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Lorena, una relación que me dejó marca

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Hace un par de convocatorias aprobé las oposiciones de administrativo de la Junta. Las aprobé, si, pero no conseguí plaza. Eso lo conseguiría más tarde. En esa ocasión me quedé a las puertas, pero fuera. Eso sí, tuve suerte y al poco tiempo me llamaron de la bolsa como interino.

Estuve en la secretaría de un instituto en Málaga. Todo fue bien. Pero terminó mi sustitución. Al tiempo, me volvieron a llamar para un instituto de una localidad de Córdoba.

La verdad es que todo fue bien, aunque la distancia a mi casa en Sevilla era grande. Afortunadamente conocí en el instituto a un par de profes también interinos que vivían de alquiler y me fui con ellos. Entre semana estaba allí y los viernes por la tarde tiraba para Sevilla.

Entre papeles y el procedimiento informático que en ese momento estaba instalando la Junta iba mi día a día. Las tardes las pasaba viendo la tele, tomando café con la poca gente que conocía allí, leyendo o… o poco más.

No era una vida muy divertida para alguien que no superaba por poco los 30, pero me adaptaba a ella.

Una mañana me comentaron que el jueves de esa semana habría consejo escolar y que sería bueno que alguien fuera a explicar el sistema informático nuevo y sus posibilidades. Yo era el más indicado, no por mis conocimientos, sino porque era el único que no tenía hijos y tal. Para mi la tarde sería más fácil de consumir allí. Qué graciosos.

No tenía más remedio que ir.

Así que allí me fui. Un jueves lluvioso a las 17.30

En el consejo escolar no había mucha asistencia aquella tarde, aunque luego me dijeron que era lo usual. El director, Manuel, la jefe de estudios, Blanca, tres profes más, dos padres y dos alumnos.

Entre las profes estaba Estefanía, una profesora de Química que estaba tremenda. Algo pecosa, de pelo tirando a rojizo, ojos claros… y un cuerpo de escándalo. Esa profesora y su recuerdo harían estragos entre aquellos jóvenes a los que daba clase, pensaba yo siempre con una sonrisa.

Pues nada. Tras un par de puntos del orden del día, en los que yo soñaba con perderme en las tetas de Estefanía, llegó mi turno. Expliqué algo el sistema, sus posibilidades, sus problemas y tal durante unos 8 minutos. Tras ello no hubo preguntas ni nada. O sea, había perdido toda la tarde de un jueves, que hubiera sido perfecta para estar tirado en el sofá viendo alguna serie, en aquello.

Volví un rato a soñar despierto con las tetas de aquella profesora mientras seguía el orden del día.

Unos 20 minutos después terminó la reunión.

Cuando salimos a la puerta para irnos estaba diluviando. Había una tormenta tremenda, con aparato eléctrico, que iluminaba el cielo. Y las rachas de viento eran también inmensas. Yo había tomado la precaución de haberme llevado el coche. No vivía muy lejos del instituto pero había visto el cielo y… Una carrera y llegaría al coche.

Pero fue entonces cuando Estefanía dijo que viendo como estaba el tiempo fuéramos a la cafetería de enfrente a tomar un café.

No podía dejar pasar esa oportunidad de mirar a Estefanía de cerca, hablar con ella, conocer algo más de ella, deleitarme con su cuerpo.

Cruzamos a la carrera y entramos un grupo. Al final fuimos el director, Estefanía, una madre y una alumna.

Nos sentamos en una mesa, chorreando, literalmente, agua. Pedimos las bebidas, cafés en su mayoría, y allí empezamos a hablar. Para mi desgracia Estefanía hablaba sobre todo con Manuel sobre temas del instituto. Yo empecé una charla sin mucha trascendencia con Isabel, la madre de un alumno de nuevo ingreso como ella me relató, y con Lorena, la alumna que me contó que era de segundo de bachillerato de ciencias. Bien mirado la madre tenía también un polvazo. Iba recatada vestida pero bajo la ropa se adivinaba que era un cuerpo que en la cama debía rendir. Tenía una bonita mirada y su sonrisa no se veía nada mal.

