back to top
InicioAmor FilialAdoro a mi bella madre

Adoro a mi bella madre
A

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 19 minutos

Nunca imaginé que aquella mañana de enero mi vida tendría tal vuelco, que hasta el momento no he podido asimilar todo lo que me ha pasado estos años. Mi relato quizás busque una catarsis que puede amilanar un poco lo que mi consciencia a veces me recuerda. Provengo de una familia de clase media; mi padre un ingeniero de petróleos y mi madre una arquitecta de cierta notabilidad en mi ciudad. Tengo una hermana mayor que se casó hace 3 años y se fue a vivir con su marido. Aunque sé que el matrimonio de mis padres siempre estuvo signado por la rutina o el desgano de mi madre, y las continuas aventuras de mi padre, a quien no justifico, no pensé que la separación fuera tan inminente. Vivimos en una ciudad muy calurosa durante todo el año, puesto que el trabajo en la multinacional petrolera de mi padre queda a dos horas de donde residimos. Un mes antes, al regresar de la facultad donde estudio ingeniería civil, me sorprendió encontrar a mi madre en casa, bastante descompuesta, con una vaso de licor en las manos, algo inusual puesto que eran apenas las cinco de la tarde. La saludé como acostumbraba con un beso en la frente, y me dirigí a mi cuarto para tomar una ducha, vestir algo cómodo, comer y pegarme de mi laptop a hacer mis deberes. Al bajar a la cocina, ella, un poco turbada por el licor, estalló en un llanto que me angustió. La abracé y le pedí que me contara que pasaba. Me comentó que mi padre había tomado la determinación de irse definitivamente de la casa y aunque la verdad que él permanecía casi toda la semana por fuera, pues ahora quería iniciar los trámites del divorcio. Para ser sinceros esta noticia no me afectó, puesto que era preferible que todo acabara en buenos términos y no tener que vivir el infierno de dos seres que apenas si se dirigían la palabra en casa. Para rematar mi madre me dijo que debíamos mudarnos de apartamento puesto que mi padre había decidido venderlo, y ante la oferta que era buena, eso le facilitaba que ella pudiera tomar su parte en los bienes que le correspondían. Conclusión: a comenzar a empacar y prepararme para la mudanza, lo cual ocurrió un mes después.

Mi madre había comprado un apartamento en las afueras de la ciudad, en un proyecto inmobiliario para el que trabajaba. Ante la premura debimos ocuparlo sin los acabados necesarios, es decir sin puertas interiores y otras cosas, ya que ella que es en extremo cuidadosa, prefería importar todos los interiores para hacer de éste sitio algo muy lindo. A mí, la verdad me importaba un carajo todo. El apartamento era realmente pequeño, con dos cuartos, un estudio y un área de servicio. Sin embargo la vista era preciosa puesto que ocupábamos el piso 12. El cuarto de mi madre tenía su baño privado y yo decidí que como nadie nos visitaba, el baño social sería mío. De lo único que nos ocupamos fue de comprar unas cortinas provisionales para evitar que los vecinos de los apartamentos vecinos pudieran espiarnos, sobre todo a mi madre Nos instalamos pues en nuestro nuevo hogar, y ese evento de la mudanza despertó entre nosotros algo desconocido; un afecto increíble que nos hizo demasiado bien a los dos. Bromeaba permanentemente con ella, le daba abrazos fuertes para levantarle la moral y le preparaba un trago en la tarde cuando regresaba de su oficina. Aparte de eso tuvimos que seleccionar muchas cosas que no usaríamos para regalarlas, debido a lo reducido del espacio. Desechamos algunos muebles, utensilios y otras cosas las llevó papá a su nueva casa. Mi madre entonces se dio cuenta que su guardarropas debería sufrir un recorte muy grande y sentados en su cama, comenzamos a escoger entre los dos, que cosas no usaría más. Al observar varios de sus trajes, descubrí que muchos de ellos jamás se los había puesto, por lo que ella decidió colocárselos para que yo pudiera opinar si los guardaba o no. Los modelaba con cierta coquetería al tiempo que se colocaba unas zapatillas abiertas de tacón bastante elevado lo cual resaltaba mucho más lo gracioso y voluptuoso de su figura. Yo la observaba atento, pero de un momento para otro, la sensación de admiración y respeto hacia esa mujer, fue diluyéndose y transformándose en una extraña mezcla de curiosidad por descubrir más de esa piel que por momentos ella me permitía apreciar, al tirar un vestido y ponerse otro, quedando en sostén y pantaletas que por cierto eran diminutas. De todas maneras y dado que muchos de los trajes le quedaban bastante ajustados le pedí que los guardara puesto que en realidad se le veían bien, aunque en realidad se notaba extremadamente vulgar por el tamaño de sus grandes nalgas. Convivir en esas circunstancias dio origen a lo que se convirtió no en una estrecha relación filial, sino en una indefinida y tácita relación de macho y hembra, y ese es el motivo que me lleva a relatarles esto. Esa mañana de enero de la que hablaba, nuestras vidas cambiaron para siempre.

