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Desconcertando a mi prima Vicky

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Un desayuno tardío en el que las reprobadoras miradas de mi tía María Eugenia consiguieron hacerme sentir avergonzado fue lo más destacable de esa mañana de clima desaprensivo y con lluvia abundante frustrando así la subida a las pistas de esquí.

En condiciones tan extremas como esas queda muy poco para hacer, después de la comida mis padres y tíos aprovecharon para ir a LGR a tomar vinos mientras mis abuelos pasarían la tarde al hogar social para con sus amigos hacer la partida de cartas y sus tertulias.

La tarde prometía aburrimiento seguro y abundante hasta que mi prima Viky propuso que jugáramos a verdad-consecuencia, Marga, la menor de la familia fue la primera en desertar y Euge no tardó en seguirla y ambas desaparecieron.

Yo me levante y me dirigí a mi habitación, a diferencia de las Navidades yo estaba en la que siempre tenía adjudicada cuando éramos menos en la casa, por cierto me encantaba pues contenía una biblioteca. Al poco llamaron a la puerta pidiéndome permiso para entrar, era Viky, yo había cerrado con llave, quedarme a solas con ella representaba todo un desafío, no era con la prima que tenía más feeling, físicamente no era la más agraciada de todas las primas ni la más femenina de todas, sin estar gorda siempre había sido la más rellenita, de pequeños sus juegos eran más de chicos y el jugar con ella casi siempre te tocaba las de perder, en los juegos infantiles con ella le gustaba mucho ser la dominadora, la maestra, mientras los demás éramos alumnos y yo por cierto el más insolente y el que recibía sus castigos, recuerdo alguna azotaina a veces con cierta violencia, además había sido y era una empollona en los estudios y la que tenía siempre la última palabra incluso en conversaciones con los mayores, ahora como estudiante de psicología cualquier cambio de palabras con ella se transformaba en un intento de psicoanálisis o algo por el estilo, se propuso continuar con el juego los dos solos y decidí arriesgarme antes que morir de aburrimiento.

Sentados en la alfombra, durante los siguientes diez minutos las preguntas se fueron desarrollando en un cierto clima de normalidad hasta que se despachó con algo inesperado.

—¿Te masturbas...? —inquirió con una semi sonrisa que me supo a burla.

Vacilé en responderle y preferí hacerlo con una mirada que la hizo enrojecer en lugar de los improperios que se merecía por su audacia verbal. Pero al notar que sus ojos parecían desafiarme decidí que también se merecía aunque con cierta medida otro tipo de respuesta.

—No creo que eso sea de tu incumbencia —dije tratando de mantener la calma, no estaba acostumbrado a tratar sobre ciertos temas y menos con ella.

—¿Por qué no, te da vergüenza reconocerlo? —en un tono desafiante que presagia problemas.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Yo si me hago pajas y tú te metes el dedo en el coño o utilizas algún consolador? —respondí harto de una insistencia que hasta ese momento no justificaba ni comprendía.

El impacto causado por mis palabras se reflejó en sus ojos, pero el arranque quedó solo en eso, en un arranque aparentemente controlado.

—Siempre sospeché que eras vulgar pero nunca imaginé que lo fueras tanto —replicó fríamente.

Su respuesta me sonó divertida y aunque me encogí de hombros tratando de restarle importancia ello no fue suficiente para calmar sus ánimos, porque decidió continuar royendo el hueso al que se había aferrado.

—¿Seguro que te gustaría saberlo para alimentar tus fantasías masturbatorias? —continuo con su tono de voz habitual para las burlas.

—Tendría que tener muy mal gusto para pajearme pensando en ti —respondí tratando de agrandar la herida en su ego.

Por un instante me dio toda la impresión de que de su boca brotarían los peores y más soeces improperios, pero no lo hizo, demostrándome una vez más que era toda una señorita cuando se lo proponía. Apenas unos segundos después su lenguaje corporal me hizo saber que iba a responder a mis palabras en forma física y así lo hizo. A pesar de su agilidad, me permitió neutralizar el ataque con relativa facilidad y la sujeté contra mi cuerpo.