Al rato Manuel se fue y nos quedamos los demás. Pero no fue durante mucho tiempo. Aprovechando que la lluvia había perdido fuerza decidimos irnos. Fue pagar y al llegar a la puerta otra vez apretó. Decidimos echar una carrera hasta los coches, porque Estefanía lo tenía cerca del mío.

Isabel y Lorena se vendrían conmigo, ya que así evitarían mojarse más de la cuenta. Estefanía saldría con el coche en sentido contrario.

Tras la carrera, evitando charcos, y punto de meternos algún resbalón llegamos a los coches.

Isabel, Lorena y yo nos montamos en el mío. Con una ráfaga de luces nos despedimos de Estefanía e iniciamos la marcha. En apenas dos minutos llegamos a la casa de Lorena, la alumna. Iba sentada atrás en mi coche. Se despidió, se bajó a la carrera y entró en su casa. Tres calles más allá se bajaba Isabel. Pensé que quizás habría alguna posibilidad de entrar con ella en su casa. Me la veía en el sofá a cuatro patas gimiendo.

Pero que va. Entró en su casa y adiós. Ya no volví a hablar con ella nunca más.

Lo cierto es que ese tiempo en aquella localidad, sexualmente hablando, era una mierda. Algo de sexo en el finde con mi pareja cuando volvía a Sevilla. Entre semana alguna paja pensando en los cuerpos que se veían en el instituto. Poco más.

Al día siguiente durante un café me encontré en la cafetería con Estefanía que hablaba con Lorena. Le eché huevos y me acerqué. Ambas habían terminado como yo, con un buen catarro por la mojada del día anterior, y estuvimos riendo por ello.

Además del catarro, el consejo escolar me sirvió para que ambas me saludaran por los pasillos del instituto. Y en las siguientes semanas pude tomar algún que otro café con Estefanía. Así me enteré que estaba casada y que tenía una niña pequeña. También supe que Lorena era una de las mejores estudiantes de su curso, delegada de su clase, dieciocho años recién cumplidos, y que salía con otro chico de la misma clase.

Pero no hubo nada llamativo.

Así llegaron unas fiestas en aquella localidad. Yo me iría al día siguiente para Sevilla, tal como habían hecho ya mis compañeros de piso. Pero aquella noche decidí tomar un par de cervezas con otros compañeros y conocer aquellas fiestas.

Estuvimos en un par de locales bebiendo tranquilos. A eso de la 1,30 de la noche me fui para mi casa. Quería salir al día siguiente para Sevilla y no me vendría mal un descanso.

Cuando estaba cerca de mi casa me crucé con ella, aunque al principio no la reconocí.

Era una calle cercana a mi casa, y yo iba con la cabeza sumergida en el móvil. Me crucé con alguien y al hacerlo escuché un sollozo. Me quedé parado y me giré. Escuché que sí, que la persona con la que me había cruzado iba llorando. Era una chica joven.

-Perdona -dije de forma automática – ¿te pasa algo?

Ella se giró. Y pude comprobar con sorpresa como era Lorena.

Tenía las mejillas surcadas de lágrimas y pintadas con la pintura de los ojos que se había corrido. Los ojos rojizos de llorar. Algún mechón de oscuro pelo suelto. Y temblaba.

Di unos pasos hacia ella.

-¿Lorena? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Ella se sorprendió de verme allí e intentó quitarle hierro al asunto.

-Hola… no te… preocupes... no pasa nada. Una tontería. De verdad. No pasa nada.

Y se giró para irse. Me salió de algún sitio, no sé, pero la agarré del brazo.

-No parece que estés bien Qué te…?

Rompió a llorar. Balbuceaba. Las lágrimas eran un reguero en su cara. Y volvía a temblar.

La llevé a unas escaleras cercanas que había allí, que daban acceso a una pequeña placita que estaba en alto.

La senté y quedándome yo más abajo, le cogí la cara con mis manos y la hice que me mirara. El llanto era desconsolado.

-Mírame. Respira. Tranquilízate sea lo que sea que te pase. En serio. Mírame a los ojos.