Resulta que Sofía, que es el nombre de mi madre y como la llamo desde entonces había olvidado su toalla de baño y me pidió que por favor la alcanzara una. Entré desprevenido a su cuarto y como la ducha era de acrílicos transparentes sin querer la observé como Dios la trajo al mundo. Desde muy niño la había visto en paños menores pero nunca reparé en ella como hasta el día que se probó sus vestidos y más en ese momento. Ella sin darle importancia a mi presencia, tomó la toalla y comenzó a secarse. Salí del cuarto con la impronta de su total desnudez martirizándome; quemándome las entrañas y para qué negarlo, con una inquietud que terminó en una maldita erección como pocas veces tuve en la vida. Haberla visto así, en la plenitud de su piel blanca y sus cabellos húmedos surcándole los hombros, su pubis ligeramente rasurado, enmarcando ese triángulo en medio de sus muslos, era algo para lo que no estaba preparado. Decidí entonces regresar a contemplar ese precioso espectáculo, y cuidando de que no se percatara, pude verla de espaldas a través del espejo de su tocador. Era preciosa. Me impactó el tamaño de sus nalgas redondas y provocativas, así como sus piernas gruesas. Mientras esparcía la crema por su cuerpo, mi pene comenzó a crecer exigiéndome ese monumental pajazo que me hice inmediatamente en la ducha. Ese día no pude apartar su imagen de mi cabeza, y lo único que deseaba era regresar a casa para poder verla de nuevo, al salir de su baño. Sabía que era mi madre, y era consciente de que estaba ad portas del incesto, pero nada me importaba como no fuera disfrutar su belleza.

Sin embargo a pesar de la convivencia permanente, solo hasta ese momento pude comprobar que si bien ella despertaba en mí, ciertas emociones inexplicables, lo cual en un principio atribuí a nuestra relación filial, no estaba exento de experimentar esas mariposas en el estómago cuando ella dedicando toda su ternura jugaba conmigo en la cama, por lo cual la imagen de su semi desnudez no me era extraña, pero si fue lastrando una curiosidad mucho más allá de lo que supuestamente me era permitido. De todas maneras dada la presencia de papá en casa, cualquier inquietud quedaba de lado, puesto que inconscientemente la imagen de otro macho apaciguaría en mí, cualquier deseo hacia ella. Por eso a partir del momento en que vivimos juntos, las cosas dieron un giro de ciento ochenta grados y el volcán del deseo, hasta entonces dormido, despertó con toda la furia al tener tan cerca su precioso cuerpo y poder observarlo furtivamente, tal como Dios la trajo al mundo.

Los días siguientes fueron un tormento cada vez mayor. Comencé a madrugar para poder espiarla a las 5 y 30 am, y me encantaba mirar cómo se jabonaba en un ritual más de complacencia que de higiene. Tomaba la afeitadora y procedía a rasurar la entrepierna de su vello púbico, dejando intactos los de la entrada de sus labios y una pequeña área de su monte de venus, lo más cercano al cielo que tuve en mi vida. Queriendo no perder un solo detalle en lo sucesivo, cambié el sitio de su cama y su tocador, para que pudiera verla tranquilamente por el espejo, que además reflejaba la ducha también. Aunque nada podía compensar la magnitud de su desnudez, comencé a experimentar unos estados de ánimo que no conocía, y que oscilaban entre la euforia y la depresión luego de haberme masturbado pensando en ella. No sé si notó estos cambios pero de un momento para otro comenzó a hacerme ciertas preguntas acerca de mi sexualidad, que no eran frecuentes. Le comenté acerca de un par de nenas, hijas de amigos de la familia, con quienes tuve sexo pero la verdad que todo fue muy insulso. Ella fingidamente sonreía con mis comentarios, y en un momento me dijo que cuál era el tipo de belleza que me hacía perder la cabeza. Por poco le respondo que precisamente era ella, pero de todas maneras si le dije que quizás por ser su hijo, me hubiera encantado una mujer así de su porte, su figura y su color de piel. Se rio demasiado y queriendo bromear conmigo me dijo que podríamos ser novios pero platónicos, ya que era mi madre. Yo me reí mucho también y le dije que aceptaba encantado, pero que si podría invitarla a salir al cine, y porqué no acompañarla a tomarse sus tragos. Queriendo sellar nuestro pacto de esa conversación aparentemente inocente, la abracé con fuerza y le di un sonoro beso en su mejilla, pero al tratar de zafarse de mis brazos, su boca rozó la mía y fue inevitable que nuestros labios tuvieran ese contacto. Nos miramos a los ojos sorprendidos pero queriendo evitar reacciones de su parte le dije que me disculpara pero que ella se había movido y por estar jugando conmigo pues le había besado su boca, que además era muy hermosa. Me miró extrañada, pero no demostró disgusto para nada, y creo que ella esperaba que por las circunstancias algo pasara entre nosotros a pesar de la maldita prohibición que la sociedad nos imponía por ser madre e hijo. Seguimos conversando banalidades, y ante la inminencia de un fin de semana decidí irme a mi cuarto a terminar una investigación pendiente para el día siguiente viernes.