—¡Mocoso grosero! —dijo escupiendo las palabras.

—¡Malcriada respondí! —empezaba a disfrutar de la situación.

—¡Te voy a arrancar las orejas! —me amenazó tratando de escapar del cerco en que se habían convertido mis brazos.

Decidido a terminar con esa tontería antes de que pudiera causarle algún daño me disculpé y a pesar de lo maravilloso que me resultaba sentir sus tetas frotándose contra mi pecho no deseaba que las cosas pasaran a mayores así que procedí a soltarla. Le costó muy poco invertir la situación a su favor.

—¿Y ahora qué me dices? —sonrió ubicada a horcajadas sobre mis muslos.

—Me ganaste —acepté con tono de resignación, pues sabía que halagarla era la mejor forma de terminar.

—Ya lo sé —mientras una sonrisa de triunfo se dibujada en su rostro.

Era evidente que se sentía vencedora, pero no había tenido en cuenta la precariedad con la que me mantenía sujeto. Pues una leve torsión de cintura bastaría para liberarme de ella y aunque me estaba gustando y mucho tenerla encima de mi decidí terminar con el juego de la mejor manera posible.

—Deja que me levante —le pedí.

La firmeza de su mirada me reveló que no me iba a librar tan fácilmente, al menos no antes de escuchar uno de sus consabidos sermones terapéuticos.

—No estoy para sermones —le advertí, y a continuación y sin más la tomé de la cintura para quitármela de encima. Me ofreció una resistencia que no me esperaba y me vi obligado a ejercer un poco más de fuerza de la necesaria para librarme de ella. Como consecuencia de ello vi como sus ojos se llenaban de lágrimas haciéndome arrepentir de haber aceptado su reto. Intenté una disculpa pero sus puños aporreándome el pecho me hicieron callar.

—Eres un bruto, un animal y una bestia.

No me pregunten por qué lo hice, porque ni yo mismo conozco la respuesta, pero en su enojo dejó traslucir una sensualidad tan urgente que sin pensarlo la atraje hacia mí para besarla y en lugar del previsible rechazo me encontré con una respuesta tan apasionada que en unos instantes me sentí transportado a la cima de la excitación.

—¿Nooo... tendríamos que parar? —jadeando, con el pelo revuelto y las mejillas rojas.

En lugar de palabras le respondí con un golpe de caderas que incrusté el bulto de mi verga en la unión de sus muslos. Durante unas fracciones de segundos el tiempo pareció detenerse mientras acusábamos el impacto de lo que acababa de acontecer.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó entre confundida y atemorizada cuando la hice girar para que quedara debajo de mí.

—Tú iniciaste el juego, después viniste a buscarme y ahora tendrás que atenerte a las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? ¿Qué quieres decir?

La confusión en su voz coincidía con la confusión en sus ojos, una extraña lujuria emanaba en su vista, me sostuvo la mirada desconcertada, como si estuviera tratando de convencerse completamente de que eso era lo que ella quería.

—Vamos, ¿me estás diciendo que nunca te ha pasado por la cabeza en algún momento...?

—¡Oh, estás totalmente fuera de tus cabales!

—Normalmente no lo estoy, pero ahora pienso que te gusta lo que está pasando y creo que vas un poco caliente. O tal vez es sólo la forma en que me miras, no lo sé.

—¿Estás bromeando? pensaba que no te gustaban las chicas rellenitas como yo.

—He de decirte que en estos momentos me resultas muy interesante y deseada —Se puso colorada y se movía inquieta en el poco espacio que le permitía al estar yo sentado a horcajadas sobre sus muslos.

—Oh, dios mío —respiró profundamente.

—Tienes el pulso acelerado, venga sé una buena chica ahora y déjame hacer.

—¡Pero si soy una buena buena! ¿Qué quieres hacerme?