Ella lo intentaba. Pero lloraba y lloraba.

Me senté junto a ella preguntándole que si podía hacer algo por ella. Me dijo que no. Y yo le dije que, de todas formas, me quedaría allí con ella.

Minutos después empezó a relajarse y me contó, todavía entre lloros y balbuceos, que se había peleado con el novio y que éste le había dicho de todo. No sé la causa y no se la pregunté. Sólo le dije que pasara del tema, que quizás lo estaba llevando al extremo y que, en todo caso, no merecía la pena. Me dijo que eso era seguro, que no merecía la pena.

Y allí nos quedamos un rato más.

Iniciamos una charla diferente. Afortunadamente empezaba a ser, de nuevo, la chica inteligente de siempre. Y si, entre charla y charla, entre palabras y palabras y alguna risa nos liamos a besos en la escalera.

De allí nos fuimos a la casa, que, como dije, estaba sola para mi.

Ella era más baja que yo. Ojos oscuros. Pelo oscuro recogido en una cola y con una pequeña trenza enmarcándole un lado de la cara. Ni gorda ni delgada. Con una tetas algo grandes quizá para su tamaño. Buenas piernas y un culo de su edad.

En los días siguientes me arrepentí de haberme liado con ella. Por su edad y por más cosas que luego contaré. Pero en aquel momento sólo podía pensar en follarla.

Sólo cerrar la puerta de la casa nos abrazamos devorándonos mutuamente. Tocaba aquel cuerpo y mis ganas sólo hacían aumentar. Sus besos me transmitían una especie de frescor que se repartía por todo mi cuerpo. Y la sensación de abrazar aquel cuerpo era maravillosa.

Nos desnudamos allí, uno al otro. Ella se agachó y empezó a hacerme una felación. Luego yo se lo comí un poco en el sofá. Recuerdo que no iba depilada, pero no me importó. Y a continuación terminamos follando en mi dormitorio, tirando al suelo las maletas que tenía sobre la cama.

Fue un mal polvo. En serio. De los peores creo de mi vida. Ella creo que intentaba agradar en demasía, olvidándose de disfrutar. La notaba como forzada en muchas ocasiones. Y yo estaba asustado. Y ese miedo fue creciendo con el pasar del polvo. Cada vez me preguntaba más que coño hacía tirándome a Lorena, que era casi una niña. Le estaba poniendo los cuernos a mi pareja con alguien a la que casi le sacaba más de 10 años. Y claro, no sólo era la diferencia de los 10 años, el problema era que 10 años eran. Creo que no es la misma diferencia, aunque cuantitativamente sea la misma entre 32 y 46 que entre 18 y 32. Hay una diferencia cualitativa.

Estaba allí disfrutando de aquel cuerpo, de aquellas sensaciones y comiéndome la cabeza. Que el polvo fuera una mierda no fue sólo culpa de ella. Claro. Seguro que yo también tuve mucha más culpa.

De todas formas me corrí rápido (recuerdo que yo estaba de rodillas sobre la cama y ella a cuatro patas, que yo miraba mi pene entrar y salir de su cuerpo, veía su redondeado trasero y sentía la piel suave… cuando noté que llegaba mi corrida. Intenté aguantar… pero no pude) y nos quedamos allí, acurrucados en la cama, sin hablar. Me ha ocurrido otras veces, pero aquella vez fue la más descarada. Lo mejor del polvo ese fue el rato que pasamos luego juntos. Allí, desnudos bajo las sábanas, abrazados.

Luego empezamos a hablar de tonterías y tal. Yo quería preguntarle que que le había pasado con el novio. Pero no lo hice. Ella me dijo que lo mejor sería vestirse e irse a su casa, que sus padres… Pero no se fue. Al rato nos quedamos dormidos los dos, allí abrazados.

Así es como nos levantamos al día siguiente. Envueltos entre sábanas y los brazos del otro. Yo desperté antes y me quedé mirándola. De nuevo me asaltó la sensación, allí mirándola dormida, de que la había cagado, que era una niña y que yo era gilipollas. Luego ella abrió los ojos y me sonrió. Así parecía más mujer y me quitaba algo del peso de mi gilipollez. Pero...no sé. Era raro.