Sé que muchas cosas pudieron pasar por nuestras cabezas a partir de ese día. Y estoy seguro que muchas veces Sofía se detuvo en mi ducha para comentarme algo; y era inevitable que observara mi cuerpo desnudo. Tengo 1.78 de estatura, soy delgado, pero atlético y sin presumir creo que mi miembro es normal para mi tamaño, aunque mis huevos si son bastante grandes. Sofía tiene 1.68 de estatura, unas caderas que miden 115 centímetros, 36 de sostén, y unas piernas bastante gruesas, las cuales se enmarcan de manera deliciosa cuando usa ciertas prendas ajustadas, como faldas o jeans. Sé que esos kilos de más que tiene, se encuentran justamente en el tamaño de sus nalgas inmensas, deliciosas. A pesar de haber parido dos hijos su vientre es perfectamente alineado aunque de hecho, por ser una mujer blanca si tiene estrías, pero no son desagradables. Es más, creo que es el prototipo de la mujer que sin ser gorda es voluptuosa, exuberante y con formas que llaman la atención a todos, menos al cabrón de mi padre cuya afición por las putas hizo que mi madre terminara cogiéndole fastidio. Y era apenas natural que así ocurriera puesto que mi madre al único hombre que tuvo en su vida fue a mi papá, alguien que no se distinguía precisamente por su fidelidad. Por eso hoy en día entiendo que la frigidez de mamá se debió al maltrato e incomprensión de un hombre como mi padre acostumbrado a manejarse entre prostitutas, y cuyas actitudes debieron afectar demasiado a una mujer inexperta como Sofía.

A partir de esas conversaciones tuve dificultades para conciliar el sueño. Elucubraba mil fantasías, pensando en ella, a su lado, besándola, acariciándola y olvidando por completo lo que nos unía. Sofía se convirtió en mi obsesión, en el único motivo para ser feliz, para sentirme absolutamente enamorado de ella, de sus ojos cafés, de sus cabellos castaños, de sus manos delicadas y de la locura de su cuerpo hecho deseo para mí. Pienso que cambié demasiado a partir de entonces pues ella lo notó y me lo hizo saber. Era extraño que quisiera estar ayudándole en las labores de la casa y ofreciéndome para hacer lo que fuera con tal de estar a su lado. Para acabar de dañarme la mente, ella permanecía en casa con unos pequeños shorts de tela muy liviana que se partían en medio de su vulva y entraban ligeramente en medio de su precioso culo. Usaba unos tops que me dejaban observar su vientre hermoso con ese ombligo profundo que no tardaría en chupar hasta enloquecerme. Calzaba unas sandalias que le iban perfectas a la belleza de sus pies largos, delgados y con unos dedos divinamente arreglados y sus uñas pintadas de varios colores nacarados. Y esa parte de su cuerpo despertó en mí, un fetichismo que me trajo toda la complacencia, sobre todo cuando ella al regresar de su trabajo, se descalzaba y sentándose en el sofá procedía a masajearlos puesto que la altura de sus tacones le cansaba un poco.