Le abrí la blusa y tire del sujetador hacia arriba liberándole los pechos que saltaron como movidos por un resorte, eran generosos, blanquecinos rematados por unas aureolas rojizas que envolvían los pezones. No opuso la más mínima resistencia y alentado por sus apagados quejidos, besé y chupé las endurecidas y turgentes puntas oscuras que me supieron a leche fresca y miel, por unos momentos temí dejarme llevar por el arrebato de arrancárselos de un mordisco. Con voz apagada ella no dejaba de gemir, murmurando incoherencias mientras levantaba las caderas y frotaba su sexo contra el mío, pero a pesar de ello mantenía el control suficiente como para impedirme quitarle los pantalones.

—¡No! —protestaba, tomándome de las muñecas.

—Solo quiero ver —dije mientras me colocaba a un lado.

Finalmente conseguí vencer su resistencia y accedió a que se los bajara, pero sólo hasta las rodillas dejándome al descubierto sus generosos muslos, se los acaricié pasando a continuación la mano sobre la tela de las bragas.

—Viky, tienes unos pechos maravillosos, unos muslos espléndidos y seguro un hermoso coño que por cierto lo percibo deseoso ¿Quieres seguir con el juego…?

Unas casi inaudibles gracias brotaron de sus labios, cerró los ojos, por lo que me dio a entender el beneplácito para seguir, pase la mano bajo la goma de las bragas acariciándole el vello púbico para posar después mis dedos sobre los labios para frotarlos y entreábreselos ligueramente, no opuso resistencia cuando le baje las bragas hasta la misma altura de sus pantalones. Su vello púbico era del mismo color intenso que su cabello pero maravillosamente ensortijado y muy abundante, no alcanzaba a cubrir los carnosos labios de su sexo que en ese momento se entreabrían por la excitación. Estaba repasando con la mirada su cuerpo blanquecino semidesnudo cuando soltó de golpe

—¿Quiero ver tu polla? enséñamela.

Inmediatamente me incorpore y la obedecí, no apartaba la mirada cuando asomó por la bragueta de mis pantalones.

—Bájate los pantalones quiero verla toda —soltó sin reparos.

Y sin reparos quedó todo al aire, la cabeza había alcanzado ese color morado intenso que precede a la eyaculación y me sobresaltó cuando una de sus manos se cerraron con firmeza en la parte inferior del tronco, apenas por encima de los huevos, para impedir lo que parecía ya inevitable.

—Respira profundamente y trata de pensar en otra cosa —me indicó con un tono de voz que me sonó a cordura.

La necesidad de expulsar la leche que colmaba mis inflamadas pelotas fue disminuyendo lentamente aunque mi polla continuaba tan dura como una estaca, ver a una chica con las tetas y la concha al aire sujetándome la verga con ambas manos sentada entre mis piernas resulta un espectáculo por el que hubiera dado lo que no tenía para inmortalizarlo en una filmación o al menos en una foto.

—¿Mejor? —me preguntó cuando el color morado de la punta cedió a un rojo pálido.

Asentí, mientras terminaba de sacarme los pantalones antes de tenderme de nuevo a su lado.

—¿Y ahora qué? —preguntó con el nerviosismo propio de quien vive una situación muy irregular.

—¿Quieres que lo dejemos hasta aquí...? —respondí a mi vez.

—Esto no está nada bien verdad —dijo como si hablara consigo misma.

—¿Pero ya que estamos, dejarlo ahora...? —insistí juntando un poco de coraje al notar que ella no se pondría a dar alaridos acusándome de un crimen sexual.

—Creo que vamos a cometer un error muy grande, pero aceptare antes de que cambie de idea —dijo susurrando.