Nos levantamos y yo hice el desayuno mientras ella se duchaba. Cuando volvió al salón, donde yo había servido las tostadas y el café, venía con una de mis camisetas, que le llegaba a medio muslo. La sensación de que era una niña me asaltó otra vez al verla así. Desayunamos, aunque yo estaba en silencio y ella se dio cuenta.

Tras desayunar se vistió, me besó en la mejilla y se fue a su casa.

Unas horas más tarde llegaba yo a Sevilla. Fue una estancia rara, ya que me sentía raro yo mismo. Lo hice con mi pareja y no me sentía a gusto. Dudé en si contárselo. Pero decidí que no. Que el secreto se quedaría a kilómetros de distancia. Me esforcé en aparentar que no había pasado nada y en hacer lo de siempre.

Unos días después me reincorporé al puesto, pasadas las fiestas.

Ese día no la vi.

Al día siguiente había una carta en el buzón de la casa para mí. La abrí en mi habitación extrañado por recibir una carta sin sello ni nada. Dentro un folio con un “Te amo” gigante. Me acojonó, la verdad, y mucho. Pero lo ignoré porque no hacerlo sería acrecentar el castigo mental que me venía autohaciendo desde hacía días

Pasados dos días me crucé con ella en el pasillo. Y me sonrió ampliamente. Me detuvo y empezó a hablarme. Yo no escuchaba lo que me decía. Y un momento después con una excusa me fui no antes sin recibir un beso en la mejilla.

Esa noche pensé mucho sobre el tema. Lorena estaba equivocada conmigo. Seguro que yo la había llevado a esa equivocación pero debía hablar con ella.

Conseguí su número de whatsapp al día siguiente. Pero dejé pasar el finde sin escribirle y, aunque no lo tenía pensado, hui a Sevilla esos dos días también. El domingo por la noche, de vuelta a Córdoba le mandé un mensaje diciendo que teníamos que hablar. Me dijo que si, y quedamos a la tarde del lunes siguiente en una cafetería de las afueras de la localidad, alejada de nuestra zona.

Aquella tarde del lunes me dirigí allí con mi coche con la clara intención de decirle que había sido una equivocación todo y que la habíamos cagado. Y así empecé a decírselo alrededor del café que nos tomamos pero…

30 minutos después estábamos en el recinto ferial, follando de nuevo en la parte posterior de mi coche. Fue mejor el polvo, cierto, en comparación con el primero. Esta vez, por razones obvias, no hubo estancia abrazados luego ni nada de eso.

A la noche volvía a decirme a mi mismo que era gilipollas, que estaba metiéndome en un agujero muy jodido.

Pero Lorena era mucho más inteligente que mucha gente de mucha más edad. Y un par de días después me lo demostró cuando me citó ella a un café.

Allí ella me dijo todo lo que yo le tendría que haber dicho unos días antes y no hice. Yo le dije que era totalmente cierto lo que me decía. Que lo mejor era no seguir con aquello. Ella me dijo que sentía lo que había pasado, que había vuelto con el novio y que me pedía por favor que eso quedara entre nosotros. Yo le dije que el que la había cagado había sido yo, que me había sentido supermal, y que me alegraba que volviera con su novio. Que lo mejor era hacer como si nada hubiera pasado y seguir adelante con nuestras vidas.

Salimos de la cafetería y no quiso que la acercara. Mientras yo conducía a mi casa, vi claro que una niña de 18 años me había dado una lección.

Tres meses después, y sin haber vuelto a tener contacto con ella en ese tiempo más que un hola y adiós de vez en cuando, terminó el curso y me despedí de aquella localidad. En septiembre no volvería yo porque se reincorporaba la persona.

Recogí cosas y recuerdos y me fui.

Conduciendo de camino a Sevilla, recibí un mensaje de whatsapp que leí tomando café en una cafetería de esas de carretera.