Una tarde cualquiera le pedí que me dejara darle su masaje, a lo cual no se rehusó. Tomé un poco de crema en mis manos y procedí a esparcirla por sus plantas, dedos y tobillos, acariciándolos suavemente, y tratando de disimular la excitación que me producía el contacto de sus hermosos pies. Esa primera vez comprobé como el contacto de mis manos le causaba una sensación de placer que tampoco pudo ocultar, puesto que su respiración se notaba agitada. Había vestido una pijama de tela vaporosa que le llegaba hasta las rodillas, por lo cual le pedí que se recostara en el sofá totalmente, mientras yo desde la esquina opuesta continuaba con mi labor supuestamente para desestresarla. Estuve frotando sus pies por lo menos una media hora, y poco a poco fui subiendo mis manos hasta la altura de sus pantorrillas, y sin poder evitarlo al encoger sus piernas dejó ante mis ojos toda la belleza de sus muslos y su ropa interior, por lo que ella procedió a cubrir su intimidad con la pijama pero descubriendo un poco más sus muslos, algo que me dejó atónito, puesto que el grosor de éstos, y una ligera celulitis en la cara interna de sus piernas eran algo demasiado provocativo para todo lo que se fraguaba en mi mente al comenzar a verla con toda la lascivia y falta de pudor. Esas supuestas atenciones se repitieron los días siguientes, en un contubernio en el cual ella disfrutaba mis caricias, mientras yo aumentaba el deseo por tenerla conmigo, en esa actitud en la cual la suavidad de sus pies, la belleza indescriptible de estos y el espectáculo de sus piernas hacían que una vez acabara buscara cualquier pretexto para masturbarme en su nombre. Una tarde no resistí y viéndola ligeramente adormecida, luego de limpiar la crema de sus pies, los acerqué a mi boca, pasando mi lengua suavemente por su empeine y sus plantas, chupando sus dedos imperceptiblemente, ante lo cual Sofía retorciéndose me miró riendo y me dijo que esas caricias jamás las había sentido y que le producían una cosa muy rara, no dije nada, y mordí suavemente sus deditos, diciéndole que eso no tenía nada de malo. No respondió nada, pero su turbación era evidente, así que decidimos dar por terminado el masaje.

De un momento para otro comenzó a usar ciertas prendas para dormir que dejaban muy poco para mi imaginación. Vestía unas pijamas transparentes de color negro y rojo cuyo tejido me permitía apreciar totalmente la dimensión de sus senos y sus pezones grandes, así como también el tamaño de sus pequeños interiores que entrando en medio de sus nalgas daban toda la libertad para que estas armónicamente se mecieran cuando ella caminaba. Sé que en cada una de sus actitudes había una cierta coquetería o desafío, y pienso que encararme de esa manera perseguía, o bien que se me quitara la bobada con respecto a ella, y me acostumbrara a verla como mi madre o, a acabar de generar ese clima de morbo infinito en el cual convivíamos. Para bien o para mal ocurrió esto último y la tentación de estar solos, de vivir en esa intimidad peligrosa habló más alto. Sin poder evitarlo comencé a buscar un contacto cada vez más cercano, abrazándola por el menor motivo y queriendo apartar cualquier prevención de su parte, comencé a jugar con sus cabellos, a cargarla a pesar de sus 65 kilos de carne deliciosa, y a llevarle el jugo a su cama en las mañanas de los fines de semana, cuando entraba a su cuarto, me sentaba en su cama y le estampaba un beso en su frente acariciando sus cabellos y despertándola con frases melosas. Acariciaba su espalda levemente, dejando que mis manos se recrearan en toda la belleza de su piel tapizada de unos lunares que aumentaban en la medida en que surcaban su cuello y el derredor de sus senos. Ella haciéndose la dormida comenzaba a moverse con unos movimientos de nena mimada, y haciendo pucheros con su linda boca, me tomaba de las manos, dándome los buenos días. Era inevitable que al levantarse de la cama la observara con su pijama mal cubriéndola y así entraba al baño a cepillarse los dientes regresando a la cama para tomar su infaltable jugo de naranja. Me fascinaba ver sus cabellos revueltos, sus tetas a través de la camisa de dormir y sus muslos desnudos, recogidos sin ninguna prevención, mientras a veces quedaba expuesta la delicia de su sexo no muy protegido de mi vista por sus pequeños interiores. Quería convertirme en el macho que nunca tuvo, en ese hombre tierno, atento, detallista, que la consintiera y la hiciera sentirse la nena que nunca pudo ser. La cercanía de nuestros cuerpos era cada vez menos inocente. Yo en casa dejé de usar pantaloncillos y me colocaba únicamente un short que le permitiría dimensionar y sentir en su piel el tamaño de mi pene. Cuando la abrazaba al comienzo evitaba que mis piernas entraran en contacto con su cuerpo, pero decidí que era preciso que tomara la iniciativa y empecé a juntarme más al suyo, abrazándola con fuerza, pasando mis manos por su talle y acercando mis labios a su cuello, cuya cercanía le producía una sensación inocultable que se expresaba a través de lo erizado de los preciosos vellos de sus brazos. Solo faltaba un pretexto para terminar amándonos como hasta ahora lo hacemos.