Mi miembro en su mano lo aferra con tanta fuerza que me hace temer por su integridad. Gime, cuando le meto un dedo en la concha y empiezo a pajearla. Al intentar apagar el sonido de sus gemidos me muerde en mis labios. Contengo el grito de dolor y le introduzco un segundo dedo, entro y salgo con los dedos índice y corazón, le alcanzo el clítoris con el pulgar y froto. Vencida, echando la cabeza hacia tras, arqueando su cuerpo, cierra los ojos y llega al orgasmo mientras la sostengo contra mi pecho. Su respiración pasa del jadeo a las inspiraciones profundas antes de que sus ojos se abran de nuevo. No tengo nada que decirle, aparentemente rendida y debilitada por el placer, ella bien sabe que ha llegado el momento de devolver los favores recibidos.

—¡No me hagas esto! —murmura cuando me arrodillo a su lado para poner la punta de mi verga al alcance de sus labios.

El sentido común me dice que no debo vacilar para conseguir mi objetivo, sobre todo con una persona habitualmente dominante. Así que le respondo de la manera más cruda pero efectiva posible.

—Tienes tantas ganas de comerme la polla como yo de que me la comas, así que apresúrate antes de que venga alguien.

—No así, no de este modo, déjame hacerlo con las manos —argumenta sabiendo que no tiene escapatoria.

Pero no estoy dispuesto a oír sus ruegos y golpeo sus labios con mi verga una y otra vez hasta que calla.

—Deja de lloriquear como una criatura y chúpamela de una buena vez.

No parecía tener demasiada experiencia en estos menesteres de chupar pollas, aunque debo reconocer que lo hizo con verdadera dedicación. Sus labios gruesos rodearon el glande y se amoldaron a la base, fueron dos o tres minutos de la más intensa excitación mientras la calidez de su boca y su salivación aumentaban. El ruido que producía entrando y saliendo de su boca es casi obsceno, mis bolas golpeaban contra su barbilla dando chasquidos que parecen marcarle el ritmo.

La fuerza del primer chorro la sobresaltó e intentó apartarse echando la cabeza hacia atrás, pero mis manos sujetaron su cabeza impidiéndoselo. Perdida cualquier posibilidad de escape se resignó a tragar tan magnífica acabada pero la cantidad la superó y los dos últimos chorretones de leche salpicaron su ruborizado rostro. El morbo de ver su cara chorreando semen era tan intenso que inmediatamente eyaculé una segunda vez.

—Esto es asqueroso —protestó tratando de apartarse de la grumosa y blanca lluvia, pero no lo consiguió y la mayoría del líquido cayó otra vez sobre su cara.

El chirrido de la maneta de la puerta intentando entrar nos toma por sorpresa y sin siquiera darme vuelta Viky lanzó un grito que seguro paralizó a quien se encontrara del otro lado de la placa de madera.

—¡Esta cerrado con llave!

—¿Qué sucede? —pregunta mi abuela con voz alarmada.

—Estamos ordenando los libros y tenemos algunos junto a la puerta, si abres pueden caerse —alcancé a decir, mientras a toda velocidad nos acomodábamos la ropa y Viky trataba de limpiarse la cara.

—¿Les falta mucho para terminar? ya hemos vuelto, vuestros padres se quedan a cenar con unos amigos.

—Más o menos tenemos por una media hora —responde Viky adelantándose en la respuesta.

—Entonces nos vemos más tarde —mi abuela tras la puerta.

Apenas nos quedamos en silencio llega la respuesta de ella a lo que considera una situación traumática y me suelta el sermón.

—Llegué a pensar que habías madurado, pero lamentablemente continúas siendo un inmaduro, no puedes comportarte de la manera en que lo has hecho y creo que tendrías que visitar a un psicólogo.

Su discurso no me llamó la atención porque era muy típico de ella responsabilizar a los demás de sus propios desaciertos, y lo que sucedió sin dudas lo era. Pero la forma en que dijo todo de corrido sembró en mi mente una idea que nunca se me hubiera podido ocurrir en otras circunstancias.

—Tienes toda la razón, no sé qué me paso para comportarme de esa manera, nunca debí eyacularte en la cara y menos en tu boca, ¿cómo te sientes?

—No hace falta que lo menciones —mientras se acomodaba los pantalones.

