré el secreto que tan celosamente he guardado desde hace tiempo. ―Tomé una buena bocanada de aire y acomodé la espalda al pecho de Sergio―. Hace un par de años que vivo con Sergio… y le quiero con locura. El problema es que sexualmente nos hemos estancado; siempre lo mismo o parecido. Hace unos meses que follo con él y alguno de sus amiguetes, el de turno según el día, y necesitaba más. Un buen día pensé que una situación como esta, en la que estamos, me vendría bien para romper la monotonía y descubrir dónde está mi límite: tan solo se trata de eso.

Los chicos quedaron mudos y sin saber qué decir. Sus rostros estaban muy serios y me miraban con ternura y comprensión. Entonces intervino Íñigo.

―Pues no te haces una idea de lo bien que me ha venido esto a mí, porque aun recuerdo la primera vez contigo, aunque lo veo ya muy lejano. Recuerdo lo bien que lo pasamos Alonso, Pedro y yo: entre los tres te dejamos el culo bien abierto; bien que gritabas de gusto mientras te enculábamos. ―Íñigo sonrió orgulloso.

Me sentí feliz al escuchar a Íñigo relatarlo con tanta efusividad. No resultaba fácil olvidar la primera vez que aquellos tres sementales me sodomizaron. Mucho menos si tenía en cuenta que disfruté como una golfa. Entonces me sentí así, y al rememorarlo también. Incluso llegué a mojarme más de lo acostumbrado cuando me ponía cachonda.

Me liberé del abrazo de Sergio para sentarme sobre Íñigo, dándole la espalda y recostándome contra su pecho.

―No sigas, ¡mi campeón! ―le dije dulcemente―.Vas a conseguir que me ponga colorada si lo haces. ―Tomé sus manos y abracé mi cintura con ellas. Acto seguido reculé un poco para depositar mi trasero desnudo sobre su verga, por encima del pantalón―. Por eso esta tarde te has empeñado tanto en darme por el culito…. ¿Verdad, pillín? ―Mi voz se hizo más entrañable.

Él subió sus manos hasta acariciarme los pechos, con mucha dulzura y tranquilidad.

―No tengas la menor duda ―respondió―. Me gusta tu coñito, pero… nada puede compararse a tu trasero. ¡Es perfecto! Ya te lo dije antes. ¿Cuántas veces quieres correrte esta noche? Pide la luna si la quieres…

―¿Cuántas? ―Su pregunta me sorprendió―. ¿Cuántas estas dispuesto a conseguir que lo haga?

No se lo pensó dos veces.

―Por lo menos cuenta con dos ―respondió.

―Entonces…, si puedo pedir lo que quiera, como has dicho…, multiplica dos por cuatro. Dos cada uno… No me conformo con menos.

Sergio rio y tiró de mi brazo para ponerme de pie. A continuación habló elevando el tono y el énfasis.

―¡Chicos! Esta golfilla quiere ocho. ―Comenzó con tono jocoso―. Lo que no sabe es que van a ser algunos más. Todos lo tenemos claro: esta noche nada de guardarse las energías y a dar el todo por el todo.

Los demás afirmaron tenerlo claro. Yo sonreía esperanzada mientras hacía tirabuzones en mi cabello con los dedos y me mordía el labio inferior: estaba ansiosa porque apenas faltaban cinco minutos para la media noche.

Sergio pidió a Javier que sacara una venda para colocarla sobre mis ojos. Protesté al pensar que no tenía sentido; en cierto modo me puse nerviosa por si tenían en mente algo demasiado atrevido. Javier me explicó que tan solo se trataba de una medida preventiva; no querían que viera la sorpresa que me habían preparado. Sus palabras me tranquilizaron… en cierta medida.

Continuará…

 

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