No había pasado un mes cuando llegaron las puertas interiores y ella contrario a lo que pensaba, las dejó de lado diciéndole al maestro de la obra que las instalaría cuando todo llegara y no por partes. Eso me confirmó que ambos podríamos estar deseando espiarnos mutuamente, y que ella sabía que yo vivía pendiente de sus entradas a la ducha para darme el espectáculo de su piel de marfil, acariciándose con el jabón y reprimiendo el deseo insoportable que sentíamos y que estaba a punto de enloquecernos. Un viernes en la noche tuve que ir a un compromiso de la facultad. Cuando regresé estaba muy cambiada y de un pésimo humor. Había vestido una trusa negra que la cubría totalmente, y al mirarme, el disgusto en sus ojos era evidente. Me preguntó si quería comer algo, pues debía estar muy hambriento después de haber estado con todas las puticas de la facultad, y que en eso era igualito a mi padre. No podía creer lo que ella me estaba diciendo. Sofía estaba celosa, enloquecida de pensar que otra mujer y no ella se hubiera acostado conmigo. Me quedé mudo, y mirándola fijo a los ojos me fui acercando poco a poco. La tomé de las manos y le expliqué que si me había demorado se debía a que precisamente ese día, era la despedida de la facultad y que a pesar de que todos se citaron en una discoteca de moda, y que la fiesta presagiaba todo el desorden del mundo, yo preferí regresar a casa puesto que nada compensaba la alegría de estar a su lado. La abracé con decisión; quería fundirla a mi cuerpo, en tanto que ella abandonándose por completo comenzó a sollozar pidiéndome perdón por ser tan celosa cuando yo no era su macho sino su hijo. Me rodeó con sus brazos por mi cuello como implorando ese perdón y esa protección que no quería perder. Sentir su aliento tan cerca, el perfume de sus cabellos aún un poco húmedos por el bálsamo que se aplicaba y sus senos totalmente aprisionados a mi pecho, me hicieron sacar a flote todo el cúmulo de emociones reprimidas, de sentimientos, de amor y deseo inaguantable. Estuvimos así; quietos, sin querer apartar nuestros cuerpos en un abrazo que nos condujo a ese nuevo universo en el cual nos sumiríamos para siempre. Comencé a besar su frente, a murmurarle que era la mujer más preciosa del mundo; la mujer más tierna y amorosa y que por nada ni nadie estaría dispuesto a dejarla sola. Sentí como se estremecía mientras mis labios imperceptiblemente se posaban en sus párpados cerrados, y mis manos la asían con más fuerza por su talle delicado. Tomé su carita entre mis manos y sin que pudiera evitarlo posé mis labios suavemente en los suyos. Nos miramos intensamente sin que ninguno de los dos tratara de evitar ese contacto, hasta que enloquecido abrí mi boca y con mi lengua fui abriendo lentamente sus labios, mordisqueándolos sin que ofreciera resistencia. No sé cuánto tiempo pudimos estar besándonos con esa fragilidad en la que era preciso estar totalmente entregados, sin hablar, para que el hechizo no fuera cortado. En un momento reaccionó y apartándose de mí, me miro aterrada. “¡Por Dios, que estamos haciendo?!”, fue lo único que alcanzó a decir puesto que nuevamente callé su boca con la mía, y cargándola la llevé hasta su cuarto. Sofía comenzó a gemir como una chiquilla pidiéndome que me detuviera puesto que se hallaba demasiado frágil emocionalmente y demasiado confundida; que estaba al borde de la locura conmigo. Sin decir nada la acosté en la cama, me recosté a su lado, y seguí abrazándola, ya no con ternura, sino dejando que mis manos bucearan por toda la extensión de inmaculada espalda, hasta sus caderas, al tiempo que mi miembro totalmente enloquecido se refregaba en sus piernas para que su voluntad fuera doblegándose por el contacto de un macho. Ella respirando agitada solo murmuraba “no, no, no por favor, mi vida, esto no está bien mi cielo, no, nooo, qué estamos haciendo por Dios!”; aunque ya sus manos se aferraban a mi espalda llevando la contraria a lo poco que quedaba de su cordura y sus prejuicios.

