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El viaje a Transilvania

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Agosto de 2017.

Ana, una escritora de novelas de misterio, bisexual, morena. de treinta y ocho años, ojos negros, pelo corto, pechugona, con buen culo, que medía un metro setenta y ocho y pesaba setenta y ocho kilos, estaba en un bar tomando un café con su amiga Juana, una rubia que estaba como un queso.

-¡¿Adónde has dicho que vas de vacaciones, Ana?!

-A Transilvania.

-Pudiendo ir a Venecia, a París, a tantos sitios hermosos como hay, vas a Transilvania.

-Sí, quiero visitar Brasov y Bran.

-¿Bran no es donde está el castillo en el que vivía Drácula?

-Eso es por la novela de Bram Stoker.

-¿No vivía ahí en realidad?

-No, Vlad Draculea pasó por allí de paso a la cárcel de Bucarest. Él vivía en el castillo de Poenari, que hoy en día está en ruinas.

-Ese es Draculea, pero yo te estoy hablando de Drácula.

-Drácula no existió, Juana.

Juana, era preciosa, y una fiera en la cama, pero era tonta con ganas.

-Ya, existió Draculea. ¿Qué era, maricón? Dra... culea, culea -dijo con un sarcasmo casi cómico.

-Vale, para ti el pato. Los vampiros existen.

-Así me gusta, que entres en razón. ¿Y no tienes miedo de que te muerda un bicho de esos?

Ana, le siguió la corriente.

-Me pondré un crucifijo.

-Y lleva ajos y agua bendita y una estaca.

-No me va a caber todo en la maleta.

De repente, Juana, cambió de tema, o eso creía Ana.

-¿Echamos un polvo antes de irte?

-¿A qué viene eso ahora?

-Es por si no vuelves.

Juana se tenía bien creído lo de los vampiros.

-No, tengo que acabar de hacer las maletas y quiero dormir bien, y tranquila, volveré.

Ana llegó a Bucarest un viernes por la noche y se instaló en el hotel Volo. No le interesaba conocer la vida nocturna de la ciudad, lo que quería era lo que le había dicho a Juana, visitar Brasov."El bosque de las estacas". Tomar algo en uno de sus cafés bohemios, ver la iglesia Negra e irse a Bran.

Llegó a Bran por la tarde. Vio en la calle principal puestos callejeros con crucifijos, ajos, vampiros de madera, puestos de comida...

Bran, hoy en día, es una pequeña ciudad turística en la que en temporada alta explotan la leyenda de Drácula.

Esa noche, en una posada, tomó sopa, carne de cerdo, queso y bebió algo de vino. Al retirarse a su habitación, Vasile, el dueño de la posada, que era un hombre de la estatura de Ana, de complexión fuerte y guapo, le colocó un ajo entre las tetas y después le dijo unas palabras en rumano que no entendió. Ella, pensando que le había tirado los tejos, le respondió en español:

-Ven que te voy a dejar seco.

Al llegar a la habitación se quitó el ajo de las tetas, abrió la ventana, miró para la luna llena, y lo tiró a la calle. Cerró la ventana, se metió en cama y esperó a que llegase Vasile.

Se quedó dormida sin que llegara el posadero. La despertó alguien que la estaba besando en el cuello. Sus labios estaban fríos como la nieve. Abrió los ojos y vio a quien la besaba, era una morenaza de ojos verdes. Después vio a tres muchachas más, rubias, de ojos azules, altas, preciosas. Estaban al lado de la cama. Las cuatro llevaban camisones de seda transparentes que dejaban ver el vello púbico y unas tetas importantes, redondas, con sus pezones erectos. Creyó que estaba teniendo un sueño húmedo y volvió a cerrar los ojos. Sintió como la desnudaban, como una la besaba, dos le chupaban las tetas y la cuarta le comía el coño... Cuando estaba a punto de correrse dejaron de comerla viva. La suspendieron en el aire. La estaban sujetando las cuatro y apareció de la nada un vampiro viejo y feo como un demonio, vestido con un traje negro y capa del mismo color. La sujetó por debajo de los brazos y, en el aire, le clavó su inmensa verga y la folló... Las cuatro vampiras, ahora en el suelo, enseñaban sus largos colmillos mirando para su presa... Poco más tarde, cuando Ana se corrió, el viejo, le clavó sus colmillos en la yugular. Chupando sangre se fue convirtiendo en un joven apuesto. Las vampiras, recogían con las manos la sangre que caía y la lamían.

Al acabar de beber el vampiro, dejó a Ana sobre la cama. Una de las vampiras rubias la mordió en la yugular, dos le clavaron sus colmillos en las tetas y la morena se los clavó en todo el coño. Ana se volvió a correr.

Tres días más tarde, Juana, y amigos y amigas de Ana, velaban su cuerpo en un ataúd, en el que no se podía ver a la difunta.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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