Era un mensaje de Lorena. Me decía que le hubiera gustado despedirse pero que por otro lado sabía que quizás hubiera sido lo mejor que todo hubiera pasado de esta manera, que le había gustado conocerme y que me deseaba lo mejor, que me agradecía que no hubiera dicho nada sobre lo ocurrido y un montón de cosas más. Antes me había dado una lección ya esa niña de 18 años, pero ese mensaje fue ya una lección magistral. Le contesté con un mensaje similar, aunque no le llegaba ni a la suela de los zapatos.

Ella volvió a responder con un emoticono con una carita sonriente.

Y ahí quedó todo.

Luego otros destinos y otros sitios. Hasta que saqué la plaza y pude quedarme en Sevilla.

Y exactamente unos 3 años después recibí otro whatsapp de ella. Ya era sólo un recuerdo, algo incómodo, ciertamente, del pasado. Pero un día su nombre apareció en la pantalla de mi móvil y un mensaje.

Me preguntaba que si me acordaba de ella. Le dije que claro. No podía decirle otra cosa. Y me contó que estaba en tercero de Química y que iba a Sevilla a una cosa de la carrera. Que si quería tomar algo con ella.

No sé qué le hubierais contestado vosotros. Yo tardé casi una hora en decidirme. Le dije que ok y quedamos en una cafetería que me cogía cerca del trabajo, en lo que es el Prado de San Sebastián, una de las zonas con más movimiento de Sevilla, ya que están los juzgados, una estación de bus, de metro y tal.

Yo llegué antes. Y ella un poco más tarde. Venía con unos vaqueros negros ajustados, unas Adidas también negras sólo blanqueadas por las tres líneas laterales, una sudadera celeste de la UCO, y una blanca sonrisa. Me contó luego que había estado otras veces anteriores en Sevilla pero que no se había atrevido a llamarme. Pero que le apetecía echar un rato conmigo. Tenía la misma cara y sonrisa de niña que hacía tres años, pero ahora su cuerpo era más de mujer. Pero seguía demostrando esa personalidad de persona mucho mayor, de una persona con las ideas claras e inteligente.

Le iba genial en la carrera y estaba con otro chico, no con el que yo conocí. Yo le comenté que estaba con mi misma pareja y que ya era funcionario en sí. Que ya no estaba en institutos sino en una delegación provincial y tal. Ella me contó sus planes de futuro, que se iría de Erasmus al siguiente año a Francia y que no podía quejarse de nada de su vida. Así pasamos un par de horas.

Luego fuimos al piso donde estaba pasando aquellos días y lo hicimos por tercera vez. Si el primer polvo que tuvimos fue una mierda este tercer polvo fue uno de los mejores de mi vida. Seguro que por poder hacerlo sin los miedos que nos atenazaban las dos primeras veces, o por saber que ya no eran tan niña. O una mezcla de todo. Pero fue, ya digo, uno de los mejores de mi vida. Y espero que de la suya, claro.

Fue suave pero duro al mismo tiempo, con besos cariñosos pero también con bocados profundos, algún arañazo incluso. Y luego volvimos a quedarnos abrazados, desnudos, bajo las sábanas, como hacía tres años hicimos. Había sido la tercera vez que yo había sentido derramarse mi semen dentro de aquel cálido cuerpo y, ahora que lo sentía allí, contra el mío, ahora que sentía su respiración, sus latidos… volvía a reafirmarme que aquella chica valía su peso en oro.

Ya era de noche, cuando nos despedimos y yo me fui para mi casa, inventándome alguna excusa mientras conducía.

Al día siguiente me agregó a su facebook.

Por eso luego, pude comprobar por sus fotos que su estancia en Francia fue genial, que terminó la carrera y que, recientemente, se ha casado. Por cierto, Lorena, si lees esto, ibas radiante.

No hemos vuelto a hablar (miento, cuando nació mi hijo me mandó un “enhorabuena, es guapísimo” por el messenger del facebook), pero debo reconoceros que su cuenta de Facebook la tengo como prioritaria y que cada vez que publica una foto la miro detenidamente.

Su cara, su mirada, son sonrisa de niña siguen como el primer día.

Y las lecciones de vida que me dio siguen en mi cabeza.

La suerte de haberte conocido ha sido mía, Lorena.

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