Sin soltarla comencé a bajar el pantalón de su trusa, lo cual quiso evitar pero dada mi fuerza no pudo impedirlo. Pude palpar por primera vez la delicadeza de toda su piel de fuego, la lisura de sus piernas y sus nalgas descomunales y perversas. Acaricié su hermoso culo con sevicia, pero sin llegar a lastimarla, mientras se excitaba cada vez más cerrando sus bellos ojos de los cuales brotaban unas deliciosas lágrimas que secaba con mis labios. Me detuve con mi mano izquierda a recorrer la suavidad de su vientre en cual un día me tuvo y hoy estaba dispuesto a disfrutar de nuevo en toda la plenitud de un placer diferente. El sentir su dermis me quemaba, me dejaba completamente enloquecido, por lo cual aflojé mi pantalón y lo tiré a un lado. Continué besándola y recostándome encima de ella, abrí sus piernas poco a poco para que su sexo empapado de un gozo diabólico y extraño para ella, experimentara la dureza del mío. Los gemidos de mi princesa eran más y más intensos cada vez. Abrió sus piernas de par en par, para sentir todo el volumen de mi verga estrangulada por el bóxer, y a punto de penetrarla. Besé su cuello, lamí sus orejas y sin decirnos nada, levantándose un poco, tiró su blusa y aflojó su sostén. El espectáculo de sus tetas desafiantes me llevó a besarlas con ternura, aumentando mis caricias con mi lengua y mordiendo delicadamente sus pezones duros. Relamí cada centímetro de sus pechos, hasta llegar a sus sobacos lo cual me pareció increíble, pues ella se retorcía como una perra en celo. Bajé mi lengua por sus caderas y tiré de su tanga con mis dientes hasta sus rodillas, regresando a sumergirme en toda la extensión de sus labios vaginales, chupándolos, pasando mi lengua por todo ese vértice de lujuria que ahora era mío y que estaba dispuesto a beber por todo el tiempo del mundo. La besé y chupe con sevicia, como un poseído, relamiendo sus labios y su clítoris, pasando mi lengua por toda el área de sus piernas abiertas, hasta la entrada de su precioso ano; degustando cada gota de sus fluidos que manaban desde su alma entregada al deseo. El sabor y el aroma de su sexo era el más poderoso lenitivo que jamás bebí, hasta que mi hermosa mujercita no pudo más y estalló en un delicioso orgasmo, sollozando como una jovencita recién desvirgada.

Sabía que en ese momento no contaba mi placer sino el de ella, y que debía continuar hasta que todas sus dudas, temores y remordimientos quedaran atrás ante la grandeza de nuestro mutuo amor y nuestras más perversas pasiones. Ad portas de ser poseída y habiendo atravesado el umbral del no retorno, Sofía clavó suavemente sus uñas en mi espalda, y mirándome fijamente a los ojos, me obligó a confirmarle que en ese momento no me estaba acostando con ninguna perra de la facultad, pues una de esas zorras había dejado un mensaje en el contestador de mi casa, ofreciéndose para estar conmigo en la fiesta y anunciándome que estaba loca por hacer lo que yo ya sabía con ella. Mi hermosa mujer sentía celos, y no precisamente de madre: sentía celos de su macho, rabia de pensar que otra pudiera estar conmigo, cuando ella desde hacía mucho había dejado volar su imaginación al igual que yo, soñando con ese momento. Me reí mucho de sus ocurrencias y sabiendo que ese momento era irrepetible le confesé que estaba perdidamente enamorado de ella desde que estábamos viviendo juntos. Que hacía mucho tiempo había dejado de mirarla como mi madre y que todo el tiempo la observaba como la deliciosa mujer que era. Me confesó entonces que desde que llegamos a ese apartamento había comenzado a sentir lo mismo, y que vivía loca de celos cada que cualquiera de mis compañeras llamaba, y que muchas veces optó por no darme los recados, en particular en dos ocasiones en que había una fiesta bastante interesante, y que sin que yo me diera cuenta, desconectó el teléfono para evitar que llamaran a casa y entrando en mi cuarto apagó mi celular. No sabía que decir y simplemente solté una sonora carcajada.