—Pregunto cómo se siente tener una polla en la boca ¿es la primera vez...? —manteniendo un tono burlón.

—¡Calla de una vez! —casi grita con la respiración jadeante, llevaba aun la blusa desabrochada con los pechos casi fuera del sujetador, yo conservaba mi verga aún fuera de los pantalones y de nuevo empezaba a endurecerse bajo su mirada.

—Además, no te avergüenzas más de ti misma por lo ocurrido y deja ya de culparme a mí, pues yo jamás se me hubiera ocurrido que llegaras a chuparme la polla y creo no te ha disgustado el hacerlo.

—¡Calla de una vez!

—¿Al igual podrías brindarme tú esa ayuda profesional que tanto dices que necesito? —susurré con la cabeza gacha como si me sintiera avergonzado aunque nada más lejos de la realidad. Por el rabillo del ojo observé como se producía la transformación en su rostro.

—¿De verdad quieres que lo haga yo? —pregunta la orgullosa y destacada estudiante de psicología.

La caricia a su ego dio resultado y alzó la mano para acomodarse un mechón de pelo caído sobre sus ojos. Con las mejillas encendidas y el cabello cubriéndole a medias el rostro, volvió a convertirse en la imagen viva de la sensualidad. Mi verga termina de estirarse cuando cierro mi mano sobre ella. Me mira pajearme como si le resultara lo más natural del mundo. Su respiración entrecortada me hace saber que podría requerir de su colaboración para liquidar el asunto, pero prefiero crearle la necesidad de que sea ella quien se ocupe de plantear tal posibilidad.

—¿Vas acabar otra vez? —el énfasis demuestra su interés.

—¿Quién soy yo para negarte la posibilidad de hacerte sentir como una buena samaritana? —mientras tomaba asiento a su lado y cogía su mano derecha para colocarla por debajo de mis huevos, mientras con una mano pasaba a sobarle los pechos por entre la blusa medio desabrochada. Produjo su efecto. Ella suspira. Percibo la sensación de dominarla, de tenerla a mi merced.

—Siente como se vuelven a llenar —susurro.

—De acuerdo, ¿y qué quieres ahora?

—Tus tetas, quiero verlas de nuevo —dije sin titubear.

—Eres un guarro.

Viky cae en la trampa y se llame los labios en forma instintiva. Esbozando una sonrisilla maliciosa, se desabrocha de nuevo la blusa y muy sensualmente empieza a desabrocharse el sujetador. Poco a poco iban revelándose el contorno de sus pechos, ya desnudos los sujetó con las manos mostrándome aquella excelsa parte de su anatomía.

—¿Te gustan? —dijo.

Por obra y gracia de la pasión la cuestión se tornó tan sencilla que me bastó colocar la cabeza de mi polla entre ellos.

—¡Te odio! —alcanzó a susurrar mientras la acomodaba.

Por fin empezó una masturbación en toda regla, me frotaba la polla subiendo y bajando con las palmas de sus manos apretando sus pechos para que no se escapara dándole una frotación más intensa lo que enviaba descargas de placer a mi obnubilado cerebro. La ansiedad de la primera vez ha dado paso a una calma que me llena de regocijo porque ya no parece un ternero hambriento, sino la mujer que realmente es. Finalmente chupa mi miembro con succiones largas e intensas que demuestran lo mucho que disfruta de esa felación fraternal.

Acaricio sus mejillas que parecen hincharse cuando la cabeza de mi verga golpea impaciente contra el interior de sus carrillos y ella recompensa cada caricia con un lengüetazo que recoge el líquido seminal que escapa incontenible por la uretra. Me acerco muy rápidamente a la tercera eyaculación de la tarde.

La maneta de la puerta vuelve a moverse, son sus hermanas que nos apremian para bajar al comedor para cenar, la tarde ha sido corta pero intensa.

Finalmente recompuesta, con una leve sonrisa y con una mirada felina me lanza un beso al aire y en el umbral de la puerta saliendo de la habitación.

—¡Te hago saber que te odio!

—De acuerdo.

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