Continué besándola colocándola de lado, después de pasar mi lengua por su cuello, espalda, cintura y sus caderas donde me detuve a mordisquear sus nalgas infinitas. Sofía estaba enloquecida; gemía como una gata.  Regresé de nuevo a la indescriptible sensación de chupar su vulva, cuyos labios aumentaban de grosor, me dediqué a lamer cada poro, cada milímetro de piel de su culo vulgar y delicioso. Abrí su pierna derecha y la puse encima de mis hombros, y abriendo sus grandes nalgas exploré la delicia de su ano cuyos pliegues perfectamente delineados me acabaron de alucinar. Introduje mi lengua lo que más pude tratando de dilatar ese orificio de placer, lamiendo todo lo que de ella bajara, pues todos sus fluidos, eran lo que necesitaba para vivir desde entonces… Dispuesto a que sintiera todo aquello a lo que tenía derecho, seguí lamiendo su sexo y su clítoris hasta hacerla sentir no sé cuántos orgasmos más. Mi madre era multi orgásmica y no me explico como el imbécil de mi padre no se percató de semejante hembra tan lúbrica en su vida. Dándome vuelta y mientras chupaba su preciosa cuquita fui colocando mi pene cerca de sus labios, hasta percibir como su lengua comenzaba a lamerle la cabeza, y en uno de sus arranques de locura optó por meterlo todo en su boquita mamándolo con una delicadeza que no pude resistir vaciando todo el semen que no pude retener y que para mi sorpresa ella bebió encantada, queriendo extraer hasta la última gota. Sin embargo esa eyaculación no hizo mella en mí, y dispuesto a concluir nuestro pecado subí sus piernas a la altura de mis rostro chupando y lamiendo sus bellos pies, los cuales introducía en mi boca hasta donde fuera posible mientras le colocaba en la entrada de su vulva todo aquello que tanto deseaba sentir en sus entrañas. La penetré al comienzo con delicadeza, después con decisión, con fuerza, mientras ella daba un grito de placer y sus gemidos aumentaban así como el vaivén de sus caderas, me abrazaba durísimo y como cosa extraña comenzó a musitar palabras de grueso calibre, lo cual aumentó mi excitación y queriendo que mi verga entrara hasta su corazón le di las estocadas más fuertes que pude, hasta que comenzó a gemir más y más, estallando en el orgasmo más prolongado que pude experimentar en mujer alguna, mientras inundaba sus entrañas con el semen que hasta ese momento pude haber reprimido y guardado en su honor. Sofía evitando mirarme a los ojos, con una falsa vergüenza y un discutible pudor se aferró a mí, pasando sus manos por mi espalda, suspirando como una quinceañera enamorada, y recostándose en mi pecho fue adormeciéndose en esa nebulosa que ahora le demostraba que un nuevo amor, quizás prohibido pero esta vez el definitivo, había llegado a su vida.

Me detuve a contemplarla así, desnuda, entregada, indefensa, y enloquecido por la obsesión de sus nalgas, poco a poco le di vuelta de costado para seguir lamiendo como un demente su culo delicioso, entrando mi lengua hasta donde esta me alcanzaba, mientras ella abría sus piernas facilitando mis besos. Mi verga estaba a punto de estallar, por lo cual tomé un poco de crema humectante de su tocador y lubriqué su precioso ano, ante lo cual ella angustiada me pidió que no le hiciera daño, pues temía que esto le doliera. No dije nada; la abracé así de lado y con mi pene embadurnado de crema comencé a pasearlo por la entrada de su culo, acercando mi cabeza hasta la entrada ya un poco dilatada. Sofía comenzó a excitarse y tomando mi miembro con una de sus manos lo colocó justo en la entrada de su culito y empezó a recostarse contra él, esperando que al penetrar no sintiera el dolor que tanto temía. Resulta que mi padre en una de sus borracheras una noche cualquiera quiso comérsela por detrás y prácticamente violentándola le hizo mucho daño por lo cual ella se rehusó a ese tipo de relación. Entendiendo su mensaje me quedé quieto mientras ella poco a poco se fue recostando más y más contra mi pene hasta que sin poder evitarlo sintió como este invadía la cavidad de su delicioso recto. Suspirando en cada milímetro de verga que la invadía, aumentó sus movimientos hasta que estuve casi dentro de ella. Se quedó quieta a la espera de que yo ahora sí terminara mi labor, al sentirse totalmente penetrada gimió de dolor pero me pidió que continuara, pues estaba siendo desvirgada por mí, pero a pesar del dolor el placer era más intenso que todo en la vida. Tomó mi mano y la llevó a su clítoris y refregándose como la más experta de las putas, llegó al orgasmo al tiempo que yo dejaba dentro de ella una nueva descarga de semen.

A partir de entonces y sin detenernos a pensar o a cuestionar nada, nos hemos convertido en marido y mujer. Siento que la amo cada vez más; que la deseo las 24 horas del día, y que a pesar de dormir juntos totalmente desnudos, y hacer el amor en las noches, las madrugadas, las mañanas y cuando tenemos la oportunidad de estar solos, cada nuevo apareamiento es más intenso y nos conduce a un estado de placer del cual ninguno de los dos quiere descender. Adoro su cuerpo y su piel blanca está cada vez más expuesta a mis miradas. Tan pronto llega a casa prácticamente se desnuda a mi espera, o simplemente se coloca esas pijamas que nada cubren realmente. No veo la hora de regresar después de las clases y terminar mis obligaciones, para esperar que se abra esa puerta y poderla abrazar con todo el amor y estamparle el beso más delicioso en su boca de fuego. No la dejo que se duche cuando regresa de su trabajo, hasta tanto yo no haya saboreado la delicia de su sexo y su culo sudorosos y acalorados, de su excitación con ese inconfundible aroma de sus hormonas y el sabor delicioso de sus orines y sus fluidos que se pegan a la entrepierna de sus tangas, las cuales relamo con locura. Amo olfatear y lamer también el sudor de sus axilas, y le prohibí que usara desodorantes puesto que el sabor de estos me molestaba y me dejaba un sabor desagradable en la boca. Me encanta sentarla en el sofá, tomar sus bellos pies en mis manos, acariciándolos de la manera más pervertida, haciendo que con ellos acaricie mi pene, hasta hacerla morir de la risa, la excitación y el nerviosismo. La adoro, y adoro todo lo suyo; y me complace saber que es feliz a mi lado, cuando en las tardes nos recostamos a ver televisión o el fin de semana desconectamos nuestros celulares y nos tendemos desnudos en nuestra cama, a amarnos ajenos al mundo.

Somos absolutamente felices y solo el maldito hecho de ser madre e hijo empaña a veces nuestra dicha total. Cada día está más preciosa, y si bien ha engordado un poco, esos kilos inexplicablemente se depositan en sus adorables caderas, sus nalgas y sus piernas. Sentimos que nada ni nadie podrán separarnos y no tengo más ojos que para ella, y sé que a pesar de celarme por todo, muy en el fondo sabe que no fijaría mis ojos en nadie que no fuera ella. La amo con devoción y locura y sé que ambos moriríamos solo de pensar en que un día tuviéramos que dejarnos. Para evitar inconvenientes decidimos que se operara el año pasado, pues no hay día que no hagamos el amor sin tener en cuenta ni siquiera su período menstrual, púes me ha confesado que es en los días que más excitada está y para ser sinceros, chuparla durante su período me encanta, por el olor y el sabor de sus flujos de sangre y excitación que bajan a montones, mezclados, en medio de sus contorsiones y sus gritos de placer.

Adoro todo lo suyo, y sé que muchos podrán pensar que se trata de cualquier fantasía este relato, o simplemente es el producto de una mente enferma. Total lo que cuenta es nuestra felicidad, y saber que Sofía es la mujer de mi vida, pues ella misma me dio esa vida, me hace pensar en que solo la muerte podría acabar con todo este universo de lujuria, pasión, amor e incontinencia. Ella a su vez ha demostrado que puede ser la más depravada de las putas con tal de hacerme feliz, y que mi padre jamás supo llegar a su corazón y menos a su sexualidad. Que hemos descubierto miles de cosas, que hemos elucubrado miles de fantasías y que tal vez lo más loco que pensamos hacer es estar con otra nena para verla haciéndole el amor. Ya tenemos todo planeado para nuestras próximas vacaciones y Sofía está dispuesta a hacerlo con otra mujer y de paso permitirme que también la penetre pero estando con ella. Esa es mi mujer, la preciosa Sofía, a la que cada día parecen crecerle más sus nalgas y empinarse desafiantes a la espera de mi verga. Esa es mi mujer, mi adorada amante; aquella que me espera cada noche con sus piernas abiertas para sentir su macho hijo explorando todos sus orificios, posando mis labios y mi boca por su sexo inclemente, por su culo de ensueño, inundándolos de semen; su semen que adora beber y refregar por su carita pues sostiene que es la mascarilla ideal para prevenir las arrugas. Este soy yo; su macho, su novio y amante, y el hombre que compensó con creces toda la felicidad que sacrificó los años que estuvo con el imbécil de mi padre. Ahora estoy dispuesto a darle todo lo que esté a mi alcance para dedicarme en cuerpo y alma a la adoración apóstata de toda su belleza, de su piel de marfil y deseo, de pasión y ternura, de su boca que sabe llevarme de cabestro por todo el universo del placer para perderme en el delicioso infierno de sus caricias y sus mimos. La amo como nunca pensé que un hombre pudiera amar a una mujer; a mi mujer, a la preciosa Sofía, el motivo más grande que tengo para vivir.

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.